lunes, 21 de abril de 2008

Azar y catástrofe

Azar, seducción y estética de la catástrofe

«— Debemos establecer otro orden, ciertamente. En los momentos culminantes de la tormenta una hoja se vuelve en señal de ruptura. Es algo que nos conmueve durante unos segundos» (Breton y Soupault 1976: 51).

Un enfoque renovado y sugestivo de la cuestión del azar y del valor de las coincidencias se encuentra en la obra del filósofo francés Jean Baudrillard _Las estrategias fatales_, uno de cuyos apartados reza "Lo fatal o la inminencia irreversible" (Baudrillard 1984: 155-179). Para Baudrillard, el azar es un término engañoso y ambiguo, cuyo reciente reinado merece análisis. Los fallos detectados en las antiguas explicaciones deterministas han forzado la introducción de un modelo aleatorio del mundo (156); sin embargo, también se ha desarrollado en nosotros una comprensión más profunda de las conexiones no causales que se dan entre las cosas, a través sobre todo del psicoanálisis.

En definitiva, hoy no se trata de que al azar corresponda a un estado provisional de incapacidad de las ciencias para explicarlo todo (Baudrillard 1984: 156), sino de que el determinismo causal ha dejado lugar a la exploración de un mecanismo de encadenamientos más misterioso (ibidem). Es notable que también Jung, en _Sincronicidad_, introduce el estudio de la sincronicidad a partir de la crítica al causalismo y de su incapacidad para explicar por completo el mundo (Jung 1990: 9-12). La diferencia fundamental entre la argumentación de Jung y la de Baudrillard es que, donde aquél se apoya en los experimentos parapsicológicos de Rhine, sobre la adivinación a distancia de cartas, y sus resultados estadísticos, superiores al parecer a la probabilidad esperable (Jung 1990: 23-27) (para terminar sugiriendo que estos resultados positivos suelen perderse en cuanto el experimento juega con grandes números, pues la eficacia del proceso depende de la motivación del vidente, del poder del deseo humano para superar en ciertos momentos privilegiados la ilusión del espacio-tiempo convencional —Jung 1990: 42, 82—), el filósofo francés prefiere mantenerse dentro de una argumentación lógico-estética, y rechaza servirse de la estadística, ni aun como ancilla philosophiae.

Básicamente, según B., la idea de que alguna vez ha podido surgir orden, sentido, del azar y la asemia, repugna al razonamiento, y conduce a una visión entrópica y desesperada.

«Si se supone que es necesaria una energía para informar el universo, para crear unos encadenamientos significantes, unos frágiles islotes de anti-azar, tarde o temprano esta energía desaparecería, y ni el mismo Dios dispondrá ya de las fuerzas suficientes para resistir a la aniquilación del sentido» (Baudrillard 1984: 159).

Para Baudrillard, la introducción exitosa de la idea de azar, reciente, se explica por su eficaz rendimiento psicológico: en primer lugar, ha permitido descargar el mundo de responsabilidades humanas. «El azar nos permite respirar: nadie lo ha querido, ¡qué alivio!» (p. 160) Al mismo tiempo, en un mundo hiperdeterminado, el azar se convierte en productor de efectos especiales; es la estética de lo accidental, de lo extremadamente poco probable y sin causa adjudicable (p. 161). Según él señala, «este encanto moderno del accidente es coyuntural, y sólo puede ser comparado, sin duda, al placer que experimentó el primer espíritu capaz de inventar, en un mundo caótico, el primer encadenamiento causal. Ése fue en su tiempo el Diablo, y lo quemaron vivo» (p. 161).

Frente a la idea de un mundo asémico y aleatorio, con trabajosos islotes de sentido y racionalidad, B. indica lo plausible de la hipótesis contraria, la de «un mundo en el que no existe en absoluto en azar —nada ha muerto, nada está inerte, nada está desencadenado, descorrelacionado o aleatorio, todo, por el contrario, se encadena de manera fatal o admirable— no según unos encadenamientos racionales (ésos no son ni fatales ni admirables), sino según un ciclo incesante de metamorfosis, según unos encadenamientos seductores que son los de las formas y de las apariencias» (p. 161).

