Monk, Ray.
"Ludwig Wittgenstein".
Traducción: Damián Alou.
Editorial Anagrama.
Barcelona, marzo 1997, 2da.edición
Tit.Orig.: Ludwig Wittgenstein. The Duty of Genius.
Jonathan Cape. London 1990
547 pp
1ra. edición febrero 1994.
(continúa)
19. FINIS AUSTRIAE
En diciembre de 1937, al igual que en julio de 1914, Wittgenstein regresó a Austria procedente de Noruega en un momento crítico en la historia de su país. Así como la crisis anterior había conducido al fin del imperio Habsburgo, la presente crisis iba a conducir al fin de la propia Austria. Que, en diciembre de 1937, Hitler tuviera tanto la intención como los medios para incorporar Austria a su Reich alemán, no había de constituir ninguna sorpresa para todo aquel que se hubiera parado a pensar en ello. El Mein Kampf se vendía desde 1925, y en la mismísima primera pagina Hitler declara: «Austria debe regresar a la gran madre patria alemana... Una sola sangre exige un solo Reich.» Y unas pocas páginas más adelante: «En mi juventud llegué a una intuición que nunca me ha abandonado, sino que se ha hecho aún más profunda: El germanismo sólo puede ser salvaguardado mediante la destrucción de Austria.» Tras el fracaso del Putsch nazi de 1934, Hitler había seguido esta política de destrucción de Austria mediante medios «legales», y en el tratado para la «Normalización de las Relaciones entre Austria y Alemania» de julio de 1936, la propia Austria había reconocido ser un «estado alemán», y el canciller austríaco, Schuschnigg, se había visto obligado a admitir en su gabinete a miembros nazis de la «oposición nacionalista». El subsiguiente repudio del Tratado de Versalles por parte de Hitler, su campaña de rearme y la escasa disposición de Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia a intervenir hicieron inevitable que la oposición nazi llegara a gobernar Austria algún día, no como un país independiente, sino como parte de la Alemania nazi. Con muy pocas excepciones, la enorme población austríaca de Viena tardó mucho en darse cuenta o quizá era renuente a admitirlo de las probables consecuencias del inminente Anschluss. Incluso aquellos que lo admitían como algo inevitable eran incapaces de llegar a concebir cuáles serían las posibles repercusiones. Seguramente, se decían, las Leyes de Nüremberg no podrían ser aplicadas en Austria. La población judía estaba demasiado integrada en el flujo de la vida austríaca: había demasiados judíos en puestos importantes, demasiados matrimonios entre judíos y no judíos, demasiados ciudadanos austríacos leales que daba la casuali (…)
(…) comenzaba a lamentar haber ido a Dublín, donde aparentemente no podía hacer nada; «por otro lado tendré que esperar, pues nada está muy claro todavía». Durante estas primeras semanas en Dublín escribió muy poca filosofía; sus pensamientos filosóficos, por así decir, se habían arrullado hasta dormirse: «Es como si mi talento se hallara en una especie de semi modorra.» Mientras sus pensamientos filosóficos dormían, se le despertaron las ideas de hacerse psiquiatra. Le pidió a Drury que le concertara una visita al St. Patrick Hospital para conocer a algunos pacientes que estuvieran mentalmente muy enfermos. Le dijo a Drury que se trataba de un asunto que le interesaba mucho. Tras la visita escribió (en inglés): « ¡Ver al hombre cuerdo en el maníaco! (y al loco en ti mismo)», y durante las semanas siguientes fue dos o tres veces por semana a visitar a algunos de los pacientes allí internados. Sin embargo, seguía sin estar seguro de a qué, si a algo, podía llevarle tal cosa. En esa época, Drury cursaba el último año de sus estudios, y pasaba el período como residente en el City of Dublín Hospital. Le dijo a Wittgenstein que, cuando estaba en el departamento de urgencias, le molestaba su torpeza manual, y se preguntaba si había cometido un error dedicándose a la medicina. Wittgenstein, por muy ambivalente que fuera su actitud hacia su propia dedicación a la medicina, se aprestó en disipar las dudas de Drury. Al día siguiente, Drury recibió una carta de él en la que afirmaba enfáticamente: «No cometiste ningún error porque en esa época no había nada que supieras o debieras saber que se te hubiera pasado por alto.» Le instó a Drury: «No pienses en ti mismo, piensa en los demás»:
Mira los sufrimientos físicos y mentales de la gente, los tienes al alcance de la mano, y eso debería ser un buen remedio a tus problemas. Otro camino es tomarse un descanso cuando debas tomártelo y sosegarte. (No conmigo, porque yo no te serviría de descanso.)... Mira a tus pacientes más de cerca, como seres humanos con problemas, y disfruta más de la oportunidad que tienes de decir «buenas noches» a tanta gente. Sólo eso ya es un regalo del cielo que mucha gente te envidiaría. Y este tipo de cosas debería curar tu alma crispada, creo. No la descansará; pero cuando estés saludablemente cansado debes tomarte un descanso. Creo que, en cierto modo, no miras los rostros de las personas lo suficientemente de cerca.
