domingo, 6 de abril de 2008

Herejes de la Iglesia

Herejes. Fragmentos extraídos de la Red (2007-sep-04 [martes,18:36])


Wikipedia:

En el cristianismo, la herejía, es una opinión o doctrina mantenida en oposición al dogma de cualquier iglesia o credo considerado ortodoxo.

Basándose en la etimología griega de la palabra, que proviene de "hairesis", que significa una elección o un grupo de creyentes, es una escuela del pensamiento. La herejía es la expresión de una visión desde algo preestablecido, un credo. Por ejemplo, los católicos creen herejes a los protestantes, mientras que para algunos no católicos el catolicismo es considerado como la "Gran Apostasía". En la antigüedad no tenía un significado peyorativo. Los herejes no definen su creencia como herética. La traducción latina es secta.

La herejía cualifica una situación compleja de conflicto y ruptura, que comprende la herejía propiamente dicha, de caracter doctrinal por ser una desviación sobre el contenido de la fe, y el cisma, de carácter disciplinario por la insumisión a la autoridad eclesiástica considerada legítima.

La herejía nace de una divergencia entre escuelas sobre el significado de la verdad (formulada por el dogma). Se desarrolla a la vez en el plano intelectual, por la oposición irreducible de las tesis y en el plano comunitario, por la imposibilidad práctica de vivir en hermandad con los pertenecientes a la otra escuela.

A partir del edicto de Constantino I el Grande en el año 313 y más particularmente a partir del concilio de Nicomedia en el año 317, erigido en tribunal destinado a imponer a Arrio una primera confesión de fe bajo pena de excomunión. El dogma se define como norma de la «fe verdadera» como reacción a las desviaciones heréticas.

San Agustín combatió las herejías cristianas.

Mas tarde, en el 1er concilio de Nicea, se define como herética una doctrina divergente de la enseñanza oficial de la Iglesia y de sus dogmas consagrados por su autoridad (obispo, concilio) en la base a las Escrituras y la Tradición.

La herejía (casi sinónimo de heterodoxia) es la ocasión de crear una nueva forma de ortodoxia. En el contexto del desarrollo de las heterodoxias de los siglos II y III, una heterodoxia se convierte en herejía a partir del momento de su condena por medio de un concilio.

La bula Gratia Divina (1656) define la herejía como « la creencia, la enseñanza o la defensa de opiniones, dogmas, propuestas o ideas contrarias a las enseñanzas de la Santa Biblia, los Santos Evangelios, la Tradición y el magisterio ».

La Inquisición, el tribunal de excepción encargado de combatir la herejía es la obra del papa Gregorio IX (1231).

Las primeras herejías en la Iglesia Católica son:

adopcionismo
apolinarismo
arrianismo
cátaros
docetismo
donatismo
Dulcinianismo dulcino
encatritas
eutiquianismo
gnosticismo
macedonianismo
maniqueísmo
marcionismo
monofisitismo
montanismo
nestorianismo
ofitas
pelagianismo
priscilianismo
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Herejía vs. heterodoxia [editar]La palabra heterodoxia es griega y significa diversas enseñanzas en el sentido de los Gálatas 1.6. Es un presunto error en la enseñanza que diverge de la ortodoxia, y es a menudo una posición honesta y corregible que provendría de una educación incompleta.

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http://es.wikipedia.org/wiki/Herej%C3%ADa---

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Dulcino
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Dulcino (1250-1307), conocido también como Fray Dulcino o Dulcino de Novara (en italiano Dolcino da Novara), fue un líder religioso italiano del siglo XIV, continuador del milenarismo de Gerardo Segarelli y fundador de la secta de los Hermanos Apostólicos (en italiano Fratelli Apostolici) o dulcinitas. Predicó la proximidad del fin de los tiempos y el descenso del Espíritu sobre los apostólicos. El Papa Clemente V decretó contra él y sus seguidores una cruzada, durante la cual fue capturado, torturado y quemado vivo.


Dulcino y los Hermanos Apostólicos

No se conoce con exactitud el lugar de nacimiento de Dulcino, cuyo verdadero nombre era al parecer Davide Tornielli, pero se cree que nació en la provincia italiana de Novara, perteneciente al Piamonte. Según la inquisición de Bernardo Gui, era hijo ilegítimo de un cura, que huyó a Vercelli tras ser condenado por ladrón, para unirse a la secta de Segarelli, ese "mendigo loco y sodomita", donde se dedicaban a los robos y al sexo libre. Sin embargo, la mayoría de las fuentes coinciden en apuntarle como hijo de una rica familia, predicador competente y carismático, con buen conocimiento de la Biblia, y que cursó, desde joven, estudios eclesiásticos.

A la muerte de Segarelli, Dulcino se convirtió en cabeza de los Hermanos Apostólicos, y en 1303 emigró con sus seguidores a las montañas del Trentino, cerca del Lago de Garda, donde conoció a Margherita di Trento, hija de la condesa Oderica di Arco, que a partir de entonces fue su compañera.

