Subject: Los Cataros ( I )
Conocemos las creencias de los Cátaros, o de los "Albigenses" principalmente por los escritos de sus adversarios. Este recuento proviene de una crónica de la primera parte del siglo decimotercero.
Primero deberá saberse que los herejes sostenían que hay dos Creadores; v.gr.. uno de cosas invisibles, a quien ellos llamaron el Dios benévolo, y otro de cosas visibles, a quien ellos denominaron el Dios malévolo. El Nuevo Testamento lo atribuyeron al Dios benévolo; pero el Antiguo Testamento al Dios malévolo, y lo rechazaron enteramente, salvo ciertas autoridades que se insertaron en el nuevo testamento del antiguo; que, por reverencia al Nuevo Testamento, ellos estimaron dignos de ser recibidas. Acusaron al autor del antiguo testamento de mentir, porque el Creador dijo, "En el día que comiéreis del árbol del conocimiento del bien y el mal, moriréis;" cuando (según dicen ellos) después que comieron no murieron, cuando, de hecho, después de comer el fruto prohibido fueron sujetos a la miseria de la muerte. También le acusan de homicida, porque Él quemó a Sodoma y Gomorra, y destruyó el mundo con las aguas del diluvio, al igual que ahogó a Faraón y a los egipcios en el mar. Afirmaron también que todos los padres del Antiguo Testamento fueron condenados; que Juan el Bautista era uno de los demonios más grandes. Además dijeron, en su doctrina secreta, (in secreto suo) que el Cristo que nació en la Belén visible y terrestre, y crucificado en Jerusalén, era un hombre malo, y que María Magdalena eran su concubina; y que ella era la mujer sorprendida en adulterio, de quien leemos en el evangelio. Porque el Cristo bueno, según decían ellos, nunca comió, ni bebió, ni tomó sobre él carne verdadera, ni estuvo jamás en este mundo, salvo espiritualmente en el cuerpo de Pablo....
Dijeron que casi toda la Iglesia de Roma es una guarida de ladrones; y que es la ramera de quien leemos en el Apocalipsis. Anularon luego los sacramentos de la Iglesia, al punto de enseñar públicamente que el agua del Bautismo santo es igual que el agua de río, y que la hostia del cuerpo santísimo de Cristo no difiere del pan común; inculcando en los oídos de los simples esta blasfemia, que el cuerpo de Cristo, aunque hubiese sido tan grande como los Alpes, habría sido consumido y aniquilado hace tiempo ya por los que lo habían comido. La confirmación y la confesión, ellos las consideraron como enteramente vanas y frívolas. Predicaron que el santo matrimonio es postizo, y que ninguno podría ser salvo a través del mismo, si llegan a engendrar niños. Negando también la resurrección de la carne, inventaron nociones nunca antes escuchadas, diciendo que nuestras almas son aquellas de los espíritus angélicos que habiendo sido echados del cielo por la apostasía del orgullo, dejaron sus cuerpos glorificados en el aire; y que estas mismas almas, después de haber habitado sucesivamente en siete cuerpos terrenales, de un tipo u otro, cumplen su penitencia a plenitud y regresan a los cuerpos que habían desertado.
También debe saberse que algunos de entre los herejes se denominaron a sí mismos "perfectos" u "hombres buenos"; y otros herejes se llamaron "creyentes". Los llamados perfectos usan vestiduras negras, pretendiendo falsamente guardar la castidad, aborrecían el comer carne, huevos y queso, y daban apariencia de no ser mentirosos, cuando ellos continuamente mentían, principalmente respecto a Dios. También dijeron que por ningún motivo se debía jurar.
Aquellos de entre los herejes que se llamaban "creyentes", quienes vivían según la manera del mundo, y que aunque no lograron imitar la vida de los perfectos, no obstante esperaban ser salvos en su fe; y aunque difirieron en cuanto a su modo de vida, ellos eran uno con aquéllos en sus creencias y en su incredulidad. Los llamados creyentes de entre los herejes fueron dados a la usura, la rapiña, el homicidio, la lujuria, el perjurio y todo vicio; y ellos, de hecho, pecaban con más seguridad, y sin freno, porque creían que sin restitución, confesión y penitencia, podían ser salvos, si tan sólo, estando al borde de la muerte, decían un Padre Nuestro, y recibían la imposición de manos de los maestros.