La carta finaliza: «Te deseo buenos pensamientos, pero principalmente buenos sentimientos.» La primera mención que aparece en el diario de Wittgenstein de la crisis que afectaba a Austria durante los primeros meses de 1938 tiene lugar el 16 de febrero. «No puedo trabajar», escribió:
Pienso mucho en cambiar de nacionalidad. Leo en los periódicos de hoy que ha tenido lugar un acercamiento obligado entre Austria y Alemania. Pero realmente no sé qué debo hacer.
Ese mismo día se publicaba la noticia de que el líder nazi de la «oposición nacionalista», el doctor Arthur Seyss Inquart, había sido nombrado ministro del Interior, y la importancia del encuentro de Berchtesgaden entre Hitler y Schuschigg fue evidente para el mundo. La reunión había tenido lugar el 12 de febrero, e inicialmente se había celebrado en Austria como signo de las más cordiales relaciones entre las dos naciones. Sólo posteriormente se descubriría que en esta «amistosa discusión» Hitler le había exigido a Schuslinigg que colocara a miembros del Partido Nazi a cargo de los ministerios de la policía, el ejército y los asuntos financieros, y había amenazado: «0 cumple mis demandas en tres días o marcharé sobre Austria.» El 15 de febrero, The Times informaba:
Si se cediera ante los deseos de Herr Hitler, y el doctor Von Seyss Inquart fuera nombrado ministro austríaco del Interior, con control sobre la policía austríaca, eso significaría, en opinión de los medios antinazis de Austria, que en poco tiempo las palabras finis Austriae quedarían escritas sobre el mapa de Europa.
Al día siguiente, el periódico comentaba escuetamente el hecho de que, inmediatamente después de jurar su cargo, Seyss Inquart abandonó Viena rumbo a Berlín: «Que lo primero que haga el ministro del Interior sea visitar un país extranjero es una clara indicación de la inusual situación en la que Austria se halla tras el encuentro entre Hitler y Schusclinigg.» Durante las semanas siguientes, Wittgenstein se mantuvo muy atento a los acontecimientos. Cada mañana la preguntaba a Drury: « ¿Alguna noticia?», ante lo cual, hemos de suponer, Drury respondía contándole a Wittgenstein las nuevas del día. Al leer las evocaciones de Drury, sin embargo, uno se pregunta qué periódicos leían. Su narración de los días que siguieron al Anschluss es, cuando menos, bastante extraña. Drury escribe que en la tarde del 10 de marzo le dijo a Wittgenstein que todos los periódicos informaban que Hitler estaba a punto de invadir Austria. Wittgenstein replicó, con una candidez pasmosa: «Es un rumor ridículo. Hitler no quiere Austria. Austria no le serviría de nada.» La tarde siguiente, según Drury, tuvo que decirle que Hitler finalmente se había apoderado de Austria. Le preguntó a Wittgenstein si su hermana estaría en peligro. De nuevo Wittgenstein contestó con una extraordinaria despreocupación: «Son muy respetados, nadie se atrevería a tocarlos.» A partir de este relato podríamos pensar que Wittgenstein había olvidado lo que había leído en los periódicos el 16 de febrero, que no sabía nada de la amenaza a Austria, que ignoraba enteramente la naturaleza del régimen nazi y que no le preocupaba en absoluto la seguridad de su familia. Todo esto es sin