El vértigo que produce la entrada en esta visión del mundo corresponde muy bien, aunque Baudrillard no lo explicita, a la revelación profana del surrealismo, con la floración de coincidencias en serie (azar objetivo) que revelan un orden amoroso de las cosas:

«Visto bajo este ángulo, se percibe todo un estallido de conexiones, de seducción; nada está aislado, nada queda al azar, la correlación es total. El problema estaría más bien en frenar, en detener en algunos puntos esta correlación total de los acontecimientos. Detener este vértigo de seducción, de encadenamiento recíproco de las formas, este orden mágico (otros le llamarían desorden mágico) que vemos resurgir espontáneamente bajo formas de secuencias o de coincidencias en cadena (afortunadas o desafortunadas), bajo forma de destino» (p. 161-2)

En este caso, la entropía a temer es la de la razón, que ha introducido el vacío en las cosas, eliminando su relación, y haciendo así posible lo indeterminado: «Jamás ha habido otro azar que el que hemos producido artificialmente por liquidación de las formas. El azar nunca ha existido, y menos en el estado original que le otorgamos. Originariamente, todas las formas se explican recíprocamente, o, mejor dicho, se implican necesariamente entre sí, no existe el vacío» (p. 163 ).

Al eliminar del mundo la fatalidad y la gracia, e instaurar la tiranía de la elección entre causalidad o indeterminación (momentánea, por incapacidad provisional de la Ciencia), la razón prepara la aniquilación del mundo, su total reducción a realidad y sentido:

«Literalmente el mundo terminará cuando todos los encadenamientos seductores hayan sido sustituidos por los encadenamientos racionales. Es la catastrófica empresa en que andamos metidos: resolver toda fatalidad en la causalidad o la probabilidad, ahí está la auténtica entropía» (pp. 162-3).

A propósito de los juegos de azar, B. señala que, paradójicamente, muestran precisamente la negación del mismo en el espíritu del jugador. Éste no busca posarse en las ramas de la "ley" de las probabilidades... busca la suerte, y no como efecto de azar puntual y contingente; no, la suerte como signo de elección, como proceso de seducción generalizado que intenta captar precisamente la regla del juego (y no, en absoluto, la ley de las probabilidades), la suerte como reacción en cadena, como catástrofe fascinante. Toda la estrategia, en la esfera del juego, consistirá en provocar una desescalada de las causas racionales y una escalada inversa de los procedimientos mágicos (p. 164).

El profundo análisis de B. ilumina de un modo decisivo el carácter propiciatorio, mágico, del juego, y en especial del juego poético surrealista: desde el punto de vista de la probabilidad, el resultado de un cadáver exquisito está condenado de antemano a la trivialidad, a la simulación trabajosa de un sentido (son los muchos, fatigosos libros, de la "Biblioteca de Babel" de Borges). Pero en lo que se confía es en que, debidamente propiciadas, las palabras hagan el amor, en que las reglas, con su arbitrariedad, sean un cebo en que las palabras caigan, tendiendo a revelarnos su secreto orden. En este sentido, como indicábamos, la búsqueda del juego surrealista es análoga a la del azar objetivo:

«Todos somos unos jugadores. Es decir, lo que esperamos con mayor intensidad es que se deshagan de vez en cuando los encadenamientos racionales, que van paso a paso, y que se instale, aunque sólo sea por un breve tiempo, un desarrollo increíble de otro tipo, un incremento maravilloso de los acontecimientos, una sucesión extraordinaria, como predestinada, de los menores detalles, en la que se tiene impresión de que las cosas, hasta ahora mantenidas artificialmente a distancia por un contrato de sucesión y de causalidad, de repente, no están entregadas al azar, sino espon-tá-neamente convergentes y concurriendo a la misma intensidad por su propio encadenamiento» (p. 165).

