EL PAIS DIGITAL
Un catalán bilingüe
Jueves
13 noviembre 1997 - Nº 559
PEDRO LAÍN ENTRALGO
Conozco personalmente a muchos catalanes bilingües, pero no al que alude el título precedente. Puedo, sin embargo, decir su nombre: se llama Josep Ramoneda, y entre otras cosas es autor del artículo La nueva revolución laica, hace poco publicado en estas mismas páginas. Artículo que con sincera coincidencia en lo fundamental voy a comentar.
Poco importa que esa coincidencia sea tenuemente matizada por una levísima discrepancia. Dice Ramoneda: «Cataluña puede pensarse sin España... Pero España no puede pensarse sin Cataluña». Muy cierto es para mí el segundo aserto, mas no el primero. Mirada en su integridad la realidad histórica y social de Cataluña, ¿puede ser pensada sin España? Yo no lo creo, y tengo por seguro que, con los matices que fuera, Ramoneda coincidiría conmigo.
Pero lo que importa es que Josep Ramoneda, intelectual y escritor catalán, ha declarado ser bilingüe y ha dado una regla práctica para decidir acerca de esa condición. Ésta: «Una sociedad bilingüe simétrica sería aquella en que cuando alguien inicia una conversación uno de los dos tiene las máximas probabilidades de ser contestado en el mismo idioma». Enteramente de acuerdo. En un artículo de hace muchos años titulado Lo que yo haría -esto es: lo que haría yo si mi cátedra hubiera pertenecido a la Universidad de Barcelona- dije que me habría apresurado a ponerme en condiciones de dar mis clases en catalán, si así me lo pedía la mayoría de los alumnos. Pero además de la comprobación factual apuntada por Ramoneda, el «bilingüismo simétrico» que propone como deseable sería la expresión de una vinculación interpersonal lingüística y psicológicamente bastante más profunda. A riesgo de aburrir a los que tienen la amabilidad de leerme, porque más de una vez he expuesto mi idea de esa vinculación, la repetiré de nuevo, directamente referida a la realidad de la actual Cataluña.
A mi modo de ver, el bilingüismo de Cataluña será «simétrico» cuando los catalanohablantes originarios -aquellos cuya primera lengua sea el catalán- sientan y empleen la lengua catalana como «más suya», y como «también suya» la lengua castellana; y complementariamente, cuando los castellanohablantes radicados en Cataluña sientan y empleen la lengua castellana como «más suya», y como «también suya», la lengua catalana. «Más suya» será la lengua catalana, para quienes como lengua materna la vivan y la usen, cuando con ella quieran expresar los contenidos más verdaderamente íntimos -amorosos, estimativos, creenciales- de su intimidad personal; y será «también suya» la lengua castellana cuando al usarla, piensen o no piensen en ello, sienten que en alguna medida ha contribuido a que ellos sea lo que son. A título de ejemplo, mencionaré los nombres de cuatro catalanes en que esto sucedió: Jacinto Verdaguer, Joan Maragall, Josep Carner y Carles Riba. Mutatis mutandi, otro tanto debe decirse del «más suya» y el «también suya» de quienes en Cataluña tengan como lengua materna la castellana; y más si son escritores.
Demos un paso más. El recto cumplimiento de esa doble y recíproca condición del «bilingüismo simétrico» en Cataluña exige la adecuada combinación del conocimiento y la buena voluntad.
Conocimiento: el catalanohablante y el castellanohablante de Cataluña deben conocer en medida suficiente, según el nivel de su formación cultural, no sólo, como es obvio, la lengua del «otro», también lo mejor de los frutos culturales -literarios, intelectuales, artísticos- que la lengua «más suya» y la «también suya» hayan producido y las líneas generales de una historia que, siendo fiel a la verdad, les ilumine respecto de cuanto les ha llevado a convivir armoniosamente entre sí. Y, por supuesto, la realidad de la tierra común dentro de la diversidad de las tierras de España.
Buena voluntad y, consiguientemente, lo que a la buena voluntad le da fundamento: el amor. ¿Acaso no han empleado esta hermosa palabra algunos de los más egregios poetas catalanes? « Que de l’un cap a l’altre a amor convida », dijo Maragall de la voz que debería unificar todas las diversas voces hispánicas. «I convindran molts noms a un sol amor», ha dicho Salvador Espriu -en otro artículo bien reciente recordaba yo este verso- de todos los nombres de Sefarad. Sin buena voluntad en quien la busca y la expresa, esto es, sin amor a la verdad cabal, ¿puede haber un conocimiento realmente satisfactorio? «Sólo por el amor se entra en la verdad», en la verdad verdadera, si vale tal redundancia, dijo hace milenio y medio San Agustín, y su sentencia sigue siendo válida. Con otras palabras: sin voluntad de verdad no puede haber buena voluntad.
Colofón de circunstancias: ¿es que no puede y no debe haber una historia de España que por ser integralmente verdadera -del modo en que los hechos históricos pueden y deben ser conocidos- pueda y deba ser sinceramente aceptada por catalanohablantes y castellanohablantes? Catalanes o no, muchos españoles respondemos diciendo: «Sí».
Pedro Laín Entralgo es miembro de la Real Academia Española.
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