En 1304, los dulcinitas atravesaron las montañas lombardas hasta Valsesia, donde su número se incrementó con siervos que huían de los dominios de los obispos de Novara y Vercelli.

La secta fundada por Dulcino contó en su apogeo con un número máximo de entre cinco mil y diez mil adherentes. El Papa Clemente V despachó desde Aviñón una cruzada contra los dulcinitas, concediendo a quienes participaran en ella una indulgencia plenaria. Las tropas fueron dirigidas por el obispo de Vercelli, Raniero.

Los dulcinitas se procuraron alimento por medio de pillajes cometidos en las campiñas de Valsesia, mientras se refugiaban en una improvisada fortificación en el monte Rubello, cerca de Biella, soportando la hambruna y las nevadas. Cuando fueron derrotados, durante la Semana Santa del año 1307, la mayoría de los Hermanos Apostólicos fueron pasados por las armas inmediatamente, pero el propio Dulcino, su compañera Margherita y su lugarteniente Longino di Bérgamo fueron capturados para su posterior juicio por la Inquisición. Los dos últimos fueron condenados y quemados en la hoguera en Biella en junio de 1307, y Dulcino fue obligado a presenciar sus suplicios, oportunidad en que mostró una entereza notable, según las memorias de la época. En julio del mismo año Dulcino fue torturado y quemado vivo en Vercelli, sorprendiendo a público y verdugos por su templanza ante los tormentos.


Las ideas de Dulcino

Es difícil distinguir sus verdaderas ideas de las acusaciones que se le dirigieron con motivo de la cruzada ordenada por la Santa Sede, entonces radicada en Aviñón. Anunció un inminente fin de los tiempos, en el cual el orden y la paz serían restablecidos. Criticó a la Iglesia por la acumulación de riquezas y predicó la austeridad. Las bases de sus ideas eran:

La oposición a la jerarquía eclesiástica y el retorno de la iglesia a sus ideales originales de pobreza y humildad.
La oposición al sistema feudal.
La liberación de los hombres de cualquier restricción.
La organización de una sociedad igualitaria, de ayuda y respeto mutuos, basada en la propiedad comunitaria y en la igualdad de sexos.
Por estas ideas, fue considerado uno de los reformadores de la iglesia, y uno de los fundadores de los ideales de la revolución francesa, e incluso del anarquismo y del socialismo.

Según Dulcino, la historia de la humanidad constaba de cuatro períodos:

El del Viejo Testamento, caracterizado por la multiplicación del género humano.
El de Jesucristo y los Apóstoles, caracterizado por la castidad y pobreza.
El iniciado por el emperador Constantino y el Papa Silvestre I, caracterizado por una decadencia de la Iglesia a causa de la acumulación de riquezas y ambiciones.
El de los apostólicos, caracterizado por el modo de vivir austero, en pobreza y castidad, que se prolongaría hasta el fin de los tiempos.
Dulcino dejó escritas sus ideas en una serie de cartas enviadas a los Apostólicos entre el 1300 y el 1307.


Dulcino en la literatura

Dante Alighieri nombra a Dulcino en La Divina Comedia (Infierno XXVIII, 55-60), poniendo en boca de Mahoma las siguientes palabras, en las que le recomienda proveerse de víveres y abrigo para evitar su próxima derrota por parte del obispo de Vercelli, al que llama "el novarés":

Or di’ a fra Dolcin dunque che s’armi,
Tu che forse vedrai lo sole in breve,
S’egli non vuol qui tosto seguitarmi,
Sì di vivanda, che stretta di neve
Non rechi la vittoria al Noarese,
Ch’altrimenti acquistar non saria a lieve.


Es decir: "Pues dile a Fray Dulcino que se avitualle / tú que tal vez pronto verás el sol / si no desea unírseme aquí, quemado / que se procure víveres, pues las nevadas / darán paso a la victoria del novarés / que de otro modo no le sería fácil conquistar".

Friedrich Nietzsche exaltó la figura de Dulcino como prototipo del superhombre, imaginándolo "dulce y despiadado, por encima de toda miserable moral, el individuo capaz de colocarse más allá del bien y del mal".

Umberto Eco menciona a Dulcino frecuentemente en su novela El Nombre de la Rosa. El diálogo entre el narrador, Adso, y el viejo Ubertino, cuenta la historia de Dulcino, pero dejando gran parte a la imaginación del lector.

Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Dulcino"

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Herejes, iluminados y rebeldes
Por ApostoloZeno

“...Y digan los hombres lo que quieran, mientras haya gobernantes que llamen suya a la tierra y dictaminen que tal parcela pertenece a éste o a aquél, el pueblo no tendrá libertad ni el país se verá libre de disturbios, opresión y querellas, cosas, todas éstas, que ofenden al Creador”. Gerard Winstanley (The Law of Freedom, 1652)

"De acuerdo con los pensadores cristianos, el pensamiento bíblico conduce directamente al anarquismo, la única posición ''política anti-política'". Jacques Ellul (1912-1994)



Desde tiempos remotos la Iglesia católica, apostólica y romana, también conocida como “Babilonia la Grande, la madre de las rameras”, ha padecido, a veces en silencio y otras con gran alboroto, de almorranas. Ya decía el papa Gregorio VII, en 1078, que “la costumbre de Roma consiste en tolerar ciertas cosas y silenciar otras”. Tolerar, toleraron más bien poco, pero silenciar se les dio de perlas.

Bien sabía la curia católica “cuán provechosa” les resultaba “esta fábula de Jesucristo”, como confesó el papa León X en una carta al cardenal Bembo, sin embargo, ya fuera porque algunos se tomaron la fábula en serio o porque la interpretaron a su manera, la cosa se les fue de las manos y las nalgas papales se llenaron de granos de todo tipo: berenganos, cátaros, valdenses, albigenses, anabaptistas, apostólicos, patarinos, brogardos, lolardos, fraticellis, espirituales, dulcinistas, joaquinitas, husitas… A todos estos furúnculos, Roma los llamó herejes, que, en su sentido etimológico, quiere decir “el que escoge”, el que elige. Y ya sabemos, porque durante siglos lo ha demostrado sobradamente, que a la Iglesia católica eso de la libre elección nunca le ha hecho demasiada gracia.

Les hiciera gracia o no, el caso es que Europa comenzó a llenarse de iluminados que elegían por sí mismos, chalados que se pusieron a traducir la Biblia del latín a las lenguas vernáculas, a decir que, si Dios los había hecho a todos iguales, por qué iban a ser o tener unos más que otros, a condenar la propiedad y las riquezas, a criticar la corrupción del clero y sus estómagos ahítos, a cuestionar dogmas católicos como el bautizo de infantes, la adoración de imágenes o la utilización de suntuosos edificios para celebrar la misa. Y la Iglesia acabó diciendo: “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”.

LOS PRIMEROS DISIDENTES

Uno de estos precoces heresiarcas fue el monje benedictino Berengario de Tours, que allá por el año 1000 se puso la sotana por montera y comenzó a despotricar de la Iglesia por apartarse del verdadero mensaje del Evangelio, que según su visión, condenaba las riquezas y el poder, dos cosas muy del gusto de Roma. Por eso, y por negar la presencia de Cristo en la eucaristía (algo que hoy sabe todo quisqui, pero que entonces ni se sospechaba), Berengario y sus seguidores, los berenganos, fueron condenados por la cúpula católica en los años 1050 y 1051.

Años más tarde, un sacerdote de los Alpes franceses llamado Pedro Bruis, colgó los hábitos porque no estaba de acuerdo con el bautismo de niños, la transubstanciación, las oraciones para los muertos, la adoración de la cruz, la necesidad de tener edificios que sirvan de iglesias y otras milongas católicas. Tras ser expulsado de su diócesis de los Alpes, Bruis se fue a predicar por todo el sur de Francia y consiguió muchos discípulos además de acabar siendo pasto de las llamas en 1140.

Enrique de Lausana, también conocido por Enrique de Cluny o Enrique de Tolouse, continuó la obra de Bruis. Enrique era monje y ya en 1101 había empezado a echar pestes en contra de la liturgia eclesiástica, la corrupción del clero y la jerarquía de la Iglesia. Sostenía que no había más verdad que la que se pudiera deducir de las mismas Escrituras. Como su colega Bruis, predicó por todo el sur de Francia, hasta que en 1148 fue a parar con sus huesos en la cárcel, donde acabó espichándola.


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http://www.lisergia.net/quebelloesvivir/estadodecoma/herejes01.html---

LOS VALDENSES O POBRES DE LYON

En 1173, un rico y devoto mercader de Lyón llamado Pedro Valdo (o Waldo) está hablando con un colega cuando de repente se le muere delante de sus narices. Pedro se queda patidifuso, comienza a entrarle canguelo eso de morir en pecado y acude raudo y veloz a un cura amigo suyo. Éste se marca un farol y le dice: “Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes y dáselo a los pobres”. Pero Pedro no pilló la ironía y se tomó el consejo al pie de la letra: le pasó una pensión a su mujer y a sus dos hijas, encargó a dos sacerdotes que tradujeran los Evangelios al provenzal para que sus paisanos lo entendieran y distribuyó el resto de sus posesiones entre los pobres.

