La Vanguardia
LA CONTRA
FILÓSOFO Y EXPERTO EN NEUROCIENCIA
Tengo 59 años. Me temo que ya, más que crear, defiendo mis teorías. He dedicado mi vida al saber, pero creo que tenemos también derecho a no saber. Entramos en una década prodigiosa de progreso científico que revolucionará nuestro destino como especie. He dirimido la culpa de un ordenador presunto homicida para la Fundació La Caixa
DANIEL C. DENNET: "Me temo que seremos como dioses"
¿HAL ASESINO?
Dirige el proyecto COG del centro puntero en inteligencia artificial, el Massachusetts Institute of Technology. Y ese trabajo le obliga a plantearse preguntas como: "¿Era el ordenador HAL (siglas precedentes en el abecedario a las de IBM) del filme "2001..." de Kubrick culpable de asesinato?". Desde el MIT domina las últimas fronteras del conocimiento humano. Reducida la vida al puzzle del DNA, queda sólo por descifrar el misterio del saber mismo. Dennet coopera ahora con la concejalía barcelonesa de la Ciudad del Conocimiento en el próximo Fòrum de les Cultures. Su mayor inquietud es que en ese foro muchos de los descubrimientos que hoy son futuro serán ya pasado. Espero que por lo menos sigan siendo noticia
La Vanguardia - 04.15 horas – 06/06/2001 LLUÍS AMIGUET
Un misterio es aquello de lo que no sabemos ni las preguntas. Si las hallas, el misterio se convierte en un puzzle por completar y entonces llegan las respuestas. Hoy para el hombre sólo queda un gran misterio: cómo funciona su mente. Existía otro, el de la vida, pero ha sido reducido a un mero puzzle, el del DNA, en el que las últimas piezas se están encajando. Ese es mi trabajo: busco las preguntas para ese último gran misterio.
-¿Y cuáles son esas preguntas?
-¿Cómo la mente piensa en algo y cómo la mente tiene consciencia de estar pensando en algo? He dedicado mi vida a encontrar esas preguntas siempre desde una perspectiva naturalista y evolutiva del conocimiento, la conciencia y la intencionalidad.
-Y, ¿qué hace nuestro cerebro?
-Es una máquina de fabricar futuro.
-Como la poesía, pero ¿qué quiere decir?
-Nuestro cerebro atesora datos del pasado y los transforma en anticipaciones del futuro. Ese es el secreto de toda vida animada. Y el perfeccionamiento de esa capacidad ha llevado a la inteligencia humana a conjurar peligros y sobrevivir a los peores cataclismos.
-¿Puede ser más específico?
-Pues, oiga, no.
-Pero, ¿por qué?
-Porque parte del misterio del que hablaba consiste en no saber lo que va a suceder y, en este caso, menos, porque el saberlo cambiará nuestra manera de pensar.
-No sé si le comprendo.
-Estamos en el umbral de una década prodigiosa de aceleración del conocimiento que superará al Renacimiento. Ahora mismo las piezas están encajando: lo que sabíamos en 1988, por ejemplo, está ya muy desfasado. Y en biología evolutiva se vive una auténtica fiebre del oro. La biología molecular combinada con la tecnología de la información crean expectativas revolucionarias. Los enigmas de la humanidad han sido convertidos en gigantescos rompecabezas que los laboratorios solucionan con ordenadores omnipotentes. Ahora sabemos que pronto ya no pensaremos como ahora. Y me refiero también al modo de pensar, Seremos otra especie.
-Suena muy espectacular.
-Le aseguro que jamás me distinguí por ser espectacular.
-Le creo.
-Al contrario, me incomoda el increíble poder que vamos a acumular en pocos años.
-¿Seremos como dioses?
-Me temo que sí, que seremos como dioses. Tendremos un poder de decisión sobre nuestras vidas, incluida su duración, su reproducción, su intensidad... jamás experimentado por ningún ser humano.
-¡Es maravilloso!
-Hummm. Yo no estoy tan seguro. Los filósofos decimos "El deber implica el poder". Hoy somos responsables de una hambruna en África porque podemos evitarla como podemos hoy combatir epidemias que desconocíamos hace un siglo en países que no existían entonces, pero ahora somos responsables si no hacemos algo.
-¿Y sobre nuestras propias vidas?
-Como tendremos más poder. Nuestras responsabilidades serán enormes, inconcebibles hoy: y no me refiero sólo a la posiblidad de clonarnos en vez de engendrarnos. Créame: debemos esperar lo inesperable.
-Y saberlo casi todo.
-¿De verdad? Hummmmm. ¿Conoce la enfermedad de Huntington?
-Pues no.
-Es un mal genético incurable que acaba contigo tras horrible agonía. Se pronostica con mucha antelación mediante un sencillo test. Al descubrirlo, creyeron que la gente haría cola para saber si sufrirían la enfermedad.¿Le gustaría saber cuándo va a morir?
-Si no puedo evitarlo, mejor no.
-¡Exacto! Nadie hace el test. ¡Luego el saber no es siempre deseable! También tiene sus límites y yo me siento responsable de ellos. ¿Le interesa la bioquímica del orgasmo cuando hace el amor con alguien que ama?
-También la inquisición decía que no nos convenía saber demasiado.
-Yo sostengo que si un conocimiento no nos sirve para mejorar, no vale la pena...
- Yo creía que el saber es bueno "per se".
-Yo me preocupo del impacto de mis investigaciones. Debemos preocuparnos. El 95 por ciento de los trabajos que se hacen hoy en la fiebre del oro del conocimiento resultan perfectamente inútiles, pero el cinco por ciento restante cambiará la faz de la tierra y nuestro destino como especie.
-¿Son más inteligentes nuestros hijos que nosotros?
-No sólo lo son, como prueban las mediciones de Flynn, sino lo son de un modo más eficaz. Mucha gente se queja de que los niños de hoy no saben la tabla del nueve o la lis-ta de los ríos de su país... ¿¿¿Y qué??? ¿No lleva usted un "palm pilot"?
-Pues no.
-Es igual. ¿Lleva usted agenda?
-Sí, claro.
-Pues eso es inteligencia periférica y cada vez tenemos más. Si usted me roba mi ordenador portátil me está amputando, literalmente, una parte de mi cerebro. Pensar ya no es un acto reflejo que sucede aquí en nuestro cerebro: pensamos con todos esos cerebros que hemos creado fuera de nosotros.
-Pero la memoria es útil.
-Nuestro cerebro es malo multiplicando, pero es excelente reconociendo patrones o en la exploración libre de ideas. Entonces, ¿por qué demonios no deja al chaval usar la calculadora y libera así su mente para dedicarla a lo que realmente le hace único y especial?
lunes, 30 de junio de 2008
Cáncer de próstata
Fech: 02 Mar 96
De: Antonio Rodriguez Babiloni
A: Ruben
Tema: El cancer de prostata
RFG> A mi tio le han diagnosticado cancer de próstata. Parece ser que las dos soluciones que le han dado han sido bien operar, bien seguir un tratamiento para intentar detener su crecimiento. Mi tio ha preferido el tratamiento pues según me comentó si le operan deberán 'castrarlo' ya que por lo visto se le ha extendido hasta los genitales.
El cancer de prostata como el de mama es hormono dependiente, por lo cual la producción de testosterona lo estimula, creemos que si todos los hombres vivieran lo suficiente todo tendrían c.p., pero como al llegar a cierta edad las hormonas sexuales, estan, muy de capa caida la progresion, puede ser muy lenta o incluso detenerse por completo.
En una serie de autopsias hechas al azar, se encontro que EL 80% DE LOS HOMBRES DE MAS DE 80 AÑOS, lo padecían.
Como ves su malignidad depende de la edad, en un anciano, no pasa casi nada, pero en una pesona joven y por tu edad, creo que tu tio no debe tener mas de 60 es mas grave. Como es hormono dependiente, lo que se hace es tratarlo quitando las hormonas, es decir castrando de forma física o química, no es que se trate así porque se haya extendido. El problema es que la castración química cuesta un mínimo de medio millon por año y no es tan completa ni tan fiable como la física, que es la que siguen recomendando los autores ingleses. Pero hay que reconocer que los efectos psicológicos de la dicha castración pueden ser muy importantes y originar una seria depresión.
RFG> hoy en dia hay bastante gente que se cura de ese mal. Pero como en realidad no tengo la más mínima idea me gustaría que me mandaseis la información que podais al respecto y de la posible solución que se le pueda dar. Ya me imagino que se lo dirán los médicos que le atienden pero
Depende de la edad, si tu tio tiene cincuenta años o poco mas es muy maligno y dificilisimo de parar, además da metastasis muy puñeteras, aunque yo conozco dos casos de curación, ojo en oncología eso se dice cuando vives a los cinco años de la detección del tumor, si tiene de 60 a 70 es bastante tratable y si tiene mas de 70 es olvidable.
De todas formas esto no es absoluto y depende de las personas, del tiempo que se haya tardado en detectarlo, hoy con las determinaciones de P.S.A., un anticuerpo elevado siempre en las neos de prostata y que yo pido cada tres años a todos mis pacientes de mas de cuarenta y cada año a los de mas de cincuenta, se detecta bastante repidamente, etc.
Recomiendo que no le dejes leer este mensaje a tu tio o elimines las partes mas puñeteras.
De todas formas yo operaría, mas que nada para evitar las molestias ligadas al crecimiento de la próstata como la micción frecuente nocturna, etc. y también daría el tto., que es lo que se hace ahora.
Se inyecta una inyección mensual de una hormona que vale unas 40m pesetas la inyección, mas un tratamiento con pastillas a unas 10m mes, por supuesto entra todo en la seguridad social, se vigila la PSA para ver si sube, baja o se estabiliza, de todas formas cada vez que se detiene la medicación en todos los casos que he visto, salvo tal vez en los intervenidos y también en algunos de estos, empieza a subir la PSA. Los efectos secundarios de esta medicación son muy escasos y suele dar solo rubefacción y sensación de calor, asociado por supuesto a una casi completa impotencia sexual.
Un saludo afectuoso
Antonio
De: Antonio Rodriguez Babiloni
A: Ruben
Tema: El cancer de prostata
RFG> A mi tio le han diagnosticado cancer de próstata. Parece ser que las dos soluciones que le han dado han sido bien operar, bien seguir un tratamiento para intentar detener su crecimiento. Mi tio ha preferido el tratamiento pues según me comentó si le operan deberán 'castrarlo' ya que por lo visto se le ha extendido hasta los genitales.
El cancer de prostata como el de mama es hormono dependiente, por lo cual la producción de testosterona lo estimula, creemos que si todos los hombres vivieran lo suficiente todo tendrían c.p., pero como al llegar a cierta edad las hormonas sexuales, estan, muy de capa caida la progresion, puede ser muy lenta o incluso detenerse por completo.
En una serie de autopsias hechas al azar, se encontro que EL 80% DE LOS HOMBRES DE MAS DE 80 AÑOS, lo padecían.
Como ves su malignidad depende de la edad, en un anciano, no pasa casi nada, pero en una pesona joven y por tu edad, creo que tu tio no debe tener mas de 60 es mas grave. Como es hormono dependiente, lo que se hace es tratarlo quitando las hormonas, es decir castrando de forma física o química, no es que se trate así porque se haya extendido. El problema es que la castración química cuesta un mínimo de medio millon por año y no es tan completa ni tan fiable como la física, que es la que siguen recomendando los autores ingleses. Pero hay que reconocer que los efectos psicológicos de la dicha castración pueden ser muy importantes y originar una seria depresión.
RFG> hoy en dia hay bastante gente que se cura de ese mal. Pero como en realidad no tengo la más mínima idea me gustaría que me mandaseis la información que podais al respecto y de la posible solución que se le pueda dar. Ya me imagino que se lo dirán los médicos que le atienden pero
Depende de la edad, si tu tio tiene cincuenta años o poco mas es muy maligno y dificilisimo de parar, además da metastasis muy puñeteras, aunque yo conozco dos casos de curación, ojo en oncología eso se dice cuando vives a los cinco años de la detección del tumor, si tiene de 60 a 70 es bastante tratable y si tiene mas de 70 es olvidable.
De todas formas esto no es absoluto y depende de las personas, del tiempo que se haya tardado en detectarlo, hoy con las determinaciones de P.S.A., un anticuerpo elevado siempre en las neos de prostata y que yo pido cada tres años a todos mis pacientes de mas de cuarenta y cada año a los de mas de cincuenta, se detecta bastante repidamente, etc.
Recomiendo que no le dejes leer este mensaje a tu tio o elimines las partes mas puñeteras.
De todas formas yo operaría, mas que nada para evitar las molestias ligadas al crecimiento de la próstata como la micción frecuente nocturna, etc. y también daría el tto., que es lo que se hace ahora.
Se inyecta una inyección mensual de una hormona que vale unas 40m pesetas la inyección, mas un tratamiento con pastillas a unas 10m mes, por supuesto entra todo en la seguridad social, se vigila la PSA para ver si sube, baja o se estabiliza, de todas formas cada vez que se detiene la medicación en todos los casos que he visto, salvo tal vez en los intervenidos y también en algunos de estos, empieza a subir la PSA. Los efectos secundarios de esta medicación son muy escasos y suele dar solo rubefacción y sensación de calor, asociado por supuesto a una casi completa impotencia sexual.
Un saludo afectuoso
Antonio
Pragmática de la comunicación
From cornella@infonomics.net
Thu Feb 10 21:04:11 2000
From: Alfons Cornella Solans
--------
EXTRA!-NET
Revista de infonomía: la información en las organizaciones
Mensaje 486
Comunicamos más de lo que simplemente decimos...
Se me ocurre hoy construir el mensaje alrededor de una simple anécdota. Pasaba por delante de un portal en una calle de Barcelona justo en el momento en el que una mujer pulsaba el timbre de un portero automático. Del aparato ha surgido un simple monosílabo (¿sí?”), que la mujer ha contestado con otro (¡yo!”). Acto seguido, la puerta se ha abierto...
Algo muy simple, que ocurre miles de veces cada día, ya sea en el portero automático o en el teléfono.
Pero es algo que nos tiene que hacer pensar... Hay un montón de entrenamiento en nuestras mentes para que el acto citado sea eficiente... Por un lado, debemos saber que para entrar hay que apretar un botón, que el monosílabo ¿sí?” quiere en realidad decir “quién eres?”, y que la respuesta ¡yo!” en realidad está indicando, no mediante la simple palabra, sino mediante el tono de voz, quien es el que está solicitando entrar...
Así, de la manera más sorprendente, con 4 letras se ha desarrollado un acto muy complejo... que alguien unos pisos más arriba haya podido permitir la entrada a alguien muy concreto con el que tiene alguna relación (el detalle de esa relación no lo he podido descifrar...)
La pregunta es... ¿tenemos algo parecido en la Red? ¿Puedo mediante tan parquedad de bits realizar algún acto? Puedo imaginarme una comunicación con alguien, al otro lado de la línea, con tal eficiencia en los símbolos?
Los jóvenes están desarrollando una especie de lenguaje eficiente en las redes... ya sea mediante los símbolos que utilizan en los chats (herencia de los "emoticones" que usabamos mucho antes, como el ":-)" para indicar que estás contento), o mediante las reducciones de palabras que utilizan en sus teléfonos móviles (por ejemplo, "kdmos" por "quedamos")
Pero esto no debe quedar en una simple anécdota... Hace unos meses tuve la ocasión de asistir a un muy interesante curso sobre "Prágmatica". Esta es una disciplina, muy próxima a la lingüística, que estudia por qué "comunicamos más de lo que decimos", o sea, cómo al decir algo, al "proferir" unas palabras, en realidad estamos diciendo mucho más. En ese curso, el Dr. Eduard Bonet utilizó un ejemplo muy interesante, que después he usado en algunas clases...
Imaginémonos que empiezo la clase a las 9 en punto de la mañana... y que a las 9:30 llega alguien tarde y entra en el aula... Yo le respondo: ¡Buenas noches! Tanto para la audiencia como para el afectado, resulta obvio que no es de noche... y que, por tanto, mi frase no puede ser entendida como una expresión meramente descriptiva de una situación... sino que indica, por el contrario, que lamento que haya llegado tarde...
La pragmática es una ciencia muy interesante, que nos enseña mucho de cómo hablamos y comunicamos. Y básicamente nos dice que en todo mensaje hay una señal (un conjunto de símbolos, que deben ser transmitidos de manera correcta: cosa que analiza la sintáctica), un significado (cosa que analiza la semántica), y que persigue cierto efecto (cosa que cae en el dominio de la pragmática). Una manera muy fácil de introducirse en el tema es mediante un librito genial, de George Yule, publicado por Oxford University Press (Pragmatics, http://www.amazon.com/exec/obidos/ASIN/0194372073/infonomicsnet). Yo lo he leído y he disfrutado como con pocos libros...
Si, por ejemplo, yo digo la palabra "kavalo" nadie entenderá nada, porque es sintácticamente incorrecta. La palabra sintácticamente correcta es "caballo". En el contexto de una granja, está claro lo que digo si digo "mira como corre el caballo". Pero la misma frase significa algo muy diferente si la digo en una fiesta donde se consume droga...
El hecho de que nuestro lenguaje cotidiano esté plagado de metáforas, de frases hechas, de referencias a tradiciones culturales, etc, hace que no podamos entender nada si simplemente nos atenemos a la precisión sintáctica... Esta es, precisamente, una de las principales dificultades en el desarrollo de "artefactos" informáticos capaces de "entender" nuestro lenguaje natural...
Todo lo que hemos dicho creo que es de una importancia fundamental a la hora de entender Internet como instrumento de comunicación, ya sea el correo electrónico o el Web. Porque si no entendemos que la comunicación de los humanos depende del contexto y del bagaje cultural, poco vamos a comunicar. El Web puede, por tanto, que diga mucho, pero quizás no comunica nada... algo grave en esta "economía de la emoción", como ya hemos dicho en otras ocasiones (http://www.extra-net.net/articulos/en000114479.htm).
En el caso del Web, además tenemos que tener en cuenta como comunicamos visualmente, pero esto ya es parte del próximo mensaje...
Alfons Cornella, Infonomics.net, Barcelona http://www.infonomics.net
Thu Feb 10 21:04:11 2000
From: Alfons Cornella Solans
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EXTRA!-NET
Revista de infonomía: la información en las organizaciones
Mensaje 486
Comunicamos más de lo que simplemente decimos...
Se me ocurre hoy construir el mensaje alrededor de una simple anécdota. Pasaba por delante de un portal en una calle de Barcelona justo en el momento en el que una mujer pulsaba el timbre de un portero automático. Del aparato ha surgido un simple monosílabo (¿sí?”), que la mujer ha contestado con otro (¡yo!”). Acto seguido, la puerta se ha abierto...
Algo muy simple, que ocurre miles de veces cada día, ya sea en el portero automático o en el teléfono.
Pero es algo que nos tiene que hacer pensar... Hay un montón de entrenamiento en nuestras mentes para que el acto citado sea eficiente... Por un lado, debemos saber que para entrar hay que apretar un botón, que el monosílabo ¿sí?” quiere en realidad decir “quién eres?”, y que la respuesta ¡yo!” en realidad está indicando, no mediante la simple palabra, sino mediante el tono de voz, quien es el que está solicitando entrar...
Así, de la manera más sorprendente, con 4 letras se ha desarrollado un acto muy complejo... que alguien unos pisos más arriba haya podido permitir la entrada a alguien muy concreto con el que tiene alguna relación (el detalle de esa relación no lo he podido descifrar...)
La pregunta es... ¿tenemos algo parecido en la Red? ¿Puedo mediante tan parquedad de bits realizar algún acto? Puedo imaginarme una comunicación con alguien, al otro lado de la línea, con tal eficiencia en los símbolos?
Los jóvenes están desarrollando una especie de lenguaje eficiente en las redes... ya sea mediante los símbolos que utilizan en los chats (herencia de los "emoticones" que usabamos mucho antes, como el ":-)" para indicar que estás contento), o mediante las reducciones de palabras que utilizan en sus teléfonos móviles (por ejemplo, "kdmos" por "quedamos")
Pero esto no debe quedar en una simple anécdota... Hace unos meses tuve la ocasión de asistir a un muy interesante curso sobre "Prágmatica". Esta es una disciplina, muy próxima a la lingüística, que estudia por qué "comunicamos más de lo que decimos", o sea, cómo al decir algo, al "proferir" unas palabras, en realidad estamos diciendo mucho más. En ese curso, el Dr. Eduard Bonet utilizó un ejemplo muy interesante, que después he usado en algunas clases...
Imaginémonos que empiezo la clase a las 9 en punto de la mañana... y que a las 9:30 llega alguien tarde y entra en el aula... Yo le respondo: ¡Buenas noches! Tanto para la audiencia como para el afectado, resulta obvio que no es de noche... y que, por tanto, mi frase no puede ser entendida como una expresión meramente descriptiva de una situación... sino que indica, por el contrario, que lamento que haya llegado tarde...
La pragmática es una ciencia muy interesante, que nos enseña mucho de cómo hablamos y comunicamos. Y básicamente nos dice que en todo mensaje hay una señal (un conjunto de símbolos, que deben ser transmitidos de manera correcta: cosa que analiza la sintáctica), un significado (cosa que analiza la semántica), y que persigue cierto efecto (cosa que cae en el dominio de la pragmática). Una manera muy fácil de introducirse en el tema es mediante un librito genial, de George Yule, publicado por Oxford University Press (Pragmatics, http://www.amazon.com/exec/obidos/ASIN/0194372073/infonomicsnet). Yo lo he leído y he disfrutado como con pocos libros...
Si, por ejemplo, yo digo la palabra "kavalo" nadie entenderá nada, porque es sintácticamente incorrecta. La palabra sintácticamente correcta es "caballo". En el contexto de una granja, está claro lo que digo si digo "mira como corre el caballo". Pero la misma frase significa algo muy diferente si la digo en una fiesta donde se consume droga...
El hecho de que nuestro lenguaje cotidiano esté plagado de metáforas, de frases hechas, de referencias a tradiciones culturales, etc, hace que no podamos entender nada si simplemente nos atenemos a la precisión sintáctica... Esta es, precisamente, una de las principales dificultades en el desarrollo de "artefactos" informáticos capaces de "entender" nuestro lenguaje natural...
Todo lo que hemos dicho creo que es de una importancia fundamental a la hora de entender Internet como instrumento de comunicación, ya sea el correo electrónico o el Web. Porque si no entendemos que la comunicación de los humanos depende del contexto y del bagaje cultural, poco vamos a comunicar. El Web puede, por tanto, que diga mucho, pero quizás no comunica nada... algo grave en esta "economía de la emoción", como ya hemos dicho en otras ocasiones (http://www.extra-net.net/articulos/en000114479.htm).
