Investigación y Ciencia
Noviembre 96
Cerco al cáncer (Introducción).
John Rennie y Ricki Rusting
Pág. 6
No está todavía dominado por el armamentario médico disponible. Sin embargo, los conocimientos modernos están dando por resultado mejores tratamientos y más prometedoras perspectivas para los afectados por esta enfermedad.
Cuando el presidente Richard M. Nixon firmó la Ley del Cáncer, en la antevíspera de la Navidad de 1971, comprometió a los EE.UU. en una "guerra" contra el cáncer. Durante los 25 años transcurridos desde entonces se ha estado batallando contra esta enfermedad por todo el mundo, en los laboratorios, en los hospitales, en nuestras casas y en nuestros propios cuerpos. Nos invade una avalancha de informes sobre los progresos científicos -como si dijéramos partes Ilegados del frente- que dan cuenta aquí de nuevos descubrimientos, allí de la ampliación de otros, y nos hablan de muy aclamados "avances", los cuales se trasladan a la práctica con frustrante rareza. Advertencias sobre los peligros cancerígenos suenan una semana, sustituidas luego por otros avisos que, a veces, parecen contradecir a aquéllas.
Qué es, realmente, lo que la ciencia médica ha aprendido acerca del cáncer en este cuarto de siglo? Con qué armas contamos para combatir a semejante enemigo, y qué significa de veras para un público angustiado toda esa balumba de descubrimientos?
No se puede soslayar el hecho de que aún está por disminuir la tasa conjunta de la mortalidad debida a todos los tipos de cáncer. Entre 1973 y 1992, último año éste para el que se dispone de datos globales, la tasa de la mortalidad causada por el cáncer aumentó, sólo en los Estados Unidos, un 6,3 %. (Tal tasa significa el número de muertes por cada 100.000 habitantes y "atiende a la edad", con lo que se corrigen las desviaciones debidas a los progresos en combatir otras enfermedades y a la creciente longevidad de la población.)
Sobre todo a los afroamericanos y a las personas de más de 65 años no les fue nada bien; en ambos grupos la tasa de mortalidad general se disparó hasta subir alrededor de un 16%.
Los epidemiólogos calculan que este año, en los EE.UU., morirán unos 555.000 pacientes de cáncer, lo cual supone 331.000 muertes más que en 1970. Alrededor del 40 % de los estadounidenses estarán aquejados alguna vez por la enfermedad y más de uno de cada cinco morirán a causa de ella; las tendencias son muy similares en la mayoría de los países desarrollados. Globalmente, la Organización Mundial de la Salud estima que el cáncer mata cada año a unos 6 millones de personas.
Pero esas sombrías estadísticas no deberían ocultar los igualmente reales, entusiasmadores éxitos. Por ejemplo, ha habido notables reducciones de la mortalidad causada por algunos cánceres, en concreto por la enfermedad de Hodgkin, el linfoma de Burkitt, el cáncer testicular, ciertos cánceres de los huesos y de los músculos, y varios de los que afectan a los niños. En Norteamérica, y desde 1960, la mortalidad infantil debida al cáncer ha caído en picado: un 62 %.
También ha empezado a descender, al menos para algunos sectores de la población, la tasa de mortalidad debida a varios de los cánceres más agresivos. En los varones, la mortalidad por cáncer de pulmón disminuyó un 3 % entre 1990 y 1992, en gran parte porque se fumaron menos cigarrillos durante los últimos decenios. Las tasas de mortalidad por cáncer de mama descendieron más de un 5% entre 1989 y 1993, muy apreciablemente entre las mujeres de menos de 65 años y entre las de raza blanca. Este descenso parece deberse a una combinación de la detección precoz con la -probable- mejora del tratamiento. Y la mortalidad por cáncer colorrectal disminuyó cerca de un 17% entre 1973 y 1992, gracias a la detección precoz y a las perfeccionadas estrategias de tratamiento.
En realidad, examinando bien los datos de la mortalidad se puede albergar un cauto optimismo. Las espantosas pérdidas producidas por el cáncer de pulmón oscurecen los logros conseguidos en este frente de batalla. Dejando a un lado el cáncer de pulmón (enfermedad en gran parte evitable), la tasa de mortalidad por todos los demás tipos de cáncer ha bajado un 3,4% desde 1973 -y un 13,3 % en la población de menos de 65 años.
Mucho de este éxito, como advierten Samuel Hellmann y Everett E. Vokes, de la Universidad de Chicago, proviene de los nuevos modos de terapia y de combinaciones y planes de tratamiento más eficaces. Los adelantos terapéuticos incluyen asimismo un mayor uso de la intervención quirúrgica no extirpadora de órganos (minimizando las desfiguraciones, los dolores y las pérdidas funcionales) y un cada vez más logrado alivio de los efectos secundarios de la terapia. También se atienden mejor los problemas emocionales suscitados por la diagnosis y el tratamiento del cáncer. En resumen, que un diagnóstico de cáncer no tiene por qué significar la sentencia de muerte que supuso antaño.