duda falso, y uno sólo puede pensar que le dio esta engañosa impresión a Drury porque no deseaba añadir leña a las cargas que Drury soportaba. El hecho de que Drury aceptara las respuestas de Wittgenstein al pie de la letra dice mucho acerca de su lealtad incondicional hacia Wittgenstein, y también acerca de su propia candidez política. Creo que también es posible que Wittgenstein, que tendía a compartimentar sus amistades, creyera que no valía la pena discutir estos temas con (…) era en Keynes, Sraffa y Drury. Con Drury hablaba de temas religiosos, Pattisson en quienes confiaba a la hora de discutir asuntos políticos y mundanos. Sin embargo, incluso independientemente es decir, sin tener en cuenta otros detalles que podemos saber acerca de lo mucho que Wittgenstein estaba al corriente de los hechos, la historia es un poco desconcertante. Pues si Drury ponía a Wittgenstein al corriente de las noticias cada tarde, entonces, por ejemplo, le habría comentado la declaración hecha por Schuschnigg el 9 de marzo en relación a la convocatoria de un plebiscito para pedir a los austríacos que votaran a favor o en contra de la independencia de Austria. Fue esa declaración lo que instó a Hitler a trasladar sus fuerzas hacia la frontera austríaca para una inminente invasión. Ahora bien, si Wittgenstein reaccionó ante esta última noticia negando que Hitler quisiera Austria, ¿cuál era su opinión (o la de Drury, si a eso vamos) acerca del plebiscito de Schuschnigg? ¿Por qué había que reafirmar la independencia de Austria? ¿Independencia de quién? Además, el día después de que las tropas se reunieran en la frontera no fue el día que Hitler se apoderó de Austria, sino el día en que Schuschnigg dimitió y Seyss Inquart se convirtió en canciller. Hitler y las tropas alemanas no cruzaron la frontera hasta el día siguiente, el 12 de marzo, cuando fueron invitadas a hacerlo por el propio canciller, y fue entonces cuando el Anschluss fue llevado a efecto. Esto podría verse como una sutileza, pero los sucesos de aquellos días están grabados claramente en las mentes de quienes los vivieron, y para Wittgenstein, si no para Drury, el cambio en el estado de cosas que tuvo lugar en cada uno de esos días habría tenido una trascendental importancia. El 10 de marzo, Austria era un estado independiente bajo el gobierno de Schuschnigg; el 11 era un estado independiente bajo dominio nazi; y el 12 era parte de la Alemania nazi. Para una familia austríaca de descendencia judía, la diferencia entre el segundo y tercer día era decisiva: marcaba la diferencia entre ser un ciudadano austríaco o un judío alemán. El día del Anschluss, Wittgenstein escribió en su diario: «Las noticias que me llegan de Austria me inquietan. No tengo claro qué debo hacer, si ir a Viena o no. Pienso principalmente en Francis y en que no quiero dejarle.» A pesar del aplomo que demostraba ante Drury, Wittgenstein se mostraba en extremo preocupado por la seguridad de su familia. Su primera reacción fue ir inmediatamente a Viena para estar con ellos; lo que le detuvo fue su miedo de que, si lo hacía, no volviera a ver a Francis nunca más. Sin embargo escribió a su familia, ofreciéndose a ir a Viena si le necesitaban.