En el caso del Web, además tenemos que tener en cuenta como comunicamos visualmente, pero esto ya es parte del próximo mensaje...
Alfons Cornella, Infonomics.net, Barcelona http://www.infonomics.net
Las notas musicales
Sat Oct 23 10:33:16 1999
He rescatado esta erudición de Miguel Wald en Uacinos. Todos sabéis que la escala musical tiene siete notas: DO; RE; MI; FA; SOL; LA; SI. Pues bien, esto no siempre fue así, al principio era UT, RE, MI, FA, SOL, LA, SAN, en consonacia con la primera sílaba de cada verso de un Himno a San Juan Bautista, tal que este:
UT queant laxis
REsonare fibris
MIra gestorum
FAmuli tuorum,
SOLve polluti
LAbii reatum
SANcte Ioannes.
Como se puede ver, no sólo el UT se convirtió en DO, sino que también el SAN final se convirtió en SI. Lo primero obedece a una cuestión de imposibilidad de cantar ese "UT", pero no sé por qué cambió el "SAN". Se aceptan explicaciones. ;-))
Saludos cordiales.
«Vivir es llegar a donde todo comienza,
amar es llegar a donde nada termina.» (Licet López)
«Quien puede decir cuánto ama, pequeño amor siente.» (Francesco Petrarca)
____________________________________________________
Alberto Ballestero
Fundador y moderador de la lista TRADUCCION
http://www.rediris.es/list/info/traduccion.html
______________________________________
He rescatado esta erudición de Miguel Wald en Uacinos. Todos sabéis que la escala musical tiene siete notas: DO; RE; MI; FA; SOL; LA; SI. Pues bien, esto no siempre fue así, al principio era UT, RE, MI, FA, SOL, LA, SAN, en consonacia con la primera sílaba de cada verso de un Himno a San Juan Bautista, tal que este:
UT queant laxis
REsonare fibris
MIra gestorum
FAmuli tuorum,
SOLve polluti
LAbii reatum
SANcte Ioannes.
Como se puede ver, no sólo el UT se convirtió en DO, sino que también el SAN final se convirtió en SI. Lo primero obedece a una cuestión de imposibilidad de cantar ese "UT", pero no sé por qué cambió el "SAN". Se aceptan explicaciones. ;-))
Saludos cordiales.
«Vivir es llegar a donde todo comienza,
amar es llegar a donde nada termina.» (Licet López)
«Quien puede decir cuánto ama, pequeño amor siente.» (Francesco Petrarca)
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Alberto Ballestero
Fundador y moderador de la lista TRADUCCION
http://www.rediris.es/list/info/traduccion.html
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D.O.C. Desorden obsesivo-compulsivo
Varios Autores
Función Cerebral
Libros de Investigación y Ciencia
Prensa Científica. Bcn. 1ra. Reimp. 1995
BIOLOGÍA DE LAS OBSESIONES Y LAS COMPULSIONES
Judith L. Rapoport
Mayo de 1984
JUDITH L. RAPOPORT dirige la división de psiquiatría infantil del Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos. Estudió psicología en el Colegio Swarthmore y obtuvo el doctorado en medicina por la Universidad de Harvard. Tras ejercer las practicas en psiquiatría infantil y en psiquiatría general, realizó estudios de postgrado en psicología experimental. Su investigación se ha centrado en aspectos biológicos de la psiquiatría infantil.
[Presentación] Los avances en farmacología y en Ias técnicas de formación de imágenes para el diagnóstico de enfermedades cerebrales abogan por una base biológica de las obsesiones y compulsiones graves.
Sergei ha cumplido los 17 años. Cursaba su bachillerato con toda normalidad hasta que, hace sólo 12 meses escasos, quien parecía un adolescente más, dotado de talento e interesado por mil cosas, se tornó, de repente, casi de la noche a la mañana, una persona solitaria, retraído de la vida social por sus desequilibrios psicológicos. No podía parar de lavarse. Dominado por la idea de que estaba sucio -a pesar de la evidencia contraria de sus sentidos- comenzó a emplear más y más tiempo en lavarse a si mismo de una suciedad imaginaria. Al principio, sus abluciones rituales se limitaban a las tardes y a los fines de semana; pudo permanecer en el colegio mientras las mantenía controladas. Muy pronto, sin embargo empezaron a consumir todo su tiempo, obligándolo a abandonar la escuela, víctima de su incapacidad de sentirse suficientemente limpio.
La enfermedad de Sergei se denomina desorden obsesivo-compulsivo o DOC. Considerado antaño un problema muy poco frecuente, se sabe que afecta quizás al 3 por ciento de la población estadounidense. Los DOC son reacios al consejo familiar, la psicoterapia y la mayoría de los fármacos para el tratamiento de la ansiedad y la depresión. Estudios recientes llevados a cabo en el Instituto Nacional de Salud Mental con mis colegas han puesto de manifiesto que los DOC responden a ciertos medicamentos antidepresivos nuevos. La capacidad de estas medicinas para reducir el comportamiento obsesivo compulsivo difiere de su efecto sobre la depresión. Esto último nos revela que los DOC no son alteraciones del estado de animo, aunque si componen un síndrome específico de origen biológico; y si bien queda mucho por avanzar en el conocimiento detallado de los DOC, estamos asistiendo al rápido desarrollo de un modelo biológico nuevo donde encuentran explicación.
Un elemento fundamental del modelo en cuestión estriba en la idea según la cual ciertas "subrutinas" de comportamiento relacionadas con el aseo y la territorialidad quedaron programadas en el cerebro humano durante el curso de la evolución. Por lo común, la observación de los sentidos (estado de limpieza personal o que el horno este apagado) basta para mantener suprimidas estas subrutinas. Pero si no funcionan correctamente los centros cerebrales superiores, se pueden reproducir repetitivamente las subrutinas y convertir a los pacientes de DOC en sus propias víctimas, incapaces de parar de lavarse o de cesar en la comprobación reiterada de la llave del gas, sin perder, además, conciencia de lo absurdo de su comportamiento. La nueva biología de las obsesiones y de las compulsiones representa un gran paso adelante en su desentrañamiento; asimismo, disponer de nuevos fármacos con actividad anti DOC supone un avance importante en el dominio de su terapéutica.
Los términos obsesivo y compulsivo forman parte del lenguaje ordinario. La gente dice a menudo "es una persona compulsiva" para dar a entender que se trata de un pelmazo algo nervioso. Se dice también "está obsesionada por él", cuando ella bebe los vientos por el amado. No damos ese sentido aquí a uno y otro vocablo. La enfermedad obsesivo-compulsiva constituye un problema psiquiátrico crónico y grave. Se manifiesta mediante obsesiones (impulsos. pensamientos o ideas recurrentes y persistentes, que se experimentan. al menos inicialmente. como de carácter intrusista y carentes de sentido) o compulsiones (comportamientos repetitivos e intencionados -percibidos como innecesarios- acometidos en respuesta a una obsesión, de acuerdo con ciertas reglas o de una forma estereotipada).
En estos procesos los DOC se caracterizan por Ia necesidad apremiante de lavarse. de comprobar las puertas (para asegurarse de que están cerradas) o los interruptores (para convencerse de que estén apagados) o contar repetitivamente; se definen también por la presencia de pensamientos de carácter intrusista (frecuentemente de comportamientos peligrosos o inaceptables). La diferencia entre los DOC y las formas más suaves de compulsión observadas en personas sanas reside en su intensidad y tiempo: en los primeros. estos comportamientos se han acentuado tanto y ocupan tanta porción de su tiempo que interfieren en la vida del paciente en un grado considerable como en el ejemplo de Sergei.
Sorprende, en los pacientes de DOC, la limitación de su mal: en otras áreas de la vida son personas bastante razonables. Más aún, a pesar de saber que sus comportamientos obsesivo-compulsivos son irracionales, no pueden hacer gran cosas para controlarse a sí mismos. Sufren mucho con ello. Cuando los síntomas son severos convierten al paciente en personaje ridículo ante los demás; tal le ocurría a Samuel Johnson (...)
Función Cerebral
Libros de Investigación y Ciencia
Prensa Científica. Bcn. 1ra. Reimp. 1995
BIOLOGÍA DE LAS OBSESIONES Y LAS COMPULSIONES
Judith L. Rapoport
Mayo de 1984
JUDITH L. RAPOPORT dirige la división de psiquiatría infantil del Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos. Estudió psicología en el Colegio Swarthmore y obtuvo el doctorado en medicina por la Universidad de Harvard. Tras ejercer las practicas en psiquiatría infantil y en psiquiatría general, realizó estudios de postgrado en psicología experimental. Su investigación se ha centrado en aspectos biológicos de la psiquiatría infantil.
[Presentación] Los avances en farmacología y en Ias técnicas de formación de imágenes para el diagnóstico de enfermedades cerebrales abogan por una base biológica de las obsesiones y compulsiones graves.
Sergei ha cumplido los 17 años. Cursaba su bachillerato con toda normalidad hasta que, hace sólo 12 meses escasos, quien parecía un adolescente más, dotado de talento e interesado por mil cosas, se tornó, de repente, casi de la noche a la mañana, una persona solitaria, retraído de la vida social por sus desequilibrios psicológicos. No podía parar de lavarse. Dominado por la idea de que estaba sucio -a pesar de la evidencia contraria de sus sentidos- comenzó a emplear más y más tiempo en lavarse a si mismo de una suciedad imaginaria. Al principio, sus abluciones rituales se limitaban a las tardes y a los fines de semana; pudo permanecer en el colegio mientras las mantenía controladas. Muy pronto, sin embargo empezaron a consumir todo su tiempo, obligándolo a abandonar la escuela, víctima de su incapacidad de sentirse suficientemente limpio.
La enfermedad de Sergei se denomina desorden obsesivo-compulsivo o DOC. Considerado antaño un problema muy poco frecuente, se sabe que afecta quizás al 3 por ciento de la población estadounidense. Los DOC son reacios al consejo familiar, la psicoterapia y la mayoría de los fármacos para el tratamiento de la ansiedad y la depresión. Estudios recientes llevados a cabo en el Instituto Nacional de Salud Mental con mis colegas han puesto de manifiesto que los DOC responden a ciertos medicamentos antidepresivos nuevos. La capacidad de estas medicinas para reducir el comportamiento obsesivo compulsivo difiere de su efecto sobre la depresión. Esto último nos revela que los DOC no son alteraciones del estado de animo, aunque si componen un síndrome específico de origen biológico; y si bien queda mucho por avanzar en el conocimiento detallado de los DOC, estamos asistiendo al rápido desarrollo de un modelo biológico nuevo donde encuentran explicación.
Un elemento fundamental del modelo en cuestión estriba en la idea según la cual ciertas "subrutinas" de comportamiento relacionadas con el aseo y la territorialidad quedaron programadas en el cerebro humano durante el curso de la evolución. Por lo común, la observación de los sentidos (estado de limpieza personal o que el horno este apagado) basta para mantener suprimidas estas subrutinas. Pero si no funcionan correctamente los centros cerebrales superiores, se pueden reproducir repetitivamente las subrutinas y convertir a los pacientes de DOC en sus propias víctimas, incapaces de parar de lavarse o de cesar en la comprobación reiterada de la llave del gas, sin perder, además, conciencia de lo absurdo de su comportamiento. La nueva biología de las obsesiones y de las compulsiones representa un gran paso adelante en su desentrañamiento; asimismo, disponer de nuevos fármacos con actividad anti DOC supone un avance importante en el dominio de su terapéutica.
Los términos obsesivo y compulsivo forman parte del lenguaje ordinario. La gente dice a menudo "es una persona compulsiva" para dar a entender que se trata de un pelmazo algo nervioso. Se dice también "está obsesionada por él", cuando ella bebe los vientos por el amado. No damos ese sentido aquí a uno y otro vocablo. La enfermedad obsesivo-compulsiva constituye un problema psiquiátrico crónico y grave. Se manifiesta mediante obsesiones (impulsos. pensamientos o ideas recurrentes y persistentes, que se experimentan. al menos inicialmente. como de carácter intrusista y carentes de sentido) o compulsiones (comportamientos repetitivos e intencionados -percibidos como innecesarios- acometidos en respuesta a una obsesión, de acuerdo con ciertas reglas o de una forma estereotipada).
En estos procesos los DOC se caracterizan por Ia necesidad apremiante de lavarse. de comprobar las puertas (para asegurarse de que están cerradas) o los interruptores (para convencerse de que estén apagados) o contar repetitivamente; se definen también por la presencia de pensamientos de carácter intrusista (frecuentemente de comportamientos peligrosos o inaceptables). La diferencia entre los DOC y las formas más suaves de compulsión observadas en personas sanas reside en su intensidad y tiempo: en los primeros. estos comportamientos se han acentuado tanto y ocupan tanta porción de su tiempo que interfieren en la vida del paciente en un grado considerable como en el ejemplo de Sergei.
Sorprende, en los pacientes de DOC, la limitación de su mal: en otras áreas de la vida son personas bastante razonables. Más aún, a pesar de saber que sus comportamientos obsesivo-compulsivos son irracionales, no pueden hacer gran cosas para controlarse a sí mismos. Sufren mucho con ello. Cuando los síntomas son severos convierten al paciente en personaje ridículo ante los demás; tal le ocurría a Samuel Johnson (...)
Los efectos de la televisión
Neil Postman
Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del "show business"
Tít.Orig.: Amusing Ourselves to Death. Public Discourse in the Age of Show
Business.
Edic.Orig.: 1985
Ediciones de la Tempestad. Colec. Ideas, 1 Barcelona, 1991
Capítulo 1: EL MEDIO ES LA METÁFORA. Pág. 10
(...) He prestado cuidadosa atención a estas explicaciones y no digo que no haya nada que aprender de ellas. No podemos tomar a la ligera a marxistas, freudianos, levi-straussianos ni a los científicos creacionistas. Y, en todo caso, yo sería el primer sorprendido si lo que explicase estuviera cerca de la verdad total. Todos somos, como Huxley dice en alguna parte, "grandes abreviadores"; es decir, que ninguno de nosotros tiene el entendimiento suficiente para conocer toda la verdad, la oportunidad para explicarla, aún si creyéramos que la poseíamos, o una audiencia tan crédula cómo para aceptarla. Pero el lector encontrará aquí un argumento que supone una comprensión más clara de la cuestión que muchos de los anteriores. Sin embargo, su valor reside en la franqueza de su perspectiva, que tiene sus orígenes en las observaciones hechas por Platón hace 2300 años. Es un argumento que centra su atención en los tipos de conversación humana y señala que la forma en que estamos obligados a conducir tales conversaciones influye de manera decisiva en las ideas que podamos expresar convenientemente. Y las ideas que sea conveniente expresar se convertirán, inevitablemente, en el contenido importante de la cultura.
Utilizo metafóricamente la palabra "conversación" para referirme, no sólo al discurso, sino a todas las técnicas y tecnologías que permiten intercambiar mensajes a la gente de una cultura particular. En este sentido, toda cultura es una conversación o, más precisamente, un conjunto de conversaciones, realizado mediante una variedad de modelos simbólicos. Nuestra atención aquí se centra en cómo las formas del discurso público regulan, y aún dictaminan, qué clase de contenido puede surgir de tales formas.
Tomemos un ejemplo simple de lo que esto significa: consideremos la primitiva tecnología de las señales de humo. Si bien no conozco con exactitud el contenido que transmitían esas señales de los primitivos habitantes autóctonos, puedo asegurar con certeza que no incluían argumentación filosófica alguna. Las humaredas son insuficientemente complejas para expresar ideas sobre la naturaleza de la existencia, y aún si no lo fueran, un filósofo de la tribu cherokee, antes de exponer su segundo axioma, se encontrará sin existencias suficientes de madera y de mantas. No se puede utilizar el humo para hacer filosofía. Su forma excluye el contenido.
Recurramos a un ejemplo más próximo: como he sugerido antes, es inverosímil imaginar que alguien como nuestro vigésimo séptimo presidente, William Howard Taft, con su papada y sus ciento cincuenta kilos de peso, pudiera ser presentado como candidato presidencial en nuestro mundo actual. La forma del cuerpo de un hombre es ciertamente irrelevante en cuanto a la formulación de sus ideas cuando se dirige a un público por escrito, o por radio, o en todo caso mediante señales de humo. Pero es totalmente relevante en la televisión. Una imagen tan voluminosa como la mencionada, aún hablando, puede abrumar fácilmente cualquier sutileza lógica o espiritual sugerida por el discurso. Porque en la televisión, el discurso se transmite fundamentalmente mediante la imagen visual, lo que significa que este medio nos brinda una conversación de imágenes y no de palabras. La aparición en la arena política del asesor de imagen y el simultáneo declive del redactor de discursos atestiguan el hecho de que la televisión demanda un contenido que difiere del exigido por los otros medios. No se puede hacer filosofía política en televisión porque su forma conspira contra el contenido.
Veamos otro ejemplo, aún más complejo: la información, el contenido, o, si se prefiere, el material que define lo que se llama "las noticias del día" no existían -no podían existir un mundo carente de los medios para expresarla. No quiero decir que cosas como incendios, guerras, asesinatos y amores no existiesen antes, de vez en cuando o siempre, alrededor del mundo. Lo que digo es que, sin la tecnología para anunciarlas, la gente no se enteraba y por lo tanto no las incluía en su quehacer cotidiano. Tal información simplemente no podía existir como parte del contenido de la cultura. Esta idea -que hay un contenido denominado "las noticias del día"- fue creada totalmente por el telégrafo (y desde entonces ampliados por nuevos medios), que posibilitaba la transmisión descontextualizada a vastos espacios y a una velocidad increíble. Las noticias del día constituyen una quimera de nuestra imaginación tecnológica. Es, ciertamente, un acontecimiento del medio.
Nosotros nos enteramos parcialmente de acontecimientos que ocurren en todo el mundo, porque disponemos de múltiples medios cuya forma está bien adaptada a una conversación fragmentada. Las culturas sin medios de divulgación rápida -es decir, culturas en las que las señales de humo representan la herramienta más eficiente de conquista del espacio- no tienen noticias del día. Sin un medio para darles forma, las noticias del día no existen.
Para decirlo con la mayor claridad posible, este libro es una investigación y también un lamento sobre el hecho cultural estadounidense más significativo de la segunda mitad del siglo XX: la decadencia de la era de la tipografía y el ascenso de la era de la televisión. Esta transformación ha representado un cambio dramático e irreversible del contenido y significado del discurso público, puesto que dos medios tan diametralmente diferentes de ninguna manera pueden dar cabida a las mismas ideas. A medida que la influencia de la imprenta disminuye, el contenido de la política, la religión, la educación y todo aquello que comprenda las cuestiones publicas debe cambiar y ser refundida en los términos más apropiados a la televisión.
Si todo esto hace sospechar que se piensa en el aforismo de Marshall McLuhan, de que el medio es el mensaje, yo no rechazaré la asociación (aunque esta de moda el hacerlo entre respetables eruditos que, si no fuera por McLuhan, hoy estarían mudos). Conocí a McLuhan hace treinta años, cuando yo era un recién licenciado y él un desconocido profesor de inglés. Entonces creí, como sigo creyendo, que el hablaba en la tradición de Orwell y Huxley, esto es como un profeta, y ha seguido firmemente adherido a su enseñanza: que la forma más clara de ver a través de una cultura es prestar atención a sus instrumentos de conversación. Podría agregar que mi interés en este punto de vista fue despertado por un profeta mucho más formidable que McLuhan y más antiguo que Platón. Cuando de joven estudiaba la Biblia, encontré indicios de la idea de que las formas de los medios favorecen ciertas especies de contenidos que, por tanto, son capaces de llegar a dominar una cultura. Me refiero específicamente al Decálogo, cuyo segundo mandamiento prohíbe a los judíos hacer imágenes concretas de nada. "No harás ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra.". Me pregunté entonces, como tantos otros, por qué el Dios de esta gente incluía instrucciones sobre cómo debían simbolizar, o no simbolizar su experiencia. Constituye un mandato extraño para incluirlo como parte de un sistema ético, a no ser que su autor suponga que existe relación entre formas humanas de comunicación y la calidad de una cultura. Podemos aventurar la conjetura de que un pueblo al que se pide su conversión a una deidad abstracta y universal, sería considerado indigno de hacerlo si tuviera el hábito de hacer dibujos o estatuas, o de representar sus ideas en cualquier forma concreta de iconografía. El Dios de los judíos tenía que existir en la palabra y a través de la palabra, una concepción sin precedentes que requería el más alto orden de pensamiento abstracto. De ahí que para que un nuevo tipo de dios pudiera entrar en una cultura, era necesario considerar la iconografía como una blasfemia. Personas como nosotros, que están en un proceso de convertir su cultura centrada en la palabra en otra centrada en la imagen, haríamos bien en reflexionar sobre este mandato mosaico. Pero aún si estuviera equivocado en estas conjeturas, creo que es una suposición sabia y particularmente relevante reconocer que los medios de comunicación disponibles en cada cultura constituyen una influencia dominante en la formación de las preocupaciones intelectuales y sociales de la cultura.
Obviamente, el discurso es el medio principal e indispensable. Nos hizo humanos, nos mantiene humanos y, de hecho, define lo que la palabra humano significa. Esto no quiere decir que si no existieran otros medios de comunicación todos los humanos llegaran a considerar igualmente conveniente hablar de las mismas cosas de la misma manera. Sabemos bastante sobre el lenguaje como para comprender que las variaciones en las estructuras de las lenguas darán como resultado variaciones en lo que podamos llamar "la visión del mundo". Las características gramaticales de la lengua influyen enormemente en la forma en que la gente piensa sobre el tiempo y el espacio, así como sobre cosas y procesos. Por consiguiente, no debemos atrevernos a suponer que todas las mentes humanas comprenden de manera unánime cómo se conforma el mundo. Pero cuando consideramos el gran número y la variedad de instrumentos para la conversación que van más allá del lenguaje podemos imaginar cuanta más divergencia hay en la visión del mundo dentro de las distintas culturas. Pues aunque la cultura es una creación de la lengua, es re-creada y renovada por cada medio de comunicación -desde la pintura a los jeroglíficos y del alfabeto a la televisión-. Cada uno de estos medios, como el lenguaje en sí mismo, posibilita una forma única de discurso, ya que proporciona una nueva orientación para el pensamiento, para la expresión y para la sensibilidad. Esto es lo que McLuhan quiso explicar cuando dijo que el medio es el mensaje. No obstante, su aforismo necesita una enmienda a fin de evitar que uno confunda el mensaje con una metáfora. Un mensaje denota una afirmación específica y concreta acerca del mundo; pero las formas de nuestros medios de comunicación, incluyendo los símbolos que hacen posible la conversación, no rubrican tales afirmaciones. Son más bien como metáforas que por implicaciones poderosas, pero discretas, imponen sus definiciones específicas de la realidad. Sea que experimentemos el mundo por medio de la lente de la lengua, de la palabra escrita, o de la cámara de televisión, nuestras metáforas de los medios de comunicación nos clasifican el mundo, lo ordenan, lo enmarcan, lo agrandan, lo reducen, lo colorean, planteando así los argumentos para explicar cómo es el mundo. Como ha dicho Ernst Cassirer:
La realidad física parece retroceder en proporción a los avances simbólicos de la actividad del ser humano En vez de tratar las cosas en si mismas, el hombre está, en cierto sentido, en constante conversación consigo mismo. Se ha (...)