Como se ve, la estética que B. reconoce como nuestra es, en buena parte, la aportada o desarrollada por el surrealismo. Los momentos de plenitud de sentido extra-causal en nuestras vivencias, lo que Breton llamó azar objetivo, suponen en cierto modo la llegada a la surrealidad, la revelación profana señalada por Benjamin: en esos instantes queda abierta una visión del mundo que supera y anula la oposición entre el determinismo causalista (la necesidad) y el sinsentido de la aleatoriedad (el azar y su vacío, que lleva forzosamente a la angustia existencialista).

Baudrillard va en este sentido más lejos, o al menos por otros caminos menos dudosos, que Jung, aunque ambos coinciden en procurar, desde después del racionalismo, desenterrar los cimientos de una cosmovisión en la que la vivencia del azar objetivo reseñada por Breton (pero poco desarrollada teóricamente) se inserte satisfactoriamente.


From agonza59@encina.pntic.mec.es Fri Apr 17 12:35:36 1998 (Des)esperar lo inesperado

La formulación de Machado, «Encuentro lo que no busco», o aquélla de Picasso: «Yo no busco; encuentro», implican una contradicción lógica entre las actitudes vitales de buscar y encontrar: en cierto sentido, como ya indicaba Heráclito, estamos condenados a que la búsqueda consciente condicione lo que se nos ofrece, a catalogar lo que hallamos desde la anteojera de lo que de antemano esperamos, aquello de lo que nos hemos hecho una idea previa; sólo quien sabe lo que espera podrá catalogar de inesperado algo.

Considero, sin embargo, que la contradicción lógica no opera en realidad en el azar objetivo. Heráclito es, como siempre, ambivalente. Lo inesperado no puede buscarse, propiamente, es «imposible de buscar y sin vía cierta». Pero se puede seguir (se sigue, pese a uno mismo) a la expectativa de su llegada. Lo que uno se encuentra corresponde en esos casos privilegiados a la revelación de lo que ya no se esperaba, de lo dado por perdido, y que sin embargo, en cierta manera, no dejó jamás de esperarse: según el acertado apotegma de García Calvo, «el que desespera espera».

«El más puro, el más desesperado de los nuestros, se decía comúnmente de tal o cual surrealista, pues para nosotros, sólo era verdaderamente puro el que estaba desesperado» (Artaud 1976: 16) .

Lo escribió Pablo Guerrero: «hay que doler de la vida hasta creer/que tiene que llover a cántaros». El desapego a la calderilla de la vida cotidiana es condición indispensable para que perviva sensible en nosotros el oído de lo maravilloso en todos los órdenes. Como indica retrospectivamente Breton, aun en pleno compromiso político acuciante,

«Estábamos muy lejos de prescindir del afán de aventura en todos los terrenos, me refiero a la aventura en el lenguaje y a la aventura en la calle, o en el sueño. Obras como _Le Paysan de Paris_ o _Nadja_ explican bastante bien ese clima mental, en el que el afán de vagar se llevaba hasta sus límites extremos. Y se dio libre curso a una búsqueda ininterrumpida: se trataba de ver, de poner de relieve, lo que se ocultaba tras las apariencias» (Breton 1972: 139).

Un ejemplo precioso de esta actitud de pasividad activa, a sumar al ya citado de Monsieur Létoile, lo da Breton al hablar de la búsqueda de piedras:

«Cosa muy distinta es, nunca me cansaré de repetirlo, manifestar un interés de curiosidad por piedras insólitas, todo lo bellas que se quiera, pero a cuyo descubrimiento hemos sido ajenos, y ser esclavo de su búsqueda, para de tarde en tarde encontrar algunas, y aunque objetivamente valgan menos que las que ya se tenían. Entonces es como si se jugara algo de nuestro destino. Estamos, totalmente entregados al deseo, a la solicitación, y sólo en virtud de ello puede cobrar valor tan alto el objeto buscado. Entre él y nosotros se van a producir precipitadamente, por vía analogía, una serie de intercambios misteriosos» (Breton 1989: 140).