En cuanto a los herejes perfectos, sin embargo, tuvieron una magistratura a quienes llamaron Diáconos y Obispos, sin la imposición de cuyas manos, al momento de su muerte, ninguno de los creyentes creyó que podía ser salvo; pero si imponían las manos sobre algún hombre agonizante, por malvado que fuera, con tan sólo decir un Padre Nuestro, ellos lo consideraban salvo, que sin ninguna otra satisfacción, y sin cualquier otra ayuda, él inmediatamente volaría al cielo. _______________________________________________________________ To: kronos@kronos.org From: Ahriman
Un inquisidor experimentado describe a los Albigenses
Sería demasiado largo describir con lujo de detalles la manera en que estos mismos herejes Maniqueos predican y enseñan a sus seguidores, pero hemos de considerarlo brevemente aquí.
En primer lugar, ellos generalmente dicen de sí mismos que son cristianos buenos, que no juran, ni mienten, ni hablan la mal de otros; que no matan a hombre ni a animal, ni nada que tenga aliento de vida, y que tienen la fe del Señor Jesucristo y su evangelio tal como la enseñaron los apóstoles. Ellos afirman que ocupan el lugar de los apóstoles, y, por motivo de las cosas antes mencionadas, es que la Iglesia Romana, a través de los prelados, los clérigos, y los monjes, y especialmente los inquisidores de la herejía, los persigue y les llama herejes, aunque son buenos hombres y buenos cristianos, y que son perseguidos así como lo fueron Cristo y sus apóstoles por los Fariseos.
Además, ellos hablan al laicado acerca de la perversa vida de los clérigos y prelados de la Iglesia Romana, indicando y exponiendo el orgullo, codicia, avaricia e inmundicia de sus vidas, y otros tales males a su entender. Ellos invocan con su propia interpretación y según sus habilidades la autoridad de los Evangelios y las Epístolas contra la condición de los prelados, eclesiásticos, y monjes, a quienes ellos denominan Fariseos y falsos profetas, quienes dicen, pero no hacen.
Después atacan y vituperan, uno por uno, todos los sacramentos de la Iglesia, especialmente el sacramento de la eucaristía, diciendo que no es posible que contenga el cuerpo de Cristo, porque aunque fuese tan grande como el monte más alto, los Cristianos ya lo habrían consumido para esta fecha. Afirman que la hostia viene de la paja, que pasa por las colas de caballos, a saber, cuando la harina es limpiada por un cedazo (de pelo de caballo); y además, pasa por el cuerpo y tiene un fin vil, lo cual, ellos dicen, no podría acontecer si Dios estuviera allí.
Del bautismo, afirman que el agua es material y corruptible y es por lo tanto la creación del poder malo, y que no puede santificar el alma, pero que los eclesiásticos venden esta por avaricia, tal como venden la tierra para enterrar a los muertos, y el aceite a los enfermos cuando los ungen, y tal como venden la confesión de pecados hecha a sacerdotes.
Por lo tanto ellos declaran que la confesión hecha a los sacerdotes de la Iglesia Romana es inútil, y que, puesto que los sacerdotes pueden ser pecadores, ellos no tienen potestad de soltar ni de atar, y, siendo impuros en sí mismos, no puede hacer limpios a otros. Afirman, además, que la cruz de Cristo no se debe adorar ni venerar, porque, según insisten, nadie venera ni adora el patíbulo sobre el cual un padre, pariente, o amigo ha sido colgado. Ellos también declaran que los que adoran la cruz deben, por razones semejantes, venerar todas las espinas y las lanzas, porque cuando el cuerpo de Cristo estaba en la cruz durante la pasión, así mismo estuvo la corona de espinas en su cabeza y la lanza del soldado en su costado, Ellos proclaman muchas otras cosas escandalosas con respecto a los sacramentos.
Además ellos leen de los Evangelios y las Epístolas en la lengua vulgar, aplicándolas y exponiéndolas a su favor y contra la condición de la Iglesia Romana en una manera que lo tomaría demasiado tiempo describir con lujo de detalles; pero todo relacionado con este tema se puede leer de modo más completo en los libros que ellos han escrito e infectado, y pueden aprenderse de las confesiones hechas por aquellos de entre sus seguidores quienes se han convertido.
Del Manual del Inquisidor de Bernardo Gui [muerto en 1331], de principio del siglo XIV, traducido en Conferencias sobre la Historia europea, de J. H. Robinson (Boston: Ginn, 1905), págs. 381-383
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