(Pág. 18)
Pero nuestras metáforas-medios no son tan explícitas ni tan vívidas como éstas, y son mucho más complejas. Para comprender la función metafórica, debemos tener en cuenta las formas simbólicas de su información, la fuente de su información, la cantidad y velocidad de su información, y el contexto en el cual esta se experimenta. De ahí que para llegar a ellas se requiera cierta búsqueda; es decir, descubrir que un reloj recrea el tiempo como una secuencia precisa, independiente y matemática; que la escritura recrea la mente como un bloc de papel sobre el cual esta escrita la experiencia; que el telégrafo recrea las noticias como un artículo de consumo. Y así, esa investigación se hace más fácil si comenzamos suponiendo que en todo instrumento que produzcamos introducimos una idea que va más allá de la función de la cosa en sí. Por ejemplo, se ha señalado que el invento de las gafas en el siglo XII, no solo posibilita, la mejora de una visión defectuosa, sino que sugirió la idea de que los seres humanos no tenían por que aceptar como finales la herencia de la naturaleza ni los estragos del tiempo. Las gafas también refutaron la creencia de que la anatomía es definitiva, proponiendo la idea de que, tanto nuestros cuerpos como nuestras mentes, son mejorables. No creo que sea ir demasiado lejos afirmar que hay un vínculo entre la invención de las gafas en el siglo XII y la investigación sobre la división de los genes en el nuestro.
Hasta un instrumento como el microscopio, de escaso uso cotidiano, ocultaba una idea bastante sorprendente, no sobre biología sino sobre psicología. Al revelar un mundo que hasta entonces había permanecido escondido, el microscopio sugería una posibilidad sobre la estructura de la mente.
Si las cosas no son lo que parecen, si los microbios están al acecho, inadvertidos sobre o debajo de nuestra piel, si lo invisible controla lo visible, no sería entonces posible que la idea, el yo y el superyo también estuvieran escondidos en alguna parte sin ser vistos" "Qué es el psicoanálisis sino un microscopio de la mente" "De dónde proceden las nociones de nuestra mente, sino de las metáforas generadas por nuestros instrumentos" "Qué significa decir que alguien tiene un coeficiente intelectual de 126" No hay números en los cerebros de las personas. La inteligencia no tiene cantidad o magnitud excepto en la medida que nosotros creemos que la tiene. "Y por qué creemos que la tiene" Porque disponemos de herramientas que sugieren que la mente es así. Por cierto que nuestros instrumentos de pensamiento nos sugieren como son nuestros cuerpos, como cuando alguien se refiere a su "reloj biológico", o cuando hablamos de nuestros "códigos genéticos", o cuando leemos el rostro de una persona como en un libro abierto, o bien cuando nuestras expresiones faciales expresan de forma telegráfica nuestras intenciones.
Cuando Galileo comentó que el lenguaje de la naturaleza esta escrito en matemáticas, lo decía solamente como metáfora. La naturaleza de por sí no habla. Tampoco lo hacen nuestras mentes o nuestros cuerpos, o, de acuerdo con este libro, nuestros cuerpos políticos. Nuestras conversaciones acerca de la naturaleza y sobre nosotros mismos se realizan en cualquier "lenguaje" que consideremos posible y conveniente emplear. No vemos la naturaleza, o la inteligencia, o la motivación humana o ideológica como "es" sino como son nuestras lenguas; y éstas son nuestros medios de comunicación. Nuestros medios son nuestras metáforas, y estas crean el contenido de nuestra cultura.
Capítulo 2. LOS MEDIOS COMO EPISTEMOLOGÍA Pág. 21
Mi intención escribir este libro es demostrar que en Estados Unidos se ha producido un gran desplazamiento del medio-metáfora con el resultado de que el contenido de gran parte de nuestro discurso público se ha convertido en una peligrosa absurdidad. Teniendo en cuenta esto, mi tarea en los capítulos que siguen es sencilla. En primer lugar, debo demostrar cómo, bajo el dominio de la imprenta, el discurso en nuestro país era diferente de lo que es ahora: generalmente coherente, serio y racional; y después cómo, bajo el dominio de la televisión, se ha marchitado y vuelto absurdo. Pero, para evitar la posibilidad de que mi análisis se interprete como un lloriqueo académico estandarizado, algo así como una queja elitista contra la "basura" de la televisión, en primer lugar debo explicar que mi enfoque es sobre la epistemología, y no sobre la estética o la crítica literaria. Es más, aprecio la basura tanto como mi vecino, y sé perfectamente que la imprenta ha generado bastante como para llenar a rebosar el Gran Cañón del Colorado. La televisión no tiene aún edad suficiente como para igualar ese volumen.
Así que no hago objeción alguna a la basura de la televisión. Lo mejor de la televisión es su basura y nadie ni nada está seriamente amenazado por ella. Por otra parte, no medimos una cultura por su producción de trivialidades no encubiertas, sino por lo que se juzga significativo. Y he aquí nuestro problema, porque la televisión se halla en su punto exigiendo constantemente a la televisión. El problema con esa gente es que no consideran la televisión con suficiente seriedad. Porque, al igual que la imprenta, la televisión es nada menos que una filosofía de la retórica. Para hablar con seriedad de la televisión uno debe hablar, por lo tanto, de epistemología. Cualquier otro comentario es en sí mismo trivial.
La epistemología es una materia compleja y normalmente opaca que se preocupa por los orígenes y la naturaleza del conocimiento. La parte de su contenido que es relevante aquí es el interés que pone en las definiciones de la verdad y en la fuente de donde surgen dichas definiciones. En particular, quiero demostrar que las definiciones de la verdad se derivan, al menos en parte, del carácter de los medios de comunicación mediante los cuales se trasmite la información. Quiero discutir de que forma los medios están implicados en nuestra epistemología.
Con la esperanza de simplificar lo que quiero decir con el título de este capítulo -los medios como epistemología- encuentro que es útil recurrir a una palabra de Northrop Frye, que ha utilizado un principio que denomina resonancia. El ha dicho que "por medio de la resonancia, una declaración particular y en un contexto particular adquiere una significación universal". Frye ofrece un ejemplo inicial al mencionar la frase "las uvas de ira", que aparece por primera vez en el Libro de Isaías, y en el contexto de la celebración de una anticipada matanza de edomitas. Pero, continúa Frye, "la frase hace tiempo que se ha alejado de ese contexto hacia muchos contextos nuevos, que dan dignidad a la situación humana, en lugar de reflejar meramente su fanatismo". Una vez dicho esto, Frye extiende la idea de la resonancia de manera que va más allá de las frases y sentencias. Un personaje de una obra de teatro o cuento -por ejemplo Hamlet o la Alicia de Lewis Carroll- pueden tener resonancia. Los objetos pueden tener resonancia, como también los países: "Los detalles más ínfimos de la geografía de los pequeños países fragmentados, como Grecia e Israel, se han impuesto sobre nuestra conciencia hasta convertirse en parte del mapa de nuestro mundo imaginario, hayamos conocido o no esos países".
Al considerar la cuestión de la fuente de la resonancia, Frye llega a la conclusión de que la fuerza generativa es la metáfora; esto es, el poder de una frase, un libro, una personalidad, o un relato para unificar y dar sentido a una variedad de actitudes o experiencias. De ahí que, donde la encontremos, Atenas se convierte en una metáfora de excelencia intelectual; Hamlet, en una metáfora de indecisión melancólica; los viajes imaginarios de Alicia, en una metáfora de búsqueda del orden en un mundo de absurdos semánticos.
Ahora me alejo de Frye (que, con seguridad, no haría objeción a ello) pero me llevo su palabra conmigo y afirmo que cada medio de comunicación tiene resonancia, puesto que esta es Metáfora con mayúsculas. Cualquiera que haya sido el contexto original y limitado de su uso, un medio tiene el poder de volar mucho más allá de ese contexto hacia otros nuevos e inesperados. Debido a la forma en que nos dirige para organizar nuestras mentes e integrar nuestra experiencia del mundo, se impone sobre nuestras conciencias y nuestras instituciones sociales de mil maneras. A veces tiene el poder de implicarse en nuestros conceptos de piedad, bondad o belleza. Y además esta siempre implicado en las formas en que definimos y regulamos nuestras ideas sobre la verdad.
Para explicar como ocurre esto, es decir, cómo incide el medio, que se siente pero no se ve, sobre una cultura, ofrezco tres casos verídicos.
El primero se refiere a una tribu del África occidental que carece de sistema de escritura, pero cuya rica tradición oral ha dado forma a sus ideas sobre la ley civil. Cuando surge una disputa, los querellantes se presentan ante el jefe de la tribu y exponen sus quejas. Sin una ley escrita que lo guíe, la tarea del jefe es buscar a través de su vasto repertorio de proverbios y refranes uno que sirva para la situación y satisfaga a ambas partes. Logrado eso, todas las partes acuerdan que se ha hecho justicia y que la verdad ha sido salvaguardada. Obviamente, se reconocerá que éste era el principal método de Jesús y otros personajes bíblicos que, viviendo en una cultura esencialmente oral, recurrían a todos los recursos de la palabra, incluyendo dispositivos mnemotécnicos, frases hechas y parábolas como un medio para descubrir y revelar la verdad. Tal como señala Walter Ong, en las culturas orales los proverbios y refranes no constituyen un recurso ocasional: "Son incesantes y forman la sustancia misma del pensamiento. Es imposible desarrollar un pensamiento de forma extensa sin ellos, ya que en ellos consiste".
Para personas como nosotros, toda dependencia de proverbios y refranes está reservada principalmente para resolver altercados entre o con los pequeños. "El que pega primero, pega dos veces", "Quien de joven no trabaja, de viejo duerme en un pajar", "Cosecharás lo que siembres". Éstas son formas de expresarnos a las que recurrimos en casos de pequeñas crisis con nuestros hijos, pero suena ridículo utilizarlas en una Sala de Justicia, donde han de decidirse asuntos "serios". "Es posible imaginar un alguacil preguntando a un jurado si ha llegado a alguna decisión y que reciba por respuesta que "Errar es humano, pero perdonar es divino" "0 mejor aún, "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"" Durante un momento el juez podría parecer encantado, pero si de inmediato no siguiera un lenguaje más formal, el jurado podría terminar emitiendo una sentencia más larga que para la mayoría de los acusados.
Jueces, abogados y acusados no consideran los proverbios o refranes una respuesta relevante en las disputas legales. En esto se encuentran separados del jefe tribal por una metáfora medio. Porque en una Sala de Justicia, basada en la palabra impresa, donde los libros de leyes, los escritos, las citaciones y otros materiales definen y organizan el método de descubrir la verdad, la tradición oral ha perdido mucho de su resonancia, aunque no toda. Se espera que los testimonios sean dados oralmente, en base al supuesto de que la palabra hablada, y no la escrita, refleja con mayor veracidad el estado anímico del testigo. En efecto, en muchas Salas de Justicia no se permite a los jurados tomar notas, ni se les da copias impresas de las explicaciones de la ley hechas por el juez. Se espera que los jurados escuchen la verdad, o lo opuesto, pero no que la lean. De ahí que podamos decir que hay un conflicto de resonancias en nuestro concepto de la verdad legal. Por un lado, hay una creencia residual en el poder de la palabra hablada y sólo de la palabra, para transmitir la verdad; por otra parte, hay una creencia mucho más fuerte en la autenticidad de la escritura, y en particular de la palabra impresa. Esta segunda creencia tiene poca tolerancia hacia la poesía, los proverbios, los refranes, las parábolas y cualquier otra expresión de sabiduría oral. La ley es lo que como epistemología los legisladores y los jueces han escrito. En nuestra cultura, los abogados no necesitan ser sabios; necesitan estar bien informados.
Una paradoja similar existe en las universidades, y en general con la misma distribución de resonancias; es decir, que hay unas pocas tradiciones remanentes basadas en la noción de que la palabra es la principal portadora de la verdad. Pero, en su mayor parte, la concepción universitaria de la verdad esta estrechamente ligada a la estructura y la lógica de la palabra impresa. Para ilustrar este punto, recurro aquí a una experiencia personal que tuvo lugar durante un ritual medieval, todavía practicado extensamente y conocido como "defensa oral del doctorado". Utilizo la palabra medieval literalmente, pues en la Edad Media los estudiantes siempre se examinaban oralmente y la tradición se mantiene en base a la asunción de que el candidato debe ser capaz de hablar competentemente sobre su trabajo escrito. Pero, claro este, el trabajo escrito es lo que tiene más peso.
En este caso, la cuestión de cual es una forma legítima de explicar la verdad fue elevada a un nivel de conciencia que raramente se alcanza. El candidato había incluido en su tesis una nota al pie, como certificación de una cita, que decía lo siguiente: "Manifestado al investigador en el Hotel Roosevelt el 18 de enero be 1981, en presencia de Arthur Lingeman y de Jerrold Gross". Esta cita llamó la atención de no menos de cuatro de los examinadores orales, los cuales observaron que la misma era difícilmente apropiada como forma de documentación y que debía ser reemplazada por una cita de algún libro o artículo. Uno de los profesores comento al candidato que no era un periodista, sino un estudiante. Quizá porque el candidato no conocía ninguna publicación en la que constara lo que le habían dicho en el Hotel Roosevelt, se defendió enérgicamente en base a que existían testigos que podían testificar sobre la exactitud de esas citas, y que la forma en que se transmite una idea es irrelevante respecto a su veracidad. Llevado por su elocuencia, el candidato arguyo que en su tesis había más de trescientas referencias de trabajos publicados y que era muy improbable que los examinadores comprobasen su veracidad, hecho que lo impulsaba a plantearles la siguiente pregunta: "Por qué aceptáis la veracidad de la referencia impresa y no la de la referencia oral"
La respuesta que recibió siguió este razonamiento: "Usted se equivoca si cree que la forma en que se transmite una idea es irrelevante respecto a su veracidad. En el mundo académico, la palabra impresa esta investida de más prestigio y autenticidad que la palabra hablada. Lo que la gente dice se considera que es más espontáneo que lo que escribe. La palabra impresa se supone que es producto de la reflexión del autor y que ha sido revisada por él, por autoridades y por editores. Es más fácil de verificar o refutar y está investida de un carácter impersonal y objetivo, que es la razón por la cual, sin duda, usted se ha referido a sí mismo en su tesis como "el investigador" en vez de por su nombre; es decir, que la palabra impresa, por su naturaleza, se dirige al mundo y no a un individuo. La palabra impresa perdura, la hablada desaparece; y por esta razón lo escrito está más cerca de la verdad que lo expresado oralmente. Más aún, estamos seguros de que usted preferiría que esta comisión hiciera una declaración escrita certificando que usted ha aprobado su examen (en caso de que así ocurra) en vez de que nos limitemos a expresar oralmente que así lo ha hecho. Nuestra declaración escrita representará la "verdad". "Nuestro acuerdo oral sería sólo un rumor".
Sabiamente, el candidato no dijo nada más sobre el asunto, excepto indicar que haría cualquier cambio que la comisión sugiriera y que anhelaba profundamente que, de aprobar el examen oral, se le extendiera un documento que lo certificara. Aprobó y con el tiempo se escribieron las palabras apropiadas.
Un tercer ejemplo de la influencia de los medios sobre nuestra epistemología puede obtenerse del juicio al gran Sócrates. Al iniciar Sócrates su defensa, dirigiéndose a un jurado integrado por quinientas personas, pide disculpas por no haber preparado debidamente su discurso. Les dice a sus hermanos atenienses que seguramente titubeará, pero pide que no lo interrumpan por ello y ruega que lo consideren como si fuera un extraño proveniente de otra ciudad, y promete que les dirá la verdad, sin adornos ni elocuencia. Comenzar de esta forma era, obviamente, característico de Sócrates, pero no era una característica de la época en la que vivía. En efecto, y Sócrates lo sabía bien, sus hermanos atenienses no consideraban que los principios de la retórica y la expresión de la verdad fueran independientes los unos de los otros. La gente como nosotros se siente muy atraída por la disculpa de Sócrates porque estamos acostumbrados a pensar en la retórica como un adorno del discurso -con frecuencia pretencioso, superficial e innecesario-. Pero, para la gente que la inventó, los sofistas del siglo v a. de C. y sus herederos, la retórica no era sólo una oportunidad para actuar dramáticamente, sino un medio casi indispensable para organizar la evidencia y las pruebas y, por lo tanto, de comunicar la verdad.
No era sólo un elemento clave en la educación de los atenienses (mucho más importante que la filosofía) sino una forma artística preeminente. Para los griegos, la retórica era una forma de escritura hablada. Si bien siempre implicaba una actuación oral, su poder para revelar la verdad residía en el poder de la palabra escrita para exponer argumentos en una progresión ordenada. Si bien Platón mismo cuestionó esta concepción de la verdad (como podemos adivinar por medio de la disculpa de Sócrates) sus contemporáneos creían que la retórica era el medio apropiado mediante el cual la "opinión correcta" podía descubrirse y articularse. Desdeñar las reglas de la retórica, expresar los pensamientos de cualquier manera sin el debido énfasis o la pasión apropiada, se considerara agraviante para la inteligencia del auditorio y sugería una cierta falsedad. De ahí que podemos asumir que muchos de los doscientos ochenta jueces que emitieron un voto de culpabilidad contra Sócrates lo hicieron porque su conducta no era coherente con la veracidad del caso según ellos lo entendían.
Lo que trato de demostrar con este ejemplo y los anteriores es que el concepto de verdad esta ligado íntimamente a los prejuicios de las formas de expresión. La verdad no viene, y nunca ha venido, sin condicionamientos. Debe aparecer con una vestimenta adecuada, pues de lo contrario se puede ignorar, lo que equivale a decir que la "verdad" es una especie de prejuicio cultural. Cada cultura considera que se expresa más auténticamente si lo hace con ciertas formas simbólicas que otra cultura puede considerar triviales e irrelevantes. Ciertamente, para los griegos en los tiempos de Aristóteles, y durante los dos mil años subsiguientes, la verdad científica se descubría y expresaba mejor deduciendo la naturaleza de las cosas a partir de un conjunto de premisas evidentes; de ahí que Aristóteles creyera que las mujeres tenían menos dientes que los hombres y que los niños eran más sanos si se concebían cuando soplaba el viento norte. Aristóteles se había casado dos veces, pero, hasta donde sabemos, nunca se le ocurrió preguntarles a sus esposas si le permitían contar sus dientes. En cuanto a sus opiniones obstétricas, podemos afirmar con seguridad que no utilizaba cuestionarios ni se ocultaba detrás de las cortinas. Tales actos le habían parecido tan vulgares como innecesarios, ya que esa no era la manera de indagar sobre la veracidad de las cosas. El lenguaje de la lógica deductiva proporcionaba un camino más seguro.
No debemos apresurarnos a burlarnos de los prejuicios de Aristóteles, ya que nosotros tenemos bastantes, como por ejemplo, la ecuación que los modernos hacemos de la verdad y de la cuantificación. En este prejuicio, nos acercamos increíblemente a las creencias místicas de Pitágoras y sus seguidores, que intentaban someter toda la vida a la soberanía de los números. Muchos de nuestros psicólogos, sociólogos, economistas y otros cabalistas recientes no pueden proclamar su verdad si no lo hacen basándose en los números. Por ejemplo, "es posible imaginar a un economista moderno articulando verdades sobre nuestro estándar de vida recitando un poema" "0 contando lo que le pasó durante un paseo nocturno por East St. Louis" "O tal vez una serie de proverbios y parábolas, comenzando por la historia del hombre rico, el camello y el ojo de una aguja" El primero sería considerado irrelevante, el segundo meramente anecdótico, y el ultimo infantil. Sin embargo, estas formas de lenguaje son ciertamente capaces de expresar verdades sobre las relaciones económicas, así como sobre cualquier otra relación y han sido utilizadas precisamente por varios pueblos. Pero para la mente moderna, que reacciona en base a diferentes medios-metáforas, la verdad económica se descubre y expresa mejor en números. Tal vez sea así; no voy a discutirlo. Sólo quiero llamar la atención sobre el hecho de que hay una cierta medida de arbitrariedades en las formas que puede adoptar la expresión de la verdad. Debemos recordar que Galileo sólo dijo que el lenguaje de la naturaleza está escrito en matemáticas. No dijo que todo lo esté. Y aún la verdad sobre la naturaleza no necesita expresarse de esta manera. Para la mayor parte de la historia humana, el lenguaje de la naturaleza ha sido el del mito y el ritual. Se puede agregar que estas formas tenían la virtud de dejar la naturaleza libre de amenazas y de alentar la creencia de que los seres humanos somos parte de ella; pero, difícilmente corresponde a gente que esta preparada para hacer volar el planeta el vanagloriarse vigorosamente por haber descubierto la manera correcta de referirse a la naturaleza.
Al afirmar esto, no estoy apoyando un relativismo epistemológico. Algunas formas de expresar la verdad son mejores que otras y por lo tanto tienen una influencia más saludable sobre las culturas que las adoptan. Ciertamente, confío persuadirlos de que el declive de una epistemología basada en la imprenta, y el consiguiente ascenso de una epistemología basada en la televisión, ha tenido graves consecuencias para la vida pública, puesto que nos estamos atontando por momentos. Por ello siento que es necesario insistir en que el peso asignado a cualquier forma de expresión de la verdad es una función de la influencia que ejercen los medios de comunicación. "Ver para creen" siempre ha tenido un status preeminente como axioma epistemológico; pero "decir para creer", "leer para creer", "contar para creer", "deducir para creer" y "sentir para creer" son otras formas que han ascendido o descendido en importancia a medida que las culturas han experimentado cambios en los medios. Cuando una cultura se desplaza de su condición oral a escrita, de impresa a televisiva, sus ideas sobre la verdad se desplazan con ella. Tal como destaco Nietzsche, toda filosofía es la filosofía de una etapa de la vida. A lo cual podemos añadir que toda epistemología es la epistemología de una etapa de desarrollo de los medios. La verdad, como el tiempo en sí, es el producto de una conversación del ser humano consigo mismo sobre y a través de las técnicas de comunicación que él mismo ha inventado.