Cuentan que en las fiestas del pueblo Valdo se puso a repartir su dinero gritando "Ningún hombre puede servir a dos amos, a Dios y a Mammon" (que no es ningún cabrón, sino el dios del dinero). Y mientras la gente se quedaba con la pasta del supuesto chiflado, Valdo les espetó: "Conciudadanos y amigos, no estoy loco, como pensáis, sino que solamente me estoy vengando de mis enemigos, que me hicieron un esclavo, de modo que tuviera siempre más cuidado del dinero que de Dios, y sirviera a la criatura más que a su Creador. Ya sé que muchos me culparán por actuar así abiertamente. Pero lo hago por mi propio interés y por el vuestro; en el mío, de modo que aquellos que me vean a partir de ahora poseyendo algún dinero digan que soy un loco; en el vuestro, para que aprendáis a poner la esperanza en Dios y no en los ricos".

Entre esto y las Biblias traducidas que fueron rulando de mano en mano, poniendo por primera vez las Escrituras en manos del pueblo que, por supuesto, sacó sus propias conclusiones, Valdo encontró un gran número de seguidores, especialmente entre los campesinos y los artesanos. El clero comenzó a recelar de aquellos hombres humildes, ya conocidos como “los pobres de Lyon” que, de dos en dos, descalzos y harapientos, iban predicando a su manera la “Palabra de Dios”. Para ellos, cualquier cristiano, fuera hombre o mujer, podía predicar siempre y cuando tuviese suficiente conocimiento de las Escrituras.

En 1179 el papa Alejandro III prohibió a Valdo y a sus seguidores predicar sin el permiso del obispo local, el cual, como era de esperar, se negó a dárselo. Pero Valdo y los suyos hicieron oídos sordos y replicaron a la jerarquía católica tomando las palabras de Hechos 5:29: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. Y con estas siguieron vociferando sus doctrinas.

Los valdenses estaban apasionadamente interesados por una reforma de la Iglesia según las líneas del ideal apostólico representado por el Nuevo Testamento. Este ideal promovía la pobreza y la simplicidad del estilo de vida. Los miembros ‘perfectos' de la comunidad hacían comunismo y celibato obligatorios, sin embargo a los ‘discípulos' se les permitía casarse y tener propiedades. Los valdenses fueron de los primeros insumisos declarados de la historia. Se negaron a cumplir el servicio militar, abogaron por la supresión del Estado y condenaron la pena de muerte. Además criticaron la corrupción eclesiástica y la enseñanza y práctica de la Iglesia sobre el purgatorio y las indulgencias. Rechazaron la adoración de imágenes, la transubstanciación, el bautismo de infantes, el culto a María, las oraciones a los santos, la veneración de la cruz y las reliquias, el arrepentimiento de última hora, la confesión a los sacerdotes, las oraciones a los muertos, las indulgencias papales, el celibato sacerdotal y el uso de imponentes y elegantes edificios religiosos para celebrar misa. De hecho, los valdenses celebraban la eclesia, la asamblea, de forma clandestina en establos, hogares particulares o donde quiera que encontrasen un hueco. Consideraban a Roma como “Babilonia la Grande, la madre de las rameras” e invitaban a la gente a huir de ella.

En 1184 el papa Lucio III los excomulgó junto con otro grupo formado por obreros de la lana de Milán conocidos como “los humillados” (descendiente de los 'patarinos' o 'pordioseros'), y el obispo de Lyon los expulsó de la diócesis provocando una diáspora de valdenses que extendieron su mensaje no sólo por el sur de Francia y el norte de Italia, sino también por el este y norte franceses, por España, Flandes, Alemania, Austria, Bohemia y Polonia, donde Valdo murió en 1217. La Iglesia de Roma puso todos los medios de que disponía para exterminar a los valdenses, los cuales se unieron por un tiempo con los humillados formando el movimiento de los ‘Pobres lombardos'. A la pregunta de cómo distinguir a los herejes del resto de la población durante la toma de Béziers, el abad de Citeaux, Arnaud Amalric, legado papal, contestó: “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”.

Miles de personas fueron asadas en las barbacoas organizadas por la Inquisición. La Santa Sede rabiaba de envidia e impotencia, al ver cómo el ejemplo de los valdenses prendía entre los simples como la pólvora. “Sus adherentes viven justamente delante de todos los hombres y creen en todos los artículos del Credo, respetando en todo a Dios: Solamente blasfeman de la Iglesia y del clero romanos: por esto tan grandes multitudes de laicos les prestan atención”, dijo de los valdenses el inquisidor de Passau en el S. XII. Los muy jodidos se cagaban en la jerarquía católica y encima daban ejemplo:

“Los herejes valdenses se distinguen por su comportamiento y el habla. Son impasibles y sensatos. No se esfuerzan en llamar la atención con vestidos extravagantes o indecorosos. No son comerciantes con el fin de evitar mentir, jurar o engañar. Viven únicamente del trabajo artesano de sus manos. También sus maestros son tejedores y zapateros. No acumulan riquezas, sino que se contentan con lo necesario para vivir. Comen y beben con moderación, no frecuentan posadas ni van a bailes u otro lugares de mala reputación. Son lentos para la ira. Son trabajadores, se dedican a aprender y a enseñar. Les reconocerán por su manera de hablar: con cordura y veracidad. No difaman, no hablan con palabras vulgares o vacías. Evitan toda expresión que pueda ser mentirosa o de juramento. No dirán “sinceramente” o “de verdad”, sino que se limitarán a decir “si” o “no”. Según ellos hacen así porque Jesús lo ordenó en Mateo 5:37”. (Passauer Anonymus).