Cierto que aún hay mucho por hacer. El de la prevención es un potencial inmenso por explotar. De un pasmoso 30 % de los cánceres fatales se puede echar la culpa principalmente al vicio de fumar, y una proporción equivalente es achacable al estilo de vida, sobre todo a las prácticas dietéticas y a la falta de ejercicio. (Un investigador ha Ilegado a decir que la mejor manera de evitar el cáncer es ir corriendo de una barra de ensaladas a otra). Según algunas apreciaciones, si la administración y los individuos hiciesen más por reformar las conductas que implican riesgo, podrían salvarse del cáncer centenares de miles de vidas cada año, aunque no se descubriesen nuevos tratamientos.
también deberían salvarse más vidas a resultas del alud de descubrimientos básicos sobre la formación y el desarrollo del cáncer. Estos conocimientos, obtenidos con gran esfuerzo durante los últimos 20 años, permiten proyectar terapias nuevas que se apoyarán en los mecanismos moleculares anómalos de las células cancerosas.
Por desgracia, en ese camino se interponen obstáculos políticos y económicos, y la investigación orientada a mejorar la asistencia a los pacientes está amenazada de restricciones. Richard D. Klausner, director del Instituto Nacional del Cáncer, lamenta que los fondos destinados por el gobierno de los EE.UU. apenas se han mantenido al ritmo de la inflación durante los últimos 10 años. Tal estrechez significa, según Donald S. Coffey, de la facultad de medicina de la Universidad Johns Hopkins, despedirse de centenares de líneas de trabajo que no podrán proseguir. Y asegura también que el Gobierno federal no ha lanzado nunca una auténtica ofensiva contra el cáncer: "El total de los fondos federales destinados cada año a la investigación sobre los dos tipos de cáncer que más se les diagnostican a los varones en los EE.UU. (el de próstata y el de pulmón) no bastaría ni para comprar tres nuevos aviones de combate."
Los especialistas advierten que la tendencia de la administración sanitaria, con su insistir en la contención de los gastos, acabará dando al traste con el progreso. Las compañías aseguradoras se resisten cada vez más a suscribir los costes de las pruebas clínicas y los del seguimiento de Éstas, que constituye el único modo de comprobar si una nueva idea encierra algún valor. Sin embargo, para la mayoría de los ciudadanos, las cuestiones del consumo no son estadísticas ni políticas, sino personales y médicas. ?Cuáles son los descubrimientos más recientes sobre cómo se desarrolla el cáncer y llega a ser letal? ?Qué enfoque está más al día en cuanto a evitar, detectar y tratar el cáncer? ?Qué hallazgos es más probable que se difundan y salven vidas? En estas páginas se hallarán respuestas a tales preguntas.
Al mismo tiempo, ]os siguientes artículos sugieren que, en un futuro previsible, los médicos podrán determinar, a partir tan sólo de una gota de sangre o de orina, si una persona está en especial peligro de padecer cáncer o si tiene un tumor microscópico que aún no se haya hecho notar. Para los individuos en peligro, se dispondrá seguramente de varias estrategias de prevención -desde cambios en el comportamiento hasta medicaciones profilácticas. Para quienes ya tengan cáncer, el análisis de los genes del tumor revelará el grado de malignidad de Éste, qué duración e intensidad de tratamiento necesite y qué terapias puedan ser eficaces. Procurando que los planes preventivos y los tratamientos se ajusten a esas directrices, los médicos lograrán, por fin, que el cáncer resulte mucho menos mortífero y aterrador.
Algunos investigadores que se esfuerzan por alcanzar esas metas están empezando a considerar el cáncer como una patología que, aunque incurable, podría, a la larga, controlarse. Erradicar del cuerpo de un enfermo de cáncer toda célula sospechosa es algo muy difícil y en muchos casos tal vez imposible o innecesario. ?No hay millones de personas que siguen vivas a pesar de sufrir enfermedades crónicas como la diabetes o el asma? Si los médicos pudieran contribuir a que enfermos actualmente desahuciados disfrutaran de unos cuantos años más de gratificante vida sin dolores, debería esto contar como un significativo logro. El día en que se domine por completo al cáncer quizá tarde, pero los instrumentos de que dispone ya la medicina son un comienzo de ese dominio.
La meta final sigue siendo, desde luego, la misma. Como Robert A. Weinberg, del Instituto Whitehead, observa, hemos de poner nuestras miras en el premio, que es la eliminación del tumor. La investigación médica no debe desistir jamás de seguir buscando el modo de curar el cáncer. Pero, entre tanto, es alentador saber que, aunque en la guerra contra tan terrible morbo aún no hemos conseguido la victoria definitiva, mediante estrategias de contención podremos hacer que en la vida de los enfermos aumenten los años de bienestar.
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