Puesto que la inteligencia se define fundamentalmente como nuestra capacidad para captar la verdad de las cosas, se deduce que lo que una cultura quiere decir por inteligencia se deriva del carácter de sus importantes formas de comunicación. En una cultura puramente oral, la inteligencia se asocia con frecuencia a un ingenio aforístico; esto es, el poder de inventar dichos compactos de amplia aplicabilidad. El sabio Salomón, según se nos dice en el Primer Libro de los Reyes, sabía tres mil proverbios. En una cultura de la imprenta, personas con semejante talento son consideradas, en el mejor de los casos, como pintorescas, pero más bien como pedantes aburridores. En una cultura puramente oral se atribuye un alto valor a la capacidad de memorizar, puesto que donde no existen palabras impresas la mente humana tiene que actuar como una biblioteca ambulante. Olvidarse de cómo se dice algo o se hace una cosa es un peligro para la comunidad y una forma flagrante de estupidez. En una cultura de imprenta, la memorización de un poema, de un menú, de una ley o de cualquier otra cosa es algo sólo encantador; algo casi siempre funcionalmente irrelevante y ciertamente no se considera un signo de gran inteligencia.
Si bien aquellas personas que lean este libro tendrán una noción general de lo que es una inteligencia de imprenta, puede llegarse a una definición detallada y razonable de lo que es considerando simplemente lo que se espera del lector al leerlo. En primer lugar, se requiere permanecer más o menos inmóvil por un tiempo relativamente largo. Si el lector no puede hacer esto (con este o con cualquier otro libro), nuestra cultura podría clasificarlo desde hiperactivo hasta indisciplinado, o en todo caso, con algún tipo de insuficiencia intelectual. La imprenta produce, tanto sobre nuestros cuerpos como sobre nuestras mentes, demandas más bien severas. No obstante, controlar el cuerpo requiere sólo un esfuerzo mínimo. También se habrá aprendido a no prestar atención a la forma de las letras, sino a ver, a través de ellas, a fin de ir directamente al significado de las palabras que forman. Si está preocupado por las formas de las letras, resultará un lector intolerablemente ineficiente, al extremo de que se le considerará tonto. Si ha aprendido a captar el sentido sin distracciones estéticas, se le exigirá que asuma una actitud imparcial y objetiva. Esto incluye su aporte a la tarea de lo que Bertrand Russell denominó una ¿inmunidad a la elocuencia", que significa que el lector es capaz de distinguir entre el placer sensual, el encanto, o el tono insinuante (si lo hubiere) de las palabras y la lógica de su argumento. Pero al mismo tiempo debe ser capaz de decir, por el tono del lenguaje, cuál es la actitud del autor hacia el tema y el lector. En otras palabras, debe distinguir la diferencia entre una broma y un argumento. Y al juzgar la calidad de un argumento, también debe ser capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo, incluso demorar un veredicto hasta que el argumento esté terminado, reteniendo en la cabeza preguntas hasta que haya determinado si el texto las responde para luego aportar al texto toda la experiencia relevante disponible como argumento contrario a lo que se propone. También debe ser capaz de retener aquellas partes del conocimiento y la experiencia que, en efecto, no influyen sobre el argumento. Y al prepararse para hacer todo esto, el lector debe dejar de lado la creencia de que las palabras son mágicas y, sobre todo, de que ha aprendido a captar el mundo de las abstracciones, pues hay muy pocas frases y cláusulas en este libro que requieran recurrir a imágenes concretas. En una cultura de imprenta, tendemos a decir que a la gente que no es inteligente debemos hacerle dibujos a fin de que nos entienda. La inteligencia implica que uno puede vivir cómodamente en un campo de conceptos y generalizaciones, sin recurrir a los dibujos.
Poder hacer todas estas cosas, y aún más, constituye una definición primaria de inteligencia en una cultura cuyas nociones de la verdad están organizadas en torno a la palabra impresa. En los dos capítulos siguientes quiero demostrar que en los siglos XVIII y XIX, nuestro país era un lugar así; es decir que quizá sea el más orientado hacia una cultura de imprenta que jamás haya existido. En capítulos subsiguientes, quiero explicar cómo han cambiado, en el siglo XX, nuestras nociones de la verdad y nuestras ideas sobre la inteligencia como resultado del desplazamiento de los viejos medios por los nuevos.
Pero no quiero simplificar la cuestión más de lo necesario. En particular, quiero terminar enfatizando tres puntos que pueden servir como una defensa contra ciertos argumentos que algunos lectores escrupulosos pudieran haberse formado.
El primero es que en ningún caso me preocupo por afirmar que los cambios en los medios producen cambios en las estructuras mentales de la gente o modificaciones en sus capacidades cognoscitivas. Hay algunas personas, como por ejemplo Jerome Bruner, Jack Goody, Walter Ong, Marshall McLuhan, Julia Janes y Eric Havelock, que afirman esto o están cerca de ello. Yo me inclino a creer que están en lo cierto, pero mi argumentación no lo requiere. Por consiguiente, no discutiré la posibilidad, por ejemplo, de que, de acuerdo con el pensamiento de Piaget, los pueblos de tradición oral son menos desarrollados intelectualmente que los que poseen esa criatura, o bien que los de la era de la televisión lo son menos que los integrantes de los otros dos grupos. Mi argumento es que un nuevo medio importante cambia la estructura del discurso y que lo hace alentando algunas funciones del intelecto al favorecer ciertas definiciones de la inteligencia y de la sabiduría y demandando un tipo específico de contenido; en pocas palabras, creando nuevas formas de explicar la verdad. Una vez más debo decir que no soy un relativista en esta cuestión y que creo que la epistemología creada por la televisión no sólo es inferior a la epistemología basada en la imprenta, sino que es peligrosa y absurda.
El segundo punto es que el desplazamiento de la epistemología que he indicado, y que describiré de forma detallada, todavía no incluye, y quizá nunca llegue a hacerlo, a todos y a todo. En efecto, mientras que algunos medios viejos desaparecen, tales como la escritura pictográfica y los manuscritos ilustrados, y con ellos las instituciones y los hábitos cognoscitivos que esos medios favorecían, otras formas de conversación permanecen, como por ejemplo el habla y la escritura. De ahí que la epistemología de nuevas formas como la televisión no posea una influencia totalmente incontestada.
Encuentro útil pensar en esta situación de la siguiente manera: los cambios en el entorno simbólico son similares a los cambios en el entorno natural; ambos son, al principio, graduales y se van acumulando hasta que, de repente, se logra una masa crítica, según dicen los físicos. Un río que ha sido contaminado lentamente, de golpe deviene tóxico, la mayoría de los peces mueren y nadar allí es peligroso para la salud. Pero aún entonces el río presenta el mismo aspecto y uno podría tomar un barco y navegar en el. En otras palabras, aún cuando el no ha sido privado de vida, no desaparece, ni tampoco todos sus usos, pero su valor ha disminuido seriamente y su condición degradada tendrá efectos perniciosos sobre todo el paisaje. Lo mismo ocurre con nuestro entorno simbólico. Creo que hemos alcanzado una masa crítica en la que el medio electrónico ha cambiado de manera decisiva e irreversible el carácter de nuestro entorno simbólico. Ahora somos una cultura en la que la información, las ideas y la epistemología están determinadas por la televisión y no por la palabra impresa. Ciertamente todavía hay lectores y son muchos los libros que se publican, pero la utilización de la imprenta y de la lectura ya no son lo que eran; ni siquiera en las escuelas, la última institución en la que creíamos que la imprenta era invencible. Se engañan aquéllos que creen que hay una coexistencia entre la televisión y la imprenta, ya que la misma implica paridad y aquí no hay paridad alguna. La imprenta ahora es una mera epistemología remanente y así ha de permanecer, asistida hasta cierto punto por el ordenador, la prensa diaria y las revistas que son hechas para que parezcan pantallas de televisión. Como los peces que sobreviven en un río contaminado y los boteros que en él navegan, todavía moran entre nosotros aquéllos cuyo sentido de las cosas está mayormente influido por aguas más antiguas y claras.
El tercer punto es que en la analogía que he descrito antes, el no se refiere principalmente a lo que denominamos discurso publico, es decir, nuestras formas de conversación política, religiosa, de información y comercial. Afirmo que una epistemología basada en la televisión contamina la comunicación pública y el paisaje que la rodea, pero no que lo contamina todo. En primer lugar, tengo siempre presentes los valores de la televisión como una fuente de comodidad y placer para los mayores, los enfermos y todas las personas que se encuentran solas en habitaciones y hoteles. Asimismo, soy consciente del potencial de la televisión para crear un teatro para las masas, aspecto este que, en mi opinión, no ha sido considerado con suficiente seriedad. También se pretende que, sea cual sea el poder de la televisión para socavar el discurso racional, su poder emocional es tan grande que pudo despertar sentimientos contra la guerra de Vietnam o contra formas más virulentas de racismo. Éstas y otras posibilidades beneficiosas no deben considerarse a la ligera.
Pero aún hay otra razón por la cual no quisiera que se crea que estoy atacando totalmente la televisión. Cualquiera que esté, aunque sea levemente, familiarizado con la historia de las comunicaciones, sabe que toda nueva tecnología relacionada con el pensamiento comprende concesiones mutuas. Da y quita, aunque no en la misma medida. Los cambios en los medios no implican necesariamente un resultado equilibrado. Algunas veces crea más de lo que destruye y en otras ocurre lo contrario. Debemos ser prudentes en nuestras alabanzas y en nuestras condenas, porque el futuro nos puede deparar sorpresas. La invención de la imprenta constituye un ejemplo paradigmático. La tipografía fomentó la idea moderna de la individualidad, pero destruyo el sentido medieval de la comunidad y la integración. La tipografía creó la prosa, pero convirtió la poesía en una forma de expresión exótica y elitista. La tipografía hizo posible la ciencia moderna, pero transformo la sensibilidad religiosa en una mera superstición. La tipografía favoreció el crecimiento de la nación-estado, pero por otra parte convirtió, el patriotismo en una emoción sórdida y hasta letal.
Evidentemente, mi punto de vista es que los cuatro siglos de dominación imperial de la tipografía han producido muchos más beneficios que perjuicios. La mayoría de nuestras ideas modernas sobre la utilización de la inteligencia fueron formadas por la palabra impresa, como lo fueron también nuestras ideas sobre la educación, el conocimiento, la verdad y la información. Trataré de demostrar que a medida que la tipografía se desplaza hacia la periferia de nuestra cultura y la televisión toma su lugar en el centro, la seriedad, la claridad, y, sobre todo el valor del discurso público, declinan peligrosamente. Uno debe mantener la mente alerta para poder percibir los beneficios que puedan venir de otras direcciones.
Capítulo 10: LA ENSEÑANZA COMO ACTIVIDAD DIVERTIDA Pág. 153
En primer lugar me refiero al hecho de que la contribución principal que la televisión hace a la filosofía de la educación es la idea de que la enseñanza y el entretenimiento son inseparables. Esta concepción totalmente original no se encuentra en ningún discurso sobre la educación, desde Confucio a John Dewey, pasando por Platón, Cicerón y Locke. Investigando la literatura educativa, encontraréis algunos que dicen que los niños aprenden mejor cuanto están interesados en lo que se les está enseñando, y que según lo enfatizaron Platón y Dewey, la raz6n se cultiva mejor cuando está enraizada en un campo emocional robusto. Hasta encontraréis que afirman que una maestra amable y dulce facilita el aprendizaje. Pero nadie ha dicho o insinuado nunca que se consiga un aprendizaje significativo, efectivo, duradero y verdadero, cuando la educación es entretenimiento. Los filósofos de la educación han supuesto que es difícil la aculturación, debido a que implica, necesariamente, la imposición de restricciones. Han argumentado que el aprendizaje debe ser una secuencia, que la perseverancia y cierta medida de transpiración son indispensables, que los placeres individuales con frecuencia deben quedar colgados en el interés de la cohesión grupal, y que el aprender a ser crítico y a pensar conceptual y rigurosamente no es algo que los jóvenes pueden adquirir fácilmente, sino que son victorias duramente logradas. Fue Cicerón quien, acertádamente, afirmó que el propósito de la educación es librar a los estudiantes de la tiranía del presente, cosa que no puede ser agradable para aquéllos que, como los jóvenes, están esforzándose por hacer lo contrario, acomodarse al presente.
Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del "show business"
Tít.Orig.: Amusing Ourselves to Death. Public Discourse in the Age of Show
Business.
Edic.Orig.: 1985
Ediciones de la Tempestad. Colec. Ideas, 1 Barcelona, 1991
Capítulo 1: EL MEDIO ES LA METÁFORA. Pág. 10
(...) He prestado cuidadosa atención a estas explicaciones y no digo que no haya nada que aprender de ellas. No podemos tomar a la ligera a marxistas, freudianos, levi-straussianos ni a los científicos creacionistas. Y, en todo caso, yo sería el primer sorprendido si lo que explicase estuviera cerca de la verdad total. Todos somos, como Huxley dice en alguna parte, "grandes abreviadores"; es decir, que ninguno de nosotros tiene el entendimiento suficiente para conocer toda la verdad, la oportunidad para explicarla, aún si creyéramos que la poseíamos, o una audiencia tan crédula cómo para aceptarla. Pero el lector encontrará aquí un argumento que supone una comprensión más clara de la cuestión que muchos de los anteriores. Sin embargo, su valor reside en la franqueza de su perspectiva, que tiene sus orígenes en las observaciones hechas por Platón hace 2300 años. Es un argumento que centra su atención en los tipos de conversación humana y señala que la forma en que estamos obligados a conducir tales conversaciones influye de manera decisiva en las ideas que podamos expresar convenientemente. Y las ideas que sea conveniente expresar se convertirán, inevitablemente, en el contenido importante de la cultura.
Utilizo metafóricamente la palabra "conversación" para referirme, no sólo al discurso, sino a todas las técnicas y tecnologías que permiten intercambiar mensajes a la gente de una cultura particular. En este sentido, toda cultura es una conversación o, más precisamente, un conjunto de conversaciones, realizado mediante una variedad de modelos simbólicos. Nuestra atención aquí se centra en cómo las formas del discurso público regulan, y aún dictaminan, qué clase de contenido puede surgir de tales formas.
Tomemos un ejemplo simple de lo que esto significa: consideremos la primitiva tecnología de las señales de humo. Si bien no conozco con exactitud el contenido que transmitían esas señales de los primitivos habitantes autóctonos, puedo asegurar con certeza que no incluían argumentación filosófica alguna. Las humaredas son insuficientemente complejas para expresar ideas sobre la naturaleza de la existencia, y aún si no lo fueran, un filósofo de la tribu cherokee, antes de exponer su segundo axioma, se encontrará sin existencias suficientes de madera y de mantas. No se puede utilizar el humo para hacer filosofía. Su forma excluye el contenido.
Recurramos a un ejemplo más próximo: como he sugerido antes, es inverosímil imaginar que alguien como nuestro vigésimo séptimo presidente, William Howard Taft, con su papada y sus ciento cincuenta kilos de peso, pudiera ser presentado como candidato presidencial en nuestro mundo actual. La forma del cuerpo de un hombre es ciertamente irrelevante en cuanto a la formulación de sus ideas cuando se dirige a un público por escrito, o por radio, o en todo caso mediante señales de humo. Pero es totalmente relevante en la televisión. Una imagen tan voluminosa como la mencionada, aún hablando, puede abrumar fácilmente cualquier sutileza lógica o espiritual sugerida por el discurso. Porque en la televisión, el discurso se transmite fundamentalmente mediante la imagen visual, lo que significa que este medio nos brinda una conversación de imágenes y no de palabras. La aparición en la arena política del asesor de imagen y el simultáneo declive del redactor de discursos atestiguan el hecho de que la televisión demanda un contenido que difiere del exigido por los otros medios. No se puede hacer filosofía política en televisión porque su forma conspira contra el contenido.
Veamos otro ejemplo, aún más complejo: la información, el contenido, o, si se prefiere, el material que define lo que se llama "las noticias del día" no existían -no podían existir un mundo carente de los medios para expresarla. No quiero decir que cosas como incendios, guerras, asesinatos y amores no existiesen antes, de vez en cuando o siempre, alrededor del mundo. Lo que digo es que, sin la tecnología para anunciarlas, la gente no se enteraba y por lo tanto no las incluía en su quehacer cotidiano. Tal información simplemente no podía existir como parte del contenido de la cultura. Esta idea -que hay un contenido denominado "las noticias del día"- fue creada totalmente por el telégrafo (y desde entonces ampliados por nuevos medios), que posibilitaba la transmisión descontextualizada a vastos espacios y a una velocidad increíble. Las noticias del día constituyen una quimera de nuestra imaginación tecnológica. Es, ciertamente, un acontecimiento del medio.
Nosotros nos enteramos parcialmente de acontecimientos que ocurren en todo el mundo, porque disponemos de múltiples medios cuya forma está bien adaptada a una conversación fragmentada. Las culturas sin medios de divulgación rápida -es decir, culturas en las que las señales de humo representan la herramienta más eficiente de conquista del espacio- no tienen noticias del día. Sin un medio para darles forma, las noticias del día no existen.
Para decirlo con la mayor claridad posible, este libro es una investigación y también un lamento sobre el hecho cultural estadounidense más significativo de la segunda mitad del siglo XX: la decadencia de la era de la tipografía y el ascenso de la era de la televisión. Esta transformación ha representado un cambio dramático e irreversible del contenido y significado del discurso público, puesto que dos medios tan diametralmente diferentes de ninguna manera pueden dar cabida a las mismas ideas. A medida que la influencia de la imprenta disminuye, el contenido de la política, la religión, la educación y todo aquello que comprenda las cuestiones publicas debe cambiar y ser refundida en los términos más apropiados a la televisión.
Si todo esto hace sospechar que se piensa en el aforismo de Marshall McLuhan, de que el medio es el mensaje, yo no rechazaré la asociación (aunque esta de moda el hacerlo entre respetables eruditos que, si no fuera por McLuhan, hoy estarían mudos). Conocí a McLuhan hace treinta años, cuando yo era un recién licenciado y él un desconocido profesor de inglés. Entonces creí, como sigo creyendo, que el hablaba en la tradición de Orwell y Huxley, esto es como un profeta, y ha seguido firmemente adherido a su enseñanza: que la forma más clara de ver a través de una cultura es prestar atención a sus instrumentos de conversación. Podría agregar que mi interés en este punto de vista fue despertado por un profeta mucho más formidable que McLuhan y más antiguo que Platón. Cuando de joven estudiaba la Biblia, encontré indicios de la idea de que las formas de los medios favorecen ciertas especies de contenidos que, por tanto, son capaces de llegar a dominar una cultura. Me refiero específicamente al Decálogo, cuyo segundo mandamiento prohíbe a los judíos hacer imágenes concretas de nada. "No harás ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra.". Me pregunté entonces, como tantos otros, por qué el Dios de esta gente incluía instrucciones sobre cómo debían simbolizar, o no simbolizar su experiencia. Constituye un mandato extraño para incluirlo como parte de un sistema ético, a no ser que su autor suponga que existe relación entre formas humanas de comunicación y la calidad de una cultura. Podemos aventurar la conjetura de que un pueblo al que se pide su conversión a una deidad abstracta y universal, sería considerado indigno de hacerlo si tuviera el hábito de hacer dibujos o estatuas, o de representar sus ideas en cualquier forma concreta de iconografía. El Dios de los judíos tenía que existir en la palabra y a través de la palabra, una concepción sin precedentes que requería el más alto orden de pensamiento abstracto. De ahí que para que un nuevo tipo de dios pudiera entrar en una cultura, era necesario considerar la iconografía como una blasfemia. Personas como nosotros, que están en un proceso de convertir su cultura centrada en la palabra en otra centrada en la imagen, haríamos bien en reflexionar sobre este mandato mosaico. Pero aún si estuviera equivocado en estas conjeturas, creo que es una suposición sabia y particularmente relevante reconocer que los medios de comunicación disponibles en cada cultura constituyen una influencia dominante en la formación de las preocupaciones intelectuales y sociales de la cultura.
Obviamente, el discurso es el medio principal e indispensable. Nos hizo humanos, nos mantiene humanos y, de hecho, define lo que la palabra humano significa. Esto no quiere decir que si no existieran otros medios de comunicación todos los humanos llegaran a considerar igualmente conveniente hablar de las mismas cosas de la misma manera. Sabemos bastante sobre el lenguaje como para comprender que las variaciones en las estructuras de las lenguas darán como resultado variaciones en lo que podamos llamar "la visión del mundo". Las características gramaticales de la lengua influyen enormemente en la forma en que la gente piensa sobre el tiempo y el espacio, así como sobre cosas y procesos. Por consiguiente, no debemos atrevernos a suponer que todas las mentes humanas comprenden de manera unánime cómo se conforma el mundo. Pero cuando consideramos el gran número y la variedad de instrumentos para la conversación que van más allá del lenguaje podemos imaginar cuanta más divergencia hay en la visión del mundo dentro de las distintas culturas. Pues aunque la cultura es una creación de la lengua, es re-creada y renovada por cada medio de comunicación -desde la pintura a los jeroglíficos y del alfabeto a la televisión-. Cada uno de estos medios, como el lenguaje en sí mismo, posibilita una forma única de discurso, ya que proporciona una nueva orientación para el pensamiento, para la expresión y para la sensibilidad. Esto es lo que McLuhan quiso explicar cuando dijo que el medio es el mensaje. No obstante, su aforismo necesita una enmienda a fin de evitar que uno confunda el mensaje con una metáfora. Un mensaje denota una afirmación específica y concreta acerca del mundo; pero las formas de nuestros medios de comunicación, incluyendo los símbolos que hacen posible la conversación, no rubrican tales afirmaciones. Son más bien como metáforas que por implicaciones poderosas, pero discretas, imponen sus definiciones específicas de la realidad. Sea que experimentemos el mundo por medio de la lente de la lengua, de la palabra escrita, o de la cámara de televisión, nuestras metáforas de los medios de comunicación nos clasifican el mundo, lo ordenan, lo enmarcan, lo agrandan, lo reducen, lo colorean, planteando así los argumentos para explicar cómo es el mundo. Como ha dicho Ernst Cassirer:
La realidad física parece retroceder en proporción a los avances simbólicos de la actividad del ser humano En vez de tratar las cosas en si mismas, el hombre está, en cierto sentido, en constante conversación consigo mismo. Se ha (...)