A pesar de los pesares, la Iglesia los persiguió hasta la tumba. El papa Inocente III autorizó a ciertos monjes como inquisidores, se montaron infinitud de procesos judiciales contra cualquier sospechoso de herejía y se instituyó la orden de los frailes dominicos para contrarrestar las influencias doctrinales de los valdenses.

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LOS CÁTAROS O ALBIGENSES

La herejía albigense se mantuvo activa desde mediados del siglo XII hasta mediados del XIII. Albigense deriva del albigés, proveniente de la comarca situada al noreste de Tolosa (Toulouse) cuyo centro era Albi. El movimiento tuvo su foco central en el sureste francés y el Rosellón catalán, la zona conocida como Occitania o Langedoc. También denominados cátaros, apelativo de origen griego que significa ‘puro', nadie sabe quién fue su fundador o sus fundadores.

En Occidente, son predicadores ambulantes los que importan de Oriente el catarismo con su nombre griego. Al principio predicaron, también con el ejemplo, el ideal de vida apostólica y evangélica, por ello encontraron mucha aceptación. Pero pronto revelarán su doctrina dualista, “que indudablemente no es de origen popular ni puramente bíblica”, como asegura H. Grundmann. “Se trata de una cosmogonía y una mitología orientales, sin dudas derivadas del maniqueísmo, que son absolutamente incompatibles con la doctrina y la moral de la Iglesia”, dice el historiador.

Maniqueos y orgullosos de serlo, para los albigenses sólo existen dos poderes enfrentados: la luz y la oscuridad; el dios bueno, creador del espíritu, y el dios maligno, Satán, creador de lo material. Por su desprecio al cuerpo (que por algo es material), los albigenses se oponían al matrimonio y practicaban una ascesis tan rigurosa que algunos llegaban a morirse literalmente de hambre, dieta a la que llamaban 'suicidio de liberación'.

Rechazaban la divinidad de Cristo y casi todos los sacramentos de la Iglesia establecida. Se oponían a la jerarquía eclesiástica y pensaban que Jesús dio por igual a todos sus apóstoles, sin afán de poder ni riquezas. Cuestionaron el bautismo, la eucaristía, la virginidad de María, la conversión del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo… Influidos por las filosofías orientales, creían en la reencarnación y muchos llegaron a hacerse vegetarianos. Además de maniqueos, los albigenses eran milenaristas. Aseguraban que en cuanto Jesús regresara a la Tierra (y pensaban que estaba al caer) desaparecerían la propiedad, el dinero, el clero, los reyes, los ricos, los pobres, las guerras, las naciones y demás desatinos humanos.

Aunque la herejía albigense fue un movimiento de amplias dimensiones, un movimiento de masas, no debemos caer en el error de imaginarnos a todo el Languedoc poblado de ascetas escuálidos y comeflores clamando por la abolición del dinero y del poder. Tan sólo los “perfectos” guardaban rigurosamente los preceptos de la doctrina cátara; luego estaba “una masa seducida por las virtudes de los ‘perfectos', pero a la vez de ningún modo deseosa de romper con sus marcos habituales, muy poco al corriente, por lo demás, de las contestaciones dogmáticas”, según P. Wolf.

Los albigenses fueron condenados en el Concilio de Luterano por orden del papa Alejandro III. Sin embargo sus ideas no dejaron de propagarse, e incluso ricos y nobles, como los condes de Tolousse, de Foix y de Beziers, abrazaron interesadamente la causa. El papa inició entonces una cruzada contra ellos ofreciendo indulgencias y una parcelita en el Cielo a todo aquel que fuera a combatirlos. Aunque las diferentes cruzadas anti-albigenses acabaron en 1229 con la rendición de Tolosa, continuaron incursiones militares puntuales como el asedio y la toma del último gran castillo cátaro, Montsegur, en 1244 y la acción de la inquisición contra aquellos grupúsculos resistentes que se refugiaron en el Pirineo catalán.

Claro que la Iglesia católica tiene otra versión de lo sucedido. Según la Iglesia, la que verdaderamente acabó con los albigenses fue la mismísima Virgen María en persona, que se le apareció a Santo Domingo, quien había sido achuchado por Inocencio II para que les comiera la oreja a los herejes, y le regaló un rosario para que lo blandiera “en contra de los enemigos de la Fe”. Gracias al rosario, Santo Domingo logró convertir a los pobrecitos de los cátaros que, engañados por el Demonio, se habían apartado de la senda marcada por la Cúpula eclesiástica. O sea, que las cruzadas, las persecuciones y las hogueras no tuvieron nada que ver.