La única carta que sobrevive de la correspondencia entre Wittgenstein y Sraffa es un largo análisis de la situación de Wittgenstein tras el Anschluss, escrita por Sraffa el 14 de marzo, el día de la triunfal procesión de Hitler por Viena. Demuestra claramente el calibre de la opinión y el consejo político que se le abría a Wittgenstein a través de Sraffa, y muestra que aquél debía de haberle escrito inmediatamente pidiéndole consejo acerca de las posibles consecuencias de su viaje a Viena. La carta comienza:
Antes de intentar abordar el asunto, probablemente de una manera confusa, quiero responder claramente a tu pregunta. Si, como dices, es de «vital importancia» para ti poder abandonar Austria para regresar a Inglaterra, entonces no hay duda: no debes ir a Viena. Sraffa señalaba que la frontera austríaca estaría cerrada y no se permitiría salir a los austríacos, y que, aunque podía ser que pronto se levantaran tales restricciones, existía el riesgo de que, si iba a Viena, no se le permitiera salir durante bastante tiempo. «No ignoras que ahora eres ciudadano alemán», proseguía Sraffa:
Tu pasaporte austríaco sin duda te será retirado en cuanto entres en Austria: y tendrás que solicitar un pasaporte alemán, que puede que se te conceda, siempre y cuando la Gestapo esté convencida de que lo mereces... Respecto de la posibilidad de que haya guerra, no lo sé: puede ocurrir en cualquier momento, o puede que tengamos uno o dos años más de «paz». Realmente no tengo ni idea. Pero no apostaría por la probabilidad de seis meses más de paz.
Wittgenstein también debió de preguntar a Sraffa si el convertirse en profesor de Cambridge mejoraría su situación, pues Sraffa prosigue diciendo:
Sin embargo, si a pesar de todo decides regresar a Viena, creo: a) que si fueras profesor en Cambridge, ciertamente aumentarían tus oportunidades de que te permitan salir de Austria; b) no habría ninguna dificultad a la hora de entrar en Inglaterra, una vez se te ha permitido salir de Austria (de Alemania, mejor dicho); e) antes de abandonar Irlanda o Inglaterra debes ir al consulado alemán, a que te cambien tu pasaporte por uno alemán: supongo que en breve comenzarán a hacerlo; y es más probable que te lo cambien aquí que en Viena; y, si vas a Austria con pasaporte alemán, hay muchas más probabilidades (aunque no la certeza absoluta) de que te dejen salir.
«Debes tener cuidado», le advertía Sraffa, «con varias cosas»:
1) si vas a Austria, debes decidirte a ocultar que desciendes de judíos, o es seguro que te negarán el pasaporte; 2) no debes decir que tienes dinero en Inglaterra, pues entonces podrían obligarte a entregarlo al Reichsbank; 3) si en Dublín o en Cambridge el consulado alemán se pone en contacto contigo para que vayas a presentarte o a cambiar el pasaporte, ve con cuidado con lo que respondes, pues la menor salida de tono podría hacer que no volvieras nunca más a Viena; 4) ten mucho cuidado cuando escribas a tu familia, atente a los asuntos puramente personales, pues es seguro que las cartas son censuradas.
Con respecto a la cuestión del cambio de nacionalidad, Sraffa le advirtió que, si Wittgenstein se había decidido a solicitar la nacionalidad irlandesa, entonces debía hacerlo antes de que le fuera retirado el pasaporte austríaco, pues le sería más fácil como austríaco que como alemán. Por otro lado:
1 En las presentes circunstancias, yo no tendría escrúpulos a la hora de pedir la nacionalidad británica, si es la única que puedes adquirir sin esperar otros diez años de residencia: además, tienes amigos en Inglaterra que pueden ayudarte a conseguirla. Y desde luego un empleo en Cambridge te permitirá obtenerla rápidamente.