(Pág. 18)
Pero nuestras metáforas-medios no son tan explícitas ni tan vívidas como éstas, y son mucho más complejas. Para comprender la función metafórica, debemos tener en cuenta las formas simbólicas de su información, la fuente de su información, la cantidad y velocidad de su información, y el contexto en el cual esta se experimenta. De ahí que para llegar a ellas se requiera cierta búsqueda; es decir, descubrir que un reloj recrea el tiempo como una secuencia precisa, independiente y matemática; que la escritura recrea la mente como un bloc de papel sobre el cual esta escrita la experiencia; que el telégrafo recrea las noticias como un artículo de consumo. Y así, esa investigación se hace más fácil si comenzamos suponiendo que en todo instrumento que produzcamos introducimos una idea que va más allá de la función de la cosa en sí. Por ejemplo, se ha señalado que el invento de las gafas en el siglo XII, no solo posibilita, la mejora de una visión defectuosa, sino que sugirió la idea de que los seres humanos no tenían por que aceptar como finales la herencia de la naturaleza ni los estragos del tiempo. Las gafas también refutaron la creencia de que la anatomía es definitiva, proponiendo la idea de que, tanto nuestros cuerpos como nuestras mentes, son mejorables. No creo que sea ir demasiado lejos afirmar que hay un vínculo entre la invención de las gafas en el siglo XII y la investigación sobre la división de los genes en el nuestro.
Hasta un instrumento como el microscopio, de escaso uso cotidiano, ocultaba una idea bastante sorprendente, no sobre biología sino sobre psicología. Al revelar un mundo que hasta entonces había permanecido escondido, el microscopio sugería una posibilidad sobre la estructura de la mente.
Si las cosas no son lo que parecen, si los microbios están al acecho, inadvertidos sobre o debajo de nuestra piel, si lo invisible controla lo visible, no sería entonces posible que la idea, el yo y el superyo también estuvieran escondidos en alguna parte sin ser vistos" "Qué es el psicoanálisis sino un microscopio de la mente" "De dónde proceden las nociones de nuestra mente, sino de las metáforas generadas por nuestros instrumentos" "Qué significa decir que alguien tiene un coeficiente intelectual de 126" No hay números en los cerebros de las personas. La inteligencia no tiene cantidad o magnitud excepto en la medida que nosotros creemos que la tiene. "Y por qué creemos que la tiene" Porque disponemos de herramientas que sugieren que la mente es así. Por cierto que nuestros instrumentos de pensamiento nos sugieren como son nuestros cuerpos, como cuando alguien se refiere a su "reloj biológico", o cuando hablamos de nuestros "códigos genéticos", o cuando leemos el rostro de una persona como en un libro abierto, o bien cuando nuestras expresiones faciales expresan de forma telegráfica nuestras intenciones.
Cuando Galileo comentó que el lenguaje de la naturaleza esta escrito en matemáticas, lo decía solamente como metáfora. La naturaleza de por sí no habla. Tampoco lo hacen nuestras mentes o nuestros cuerpos, o, de acuerdo con este libro, nuestros cuerpos políticos. Nuestras conversaciones acerca de la naturaleza y sobre nosotros mismos se realizan en cualquier "lenguaje" que consideremos posible y conveniente emplear. No vemos la naturaleza, o la inteligencia, o la motivación humana o ideológica como "es" sino como son nuestras lenguas; y éstas son nuestros medios de comunicación. Nuestros medios son nuestras metáforas, y estas crean el contenido de nuestra cultura.
Capítulo 2. LOS MEDIOS COMO EPISTEMOLOGÍA Pág. 21
Mi intención escribir este libro es demostrar que en Estados Unidos se ha producido un gran desplazamiento del medio-metáfora con el resultado de que el contenido de gran parte de nuestro discurso público se ha convertido en una peligrosa absurdidad. Teniendo en cuenta esto, mi tarea en los capítulos que siguen es sencilla. En primer lugar, debo demostrar cómo, bajo el dominio de la imprenta, el discurso en nuestro país era diferente de lo que es ahora: generalmente coherente, serio y racional; y después cómo, bajo el dominio de la televisión, se ha marchitado y vuelto absurdo. Pero, para evitar la posibilidad de que mi análisis se interprete como un lloriqueo académico estandarizado, algo así como una queja elitista contra la "basura" de la televisión, en primer lugar debo explicar que mi enfoque es sobre la epistemología, y no sobre la estética o la crítica literaria. Es más, aprecio la basura tanto como mi vecino, y sé perfectamente que la imprenta ha generado bastante como para llenar a rebosar el Gran Cañón del Colorado. La televisión no tiene aún edad suficiente como para igualar ese volumen.
Así que no hago objeción alguna a la basura de la televisión. Lo mejor de la televisión es su basura y nadie ni nada está seriamente amenazado por ella. Por otra parte, no medimos una cultura por su producción de trivialidades no encubiertas, sino por lo que se juzga significativo. Y he aquí nuestro problema, porque la televisión se halla en su punto exigiendo constantemente a la televisión. El problema con esa gente es que no consideran la televisión con suficiente seriedad. Porque, al igual que la imprenta, la televisión es nada menos que una filosofía de la retórica. Para hablar con seriedad de la televisión uno debe hablar, por lo tanto, de epistemología. Cualquier otro comentario es en sí mismo trivial.
La epistemología es una materia compleja y normalmente opaca que se preocupa por los orígenes y la naturaleza del conocimiento. La parte de su contenido que es relevante aquí es el interés que pone en las definiciones de la verdad y en la fuente de donde surgen dichas definiciones. En particular, quiero demostrar que las definiciones de la verdad se derivan, al menos en parte, del carácter de los medios de comunicación mediante los cuales se trasmite la información. Quiero discutir de que forma los medios están implicados en nuestra epistemología.
Con la esperanza de simplificar lo que quiero decir con el título de este capítulo -los medios como epistemología- encuentro que es útil recurrir a una palabra de Northrop Frye, que ha utilizado un principio que denomina resonancia. El ha dicho que "por medio de la resonancia, una declaración particular y en un contexto particular adquiere una significación universal". Frye ofrece un ejemplo inicial al mencionar la frase "las uvas de ira", que aparece por primera vez en el Libro de Isaías, y en el contexto de la celebración de una anticipada matanza de edomitas. Pero, continúa Frye, "la frase hace tiempo que se ha alejado de ese contexto hacia muchos contextos nuevos, que dan dignidad a la situación humana, en lugar de reflejar meramente su fanatismo". Una vez dicho esto, Frye extiende la idea de la resonancia de manera que va más allá de las frases y sentencias. Un personaje de una obra de teatro o cuento -por ejemplo Hamlet o la Alicia de Lewis Carroll- pueden tener resonancia. Los objetos pueden tener resonancia, como también los países: "Los detalles más ínfimos de la geografía de los pequeños países fragmentados, como Grecia e Israel, se han impuesto sobre nuestra conciencia hasta convertirse en parte del mapa de nuestro mundo imaginario, hayamos conocido o no esos países".
Al considerar la cuestión de la fuente de la resonancia, Frye llega a la conclusión de que la fuerza generativa es la metáfora; esto es, el poder de una frase, un libro, una personalidad, o un relato para unificar y dar sentido a una variedad de actitudes o experiencias. De ahí que, donde la encontremos, Atenas se convierte en una metáfora de excelencia intelectual; Hamlet, en una metáfora de indecisión melancólica; los viajes imaginarios de Alicia, en una metáfora de búsqueda del orden en un mundo de absurdos semánticos.
Ahora me alejo de Frye (que, con seguridad, no haría objeción a ello) pero me llevo su palabra conmigo y afirmo que cada medio de comunicación tiene resonancia, puesto que esta es Metáfora con mayúsculas. Cualquiera que haya sido el contexto original y limitado de su uso, un medio tiene el poder de volar mucho más allá de ese contexto hacia otros nuevos e inesperados. Debido a la forma en que nos dirige para organizar nuestras mentes e integrar nuestra experiencia del mundo, se impone sobre nuestras conciencias y nuestras instituciones sociales de mil maneras. A veces tiene el poder de implicarse en nuestros conceptos de piedad, bondad o belleza. Y además esta siempre implicado en las formas en que definimos y regulamos nuestras ideas sobre la verdad.
Para explicar como ocurre esto, es decir, cómo incide el medio, que se siente pero no se ve, sobre una cultura, ofrezco tres casos verídicos.
El primero se refiere a una tribu del África occidental que carece de sistema de escritura, pero cuya rica tradición oral ha dado forma a sus ideas sobre la ley civil. Cuando surge una disputa, los querellantes se presentan ante el jefe de la tribu y exponen sus quejas. Sin una ley escrita que lo guíe, la tarea del jefe es buscar a través de su vasto repertorio de proverbios y refranes uno que sirva para la situación y satisfaga a ambas partes. Logrado eso, todas las partes acuerdan que se ha hecho justicia y que la verdad ha sido salvaguardada. Obviamente, se reconocerá que éste era el principal método de Jesús y otros personajes bíblicos que, viviendo en una cultura esencialmente oral, recurrían a todos los recursos de la palabra, incluyendo dispositivos mnemotécnicos, frases hechas y parábolas como un medio para descubrir y revelar la verdad. Tal como señala Walter Ong, en las culturas orales los proverbios y refranes no constituyen un recurso ocasional: "Son incesantes y forman la sustancia misma del pensamiento. Es imposible desarrollar un pensamiento de forma extensa sin ellos, ya que en ellos consiste".
Para personas como nosotros, toda dependencia de proverbios y refranes está reservada principalmente para resolver altercados entre o con los pequeños. "El que pega primero, pega dos veces", "Quien de joven no trabaja, de viejo duerme en un pajar", "Cosecharás lo que siembres". Éstas son formas de expresarnos a las que recurrimos en casos de pequeñas crisis con nuestros hijos, pero suena ridículo utilizarlas en una Sala de Justicia, donde han de decidirse asuntos "serios". "Es posible imaginar un alguacil preguntando a un jurado si ha llegado a alguna decisión y que reciba por respuesta que "Errar es humano, pero perdonar es divino" "0 mejor aún, "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"" Durante un momento el juez podría parecer encantado, pero si de inmediato no siguiera un lenguaje más formal, el jurado podría terminar emitiendo una sentencia más larga que para la mayoría de los acusados.
Jueces, abogados y acusados no consideran los proverbios o refranes una respuesta relevante en las disputas legales. En esto se encuentran separados del jefe tribal por una metáfora medio. Porque en una Sala de Justicia, basada en la palabra impresa, donde los libros de leyes, los escritos, las citaciones y otros materiales definen y organizan el método de descubrir la verdad, la tradición oral ha perdido mucho de su resonancia, aunque no toda. Se espera que los testimonios sean dados oralmente, en base al supuesto de que la palabra hablada, y no la escrita, refleja con mayor veracidad el estado anímico del testigo. En efecto, en muchas Salas de Justicia no se permite a los jurados tomar notas, ni se les da copias impresas de las explicaciones de la ley hechas por el juez. Se espera que los jurados escuchen la verdad, o lo opuesto, pero no que la lean. De ahí que podamos decir que hay un conflicto de resonancias en nuestro concepto de la verdad legal. Por un lado, hay una creencia residual en el poder de la palabra hablada y sólo de la palabra, para transmitir la verdad; por otra parte, hay una creencia mucho más fuerte en la autenticidad de la escritura, y en particular de la palabra impresa. Esta segunda creencia tiene poca tolerancia hacia la poesía, los proverbios, los refranes, las parábolas y cualquier otra expresión de sabiduría oral. La ley es lo que como epistemología los legisladores y los jueces han escrito. En nuestra cultura, los abogados no necesitan ser sabios; necesitan estar bien informados.
Una paradoja similar existe en las universidades, y en general con la misma distribución de resonancias; es decir, que hay unas pocas tradiciones remanentes basadas en la noción de que la palabra es la principal portadora de la verdad. Pero, en su mayor parte, la concepción universitaria de la verdad esta estrechamente ligada a la estructura y la lógica de la palabra impresa. Para ilustrar este punto, recurro aquí a una experiencia personal que tuvo lugar durante un ritual medieval, todavía practicado extensamente y conocido como "defensa oral del doctorado". Utilizo la palabra medieval literalmente, pues en la Edad Media los estudiantes siempre se examinaban oralmente y la tradición se mantiene en base a la asunción de que el candidato debe ser capaz de hablar competentemente sobre su trabajo escrito. Pero, claro este, el trabajo escrito es lo que tiene más peso.
En este caso, la cuestión de cual es una forma legítima de explicar la verdad fue elevada a un nivel de conciencia que raramente se alcanza. El candidato había incluido en su tesis una nota al pie, como certificación de una cita, que decía lo siguiente: "Manifestado al investigador en el Hotel Roosevelt el 18 de enero be 1981, en presencia de Arthur Lingeman y de Jerrold Gross". Esta cita llamó la atención de no menos de cuatro de los examinadores orales, los cuales observaron que la misma era difícilmente apropiada como forma de documentación y que debía ser reemplazada por una cita de algún libro o artículo. Uno de los profesores comento al candidato que no era un periodista, sino un estudiante. Quizá porque el candidato no conocía ninguna publicación en la que constara lo que le habían dicho en el Hotel Roosevelt, se defendió enérgicamente en base a que existían testigos que podían testificar sobre la exactitud de esas citas, y que la forma en que se transmite una idea es irrelevante respecto a su veracidad. Llevado por su elocuencia, el candidato arguyo que en su tesis había más de trescientas referencias de trabajos publicados y que era muy improbable que los examinadores comprobasen su veracidad, hecho que lo impulsaba a plantearles la siguiente pregunta: "Por qué aceptáis la veracidad de la referencia impresa y no la de la referencia oral"
La respuesta que recibió siguió este razonamiento: "Usted se equivoca si cree que la forma en que se transmite una idea es irrelevante respecto a su veracidad. En el mundo académico, la palabra impresa esta investida de más prestigio y autenticidad que la palabra hablada. Lo que la gente dice se considera que es más espontáneo que lo que escribe. La palabra impresa se supone que es producto de la reflexión del autor y que ha sido revisada por él, por autoridades y por editores. Es más fácil de verificar o refutar y está investida de un carácter impersonal y objetivo, que es la razón por la cual, sin duda, usted se ha referido a sí mismo en su tesis como "el investigador" en vez de por su nombre; es decir, que la palabra impresa, por su naturaleza, se dirige al mundo y no a un individuo. La palabra impresa perdura, la hablada desaparece; y por esta razón lo escrito está más cerca de la verdad que lo expresado oralmente. Más aún, estamos seguros de que usted preferiría que esta comisión hiciera una declaración escrita certificando que usted ha aprobado su examen (en caso de que así ocurra) en vez de que nos limitemos a expresar oralmente que así lo ha hecho. Nuestra declaración escrita representará la "verdad". "Nuestro acuerdo oral sería sólo un rumor".
Sabiamente, el candidato no dijo nada más sobre el asunto, excepto indicar que haría cualquier cambio que la comisión sugiriera y que anhelaba profundamente que, de aprobar el examen oral, se le extendiera un documento que lo certificara. Aprobó y con el tiempo se escribieron las palabras apropiadas.
Un tercer ejemplo de la influencia de los medios sobre nuestra epistemología puede obtenerse del juicio al gran Sócrates. Al iniciar Sócrates su defensa, dirigiéndose a un jurado integrado por quinientas personas, pide disculpas por no haber preparado debidamente su discurso. Les dice a sus hermanos atenienses que seguramente titubeará, pero pide que no lo interrumpan por ello y ruega que lo consideren como si fuera un extraño proveniente de otra ciudad, y promete que les dirá la verdad, sin adornos ni elocuencia. Comenzar de esta forma era, obviamente, característico de Sócrates, pero no era una característica de la época en la que vivía. En efecto, y Sócrates lo sabía bien, sus hermanos atenienses no consideraban que los principios de la retórica y la expresión de la verdad fueran independientes los unos de los otros. La gente como nosotros se siente muy atraída por la disculpa de Sócrates porque estamos acostumbrados a pensar en la retórica como un adorno del discurso -con frecuencia pretencioso, superficial e innecesario-. Pero, para la gente que la inventó, los sofistas del siglo v a. de C. y sus herederos, la retórica no era sólo una oportunidad para actuar dramáticamente, sino un medio casi indispensable para organizar la evidencia y las pruebas y, por lo tanto, de comunicar la verdad.
No era sólo un elemento clave en la educación de los atenienses (mucho más importante que la filosofía) sino una forma artística preeminente. Para los griegos, la retórica era una forma de escritura hablada. Si bien siempre implicaba una actuación oral, su poder para revelar la verdad residía en el poder de la palabra escrita para exponer argumentos en una progresión ordenada. Si bien Platón mismo cuestionó esta concepción de la verdad (como podemos adivinar por medio de la disculpa de Sócrates) sus contemporáneos creían que la retórica era el medio apropiado mediante el cual la "opinión correcta" podía descubrirse y articularse. Desdeñar las reglas de la retórica, expresar los pensamientos de cualquier manera sin el debido énfasis o la pasión apropiada, se considerara agraviante para la inteligencia del auditorio y sugería una cierta falsedad. De ahí que podemos asumir que muchos de los doscientos ochenta jueces que emitieron un voto de culpabilidad contra Sócrates lo hicieron porque su conducta no era coherente con la veracidad del caso según ellos lo entendían.
Lo que trato de demostrar con este ejemplo y los anteriores es que el concepto de verdad esta ligado íntimamente a los prejuicios de las formas de expresión. La verdad no viene, y nunca ha venido, sin condicionamientos. Debe aparecer con una vestimenta adecuada, pues de lo contrario se puede ignorar, lo que equivale a decir que la "verdad" es una especie de prejuicio cultural. Cada cultura considera que se expresa más auténticamente si lo hace con ciertas formas simbólicas que otra cultura puede considerar triviales e irrelevantes. Ciertamente, para los griegos en los tiempos de Aristóteles, y durante los dos mil años subsiguientes, la verdad científica se descubría y expresaba mejor deduciendo la naturaleza de las cosas a partir de un conjunto de premisas evidentes; de ahí que Aristóteles creyera que las mujeres tenían menos dientes que los hombres y que los niños eran más sanos si se concebían cuando soplaba el viento norte. Aristóteles se había casado dos veces, pero, hasta donde sabemos, nunca se le ocurrió preguntarles a sus esposas si le permitían contar sus dientes. En cuanto a sus opiniones obstétricas, podemos afirmar con seguridad que no utilizaba cuestionarios ni se ocultaba detrás de las cortinas. Tales actos le habían parecido tan vulgares como innecesarios, ya que esa no era la manera de indagar sobre la veracidad de las cosas. El lenguaje de la lógica deductiva proporcionaba un camino más seguro.
No debemos apresurarnos a burlarnos de los prejuicios de Aristóteles, ya que nosotros tenemos bastantes, como por ejemplo, la ecuación que los modernos hacemos de la verdad y de la cuantificación. En este prejuicio, nos acercamos increíblemente a las creencias místicas de Pitágoras y sus seguidores, que intentaban someter toda la vida a la soberanía de los números. Muchos de nuestros psicólogos, sociólogos, economistas y otros cabalistas recientes no pueden proclamar su verdad si no lo hacen basándose en los números. Por ejemplo, "es posible imaginar a un economista moderno articulando verdades sobre nuestro estándar de vida recitando un poema" "0 contando lo que le pasó durante un paseo nocturno por East St. Louis" "O tal vez una serie de proverbios y parábolas, comenzando por la historia del hombre rico, el camello y el ojo de una aguja" El primero sería considerado irrelevante, el segundo meramente anecdótico, y el ultimo infantil. Sin embargo, estas formas de lenguaje son ciertamente capaces de expresar verdades sobre las relaciones económicas, así como sobre cualquier otra relación y han sido utilizadas precisamente por varios pueblos. Pero para la mente moderna, que reacciona en base a diferentes medios-metáforas, la verdad económica se descubre y expresa mejor en números. Tal vez sea así; no voy a discutirlo. Sólo quiero llamar la atención sobre el hecho de que hay una cierta medida de arbitrariedades en las formas que puede adoptar la expresión de la verdad. Debemos recordar que Galileo sólo dijo que el lenguaje de la naturaleza está escrito en matemáticas. No dijo que todo lo esté. Y aún la verdad sobre la naturaleza no necesita expresarse de esta manera. Para la mayor parte de la historia humana, el lenguaje de la naturaleza ha sido el del mito y el ritual. Se puede agregar que estas formas tenían la virtud de dejar la naturaleza libre de amenazas y de alentar la creencia de que los seres humanos somos parte de ella; pero, difícilmente corresponde a gente que esta preparada para hacer volar el planeta el vanagloriarse vigorosamente por haber descubierto la manera correcta de referirse a la naturaleza.
Al afirmar esto, no estoy apoyando un relativismo epistemológico. Algunas formas de expresar la verdad son mejores que otras y por lo tanto tienen una influencia más saludable sobre las culturas que las adoptan. Ciertamente, confío persuadirlos de que el declive de una epistemología basada en la imprenta, y el consiguiente ascenso de una epistemología basada en la televisión, ha tenido graves consecuencias para la vida pública, puesto que nos estamos atontando por momentos. Por ello siento que es necesario insistir en que el peso asignado a cualquier forma de expresión de la verdad es una función de la influencia que ejercen los medios de comunicación. "Ver para creen" siempre ha tenido un status preeminente como axioma epistemológico; pero "decir para creer", "leer para creer", "contar para creer", "deducir para creer" y "sentir para creer" son otras formas que han ascendido o descendido en importancia a medida que las culturas han experimentado cambios en los medios. Cuando una cultura se desplaza de su condición oral a escrita, de impresa a televisiva, sus ideas sobre la verdad se desplazan con ella. Tal como destaco Nietzsche, toda filosofía es la filosofía de una etapa de la vida. A lo cual podemos añadir que toda epistemología es la epistemología de una etapa de desarrollo de los medios. La verdad, como el tiempo en sí, es el producto de una conversación del ser humano consigo mismo sobre y a través de las técnicas de comunicación que él mismo ha inventado.