«La búsqueda de piedras... determina el rápido paso de los que a ella se entregan a un estado segundo, cuya característica esencial es la extralucidez. Ésta, partiendo como un cohete de la interpretación de una piedra excepcional, abarca e ilumina las circunstancias de su hallazgo. En caso tal, tiende a suscitar una causalidad mágica, que supone la necesidad de intervención de factores naturales sin relación lógica con lo que está en juego, por lo cual desconcierta y confunde los hábitos de pensamiento, pero sin que por ello deje de subyugar nuestra mente» (Breton 1989: 142).


Azar objetivo y psicoanálisis: I. FREUD y lo "siniestro". La infancia recuperada

Mucho de esa sensación particular, mágica, puede quedar aclarado, desde el más sedicente positivismo, por el análisis que Freud hizo de lo siniestro (ungeheim) en uno de sus ensayos más célebres. Formulando, como es habitual, en negativo, Freud indica que en todos nosotros pervive, larvariamente, la concepción mágica que teníamos en nuestra niñez de que existía una relación directa entre nuestro deseo y el acontecer, que nuestras palabras y pensamientos tenían un poder mágico sobre las cosas. Cuando la realidad, que nos ha acostumbrado a refutar por pueriles tales esperanzas, parece esporádicamente volver a confirmarlas, se produce un vuelco, un reaflorar de sentimientos reprimidos (Freud 1979: 27). «¡De modo que es posible matar a otro por la simple fuerza del deseo; es posible que los muertos sigan viviendo y que reaparezcan en los lugares donde vivieron!, etc» (Freud 1979: 32). En resumen, lo siniestro en las vivencias se da cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas superadas parecen hallar una nueva confirmación (Freud 1979: 33). La reafloración de tales creencias infantiles es peligrosa, y puede afectar la salud mental, alejando al individuo del salvífico positivismo adulto que mantiene a raya al inconsciente .

«Oh torbellino más sabio que la rosa Torbellino que se lleva al espíritu que me recupera con la [ilusión infantil De que todo está aquí para algo que me concierne» (Fata Morgana; Breton 1993: II 57).

«Es necesario llamar a la puerta del torbellino» (Huidobro, El pasajero de su destino; Pariente 1989: 160).

Aquí, como en tantas otras ocasiones, Breton parece estar releyendo en positivo a Freud, al marcar esta percepción de ciertos hechos aislados como uno de los momentos sublimes del alma, que se reconcilia así con el devenir. La vuelta al estado infantil de la mente no es vista como un retroceso, sino como una reconquista de los poderes infantiles...: imaginación y deseo (Paz 1974: 30). En este estado de plenitud, los dedos del pie del poeta perciben el paso de las corrientes subterráneas, el rumor de lo afín en movimiento sobre el mapa de afectos y proporciones:

«Que al fin tengo yo el resumen topográfico de esos bolsillos [ajenos a los elementos y a los reinos Cuyo sistema quebranta la distribución sencilla de los seres [y las cosas Y prodiga a la luz del día el secreto de sus afinidades De su propensión a evitarse o a estrecharse A imagen de esas corrientes Que se atraviesan sin penetrarse en los mapas marítimos» (Los estados generales; Breton 1993: II 107).

De entre los surrealistas, seguramente fue Dalí quien experimentó más radicalmente sobre sí el reencuentro desprejuiciado con los poderes de la infancia. En su autobiografía hay varias referencias a fenómenos de azar objetivo. En 1935, el propio Breton veía el método paranoico-crítico muy conectado a la exploración del azar objetivo:

«Esta región [la del azar objetivo] es exactamente limítrofe con aquella otra que Dalí busca mediante la actividad crítico-paranoica» (Breton 1992: 293).

From agonza59...Fri Apr 17 12:38:43 1998
From agonza59... Sun Apr 19 04:39:19 1998

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes formular un comentario, si te apetece.