Sraffa, quien se marchaba a Italia el viernes siguiente, invitó a Wittgenstein a ir a Cambridge a discutir el asunto, siempre y cuando pudiera llegar a tiempo, pero le advertía: «Las cartas que me escribas a partir de entonces me serán enviadas a Italia, de modo que ten cuidado con lo que dices, pues puede que le estés escribiendo al censor italiano.» Finaliza: «Perdona por esta confusa carta», obligando a uno a preguntarse por los niveles de claridad y precisión que había alcanzado en el resto de la correspondencia. «No me cabe duda de que te das cuenta de que ahora eres ciudadano alemán.» El día en que Sraffa escribió estas temidas palabras, el diario de Wittgenstein muestra que él se encontraba luchando precisamente contra la conciencia de ese hecho:
Me encuentro en una situación extraordinariamente difícil. Mediante la incorporación de Austria a Alemania me he convertido en ciudadano alemán. Se trata para mí de una circunstancia espantosa, pues ahora me encuentro sujeto a un poder que de ninguna manera reconozco.
Dos días más tarde, «en mi cabeza y con mi boca», estaba decidido a perder la nacionalidad austríaca, y se resignó al pensamiento de emigrar durante varios años: «No habrá gran diferencia. Pero el pensamiento de dejar sola a mi gente es espantoso.» Al recibir la carta de Sraffa, Wittgenstein abandonó Dublín inmediatamente rumbo a Cambridge, a fin de discutir la situación con él. El 18 de marzo anotaba en su diario:
Sraffa me advirtió ayer de que en estos momentos no debo ir a Viena bajo ningún concepto, pues ahora no podría ayudar a mi familia y con toda probabilidad no me permitirían salir de Austria. No tengo del todo claro lo que debo hacer, pero, en el momento presente, creo que Sraffa tiene razón.
Tras esta conversación con Sraffa, Wittgenstein se decidió a pasar a la acción. En primer lugar se aseguró un trabajo académico en Cambridge, y luego solicitó la ciudadanía británica. En relación con ambos hechos, inmediatamente escribió a Keynes para pedirle ayuda. Comenzó explicándole la situación: que a causa de la anexión de Austria se había convertido en ciudadano alemán, y, mediante las Leyes de Nüremberg, en ciudadano judío: «Lo mismo que, naturalmente, mi hermano y mis hermanas (no sus hijos, ellos cuentan como arios).» «Debo decir», añadía, «que la idea de convertirme (o de ser) ciudadano alemán, dejando aparte todas las consecuencias desagradables, me resulte ATERRADORA. (Esto puede parecer una tontería, pero así es.)» Esbozaba los argumentos que le había dado Sraffa en contra de su marcha a Viena: que le quitarían el pasaporte austríaco, que, como judío, no se le entregaría un nuevo pasaporte, y, por tanto, no podría abandonar Austria ni conseguir un empleo. Al presentársele la elección entre ser un judío alemán o un profesor universitario inglés, se veía obligado, con cierta renuencia, a escoger esta última posibilidad:
La idea de adquirir la nacionalidad británica se me había ocurrido antes; pero siempre la he rechazado por esta causa: no deseo ser un simulacro de inglés (creo que entenderás lo que quiero decir). Sin embargo, la situación ha cambiado completamente. Pues tengo que elegir entre dos nacionalidades, una que me priva de todo, mientras que la otra, al menos, me permitiría trabajar en un país en el que he pasado, a intervalos, la mayor parte de mi vida adulta, he hecho a mis mejores amigos y he realizado lo mejor de mi obra. ... Por lo que se refiere a conseguir un empleo en Cambridge, puede que recuerdes que fui «profesor adjunto» durante cinco años... Ahora es ese puesto el que solicito, pues no hay otro vacante. De hecho ya había pensado hacerlo; aunque no ahora, sí quizá el próximo otoño. Pero ahora seria importante conseguir el trabajo lo antes posible; pues a) me ayudaría a obtener la nacionalidad y b) si me fallara esto último y tuviera que convertirme en «alemán», tendría más posibilidades de que me dejaran salir de Austria si tuviera un EMPLEO en Inglaterra.