Puesto que la inteligencia se define fundamentalmente como nuestra capacidad para captar la verdad de las cosas, se deduce que lo que una cultura quiere decir por inteligencia se deriva del carácter de sus importantes formas de comunicación. En una cultura puramente oral, la inteligencia se asocia con frecuencia a un ingenio aforístico; esto es, el poder de inventar dichos compactos de amplia aplicabilidad. El sabio Salomón, según se nos dice en el Primer Libro de los Reyes, sabía tres mil proverbios. En una cultura de la imprenta, personas con semejante talento son consideradas, en el mejor de los casos, como pintorescas, pero más bien como pedantes aburridores. En una cultura puramente oral se atribuye un alto valor a la capacidad de memorizar, puesto que donde no existen palabras impresas la mente humana tiene que actuar como una biblioteca ambulante. Olvidarse de cómo se dice algo o se hace una cosa es un peligro para la comunidad y una forma flagrante de estupidez. En una cultura de imprenta, la memorización de un poema, de un menú, de una ley o de cualquier otra cosa es algo sólo encantador; algo casi siempre funcionalmente irrelevante y ciertamente no se considera un signo de gran inteligencia.
Si bien aquellas personas que lean este libro tendrán una noción general de lo que es una inteligencia de imprenta, puede llegarse a una definición detallada y razonable de lo que es considerando simplemente lo que se espera del lector al leerlo. En primer lugar, se requiere permanecer más o menos inmóvil por un tiempo relativamente largo. Si el lector no puede hacer esto (con este o con cualquier otro libro), nuestra cultura podría clasificarlo desde hiperactivo hasta indisciplinado, o en todo caso, con algún tipo de insuficiencia intelectual. La imprenta produce, tanto sobre nuestros cuerpos como sobre nuestras mentes, demandas más bien severas. No obstante, controlar el cuerpo requiere sólo un esfuerzo mínimo. También se habrá aprendido a no prestar atención a la forma de las letras, sino a ver, a través de ellas, a fin de ir directamente al significado de las palabras que forman. Si está preocupado por las formas de las letras, resultará un lector intolerablemente ineficiente, al extremo de que se le considerará tonto. Si ha aprendido a captar el sentido sin distracciones estéticas, se le exigirá que asuma una actitud imparcial y objetiva. Esto incluye su aporte a la tarea de lo que Bertrand Russell denominó una ¿inmunidad a la elocuencia", que significa que el lector es capaz de distinguir entre el placer sensual, el encanto, o el tono insinuante (si lo hubiere) de las palabras y la lógica de su argumento. Pero al mismo tiempo debe ser capaz de decir, por el tono del lenguaje, cuál es la actitud del autor hacia el tema y el lector. En otras palabras, debe distinguir la diferencia entre una broma y un argumento. Y al juzgar la calidad de un argumento, también debe ser capaz de hacer varias cosas al mismo tiempo, incluso demorar un veredicto hasta que el argumento esté terminado, reteniendo en la cabeza preguntas hasta que haya determinado si el texto las responde para luego aportar al texto toda la experiencia relevante disponible como argumento contrario a lo que se propone. También debe ser capaz de retener aquellas partes del conocimiento y la experiencia que, en efecto, no influyen sobre el argumento. Y al prepararse para hacer todo esto, el lector debe dejar de lado la creencia de que las palabras son mágicas y, sobre todo, de que ha aprendido a captar el mundo de las abstracciones, pues hay muy pocas frases y cláusulas en este libro que requieran recurrir a imágenes concretas. En una cultura de imprenta, tendemos a decir que a la gente que no es inteligente debemos hacerle dibujos a fin de que nos entienda. La inteligencia implica que uno puede vivir cómodamente en un campo de conceptos y generalizaciones, sin recurrir a los dibujos.
Poder hacer todas estas cosas, y aún más, constituye una definición primaria de inteligencia en una cultura cuyas nociones de la verdad están organizadas en torno a la palabra impresa. En los dos capítulos siguientes quiero demostrar que en los siglos XVIII y XIX, nuestro país era un lugar así; es decir que quizá sea el más orientado hacia una cultura de imprenta que jamás haya existido. En capítulos subsiguientes, quiero explicar cómo han cambiado, en el siglo XX, nuestras nociones de la verdad y nuestras ideas sobre la inteligencia como resultado del desplazamiento de los viejos medios por los nuevos.
Pero no quiero simplificar la cuestión más de lo necesario. En particular, quiero terminar enfatizando tres puntos que pueden servir como una defensa contra ciertos argumentos que algunos lectores escrupulosos pudieran haberse formado.
El primero es que en ningún caso me preocupo por afirmar que los cambios en los medios producen cambios en las estructuras mentales de la gente o modificaciones en sus capacidades cognoscitivas. Hay algunas personas, como por ejemplo Jerome Bruner, Jack Goody, Walter Ong, Marshall McLuhan, Julia Janes y Eric Havelock, que afirman esto o están cerca de ello. Yo me inclino a creer que están en lo cierto, pero mi argumentación no lo requiere. Por consiguiente, no discutiré la posibilidad, por ejemplo, de que, de acuerdo con el pensamiento de Piaget, los pueblos de tradición oral son menos desarrollados intelectualmente que los que poseen esa criatura, o bien que los de la era de la televisión lo son menos que los integrantes de los otros dos grupos. Mi argumento es que un nuevo medio importante cambia la estructura del discurso y que lo hace alentando algunas funciones del intelecto al favorecer ciertas definiciones de la inteligencia y de la sabiduría y demandando un tipo específico de contenido; en pocas palabras, creando nuevas formas de explicar la verdad. Una vez más debo decir que no soy un relativista en esta cuestión y que creo que la epistemología creada por la televisión no sólo es inferior a la epistemología basada en la imprenta, sino que es peligrosa y absurda.
El segundo punto es que el desplazamiento de la epistemología que he indicado, y que describiré de forma detallada, todavía no incluye, y quizá nunca llegue a hacerlo, a todos y a todo. En efecto, mientras que algunos medios viejos desaparecen, tales como la escritura pictográfica y los manuscritos ilustrados, y con ellos las instituciones y los hábitos cognoscitivos que esos medios favorecían, otras formas de conversación permanecen, como por ejemplo el habla y la escritura. De ahí que la epistemología de nuevas formas como la televisión no posea una influencia totalmente incontestada.
Encuentro útil pensar en esta situación de la siguiente manera: los cambios en el entorno simbólico son similares a los cambios en el entorno natural; ambos son, al principio, graduales y se van acumulando hasta que, de repente, se logra una masa crítica, según dicen los físicos. Un río que ha sido contaminado lentamente, de golpe deviene tóxico, la mayoría de los peces mueren y nadar allí es peligroso para la salud. Pero aún entonces el río presenta el mismo aspecto y uno podría tomar un barco y navegar en el. En otras palabras, aún cuando el no ha sido privado de vida, no desaparece, ni tampoco todos sus usos, pero su valor ha disminuido seriamente y su condición degradada tendrá efectos perniciosos sobre todo el paisaje. Lo mismo ocurre con nuestro entorno simbólico. Creo que hemos alcanzado una masa crítica en la que el medio electrónico ha cambiado de manera decisiva e irreversible el carácter de nuestro entorno simbólico. Ahora somos una cultura en la que la información, las ideas y la epistemología están determinadas por la televisión y no por la palabra impresa. Ciertamente todavía hay lectores y son muchos los libros que se publican, pero la utilización de la imprenta y de la lectura ya no son lo que eran; ni siquiera en las escuelas, la última institución en la que creíamos que la imprenta era invencible. Se engañan aquéllos que creen que hay una coexistencia entre la televisión y la imprenta, ya que la misma implica paridad y aquí no hay paridad alguna. La imprenta ahora es una mera epistemología remanente y así ha de permanecer, asistida hasta cierto punto por el ordenador, la prensa diaria y las revistas que son hechas para que parezcan pantallas de televisión. Como los peces que sobreviven en un río contaminado y los boteros que en él navegan, todavía moran entre nosotros aquéllos cuyo sentido de las cosas está mayormente influido por aguas más antiguas y claras.
El tercer punto es que en la analogía que he descrito antes, el no se refiere principalmente a lo que denominamos discurso publico, es decir, nuestras formas de conversación política, religiosa, de información y comercial. Afirmo que una epistemología basada en la televisión contamina la comunicación pública y el paisaje que la rodea, pero no que lo contamina todo. En primer lugar, tengo siempre presentes los valores de la televisión como una fuente de comodidad y placer para los mayores, los enfermos y todas las personas que se encuentran solas en habitaciones y hoteles. Asimismo, soy consciente del potencial de la televisión para crear un teatro para las masas, aspecto este que, en mi opinión, no ha sido considerado con suficiente seriedad. También se pretende que, sea cual sea el poder de la televisión para socavar el discurso racional, su poder emocional es tan grande que pudo despertar sentimientos contra la guerra de Vietnam o contra formas más virulentas de racismo. Éstas y otras posibilidades beneficiosas no deben considerarse a la ligera.
Pero aún hay otra razón por la cual no quisiera que se crea que estoy atacando totalmente la televisión. Cualquiera que esté, aunque sea levemente, familiarizado con la historia de las comunicaciones, sabe que toda nueva tecnología relacionada con el pensamiento comprende concesiones mutuas. Da y quita, aunque no en la misma medida. Los cambios en los medios no implican necesariamente un resultado equilibrado. Algunas veces crea más de lo que destruye y en otras ocurre lo contrario. Debemos ser prudentes en nuestras alabanzas y en nuestras condenas, porque el futuro nos puede deparar sorpresas. La invención de la imprenta constituye un ejemplo paradigmático. La tipografía fomentó la idea moderna de la individualidad, pero destruyo el sentido medieval de la comunidad y la integración. La tipografía creó la prosa, pero convirtió la poesía en una forma de expresión exótica y elitista. La tipografía hizo posible la ciencia moderna, pero transformo la sensibilidad religiosa en una mera superstición. La tipografía favoreció el crecimiento de la nación-estado, pero por otra parte convirtió, el patriotismo en una emoción sórdida y hasta letal.
Evidentemente, mi punto de vista es que los cuatro siglos de dominación imperial de la tipografía han producido muchos más beneficios que perjuicios. La mayoría de nuestras ideas modernas sobre la utilización de la inteligencia fueron formadas por la palabra impresa, como lo fueron también nuestras ideas sobre la educación, el conocimiento, la verdad y la información. Trataré de demostrar que a medida que la tipografía se desplaza hacia la periferia de nuestra cultura y la televisión toma su lugar en el centro, la seriedad, la claridad, y, sobre todo el valor del discurso público, declinan peligrosamente. Uno debe mantener la mente alerta para poder percibir los beneficios que puedan venir de otras direcciones.
Capítulo 10: LA ENSEÑANZA COMO ACTIVIDAD DIVERTIDA Pág. 153
En primer lugar me refiero al hecho de que la contribución principal que la televisión hace a la filosofía de la educación es la idea de que la enseñanza y el entretenimiento son inseparables. Esta concepción totalmente original no se encuentra en ningún discurso sobre la educación, desde Confucio a John Dewey, pasando por Platón, Cicerón y Locke. Investigando la literatura educativa, encontraréis algunos que dicen que los niños aprenden mejor cuanto están interesados en lo que se les está enseñando, y que según lo enfatizaron Platón y Dewey, la raz6n se cultiva mejor cuando está enraizada en un campo emocional robusto. Hasta encontraréis que afirman que una maestra amable y dulce facilita el aprendizaje. Pero nadie ha dicho o insinuado nunca que se consiga un aprendizaje significativo, efectivo, duradero y verdadero, cuando la educación es entretenimiento. Los filósofos de la educación han supuesto que es difícil la aculturación, debido a que implica, necesariamente, la imposición de restricciones. Han argumentado que el aprendizaje debe ser una secuencia, que la perseverancia y cierta medida de transpiración son indispensables, que los placeres individuales con frecuencia deben quedar colgados en el interés de la cohesión grupal, y que el aprender a ser crítico y a pensar conceptual y rigurosamente no es algo que los jóvenes pueden adquirir fácilmente, sino que son victorias duramente logradas. Fue Cicerón quien, acertádamente, afirmó que el propósito de la educación es librar a los estudiantes de la tiranía del presente, cosa que no puede ser agradable para aquéllos que, como los jóvenes, están esforzándose por hacer lo contrario, acomodarse al presente.
domingo, 29 de junio de 2008
Psiquiatría biológica
Autor: Manuel Valdés Millar
Título: Psiquiatría Biológica: ¿Medicina o Ideología? La ausencia de respuestas éticas en la investigación psicobiológica.
Editorial: Mundo Científico nº 172.
Lugar/Fecha/Pág.: Barcelona, Octubre 1976
[Manuel Valdés Miyar: profesor titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona y Jefe de Sección del Area de Medicina Psicosomática y Conductual de la Subdivisión de Psiquiatría del Hospital Clínico y Provincial de Barcelona]
[Presentación] El progreso de la psiquiatría biológica a partir del empleo de modelos sistémicos ha permitido un conocimiento cada vez más preciso de la psicobiología de la vida psíquica, pero no ha servido para definir con criterios objetivos lo que es normal o deseable para el hombre. Por lo tanto, en la psiquiatría biológica se manejan conocimientos desprovistos de significado ideológico y moral, lo que obliga a los psiquiatras a recurrir a sistemas de valores ajenos a la ciencia.
El tratamiento de las alteraciones de la mente ha sido siempre una práctica polémica y casi nunca se ha fundamentado en un verdadero conocimiento de la biología del cerebro, de ahí que la psiquiatría haya sido cíclicamente acusada de definir las enfermedades mentales a partir de juicios de valor. Por ejemplo un juicio de valor seria afirmar que la discrepancia ideologica es un síntoma de psicosis, o que la masturbación es un trastorno, y aunque la psiquiatría ha progresado espectacularmente en las tres últimas décadas, todavía sigue recurriendo al diagnostico por consenso y a la definición de lo anormal en términos de desviación estadística. Esto es así porque todavía hay muchos trastornos que hasta ahora unicamente pueden ser descritos en función de su historia natural, de manera que no está claro si se trata de estados psíquicos circunstanciales, de alteraciones de la integración de la experiencia o de verdaderas enfermedades psíquicas. En la década del setenta, algunas filosofías libertarias que se enfrentaron a la praxis psiquiátrica de un modo decididamente radical, consideraron superflua esa distinción, y sostuvieron con escasa finura epistemológica que la enfermedad mental era un mito generado por la cultura y por el poder para neutralizar a los disidentes. Naturalmente, este punto de vista no duró mucho ni resolvió nada, y desde entonces la psiquiatría biológica ha ido desarrollándose ostensiblemente, sin dar respuesta adecuada a muchas preguntas que pueden hacerse sobre la naturaleza y los límites de su competencia.
Pero, qué se entiende por psiquiatría biológica! A ia psiquiatría (y a la medicina) biológica la definen sus postulados teóricos y sus métodos, que difieren de los sostenidos por la psiquiatría (y la medicina) organicista decimonónica, básicamente empírica, y sustentadora del paradigma de las enfermedades infecciosas como modelo para entender la enfermedad. Por lo tanto, a medida que la medicina ha ido fundamentándose en la investigación biológica, basada en la Teoría General de Sistemas y en la teoría de la información, la psiquiatría ha ido nutriéndose de la investigación psicobiológica, y ha tenido acceso a un tipo de explicaciones que han ido modificando su praxis aceleradamente.
La psiquiatría biológica se desarrolla
más en el laboratorio que en la clínica
La psiquiatría biológica parte de la base de que la arquitectura heredada [de la mente humana es el resultado de un proceso evolutivo, configurado por la necesidad de resolver problemas de adaptación al medio. Por lo tanto, el funcionamiento de esa mente está subordinado a la necesidad de sobrevivir, y sus objetivos se centran en la solución de problemas que pueden afectar a la reproducción de la especie, aunque sea muy remotamente. Así, por ejemplo, estar de buen humor resulta adaptativo porque, al promover actitudes afirmativas y afiliativas, hace más probable la interacción agradable con el otro sexo e incrementa la posibilidad de fecundación. Es cierto que el hecho de estar triste también aumenta la probabilidad de caer en los brazos reparadores de otro ser de otro sexo, pero sabemos que en los estados de estrés y de depresión -que son estados dependientes de la regencia funcional del sistema septo-hipocámpico o inhibidor de la acción (SIA) la regulación hipotalámica del eje hipofisario hace altamente improbable la fecundación, que es uno de los primeros lujos que un organismo suprime cuando está en apuros. Así pues, la psiquiatría biológica debería contemplar los estados emocionales y las conductas desde la perspectiva de analizar sus cualidades en referencia a su valor adaptativo, y a continuación tendría que sancionar qué estados o conductas son biológicamente deseables para cada sujeto en particular (ya que el valor adaptativo de una conducta está más determinado por su capacidad para servir a los intereses de la especie que a los del sujeto). ¿Debe la psiquiatría biológica ponerse al servicio del individuo hasta el extremo de sentirse eximida de toda servidumbre a los intereses de perpetuación de la especie? Y si es así, ¿qué criterio de normalidad va a usar, una vez rechazado explícitamente el concepto de valor adaptativo como criterio biológicamente deseable) ¿Ha de romper entonces la psiquiatría biológica con las leyes de la biología para proporcionar al hombre otro universo y emanciparlo de su servidumbre biológica de mero espécimen? Está claro que en el futuro inmediato va a haber mucho trabajo para los defensores de la libertad y para los científicos y los filósofos que se interesan por la teleología de la mente. El caso de la esquizofrenia merece un análisis particular. La esquizofrenia es una enfermedad mental determinada por factores genéticos, que se inicia en la edad juvenil y está definida por alteraciones crónicas del pensamiento, de la afectividad, de las motivaciones y de la conducta, que dan lugar a una peculiar integración de la experiencia. Se trata de un trastorno en el desarrollo del cerebro, que dificulta la representación mental de las propias actividades psíquicas -que el esquizofrénico vive como gobernadas por fuerzas ajenas- y que parece asociado a un déficit neuropatológico en el giro parahipoclámpico del Ióbulo temporal, y a alteraciones específicas de la neurotransmisión dopaminérgica. Puesto que la esquizofrenia afecta tan globalmente a la vida psíquica, cabe suponer que responde a un trastorno general en el procesamiento nervioso-central de la información simbólica y no únicamente a una disfunción localizada de sistemas neurales subsidiarios. En cualquier caso, se trata de una enfermedad identificable transculturalmente, cuya morfología y evolución se conocen desde la antigüedad.
La esquizofrenia no es un error de discurso, sino una forma peculiar de vida psíquica
Pues bien, la psiquiatría biológica ha estudiado la esquizofrenia desde una perspectiva darwiniana, con la finalidad de aclarar cómo se explica su persistencia genética, a pesar de su efecto negativo sobre las posibilidades de apareamiento y de fecundidad (puesto que aparece en la edad juvenil, deteriora los vínculos afectivos y conduce al aislamiento social). T.J. Crow se pregunta cual puede ser el valor de supervivencia de los genes que predisponen a la psicosis, y defiende la hipótesis de la aparición de una mutación genética responsable de la asimetría de los hemisferios cerebrales, en relación con el desarrollo de la inteligencia, del lenguaje y del reconocimiento social de los congéneres. Esta mutación potenciadora del aumento de tamaño y de especialización de los hemisferios cerebrales, presuntamente relacionada con la aparición de la esquizofrénia, obligó a un enlentecimiento de la maduración fetal del cerebro, posponiéndola a la vida extrauterina, donde los homínidos culminan su último período crítico de desarrollo. Por lo tanto, la esquizofrenia sería una manifestación indeseable del proceso de hominizacíón, y Crow concluye que si su persistencia ha resistido la presión selectiva cabe deducir que sea de alguna utilidad para la especie, aunque a nosotros no nos lo pueda parecer.
Hasta el momento, esta hipótesis está basada únicamente en conjeturas, pero si consiguiese un convincente soporte empírico, resultaría que la esquizofrenia es un precio que la especie humana ha tenido que pagar para alcanzar su grado de desarrollo, y entonces habría que preguntarse qué hay que hacer con los pacientes que la padecen a pesar suyo. ¿Habría que recurrir a la manipulación genética para enmendar la plana a la selección natural y desandar el camino recorrido por la hominización, o bastaría con el aconsejamiento genético? ¿Hasta qué punto la psiquiatría podría aceptar como "biológicamente normal" que un individuo sufrague con su enfermedad personal la suerte futura de su especie? Pero el mayor problema de la psiquiatría biológica no es el de la enfermedad mental -que por lo menos responde a anomalías biológicas identificables, al margen de la suerte evolutiva de la especie humana-, sino el estudio y tratamiento de los estados psicopatológicos (ansiedad, depresión) y de las alteraciones en la integración de la experiencia (trastornos adaptativos y de la personalidad). Esta distinción es importante, ya que nos encontramos ante estados psicobiológicos que no están determinados por alteraciones estructurales del soporte nervioso-central (es decir, no dependen de la patología del hardware), sino que resultan del modo específico en que el organismo ha procesado su información biológica para adaptarse a las exigencias del entorno (se trata, por lo tanto, de software fallidos). Naturalmente, esta analogía informática que distingue cartesianamente entre soporte y programa no puede Ilevarse al extremo cuando se trata de los seres vivos, puesto que la información biológica va modificando todos los sustratos materiales que le sirven de soporte físico, de forma que su comportamiento como estructura nunca es independiente del contenido de los mensajes a los que sirve de vehículo. No obstante, como apenas se sabe nada de las posibles alteraciones estructurales que pueden subyacer a los trastornos de la integración de la experiencia (o sea, a las anomalías en el modo de "ser" y de "vivir" las cosas), bien puede aceptarse provisionalmente que existen trastornos psicopatológicos que dependen en primera instancia de la patología del software que el individuo utiliza para adaptarse al medio.
Para explicarlo con pocas palabras, la adaptación continuada del sujeto a su medio da lugar a una serie de operaciones que pueden resumirse de la siguiente forma: el individuo identifica el entorno a través de los órganos de los sentidos, que al ser estimulados de manera específica, transmiten su información bioelectrica al cerebro para que la procese en referencia simultánea a códigos diversos (bioeléctrico, molecular y simbólico). Dicha información bioeléctrica da lugar a respuestas iniciales de habituación o condicionamiento a los estímulos (como ocurre en todos los sistemas nerviosos), es transferida al hipocampo y reconvertida en información simbólica como resultado de su contrastación con la información que esta estructura almacena sobre las experiencias adaptativas previas, y finalmente es procesada por los lóbulos frontales, que operan con información bioeléctrica y simbólica y deciden la pauta de información molecular que pondrá en marcha el hipotálamo. El resultado final de este complejo proceso de evaluación y de descifrado depende de los significados que cada información posea para cada individuo en concreto, de manera que los procesos adaptativos pueden ser definidos como operaciones idiosincrásicas de difícil estudio nomotético (de búsqueda de leyes).