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'¡Pan, por el amor de Dios!'
El revival de la herejía del Espíritu Libre
Por ApostoloZeno
A mediados del siglo XIII comenzó a ser habitual encontrar por las calles de numerosas ciudades europeas a mendigos harapientos vestidos con hábitos rojos y encapuchados que iban en ruidosos grupos orando por las almas y pidiendo limosna al grito de "¡Pan, por el amor de Dios!". La gente los conocían con el nombre de beghards -la palabra inglesa "beg" significa "mendigar"- y no tardarían en ser señalados por el dedo acusador de la Iglesia Católica, que sin titubeo alguno, los calificó de herejes.

Los begardos fueron una suerte de fraternidad de indomables y revoltosos "monjes errantes" que allá donde iban la liaban. Uno de sus pasatiempos favoritos era interrumpir las ceremonias religiosas mostrando su desprecio por la disciplina eclesiástica y clamando contra los curas y frailes de vida relajada. Predicaban frenéticamente, sin autorización pero con gran éxito popular, y al menor disturbio, se dispersaban en pequeños grupos, migrando de montaña en montaña como guerrilleros del maquis. Por lo general, estos "mendigos santos", de muy distintas procedencias sociales, hacían vida de ermitaños, felices en las montañas, yendo de un lado para otro, instalándose en "refugios de pobreza voluntaria" cerca de las ciudades y malnutriéndose de la caridad de la gente.

En un principio, los begardos no tenían en común ninguna doctrina herética en particular, cada uno era de su padre y de su madre, pero hacia mediados del siglo XIV las autoridades eclesiásticas advirtieron que entre ellos existía cierto número de misioneros del Espíritu Libre, herejía que la Iglesia creía extinguida desde hacía más de un siglo. Recordemos que los hermanos del Espíritu Libre eran algo así como iluminados ultra anárquicos que hacían lo que les daba la gana bajo la excusa de estar inspirados por el mismísimo Creador. Los begardos tomaron el testigo.

El público objetivo de las prédicas begardas, como diría un publicista, fueron las mujeres, particularmente las viudas y solteronas de clase alta. Estas mujeres, conocidas como beguinas, tuvieron una especial importancia en la divulgación de la herejía del libre espíritu. Aunque vestían como religiosas -con una túnica de lana gris o blanca con capucha y velo- vivían a su aire: algunas de ellas vivían con sus familias o bien se ganaban el pan con su trabajo; otras vivían como mendigos errantes; muchas se constituyeron en comunidades religiosas no oficiales, conviviendo en una casa o grupo de casas.

Las beguinas se multiplicaron en la región que actualmente ocupa Bélgica, en el norte de Francia, en el valle del Rhin -Colonia contaba con doscientas beguinas-, en Baviera y en ciudades de Alemania central. Junto con los begardos fueron condenadas en el concilio de See de Mainz en 1259, repitiéndose la condena en 1310. Estos concilios excomulgaban a los "mendigos santos" que, en comportamiento y vestidos, se distinguían de los demás cristianos, y ordenaban que si se negaban a entrar en vereda debían de ser expulsados de todas las parroquias. Al mismo tiempo empezó a discutirse la ortodoxia de las beguinas. En el valle del Rhin se prohibió a los monjes que hablaran con una beguina a no ser en la iglesia o en presencia de testigos; si un monje entraba en una casa de beguinas podía ser castigado con la excomunión. En 1274, un franciscano de Tournai informó que, aunque no estaban preparadas en teología, las beguinas se deleitaban en nuevas y sutilísimas ideas. Habían traducido las Escrituras al francés e interpretado sus misterios, sobre los que hablaban de forma irreverente en sus reuniones y en las calles. Las Biblias vernáculas, llenas de errores y herejías, estaban a disposición del público en París. Un obispo del oriente de Alemania se quejaba de que estas mujeres eran perezosas charlatanas vagabundas que se negaban a obedecer a los hombres bajo pretexto de que Dios era mejor servido en libertad. En 1317 el obispo de Estrasburgo, después de recibir muchas quejas sobre la existencia de la herejía en su dioócesis, creó una comisión de investigación, pudiendo pronto enviar una carta pastoral basada en sus hallazgos a su clero. Se prohibía a los "hermanitos y hermanitas del Espíritu Libre" -vulgarmente conocidos como "beghards y mendigos de pan por el amor de Dios"-, so pena de excomunión, que llevaran sus vestiduras peculiares; igualmente se prohibía al pueblo bajo pena de excomunión que dieran limosnas a los así vestidos. Se declaraban confiscadas en favor de los pobres todas aquellas casas en las que se tuvieran reuniones heréticas. Debía entregarse toda la literatura herética y ser abandonado el grito limosnero de "pan por el amor de Dios". El obispo hizo todo lo posible para asegurar que estas instrucciones se llevaran a buen termino. Visitó su diócesis y, al encontrar en todas partes signos de herejía, organizó la primera Inquisición Episcopal regular en suelo alemán. Aún así la doctrina del Espíritu Libre siguió propagándose.