Siguiendo el consejo de Sraffa, Wittgenstein le pidió a Keynes que le presentara a un procurador «un experto en estas cosas» para que le ayudara a solicitar su nacionalidad. «Quiero añadir que no tengo ninguna dificultad financiera. Tendré unas 300 o
Esta carta de presentación me produce un vago temor; sólo con que estuviera ligeramente mal expresada podría hacer que las cosas fueran mas difíciles para mí; podría, por ejemplo, presentarme como una especie de refugiado y poner énfasis en un aspecto erróneo del asunto. Sus angustias resultaron infundadas. La universidad respondió rápidamente y se le dio un puesto de profesor, comenzando a dar clases al inicio del siguiente trimestre. Una gran preocupación para Wittgenstein durante su larga espera del pasaporte británico fue la situación de su familia. Le resultaba difícil saber si corrían mucho o poco peligro, y tampoco se quedó tranquilo cuando, poco después del Anschluss, recibió esta nota (escrita en inglés):
Mi querido Ludwig: No pasa ni un día sin que Mining y yo hablemos de ti; nuestros más cariñosos pensamientos siempre están contigo. Por favor, no te preocupes por nosotras, estamos muy bien y muy animadas y siempre felices de estar aquí. Verte de nuevo será nuestra mayor alegría. Siempre tuya, con todo mi amor, Helene
En su diario no hizo caso de esta nota (sin duda de manera correcta), calificándola de «noticias aparentemente tranquilizadoras de Viena. Obviamente escritas para el censor». De hecho, tanto Helene como Hermine tardaron bastante en reconocer el peligro que corrían, y cuando fueron conscientes de él se dieron al pánico. Hermine recuerda cómo, una mañana poco después del Anschluss, Paul anunció, con una voz llena de terror: « ¡Nos consideran judíos!» Hermine comprendió por qué tal cosa llenaba de pavor el corazón de Paul. Su carrera como concertista de piano le importaba mucho, y como judío que era no se le permitiría tocar en público; además, le gustaba dar largos paseos por el campo, y todos esos signos que proclamaban «juden verboten» debían hacer que sus paseos fueran bastante menos agradables. Pero por lo que a Hermine se refiere, el hecho de que fuera considerada judía bajo la ley alemana contaba muy poco. Pasó casi toda su vida en el interior de sus cuatro paredes, y dejando aparte el hecho de que algunas de las personas que la saludaban en público dejaran de hacerlo, su vida seguiría siendo más o menos la misma. Al principio, Paul intentó obtener garantías de que su familia sería tratada como aria, en virtud de que habían sido siempre ciudadanos leales y patriotas, y habían hecho mucho por su país. A este fin, él y Gretl (que, como ciudadana norteamericana, no corría ningún peligro), viajaron a Berlín para negociar con las autoridades nazis. Su petición no consiguió nada. Se les dijo que a menos que pudieran aportar pruebas de un segundo abuelo ario, seguirían siendo judíos. Otra rama de la familia, los descendientes de la tía Milly, se esforzaron por conseguir unas credenciales arias para Hermann Christian Wittgenstein. En los archivos de Berlín se conserva un informe escrito por Brigitte Zwiauer, la nieta de Milly, abogando en favor de Hermann Christian. Se dirige al Reichstelle für Sippenforschung («Departamento de investigación Genealógica», el ministerio nazi responsable de decidir quién era ario y quién no), y afirma que Hermann Christian es conocido en la familia por ser el hijo ilegítimo de un miembro de la principesca familia de Waldeck. Zwiauer admite que no hay ninguna prueba directa de ello, pero pone énfasis en que tampoco hay prueba de lo contrario; aunque Hermann Christian creció dentro de la comunidad judía, no hay pruebas de que sea hijo de judío. Como prueba indirecta de sus orígenes arios, incluye una fotografía de los once hijos de Hermann y Fanny. «Que éstos niños desciendan de dos padres completamente judíos», arguye, «nos parece biológicamente imposible.» El informe señala que fue el propio Hermann quien escogió el segundo nombre de «Christian», y que fue un conocido antisemita