El comportamiento disidente es a la conducta lo que la mutación es a la genética
Y si no hay leyes biológicas, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo aconsejar o tratar a un paciente concreto que nos invoca desde su circunstancia para que le enseñemos a disfrutar de su propia vida con más salud mental? ¿Cuál sería el modelo de salud mental que la psiquiatría biológica tendría que utilizar como referencia? Históricamente, la medicina ha tendido a rehuir el dilema que supone definir la normalidad biológica de un modo genérico y se ha centrado en la identificación de la patología para razonar en negativo y por exclusión (si no hay pruebas de que alguien está enfermo, entonces es que está sano), y eso es lo que ha venido haciendo la investigación psicobiológica en el transcurso de las tres últimas décadas. La investigación psicobiológica se ha basado preferentemente en la aparición de los estados de conciencia y en la teoría cognitiva de la emoción, que sostiene que la experiencia emocional está determinada por tres vectores inseparables: la activación biológica (dimensión cuantitativa), la atribución de significados (cogniciones) y la conducta, de tal forma que la modificación de cada uno de estos elementos redunda en la modificación de los otros dos y de la experiencia emocional en su conjunto. Por otra parte, el estudio evolutivo de la epigénesis de las cogniciones las define como contenidos mentales de naturaleza preconsciente o irracional (derivada del procesamiento córtico-límbico de la información biológica), y las considera epigenéticamente heterogéneas con el raciocinio y con el pensamiento, aunque en ocasiones lo fundamenten. A partir de todo ello y del estudio de los estilos cognitivos de los pacientes afectados de estados psicopatológicos, la investigación PSICOBIOLÓGICA ha podido establecer que los sujetos con trastornos de personalidad y con problemas adaptativos tienden a hacer atribuciones equivocadas sobre el entorno y sobre sí mismos, acostumbran a utilizar esquemas irracionales o arbitrarios sobre el universo, y aprenden muy poco de su conducta y de su experiencia. Por lo tanto, la psiquiatría biológica tendría que cambiar estos "automatismos psicológicos" que propician la lectura equivocada de la realidad e impiden que el sujeto se instale en ella saludablemente.
Términos como "adaptación" y "salud mental" pueden no ser equivalentes.
Y eso, ¿cómo puede hacerse? En ocasiones, recurriendo al tratamiento psicofarmacológico, que modifica el estado emocional del sujeto y, por lo tanto, cambia la naturaleza de sus cogniciones, y otras veces con tratamientos psicológicos (o psicoterapéuticos), que modifican las cogniciones del sujeto y cambian su estado emocional. No falta prevenciones contra los tratamientos psicofarmacológicos, incluso entre los propios médicos, y ello es debido a la aprensión que despierta su posible utilización como instrumentos suplantadores de la experiencia y como inductores potenciales de alienación biológica y social (ya que consiguen cambiar el estado interno del sujeto, al margen de cómo éste interactúe con su medio ecológico). En consecuencia, la utilización de los psicofármacos debe estar subordinada a un objetivo terapéutico promotor de adaptación y no ha de limitarse a servir de analgésico o de paliativo de las adaptaciones fracasadas. Desde luego, las consideraciones éticas del empleo de psicofármacos no terminan aquí, y en ocasiones plantean al psiquiatra un importante problema ontológico, ya que a veces puede resultarle difícil determinar si su paciente verdadero es el individuo que se siente equilibrado cuando toma psicofármacos o el que se siente perseguido y angustiado cuando los deja. Por último, aunque las técnicas de intervención psicológica estén fundamentadas en el estudio biológico de la génesis de la mente y en la psicobiología de la adaptación, no están libres de cuestionamiento filosófico y moral, ya que cada vez existen más datos en favor de que el cerebro establece representaciones subjetivas del entorno y opera conforme a esquemas derivados de su modo idiosincrásico de procesar información.
Por lo tanto, el cerebro es tan subjetivo como la gente y puede equivocarse tanto como ella, y en ese principio se basan las terapias cognitivo-conductuales que pretenden modificar las cogniciones insalubres y los esquemas mentales promotores de desadaptación. No está nada claro qué otros tipos de esquemas de recambio pueden ofrecerse al sujeto y a su cerebro, pero los terapeutas cognitivos no parecen agobiados por este problema y sostienen que, en el fondo, da lo mismo, puesto que lo que importa es que el esquema alternativo sea operativo y eficiente para cambiar las cogniciones. Aunque un punto de vista de esta clase seria sostenible cuando se trata de representar mentalmente el dolor para su manejo como emoción (por ejemplo, representándolo como un globo de goma hinchable y deshinchable), no es de recibo cuando se trata de dilucidar qué esquema del universo y de la existencia hay que transmitir a los pacientes desadaptados. Las terapias psicológicas no son ideológicamente neutras, aunque se basen en los conocimientos psicobiológicos Y estén sistematizadas con rigor, y sus objetivos no se derivan de un modelo de salud mental inferido de las leyes biológicas que gobiernan el funcionamiento de los organismos.
Así pues, aunque se sientan a cubierto bajo la legitimidad del método científico y muchas de sus hipótesis se vayan corroborando en la clínica y en el laboratorio, los psiquiatras biológicos no tienen resuelto el problema de la normalidad biológica y se ven obligados a operar con juicios de valor, como lo han venido haciendo los psiquiatras de otras épocas y de otras orientaciones teóricas. Tampoco hay que escandalizarse por ello, ni suponer que el recurso a la ética equivale a la apostasía del conocimiento objetivo y racional. Después de todo, no hay que perder de vista que la única salvación del hombre esta en la cultura, y que la naturaleza sigue su curso implacable desde el big bang, sin aparente interés ni preferencia por algún ser vivo en concreto.
M. V. M.
Para más información:
+ M. Valdés y T. de Flores. Psicobiología del estrés Conceptos y estrategias de investigación actualizada. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1990
+ N. Ursua, Cerebro y conocimiento un enfoque Evolucionista, Anthropos, Barcelona, 1993.
+ J.Mendlewicz, Manual de Psiquiatría Biológica, Masson, Barcelona, 1987
Título: Psiquiatría Biológica: ¿Medicina o Ideología? La ausencia de respuestas éticas en la investigación psicobiológica.
Editorial: Mundo Científico nº 172.
Lugar/Fecha/Pág.: Barcelona, Octubre 1976
[Manuel Valdés Miyar: profesor titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona y Jefe de Sección del Area de Medicina Psicosomática y Conductual de la Subdivisión de Psiquiatría del Hospital Clínico y Provincial de Barcelona]
[Presentación] El progreso de la psiquiatría biológica a partir del empleo de modelos sistémicos ha permitido un conocimiento cada vez más preciso de la psicobiología de la vida psíquica, pero no ha servido para definir con criterios objetivos lo que es normal o deseable para el hombre. Por lo tanto, en la psiquiatría biológica se manejan conocimientos desprovistos de significado ideológico y moral, lo que obliga a los psiquiatras a recurrir a sistemas de valores ajenos a la ciencia.
El tratamiento de las alteraciones de la mente ha sido siempre una práctica polémica y casi nunca se ha fundamentado en un verdadero conocimiento de la biología del cerebro, de ahí que la psiquiatría haya sido cíclicamente acusada de definir las enfermedades mentales a partir de juicios de valor. Por ejemplo un juicio de valor seria afirmar que la discrepancia ideologica es un síntoma de psicosis, o que la masturbación es un trastorno, y aunque la psiquiatría ha progresado espectacularmente en las tres últimas décadas, todavía sigue recurriendo al diagnostico por consenso y a la definición de lo anormal en términos de desviación estadística. Esto es así porque todavía hay muchos trastornos que hasta ahora unicamente pueden ser descritos en función de su historia natural, de manera que no está claro si se trata de estados psíquicos circunstanciales, de alteraciones de la integración de la experiencia o de verdaderas enfermedades psíquicas. En la década del setenta, algunas filosofías libertarias que se enfrentaron a la praxis psiquiátrica de un modo decididamente radical, consideraron superflua esa distinción, y sostuvieron con escasa finura epistemológica que la enfermedad mental era un mito generado por la cultura y por el poder para neutralizar a los disidentes. Naturalmente, este punto de vista no duró mucho ni resolvió nada, y desde entonces la psiquiatría biológica ha ido desarrollándose ostensiblemente, sin dar respuesta adecuada a muchas preguntas que pueden hacerse sobre la naturaleza y los límites de su competencia.
Pero, qué se entiende por psiquiatría biológica! A ia psiquiatría (y a la medicina) biológica la definen sus postulados teóricos y sus métodos, que difieren de los sostenidos por la psiquiatría (y la medicina) organicista decimonónica, básicamente empírica, y sustentadora del paradigma de las enfermedades infecciosas como modelo para entender la enfermedad. Por lo tanto, a medida que la medicina ha ido fundamentándose en la investigación biológica, basada en la Teoría General de Sistemas y en la teoría de la información, la psiquiatría ha ido nutriéndose de la investigación psicobiológica, y ha tenido acceso a un tipo de explicaciones que han ido modificando su praxis aceleradamente.
La psiquiatría biológica se desarrolla
más en el laboratorio que en la clínica
La psiquiatría biológica parte de la base de que la arquitectura heredada [de la mente humana es el resultado de un proceso evolutivo, configurado por la necesidad de resolver problemas de adaptación al medio. Por lo tanto, el funcionamiento de esa mente está subordinado a la necesidad de sobrevivir, y sus objetivos se centran en la solución de problemas que pueden afectar a la reproducción de la especie, aunque sea muy remotamente. Así, por ejemplo, estar de buen humor resulta adaptativo porque, al promover actitudes afirmativas y afiliativas, hace más probable la interacción agradable con el otro sexo e incrementa la posibilidad de fecundación. Es cierto que el hecho de estar triste también aumenta la probabilidad de caer en los brazos reparadores de otro ser de otro sexo, pero sabemos que en los estados de estrés y de depresión -que son estados dependientes de la regencia funcional del sistema septo-hipocámpico o inhibidor de la acción (SIA) la regulación hipotalámica del eje hipofisario hace altamente improbable la fecundación, que es uno de los primeros lujos que un organismo suprime cuando está en apuros. Así pues, la psiquiatría biológica debería contemplar los estados emocionales y las conductas desde la perspectiva de analizar sus cualidades en referencia a su valor adaptativo, y a continuación tendría que sancionar qué estados o conductas son biológicamente deseables para cada sujeto en particular (ya que el valor adaptativo de una conducta está más determinado por su capacidad para servir a los intereses de la especie que a los del sujeto). ¿Debe la psiquiatría biológica ponerse al servicio del individuo hasta el extremo de sentirse eximida de toda servidumbre a los intereses de perpetuación de la especie? Y si es así, ¿qué criterio de normalidad va a usar, una vez rechazado explícitamente el concepto de valor adaptativo como criterio biológicamente deseable) ¿Ha de romper entonces la psiquiatría biológica con las leyes de la biología para proporcionar al hombre otro universo y emanciparlo de su servidumbre biológica de mero espécimen? Está claro que en el futuro inmediato va a haber mucho trabajo para los defensores de la libertad y para los científicos y los filósofos que se interesan por la teleología de la mente. El caso de la esquizofrenia merece un análisis particular. La esquizofrenia es una enfermedad mental determinada por factores genéticos, que se inicia en la edad juvenil y está definida por alteraciones crónicas del pensamiento, de la afectividad, de las motivaciones y de la conducta, que dan lugar a una peculiar integración de la experiencia. Se trata de un trastorno en el desarrollo del cerebro, que dificulta la representación mental de las propias actividades psíquicas -que el esquizofrénico vive como gobernadas por fuerzas ajenas- y que parece asociado a un déficit neuropatológico en el giro parahipoclámpico del Ióbulo temporal, y a alteraciones específicas de la neurotransmisión dopaminérgica. Puesto que la esquizofrenia afecta tan globalmente a la vida psíquica, cabe suponer que responde a un trastorno general en el procesamiento nervioso-central de la información simbólica y no únicamente a una disfunción localizada de sistemas neurales subsidiarios. En cualquier caso, se trata de una enfermedad identificable transculturalmente, cuya morfología y evolución se conocen desde la antigüedad.
La esquizofrenia no es un error de discurso, sino una forma peculiar de vida psíquica
Pues bien, la psiquiatría biológica ha estudiado la esquizofrenia desde una perspectiva darwiniana, con la finalidad de aclarar cómo se explica su persistencia genética, a pesar de su efecto negativo sobre las posibilidades de apareamiento y de fecundidad (puesto que aparece en la edad juvenil, deteriora los vínculos afectivos y conduce al aislamiento social). T.J. Crow se pregunta cual puede ser el valor de supervivencia de los genes que predisponen a la psicosis, y defiende la hipótesis de la aparición de una mutación genética responsable de la asimetría de los hemisferios cerebrales, en relación con el desarrollo de la inteligencia, del lenguaje y del reconocimiento social de los congéneres. Esta mutación potenciadora del aumento de tamaño y de especialización de los hemisferios cerebrales, presuntamente relacionada con la aparición de la esquizofrénia, obligó a un enlentecimiento de la maduración fetal del cerebro, posponiéndola a la vida extrauterina, donde los homínidos culminan su último período crítico de desarrollo. Por lo tanto, la esquizofrenia sería una manifestación indeseable del proceso de hominizacíón, y Crow concluye que si su persistencia ha resistido la presión selectiva cabe deducir que sea de alguna utilidad para la especie, aunque a nosotros no nos lo pueda parecer.
Hasta el momento, esta hipótesis está basada únicamente en conjeturas, pero si consiguiese un convincente soporte empírico, resultaría que la esquizofrenia es un precio que la especie humana ha tenido que pagar para alcanzar su grado de desarrollo, y entonces habría que preguntarse qué hay que hacer con los pacientes que la padecen a pesar suyo. ¿Habría que recurrir a la manipulación genética para enmendar la plana a la selección natural y desandar el camino recorrido por la hominización, o bastaría con el aconsejamiento genético? ¿Hasta qué punto la psiquiatría podría aceptar como "biológicamente normal" que un individuo sufrague con su enfermedad personal la suerte futura de su especie? Pero el mayor problema de la psiquiatría biológica no es el de la enfermedad mental -que por lo menos responde a anomalías biológicas identificables, al margen de la suerte evolutiva de la especie humana-, sino el estudio y tratamiento de los estados psicopatológicos (ansiedad, depresión) y de las alteraciones en la integración de la experiencia (trastornos adaptativos y de la personalidad). Esta distinción es importante, ya que nos encontramos ante estados psicobiológicos que no están determinados por alteraciones estructurales del soporte nervioso-central (es decir, no dependen de la patología del hardware), sino que resultan del modo específico en que el organismo ha procesado su información biológica para adaptarse a las exigencias del entorno (se trata, por lo tanto, de software fallidos). Naturalmente, esta analogía informática que distingue cartesianamente entre soporte y programa no puede Ilevarse al extremo cuando se trata de los seres vivos, puesto que la información biológica va modificando todos los sustratos materiales que le sirven de soporte físico, de forma que su comportamiento como estructura nunca es independiente del contenido de los mensajes a los que sirve de vehículo. No obstante, como apenas se sabe nada de las posibles alteraciones estructurales que pueden subyacer a los trastornos de la integración de la experiencia (o sea, a las anomalías en el modo de "ser" y de "vivir" las cosas), bien puede aceptarse provisionalmente que existen trastornos psicopatológicos que dependen en primera instancia de la patología del software que el individuo utiliza para adaptarse al medio.
Para explicarlo con pocas palabras, la adaptación continuada del sujeto a su medio da lugar a una serie de operaciones que pueden resumirse de la siguiente forma: el individuo identifica el entorno a través de los órganos de los sentidos, que al ser estimulados de manera específica, transmiten su información bioelectrica al cerebro para que la procese en referencia simultánea a códigos diversos (bioeléctrico, molecular y simbólico). Dicha información bioeléctrica da lugar a respuestas iniciales de habituación o condicionamiento a los estímulos (como ocurre en todos los sistemas nerviosos), es transferida al hipocampo y reconvertida en información simbólica como resultado de su contrastación con la información que esta estructura almacena sobre las experiencias adaptativas previas, y finalmente es procesada por los lóbulos frontales, que operan con información bioeléctrica y simbólica y deciden la pauta de información molecular que pondrá en marcha el hipotálamo. El resultado final de este complejo proceso de evaluación y de descifrado depende de los significados que cada información posea para cada individuo en concreto, de manera que los procesos adaptativos pueden ser definidos como operaciones idiosincrásicas de difícil estudio nomotético (de búsqueda de leyes).
El comportamiento disidente es a la conducta lo que la mutación es a la genética
Y si no hay leyes biológicas, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo aconsejar o tratar a un paciente concreto que nos invoca desde su circunstancia para que le enseñemos a disfrutar de su propia vida con más salud mental? ¿Cuál sería el modelo de salud mental que la psiquiatría biológica tendría que utilizar como referencia? Históricamente, la medicina ha tendido a rehuir el dilema que supone definir la normalidad biológica de un modo genérico y se ha centrado en la identificación de la patología para razonar en negativo y por exclusión (si no hay pruebas de que alguien está enfermo, entonces es que está sano), y eso es lo que ha venido haciendo la investigación psicobiológica en el transcurso de las tres últimas décadas. La investigación psicobiológica se ha basado preferentemente en la aparición de los estados de conciencia y en la teoría cognitiva de la emoción, que sostiene que la experiencia emocional está determinada por tres vectores inseparables: la activación biológica (dimensión cuantitativa), la atribución de significados (cogniciones) y la conducta, de tal forma que la modificación de cada uno de estos elementos redunda en la modificación de los otros dos y de la experiencia emocional en su conjunto. Por otra parte, el estudio evolutivo de la epigénesis de las cogniciones las define como contenidos mentales de naturaleza preconsciente o irracional (derivada del procesamiento córtico-límbico de la información biológica), y las considera epigenéticamente heterogéneas con el raciocinio y con el pensamiento, aunque en ocasiones lo fundamenten. A partir de todo ello y del estudio de los estilos cognitivos de los pacientes afectados de estados psicopatológicos, la investigación PSICOBIOLÓGICA ha podido establecer que los sujetos con trastornos de personalidad y con problemas adaptativos tienden a hacer atribuciones equivocadas sobre el entorno y sobre sí mismos, acostumbran a utilizar esquemas irracionales o arbitrarios sobre el universo, y aprenden muy poco de su conducta y de su experiencia. Por lo tanto, la psiquiatría biológica tendría que cambiar estos "automatismos psicológicos" que propician la lectura equivocada de la realidad e impiden que el sujeto se instale en ella saludablemente.
Términos como "adaptación" y "salud mental" pueden no ser equivalentes.
Y eso, ¿cómo puede hacerse? En ocasiones, recurriendo al tratamiento psicofarmacológico, que modifica el estado emocional del sujeto y, por lo tanto, cambia la naturaleza de sus cogniciones, y otras veces con tratamientos psicológicos (o psicoterapéuticos), que modifican las cogniciones del sujeto y cambian su estado emocional. No falta prevenciones contra los tratamientos psicofarmacológicos, incluso entre los propios médicos, y ello es debido a la aprensión que despierta su posible utilización como instrumentos suplantadores de la experiencia y como inductores potenciales de alienación biológica y social (ya que consiguen cambiar el estado interno del sujeto, al margen de cómo éste interactúe con su medio ecológico). En consecuencia, la utilización de los psicofármacos debe estar subordinada a un objetivo terapéutico promotor de adaptación y no ha de limitarse a servir de analgésico o de paliativo de las adaptaciones fracasadas. Desde luego, las consideraciones éticas del empleo de psicofármacos no terminan aquí, y en ocasiones plantean al psiquiatra un importante problema ontológico, ya que a veces puede resultarle difícil determinar si su paciente verdadero es el individuo que se siente equilibrado cuando toma psicofármacos o el que se siente perseguido y angustiado cuando los deja. Por último, aunque las técnicas de intervención psicológica estén fundamentadas en el estudio biológico de la génesis de la mente y en la psicobiología de la adaptación, no están libres de cuestionamiento filosófico y moral, ya que cada vez existen más datos en favor de que el cerebro establece representaciones subjetivas del entorno y opera conforme a esquemas derivados de su modo idiosincrásico de procesar información.
Por lo tanto, el cerebro es tan subjetivo como la gente y puede equivocarse tanto como ella, y en ese principio se basan las terapias cognitivo-conductuales que pretenden modificar las cogniciones insalubres y los esquemas mentales promotores de desadaptación. No está nada claro qué otros tipos de esquemas de recambio pueden ofrecerse al sujeto y a su cerebro, pero los terapeutas cognitivos no parecen agobiados por este problema y sostienen que, en el fondo, da lo mismo, puesto que lo que importa es que el esquema alternativo sea operativo y eficiente para cambiar las cogniciones. Aunque un punto de vista de esta clase seria sostenible cuando se trata de representar mentalmente el dolor para su manejo como emoción (por ejemplo, representándolo como un globo de goma hinchable y deshinchable), no es de recibo cuando se trata de dilucidar qué esquema del universo y de la existencia hay que transmitir a los pacientes desadaptados. Las terapias psicológicas no son ideológicamente neutras, aunque se basen en los conocimientos psicobiológicos Y estén sistematizadas con rigor, y sus objetivos no se derivan de un modelo de salud mental inferido de las leyes biológicas que gobiernan el funcionamiento de los organismos.
Así pues, aunque se sientan a cubierto bajo la legitimidad del método científico y muchas de sus hipótesis se vayan corroborando en la clínica y en el laboratorio, los psiquiatras biológicos no tienen resuelto el problema de la normalidad biológica y se ven obligados a operar con juicios de valor, como lo han venido haciendo los psiquiatras de otras épocas y de otras orientaciones teóricas. Tampoco hay que escandalizarse por ello, ni suponer que el recurso a la ética equivale a la apostasía del conocimiento objetivo y racional. Después de todo, no hay que perder de vista que la única salvación del hombre esta en la cultura, y que la naturaleza sigue su curso implacable desde el big bang, sin aparente interés ni preferencia por algún ser vivo en concreto.
M. V. M.
Para más información:
+ M. Valdés y T. de Flores. Psicobiología del estrés Conceptos y estrategias de investigación actualizada. Ed. Martínez Roca. Barcelona, 1990
+ N. Ursua, Cerebro y conocimiento un enfoque Evolucionista, Anthropos, Barcelona, 1993.