En el siglo XVI, en medio de la tormenta de la Reforma, los Países Bajos y el norte de Francia vieron la propagación de una doctrina que fue llamada "libertad espiritual" pero que en todos sus puntos esenciales era todavía la antigua doctrina del Espíritu Libre -doctrina que resultaba tan antipática a los protestantes como a sus oponentes católicos. Un sastre llamado Quintín fundó a mediados del siglo XVI una secta que, según el historiador Norman Cohn, heredó todo el anarquismo de la Fraternidad medieval del Espíritu Libre. Quintin era oriundo de Hainaut y se le empezó a conocer en Lille en 1525; una década más tarde se dirigió a París con otro sastre y un sacerdote apóstata. En 1543 Quintin y otros tres compañeros consiguieron empleo como servidores en el séquito de la reina Margarita de Navarra, que les aceptó como místicos cristianos. Dos años más tarde Calvino escribió a Margarita previniéndola para que no se dejara engatusar por estos "libertinos espirituales". Parece ser que finalmente Quintin fue expulsado de la corte, pues en 1547 estaba de nuevo en su patria. Como consecuencia de haber intentado seducir a cierto número de damas respetables de Tournai, fue descubierto, juzgado y quemado.

La ideología de la Fraternidad del Espíritu Libre y de sus sucesores los libertinos espirituales ha sido calificada como doctrina del anarquismo místico. En un esbozo escrito hacia 1330 en el principal centro de la herejía, Colonia, el místico católico Suso -del que ya hablamos en la primera entrega de esta serie- evoca con admirable concisión las cualidades del Espíritu Libre que le hacían esencialmente anárquico. Suso explica que un límpido domingo, mientras estaba sentado dedicado a la meditación, se le apareció a su espíritu una imagen ideal. Suso pregunta a la imagen (en plan Pimpinela): "¿De dónde vienes?". La imagen contesta: "No vengo de ninguna parte". "Dime, ¿quién eres?". "No soy". "¿Qué deseas?". "No deseo". "¡Esto es un milagro! Dime, ¿cómo te llamas?". "Me llaman violencia sin nombre". "¿Qué pretendes?". "Llegar a una libertad sin trabas". "Dime, ¿a qué llamas libertad sin trabas?". "Cuando el hombre vive según todos sus caprichos sin distinguir entre Dios y él, y sin mirar ni hacia adelante ni hacia atrás..."

Y es que debemos reconocer que estos místicos anárquicos eran muy suyos. La beguina vienesa Agnes Blannbekin, a la que podemos ver en la imagen de la izquierda, cuenta en su libro ‘Vida y revelaciones', cómo "un día, al comulgar... comenzó a pensar en dónde estaría el prepucio de Jesucristo. ¡Y ahí estaba! De repente sintió un pellejito, como una cáscara de huevo, de una dulzura completamente superlativa, y se lo tragó. Apenas lo había tragado, de nuevo sintió en su lengua el dulce pellejo y, una vez más, se lo tragó. Y esto lo pudo hacer unas cien veces...". Ni garganta profunda oigan.

Lo que distinguió a los adeptos al Espíritu Libre de todos los demás sectarios medievales fue, precisamente, su total falta de moralidad. Para ellos la prueba de salvación consistía en desconocer la conciencia y los remordimientos. Son innumerables sus afirmaciones que testimonian acerca de esta actitud: "El que atribuye a sí cualquier cosa que hace, y no la atribuye a Dios, está en la ignorancia, es decir en el infierno... El hombre no hace nada por sí mismo". Y también: "El que reconoce que Dios hace en él todas las cosas no peca. Pues no debe atribuirse a sí sino a Dios todo lo que hace". "Un hombre que tiene conciencia es demonio, e infierno, y purgatorio, atormentándose a sí mismo. Quien es libre de espíritu escapa de todas esas cosas". "Nada hay que sea pecado, a excepción de aquello que se piensa que es pecado". "Uno puede estar tan unido a Dios que haga lo que haga no puede pecar". "Pertenezco a la libertad de la naturaleza, y hago todo lo que me pide mi naturaleza... soy un hombre natural". "El hombre libre tiene toda la razón cuando hace lo que le agrada". Estos dichos son típicos; y sus consecuencias, claras. Todo acto realizado por un miembro de esta minoría era llevado a cabo "no en el tiempo sino en la eternidad"; poseía un gran significado místico y su valor era infinito. Esta era la secreta sabiduría que un adepto reveló a un estupefacto inquisidor con la seguridad de que había sido "tomada de las más interiores profundidades del abismo divino" y mucho más digna que todo el oro del tesoro municipal de Erfurt. "Sería mucho mejor", añadió, "que el mundo fuera destruido y pereciera totalmente a que un 'hombre libre' se abstuviera de un acto que le pida su naturaleza". Naturalmente, ya podemos imaginarnos cómo acabó este hombre libre y sincero.