que en su vida adulta evitó relacionarse con la comunidad judía y no permitió que sus hijos se casaran con judíos. El informe está fechado el 29 de septiembre de 1938, pero no se hizo caso de su alegato hasta un año más tarde, cuando los nazis vieron ciertas ventajas en aceptarlo. Hermine, Gretl y Helene no tenían nada que ver con este informe. Por lo que a ellas se refería, Hermann Christian era el hijo de Moses Maier, y si eso significaba que, bajo la ley alemana, se les consideraba judíos, pues que así fuera. Probablemente, Paul habría dado todos los pasos necesarios para huir de las consecuencias de ser judío en el Reich alemán. De hecho, no albergaba ninguna esperanza de que le reclasificaran, y por tanto lo único que deseaba era abandonar la Gran Alemania lo antes posible. Instó a Hermine y a Helene a que hicieran lo mismo: dejarlo todo e ir a Suiza. Arguyó que cuando una casa está ardiendo lo más juicioso es saltar por la ventana y dejar dentro las propias posesiones. Hermine, sin embargo, era incapaz de abandonar a sus amigos, su familia y su adorado Hochreit, y Helene tampoco era capaz de afrontar el hecho de abandonar a sus hijos y nietos. Ambas rehusaron irse. En julio de 1938, tras muchos desabridos intercambios de palabras, Paul abandonó a sus hermanas y se fue solo a Suiza. Helene y Hermine abandonaron Viena para pasar el verano en el Hochreit, convencidas de que su condición de judías no les suponía ningún peligro. Fue Gretl quien les hizo abandonar tal convicción, cuando en septiembre llegó al Hochreit y les dijo que, fuera de Alemania, era creencia común entre aquellos que estaban bien informados que la guerra estallaría en cualquier momento (eran los días de la crisis checoslovaca), y que se sabía también que los judíos alemanes serían reunidos y ubicados en campos de concentración, donde serían insuficientemente alimentados y muy mal tratados. Gretl instó a Hermine y Helene a abandonar Austria. Por entonces, sin embargo, a los judíos alemanes ya no se les permitía entrar en Suiza, y hubo que idear otro plan. A sugerencias de Gretl, Hermine consintió en comprar pasaportes yugoslavos para ella y para Helene a un abogado judío de Viena. Parece ser que ella creía que éste era el modo en que el gobierno yugoslavo concedía la nacionalidad, pues dice que no tenía ni idea de estar comprando pasaportes falsos hasta que Arvid Sjógren, que viajó a Yugoslavia en nombre de ellas para recoger los pasaportes, las informó de que se habían fabricado en un taller especializado en documentos falsos. Sin embargo, Hermine siguió adelante con el plan y viajó a Munich para obtener visados para Suiza utilizando los pasaportes falsos. Poco después, la policía comenzó a investigar esta fuente concreta de falsificaciones, y antes de que pudieran huir a Suiza, Hermine y Helene fueron arrestadas, junto con Gretl y Arvid. Todos ellos pasaron dos noches en la cárcel, a excepción de Gretl, que fue retenida durante otra noche. En el juicio que siguió, Gretl hizo todo lo posible para presentarse como la única responsable de todo el fiasco, pretensión aceptada por el magistrado, aunque, según Hermine, la mejor defensa que tuvieron fue su aspecto y su manera de hablar. Aparecieron ante el tribunal no como un grupo de judíos mugrientos, malolientes y vestidos con su caftán como los que describe Hitler en el Mein Kampf, sino como orgullosos miembros de una familia rica y famosa de la alta burguesía austríaca. Los cuatro fueron absueltos de los cargos presentados en su contra. Es imposible decir hasta qué punto estaba Wittgenstein al corriente de este asunto. Lo suficiente, sin embargo, como para estar enfermo de preocupación por la situación de sus hermanas. En una carta a Moore de octubre de 1938 habla de «la gran tensión nerviosa de los últimos dos meses», y atribuye el hecho a que: «Mi familia de Viena pasa por graves problemas.» La espera del pasaporte británico se le hacia casi insoportable, y anhelaba poder utilizarlo para viajar a Viena y hacer lo que pudiera por sus hermanas. En medio