+ J.Mendlewicz, Manual de Psiquiatría Biológica, Masson, Barcelona, 1987
Psicópatas
Fech: 04 Nov 95 12:20
De: Mercedes Garcia
A: Antonio Rodriguez Babiloni
Tema: Pinceladas psicologicas
[msj. anterior de A.R.B.] "Te digo en serio que estos pacientes son mucho mas peligrosos que los esquizos, cuya agresividad en ausencia de cuadros simultaneos de drogadicción o similares es muy escasa, por general el enfermo mental es mucho menos peligroso de lo que la sociedad se cree, dado que los psicopatas desalmados que son los típicos asesinos de libro, no entendemos en absoluto que les pasa y no parecen ser de hecho unos enfermos mentales (a ellos su problema es que matar les parece un comportamiento lógico y valido, pero no tienen ninguna alteración excepto ésta".
No sé si quieres que entremos en más polémicas con estas cuestiones, temo entrar en un diálogo circular y cerrado. Quizá deberíamos ser más rigurosos en nuestras afirmaciones en el sentido de citar las fuentes que las sustentan. Las mías, por el momento, se reducen a mis profesores y a unos cuantos libros que he podido ojear en la biblioteca, incluido el DSM-III-R. Con el tiempo me iré "ilustrando" más. Confío en lo que dices y quisiera profundizar más en el conocimiento del tema. Con respecto a los psicópatas pues es cierto que no se les considera enfermos, fundamentalmente desde el punto de vista legal ya que de cometer actos delictivos éstos les son plenamente imputables, no implicando eximente alguna, a diferencia del psicótico declarado quien ya pierde el contacto con la realidad. A los psicópatas se les considera "transtornados" pero no "enfermos" ?cual es exactamente la diferencia? Yo creo que la respuesta radica en el desconocimiento que impera sobre esta "alteración". Un neurótico, ya sea histérico, fóbico, ansioso, etc. también es considerado un enfermo pero, sin embargo, no ha perdido el contacto con la realidad.
En fin, quizá tendríamos que examinar las causas de la psicopatía, pero lo que ocurre es, como en la esquizofrenia por ej. que éstas son confusas. Desde el punto de vista psicofisiológico hay pruebas que muestran un déficit de maduración cortical, de forma que ese cortex se parece más al de un niño que al de una persona adulta. También este déficit conecta con las teorías eysenckianas de la introversión-extroversión, tratándose de un sistema nervioso de características inhibitorias (extravertidos) cuyo cortex no rersponde adecuadamente a los estímulos, de forma que para percibir algo necesitan más estimulación que las personas normales, por eso estos sujetos siempre estan buscando tener experiencias arriesgadas, para encontrar sensaciones porque con la estimulación cotidiana no tienen suficiente.
También, algunos, en condiciones de reposo se ha visto que tienen menor actividad cardíaca así que en condiciones de strés tienen menor activación psicofisiológica que los sujetos normales y, después del strés, se recuperan antes que los demás. (aunque todo esto puede ser la explicación o la consecuencia). Por otro lado, los conductistas dicen que son personas que no pueden aprender mediante el castigo. Psicoanalíticamente se consideran sobre todo las condiciones de crianza (quedan con necesidades importantes sin satisfacer y sin la confianza en que otro pueda satifacerlas...)
En fin, que es un asunto muy complejo y nada claro. Además parece ser que a partir de determinada edad (alrededor de los 18) ya no hay remedio alguno para este transtorno de la personalidad, suministrar antipsicóticos para reducir la agresividad y no más. Lo mejor es la prevención en las edades más tempranas posible.
Un profesor mío nos comentó, como anécdota, una propuesta de tratamiento, diseñada creo que en algun centro penitenciario, para psicópatas adultos. Consistía, en esencia, en castigarlos o premiarlos independientemente de lo que hicieran (ya estuviera bien o mal) con lo cual no podían preveer las consecuencias de sus acciones y comenzaria a desarrollar un sentimiento de indefensión e impotencia que desembocaría en una paranoia y, una vez paranoicos, aplicarles el tratamiento pertinente.
Evidentemente este proceder planteaba unos problemas éticos brutales y, además, en caso de llevarlo a cabo, podrían darse resultados inesperados e indeseables.
Se sospecha que algunos de los asesinos de masas, estas personas que cogen un rifle y matan a todo el que pasa pueden ser depresivos melancólicos (SE SOSPECHA), que quieran librar a su familia (siempre empiezan por esta) y a el mayor número posible de personas del tormento en que para ellos es esta vida y así piensan realizar actos positivos dentro de su proceso dado que de todas formas tienen que matarse. Puede ser una exageración de mis fuentes, pero eso es lo que yo creia, tampoco soy un experto en el tema, la verdad
Las sospechas pueden llevar a hechos fehacientes, con la adecuada investigación, o bien a un pozo sin fondo, perdidos en el enmarañoso bosque de las conjeturas y suposiciones... Me interesa esa investigación.
De: Mercedes Garcia
A: Antonio Rodriguez Babiloni
Tema: Pinceladas psicologicas
[msj. anterior de A.R.B.] "Te digo en serio que estos pacientes son mucho mas peligrosos que los esquizos, cuya agresividad en ausencia de cuadros simultaneos de drogadicción o similares es muy escasa, por general el enfermo mental es mucho menos peligroso de lo que la sociedad se cree, dado que los psicopatas desalmados que son los típicos asesinos de libro, no entendemos en absoluto que les pasa y no parecen ser de hecho unos enfermos mentales (a ellos su problema es que matar les parece un comportamiento lógico y valido, pero no tienen ninguna alteración excepto ésta".
No sé si quieres que entremos en más polémicas con estas cuestiones, temo entrar en un diálogo circular y cerrado. Quizá deberíamos ser más rigurosos en nuestras afirmaciones en el sentido de citar las fuentes que las sustentan. Las mías, por el momento, se reducen a mis profesores y a unos cuantos libros que he podido ojear en la biblioteca, incluido el DSM-III-R. Con el tiempo me iré "ilustrando" más. Confío en lo que dices y quisiera profundizar más en el conocimiento del tema. Con respecto a los psicópatas pues es cierto que no se les considera enfermos, fundamentalmente desde el punto de vista legal ya que de cometer actos delictivos éstos les son plenamente imputables, no implicando eximente alguna, a diferencia del psicótico declarado quien ya pierde el contacto con la realidad. A los psicópatas se les considera "transtornados" pero no "enfermos" ?cual es exactamente la diferencia? Yo creo que la respuesta radica en el desconocimiento que impera sobre esta "alteración". Un neurótico, ya sea histérico, fóbico, ansioso, etc. también es considerado un enfermo pero, sin embargo, no ha perdido el contacto con la realidad.
En fin, quizá tendríamos que examinar las causas de la psicopatía, pero lo que ocurre es, como en la esquizofrenia por ej. que éstas son confusas. Desde el punto de vista psicofisiológico hay pruebas que muestran un déficit de maduración cortical, de forma que ese cortex se parece más al de un niño que al de una persona adulta. También este déficit conecta con las teorías eysenckianas de la introversión-extroversión, tratándose de un sistema nervioso de características inhibitorias (extravertidos) cuyo cortex no rersponde adecuadamente a los estímulos, de forma que para percibir algo necesitan más estimulación que las personas normales, por eso estos sujetos siempre estan buscando tener experiencias arriesgadas, para encontrar sensaciones porque con la estimulación cotidiana no tienen suficiente.
También, algunos, en condiciones de reposo se ha visto que tienen menor actividad cardíaca así que en condiciones de strés tienen menor activación psicofisiológica que los sujetos normales y, después del strés, se recuperan antes que los demás. (aunque todo esto puede ser la explicación o la consecuencia). Por otro lado, los conductistas dicen que son personas que no pueden aprender mediante el castigo. Psicoanalíticamente se consideran sobre todo las condiciones de crianza (quedan con necesidades importantes sin satisfacer y sin la confianza en que otro pueda satifacerlas...)
En fin, que es un asunto muy complejo y nada claro. Además parece ser que a partir de determinada edad (alrededor de los 18) ya no hay remedio alguno para este transtorno de la personalidad, suministrar antipsicóticos para reducir la agresividad y no más. Lo mejor es la prevención en las edades más tempranas posible.
Un profesor mío nos comentó, como anécdota, una propuesta de tratamiento, diseñada creo que en algun centro penitenciario, para psicópatas adultos. Consistía, en esencia, en castigarlos o premiarlos independientemente de lo que hicieran (ya estuviera bien o mal) con lo cual no podían preveer las consecuencias de sus acciones y comenzaria a desarrollar un sentimiento de indefensión e impotencia que desembocaría en una paranoia y, una vez paranoicos, aplicarles el tratamiento pertinente.
Evidentemente este proceder planteaba unos problemas éticos brutales y, además, en caso de llevarlo a cabo, podrían darse resultados inesperados e indeseables.
Se sospecha que algunos de los asesinos de masas, estas personas que cogen un rifle y matan a todo el que pasa pueden ser depresivos melancólicos (SE SOSPECHA), que quieran librar a su familia (siempre empiezan por esta) y a el mayor número posible de personas del tormento en que para ellos es esta vida y así piensan realizar actos positivos dentro de su proceso dado que de todas formas tienen que matarse. Puede ser una exageración de mis fuentes, pero eso es lo que yo creia, tampoco soy un experto en el tema, la verdad
Las sospechas pueden llevar a hechos fehacientes, con la adecuada investigación, o bien a un pozo sin fondo, perdidos en el enmarañoso bosque de las conjeturas y suposiciones... Me interesa esa investigación.
Psicología clínica
Date: Sat, 13 May 2000 19:49:27 +0200
He aquí un pequeño esbozo de mis archivos sobre la materia donde requieren información:
1. INTRODUCCIÓN Psicología clínica, ciencia y práctica que consiste en aplicar los hallazgos de la psicología académica a los problemas clínicos y de salud. La psicología clínica está relacionada con la aplicación de técnicas psicológicas a un amplio espectro de problemas, tanto en adultos como en niños, ya sea de forma individual o en grupo.
2. HISTORIA Durante la II Guerra Mundial surgió un gran interés por las 'mediciones mentales' como forma de seleccionar a los reclutas para el ejército, constituyendo el punto de partida para desarrollar las matrices progresivas y los tests destinados a medir la capacidad intelectual. Al mismo tiempo, el psicólogo Hans Jurgen Eysenck, investigador del Hospital de Urgencias de Mill Hill de Londres, puso en funcionamiento los primeros proyectos para desarrollar un curso de formación de psicólogos clínicos. Durante las décadas de 1940 y 1950 los psicólogos clínicos trabajaron en los grandes hospitales, desarrollando tests psicométricos y dedicándose a la investigación. Hans Eysenck y otros psicólogos británicos, en desacuerdo con el rumbo que había tomado la psicología clínica en Estados Unidos, concedieron una mayor importancia al diagnóstico y a la investigación, y no a la terapia y
2.1. La influencia del conductismo Hans Eysenck, al promover la idea de que los psicólogos clínicos debían ser asesores e investigadores, contribuyó al desarrollo de un proceso que habría de cambiar la profesión con sus críticas a la psicoterapia tradicional y su defensa de la ciencia y el tratamiento 'nuevos' de la terapia conductista (véase Conductismo), terapia cuyo objetivo es la modificación de conducta de una persona y no el análisis de las causas que la provocan, objeto del psicoanálisis.
3. INVESTIGACIÓN La psicología clínica es una disciplina que se fundamenta en la investigación. Los programas de evaluación y tratamiento que utiliza están basados en teorías psicológicas y han sido probados en condiciones controladas y con criterios objetivos. Por ejemplo, el tratamiento conductista-cognitivo de la depresión se ha probado en gran número de individuos que sufrían síntomas específicos reconocidos como parte de esta enfermedad. Este tratamiento se compara con otros (tratamientos con drogas y terapias) y sus resultados son a la vez comparados y evaluados por investigadores que desconocen qué tipo de tratamiento ha seguido cada paciente ('tests ciegos'). Para comprobar la mejoría de los pacientes se incluyen también métodos objetivos, como los cuestionarios. Este tipo de 'test ciego' no es la única forma de establecer los efectos de un tratamiento determinado, y hay casos en los que no es recomendable por razones éticas o prácticas. En estos casos se recurre a otros métodos tales como los estudios individualizados, en los que se aplica un tratamiento de forma intermitente y no continuada. Si un observador 'ciego' comprueba que existe una mejoría durante la aplicación del tratamiento y un deterioro al suspenderlo, es razonable concluir que el tratamiento resulta efectivo.
4. EL TRABAJO DE LOS PSICÓLOGOS CLÍNICOS Los psicólogos clínicos trabajan con pacientes de todas las edades y abarcan una gran variedad de disciplinas. También colaboran con gran número de profesionales de la salud mental, como los psiquiatras (que en la actualidad son médicos especializados en el tratamiento de enfermedades mentales), geriatras, pediatras y psicoterapeutas. Algunos psicólogos clínicos se especializan en ramas o escuelas particulares de psicoterapia.
En primer lugar, colaboran en el diagnóstico de los pacientes. Por ejemplo, una lesión o una enfermedad cerebral puede afectar a múltiples capacidades o características de una persona, aparte de provocarle problemas físicos. El psicólogo clínico, al utilizar diversos tests psicológicos, como las escalas de memoria e inteligencia de Wechsler, puede evaluar cuáles son las áreas que presentan problemas y ayudar a establecer un programa de rehabilitación. Por ejemplo, si una persona con una lesión cerebral tiene problemas para recordar un dato importante (como dónde guardar la cafetera o la fecha de una cita), el psicólogo clínico puede ocuparse de organizar la colocación de etiquetas en los lugares más importantes de la casa o enseñar a la persona el uso de instrumentos de memoria artificial como las agendas personales.
En segundo lugar, los psicólogos clínicos se ocupan de los tratamientos de pacientes con problemas de diversa índole. Estos tratamientos pueden estar basados en planteamientos teóricos diversos (por ejemplo, las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud y otros), aunque suelen recurrir a principios conductistas o conductistas-cognitivos.
Estos principios, que derivan de las teorías del condicionamiento clásico y del operante, ideadas respectivamente por Ivan Pávlov y B. F. Skinner, han logrado un gran avance al aumentar el conocimiento sobre los elementos mentales o cognitivos de los desórdenes psicológicos.
Si una persona sufre una fobia, como la agorafobia, el psicólogo intentará comprender tanto el comportamiento como los esquemas mentales del paciente. El psicólogo determinará la causa por la que el individuo ha desarrollado el temor a salir (por ejemplo, si ha padecido experiencias desagradables, como la de haber sido atacado, que le hayan podido originar ansiedad) y tratará de ayudarle a controlar tanto las sensaciones fisiológicas asociadas con la ansiedad (taquicardia, pánico, sudor), como los pensamientos negativos asociados con la idea de salir al exterior ('si salgo, perderé el conocimiento').
En tercer lugar, los psicólogos clínicos se dedican a la investigación, que puede englobar estudios en profundidad sobre la efectividad de un determinado tratamiento o el estudio de un paciente en concreto.
Finalmente, la mayoría de los psicólogos clínicos se dedican a la enseñanza, bien sea de médicos o enfermeras, de psicólogos que estén realizando prácticas clínicas o de otros grupos de personal sanitario.
5. LA INVESTIGACIÓN Y EL FUTURO Una de las áreas más prometedoras dentro de la investigación está relacionada con la aplicación de las técnicas conductistas-cognitivas en los desórdenes psicóticos. Estos desórdenes, en especial la esquizofrenia, se han venido tratando principalmente, y hasta hace muy poco tiempo, con tranquilizantes. Estos fármacos, que han servido de gran ayuda a un alto porcentaje de pacientes, presentan desventajas, ya que no son eficaces en tratamientos posteriores a dos semanas y crean dependencia física. Algunas investigaciones recientes han demostrado que es posible ayudar a los pacientes a librarse de ciertos síntomas muy molestos, como las alucinaciones, modificando sus actitudes ante estos síntomas. Por ejemplo, en lugar de considerar la alucinación como una voz que proviene del exterior, se les recomienda que intenten 'clasificarla' como una parte inaceptable de si mismo.
Oscar Colmenárez
orcd@telcel.net.ve
REDESPECIAL - http://www.intercol.org.ar/redespecial/
He aquí un pequeño esbozo de mis archivos sobre la materia donde requieren información:
1. INTRODUCCIÓN Psicología clínica, ciencia y práctica que consiste en aplicar los hallazgos de la psicología académica a los problemas clínicos y de salud. La psicología clínica está relacionada con la aplicación de técnicas psicológicas a un amplio espectro de problemas, tanto en adultos como en niños, ya sea de forma individual o en grupo.
2. HISTORIA Durante la II Guerra Mundial surgió un gran interés por las 'mediciones mentales' como forma de seleccionar a los reclutas para el ejército, constituyendo el punto de partida para desarrollar las matrices progresivas y los tests destinados a medir la capacidad intelectual. Al mismo tiempo, el psicólogo Hans Jurgen Eysenck, investigador del Hospital de Urgencias de Mill Hill de Londres, puso en funcionamiento los primeros proyectos para desarrollar un curso de formación de psicólogos clínicos. Durante las décadas de 1940 y 1950 los psicólogos clínicos trabajaron en los grandes hospitales, desarrollando tests psicométricos y dedicándose a la investigación. Hans Eysenck y otros psicólogos británicos, en desacuerdo con el rumbo que había tomado la psicología clínica en Estados Unidos, concedieron una mayor importancia al diagnóstico y a la investigación, y no a la terapia y
2.1. La influencia del conductismo Hans Eysenck, al promover la idea de que los psicólogos clínicos debían ser asesores e investigadores, contribuyó al desarrollo de un proceso que habría de cambiar la profesión con sus críticas a la psicoterapia tradicional y su defensa de la ciencia y el tratamiento 'nuevos' de la terapia conductista (véase Conductismo), terapia cuyo objetivo es la modificación de conducta de una persona y no el análisis de las causas que la provocan, objeto del psicoanálisis.
3. INVESTIGACIÓN La psicología clínica es una disciplina que se fundamenta en la investigación. Los programas de evaluación y tratamiento que utiliza están basados en teorías psicológicas y han sido probados en condiciones controladas y con criterios objetivos. Por ejemplo, el tratamiento conductista-cognitivo de la depresión se ha probado en gran número de individuos que sufrían síntomas específicos reconocidos como parte de esta enfermedad. Este tratamiento se compara con otros (tratamientos con drogas y terapias) y sus resultados son a la vez comparados y evaluados por investigadores que desconocen qué tipo de tratamiento ha seguido cada paciente ('tests ciegos'). Para comprobar la mejoría de los pacientes se incluyen también métodos objetivos, como los cuestionarios. Este tipo de 'test ciego' no es la única forma de establecer los efectos de un tratamiento determinado, y hay casos en los que no es recomendable por razones éticas o prácticas. En estos casos se recurre a otros métodos tales como los estudios individualizados, en los que se aplica un tratamiento de forma intermitente y no continuada. Si un observador 'ciego' comprueba que existe una mejoría durante la aplicación del tratamiento y un deterioro al suspenderlo, es razonable concluir que el tratamiento resulta efectivo.
4. EL TRABAJO DE LOS PSICÓLOGOS CLÍNICOS Los psicólogos clínicos trabajan con pacientes de todas las edades y abarcan una gran variedad de disciplinas. También colaboran con gran número de profesionales de la salud mental, como los psiquiatras (que en la actualidad son médicos especializados en el tratamiento de enfermedades mentales), geriatras, pediatras y psicoterapeutas. Algunos psicólogos clínicos se especializan en ramas o escuelas particulares de psicoterapia.
En primer lugar, colaboran en el diagnóstico de los pacientes. Por ejemplo, una lesión o una enfermedad cerebral puede afectar a múltiples capacidades o características de una persona, aparte de provocarle problemas físicos. El psicólogo clínico, al utilizar diversos tests psicológicos, como las escalas de memoria e inteligencia de Wechsler, puede evaluar cuáles son las áreas que presentan problemas y ayudar a establecer un programa de rehabilitación. Por ejemplo, si una persona con una lesión cerebral tiene problemas para recordar un dato importante (como dónde guardar la cafetera o la fecha de una cita), el psicólogo clínico puede ocuparse de organizar la colocación de etiquetas en los lugares más importantes de la casa o enseñar a la persona el uso de instrumentos de memoria artificial como las agendas personales.
En segundo lugar, los psicólogos clínicos se ocupan de los tratamientos de pacientes con problemas de diversa índole. Estos tratamientos pueden estar basados en planteamientos teóricos diversos (por ejemplo, las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud y otros), aunque suelen recurrir a principios conductistas o conductistas-cognitivos.
Estos principios, que derivan de las teorías del condicionamiento clásico y del operante, ideadas respectivamente por Ivan Pávlov y B. F. Skinner, han logrado un gran avance al aumentar el conocimiento sobre los elementos mentales o cognitivos de los desórdenes psicológicos.
Si una persona sufre una fobia, como la agorafobia, el psicólogo intentará comprender tanto el comportamiento como los esquemas mentales del paciente. El psicólogo determinará la causa por la que el individuo ha desarrollado el temor a salir (por ejemplo, si ha padecido experiencias desagradables, como la de haber sido atacado, que le hayan podido originar ansiedad) y tratará de ayudarle a controlar tanto las sensaciones fisiológicas asociadas con la ansiedad (taquicardia, pánico, sudor), como los pensamientos negativos asociados con la idea de salir al exterior ('si salgo, perderé el conocimiento').
En tercer lugar, los psicólogos clínicos se dedican a la investigación, que puede englobar estudios en profundidad sobre la efectividad de un determinado tratamiento o el estudio de un paciente en concreto.
Finalmente, la mayoría de los psicólogos clínicos se dedican a la enseñanza, bien sea de médicos o enfermeras, de psicólogos que estén realizando prácticas clínicas o de otros grupos de personal sanitario.
5. LA INVESTIGACIÓN Y EL FUTURO Una de las áreas más prometedoras dentro de la investigación está relacionada con la aplicación de las técnicas conductistas-cognitivas en los desórdenes psicóticos. Estos desórdenes, en especial la esquizofrenia, se han venido tratando principalmente, y hasta hace muy poco tiempo, con tranquilizantes. Estos fármacos, que han servido de gran ayuda a un alto porcentaje de pacientes, presentan desventajas, ya que no son eficaces en tratamientos posteriores a dos semanas y crean dependencia física. Algunas investigaciones recientes han demostrado que es posible ayudar a los pacientes a librarse de ciertos síntomas muy molestos, como las alucinaciones, modificando sus actitudes ante estos síntomas. Por ejemplo, en lugar de considerar la alucinación como una voz que proviene del exterior, se les recomienda que intenten 'clasificarla' como una parte inaceptable de si mismo.
Oscar Colmenárez
orcd@telcel.net.ve
REDESPECIAL - http://www.intercol.org.ar/redespecial/