Existe una descripción, escrita a mediados del siglo XIV y basada probablemente en la observación directa, de una beguina recitando su catecismo al beghard hereje, su director espiritual: "Cuando un hombre ha alcanzado realmente un conocimiento grande y superior ya no está obligado a observar ninguna ley ni mandamiento, pues se ha hecho uno con Dios. Dios ha creado todas las cosas para que sirvan a tal persona, y todas las cosas que Dios ha creador son propiedad de este ser... Tomará de todas las criaturas todo cuanto su naturaleza desee o anhele, y no tendrá ningún escrúpulo, porque todo cuanto es creado es suyo. Todos los pueblos y criaturas están obligados a servir a un hombre al que sirve el mismo cielo; y si cualquiera desobedece, sólo él es culpable".

Inmediatamente después de su éxtasis, sor Catalina recibe un consejo concebido en estos términos: "Ordenarás a todas las cosas creadas que te sirvan según tu voluntad, a mayor gloria de Dios... Llevarás todas las cosas hacia Dios. Si deseas usar todas las cosas creadas tienes derecho a hacerlo, pues toda criatura que uses la retornarás a su origen divino".

Para los "hermanitos y hermanitas del Espíritu Libre" eso de usar valía lo mismo para apropiarse de lo ajeno que para tirarse a cualquiera que se moviera. Según un avezado adepto si una mujer era "usada" por un hermano del Espíritu Libre se volvía más casta que antes, y si anteriormente había perdido su virginidad ahora la recobraba. Se decía que una de las señales más seguras de los "sutíles de espíritu" era, precisamente, la facilidad de darse a la promiscuidad sin temor a Dios ni remordimientos de conciencia. Algunos adeptos atribuían un valor trascendental, casi místico, al acto sexual realizado por ellos. Los Homines intelligentiae llamaban al folleteo "las delicias del paraíso" o la "subida" (término usado para la ascensión en el éxtasis místico); y los "amigos de sangre" turingios de 1550 lo consideraban como un sacramento al que llamaban "cristería". Para todos ellos el adulterio estaba dotado de un valor simbólico como afirmación de su emancipación. Nunca mejor dicho fornicaban como locos.

Además practicaban el nudismo de interior, es decir, iban por las calles en pelota picada. Argumentaban que habían retornado al estado de inocencia que existió antes de la caída. El agudo comentador Charlier de Gerson vio con toda claridad la conexión entre el culto a Adán y las prácticas de los hermanos del Espíritu Libre. Hizo notar que los turlupins iban a menudo desnudos, diciendo que nadie debe avergonzarse de ninguna cosa que sea natural. Pensaban que una parte esencial del estado de perfección sobre la tierra era el ir desnudos y sin remordimientos, como Adán y Eva en el jardín del Edén.

Resulta muy curioso que la misma convicción de su infinita superioridad fue la que primero convirtió a los adeptos al Espíritu Libre en portadores de una doctrina social revolucionaria. Hacia el siglo XIV al menos algunos de ellos habían decidido que el estado de inocencia no podía reconocer la institución de la propiedad privada. En 1317 el obispo de Estrasburgo comentaba: "Creen que todas las cosas son propiedad común, de donde deducen que el robo les está permitido". Y en efecto así era. Trampas, robos, asaltos a mano armada, para ellos todo estaba justificado. Juan de Brünn reconoció que él había cometido todas estas cosas y dijo que eran normales entre los doscientos begardos que conocía; y hay pruebas de que realmente se trataba de prácticas comunes de la fraternidad de Espíritu Libre. "Deja que tu mano coja todo lo que vea y desee", era una de sus máximas.

El mangoneo y el desprecio por la propiedad privada perduró hasta los siglos XVI y XVII. Los libertinos espirituales descritos por Calvino defendían que nadie debía poseer ninguna cosa y que cada uno debía tomar todo lo que pudiera. Si todo esto hubiera sido simplemente una justificación del robo hubiera tenido poca importancia, pues los ladrones profesionales no tienen necesidad de doctrina y las demás personas no hubieran resultado afectadas. Pero, de hecho, lo que los hermanos del Libre Espíritu tenían que decir respecto a la propiedad privada tenía amplias implicaciones. "Dejad, dejad, dejad vuestras casas, caballos, bienes, tierras, dejadlo, haced cuenta de que nada es vuestro, tened todas las cosas en común...". La semilla anarcomunista volvía a germinar.

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