de toda esta angustia, la visión de Neville Chamberlain regresando de Munich y proclamando «Paz para nuestra época» era algo difícil de soportar. Le envió a Gilbert Pattisson una de las postales editadas para celebrar el «éxito» de Chamberlain. Tras la foto de Chamberlain y su esposa, la leyenda reza: «El peregrino de la paz. ¡Bravo! Mr. Chamberlain.» En la parte de atrás, Wittgenstein escribió: «Caso de que necesites un emético, aquí tienes uno.» En el invierno de 1938-1939, el Reichsbank comenzó a hacer investigaciones acerca de las grandes cantidades de moneda extranjera que poseía la familia Wittgenstein. Bajo la ley nazi, el Reichsbank tenía el poder de obligar a la familia a entregarles su dinero. Sin embargo, y debido al complicado arreglo que se había dispuesto para la posesión de la fortuna, les resultó bastante difícil ponerle las manos encima. Tal circunstancia le sugirió a Gretl otra posibilidad para garantizar la seguridad de sus hermanas: consentirían en entregar las divisas si se les concedía una declaración escrita de que Hermine y Flelene serían tratadas como arias. De este modo comenzó una larga serie de negociaciones entre las autoridades de Berlín y los Wittgenstein, que culminó cuando los nazis consintieron en aceptar el informe preparado por Brigitte Zwiauer el año anterior en compensación por la transferencia de las divisas de los Wittgenstein. Las negociaciones se complicaron a causa del desacuerdo entre Paul y el resto de la familia. Paul, que por entonces había abandonado Suiza y vivía en Estados Unidos, estaba en contra de negociar con los nazis a fin de satisfacer el perverso deseo de sus hermanas de permanecer en Austria. Argumentó que no estaría bien ayudar a los nazis poniendo en sus manos una fortuna de ese calibre. (Hermine atribuye este último argumento de Paul a sus consejeros, quienes, señala, eran sin excepción judíos: como si sólo a un judío pudiera ocurrírsele tan pertinente consideración.) Esta disputa duró toda la primavera de 1939. Gretl hizo numerosos viajes entre Nueva York, Berlín y Viena con la intención de llegar a un acuerdo que dejara satisfechas a ambas partes, y el asunto todavía no estaba resuelto cuando Wittgenstein recibió finalmente su pasaporte británico el 2 de junio de 1939. Apenas un mes más tarde lo utilizó para viajar a Berlín, Viena y Nueva York, con el objeto de ayudar a Gretl a llegar a un acuerdo. No fue, tal como dice Hermine, un asunto que encajara ni con la experiencia ni con el temperamento de su hermano. Además (aunque ella no lo señale), no se le podía escapar la ironía que suponía sobornar a los nazis para que aceptaran una mentira acerca de algo de lo que se había confesado hacía sólo dos años. No obstante, entró en las negociaciones con toda la considerable precisión y tenacidad de que era capaz. «Y si», añade Hermine, «en Nueva York no logró lo que tenía en mente, entonces no hay que culparle a él.» Y deja bien claro que a quien hay que culpar es a Paul. A pesar de las objeciones de Paul, el resultado de estas negociaciones fue que una gran parte de la fortuna familiar fue transferida desde Suiza al Reichsbank, y la Reichstelle fúr Sippenforschung envió una declaración formal a su oficina de Viena afirmando que Hermann Christian Wittgenstein era, sin restricciones, deutschblütig. Por consiguiente, en agosto de 1939, Hermine, Helene y todos los demás nietos de Hermann Christian recibieron sus certificados en los que se afirmaba que eran Mischlinge (que tenían sangre judía) y no judíos. Posteriormente, en febrero de 1940, las autoridades de Berlín fueron aún más lejos, y publicaron una declaración afirmando que la regulación referente a los Mischlinge no era aplicable a los descendientes de Hermann Christian Wittgenstein, y que «su clasificación racial bajo la Ley de Ciudadanía del Reich [las Leyes de Nüremberg] no presenta ninguna otra dificultad». De este modo, Helene y Hermine pudieron sobrevivir a la guerra en medio de una relativa tranquilidad.
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