El Pais (Madrid)
El hooligan civilizado
El Pais - Domingo 21 junio 1998
Mario Vargas Llosa
Quien no haya pisado Inglaterra y conozca este pais solo por las fechorias de sus hinchas de futbol que, hace unos dias, con motivo del primer partido de la seleccion inglesa en el campeonato mundial, jugado contra Tunez, devastaron el Viejo Puerto y el barrio de Santa Margarita de Marsella tiene todo el derecho del mundo a sospechar que la civilizada sociedad que produjo la democracia y los versos de Shakespeare ha declinado hasta rozar la barbarie.
En efecto, el espectaculo de hordas de hooligans ingleses beodos agrediendo transeuntes, arremetiendo contra los hinchas adversarios armados de palos, piedras o cuchillos, desencadenando batallas sin cuartel contra la policia, destrozando vitrinas y vehiculos y, a veces, las mismas tribunas de los estadios, se ha vuelto un corolario inevitable de los grandes partidos internacionales en los que juega Inglaterra y de muchos de la Liga britanica. Ademas de inciviles y grotescos, estos episodios pueden ser tragicos: 95 personas murieron y varios centenares quedaron heridas, apachurradas contra las vallas del
estadio de Hillsborough, en Sheffield, durante la final de la Copa Inglesa en 1991; en Heysel (Bruselas), en 1985, 39 aficionados perecieron arrollados a consecuencia de las violencias provocadas por los hooligans en el partido entre el Juventus y el Liverpool, y en Dublin, en 1995, un encuentro amistoso entre Irlanda e Inglaterra debio ser suspendido a poco de iniciado debido a los estragos que perpetraban en el estadio los hinchas ingleses. Estos son apenas unos pocos ejemplos; la lista de las salvajadas de los hooligans en los ultimos treinta años tomaria muchas paginas.
Y, sin embargo, la verdad es que, para quien vive aqui, Inglaterra es un pais excepcionalmente pacifico y bien educado, donde los taxistas no andan de mal humor ni procuran esquilmar al incauto turista, como ocurre a menudo en Paris, y donde los dependientes de las tiendas no maltratan a los clientes que pronuncian mal o no hablan su lengua, como sucede con frecuencia en Alemania o Estados Unidos, y donde la xenofobia y el racismo, pestes de la que no esta exonerada ninguna sociedad que yo conozca, son menos explicitos que en otras partes. Entre las grandes ciudades del mundo, Londres es una de las mas seguras: mujeres solas viajan en el metro a altas horas de la noche y no se de barrio alguno, Brixton incluido, que sean peligrosos para el forastero solitario como lo son, digamos, Harlem o Clichy.
Por lo demas, la violencia de los hooligans tiene que ver solo con el futbol; ningun otro deporte o espectaculo de masas desde los mitines politicos a los conciertos de los idolos roqueros ha generado una supuracion destructiva semejante; por el contrario, siempre me ha sorprendido la falta de desmanes y vandalismos que caracteriza a las grandes concentraciones en Inglaterra, donde, por ello mismo, el despliegue de la seguridad suele ser insignificante. Y donde la (desarmada) policia, por lo demas, inspira confianza, no temor. En mas de treinta años de vivir o pasar largas temporadas aqui, solo recuerdo dos circunstancias en que las actividades politicas o sindicales generaran actos de violencia callejera: en los años setenta, con motivo de las contramanifestaciones que provoco la campaña racista y anti-inmigrantes del dirigente conservador Enoch Powell (que, debido a ello, aniquilo con su carrera politica) y durante la huelga minera dirigida por Arthur Scargill a principios de los ochenta. Y, en ambos casos, las violencias fueron de poco calado comparadas con las que acostumbra desatar en otras partes la confrontacion politica.
Cual es la explicacion de este curioso fenomeno? Descartemos de entrada la tesis ideologica segun la cual la violencia de los hooligans es una herencia de las reformas economicas de la señora Thatcher, que habrian convertido a la sociedad britanica en la de mayores desequilibrios y sectores de mas alta pobreza en Europa occidental. En verdad, Gran Bretaña tiene hoy dia una de las economias más prósperas del mundo; y, gracias a aquellas reformas, que el gobierno de Tony Blair esta profundizando, se ha reducido el desempleo a unos indices minimos (un 5%). Si la pobreza y los abismos entre ricos y pobres fueron factores determinantes de extravios futbolisticos cada semana habria verdaderos apocalipsis en todo el tercer mundo y buena parte del primero.
Si la razon no es economico-social, como les gustaria a los progresistas, cual es entonces la explicacion de que uno de los paises mas civilizados del planeta experimente esta manifestacion sistematica de barbarie que es el fenomeno del vandalismo futbolistico? Un indicio interesante, para ensayar una respuesta, es la procedencia y catadura de los hinchas ingleses capturados y encarcelados a raiz de los destrozos en Marsella. Vaya sorpresa: el energumeno llamado James Shayler cien kilos de musculos, barriga cervecera y tatuajes de pirata en los antebrazos a quien, armado de un garrote, millones de televidentes vieron hacer añicos un Mercedes Benz, es un respetabilisimo ciudadano de Wellingborough, Northhamptonshire, que adora a su esposa y a su hijita, y que ayuda a las ancianas a cruzar las esquinas. Los vecinos entrevistados por los periodistas declaran, estupefactos, que les cuesta reconciliar a la bestia agresiva que pulverizaba tunecinos en Marsella el 15 de junio con su civilizado comprovinciano, a quien creian incapaz de matar una mosca.
Identico pasmo manifestaron los empleados del correo central de Liverpool, al enterarse de que dos colegas suyos, Chris Anderson y Graham Whitby, a quienes los jefes tenian por puntuales y celosos funcionarios, figuran entre los forajidos borrachos condenados en Marsella, en juicio expeditivo, a dos meses de prision y a no ser admitidos en territorio frances durante un año. La lista que aparece hoy en The Times de hooligans detenidos con las manos en la masa durante la orgia destructiva, no puede ser mas impresionante: un ingeniero, un electricista, un ferroviario, un bombero, un piloto y, en general, empleados, estudiantes u obreros tecnificados. No aparecen
entre ellos casi desclasados, gentes sin oficio, aquellos seres de vida marginal a quienes un persistente estereotipo sociologico suele presentar como los responsables de esos estallidos de violencia ciega, que protestarian de este modo contra la injusticia social de que son victimas.
En verdad, no son indispensables las estadisticas para concluir que el hincha promedio dificilmente podria ajustarse al prototipo del ciudadano sin trabajo, arrojado al paro por la inhumana reconversion industrial resultante del desarrollo tecnologico, sobreviviendo a duras penas gracias a la seguridad social. Quien se halla en esta condicion carece de los recursos basicos que permiten al hooligan hacer lo que hace: desplazarse en trenes, aviones o autobuses por las ciudades europeas, pagar las caras entradas del futbol y macerarse en litros de cerveza hasta desembarazarse de todos los frenos que la civilizacion inocula al individuo para que, en vez de dar rienda suelta a sus instintos y pasiones, actue de acuerdo a ciertas normas, dictadas por la razon.
No son las víctimas sino los beneficiarios de la llamada civilizacion quienes conforman estas huestes barbaras que siembran la violencia en las calles adyacentes a los estadios e incendian las tribunas. Desde luego, en sus filas encuentran cobertura y terreno propicio para realizar sus designios personajes excentricos y desquiciados, bandas fascistoides, sadicos, desesperados. Pero estos son la excepcion, no la regla, las moscas que atrae la carroña, no la infeccion que la provoca.
En verdad, el fenomeno de la violencia futbolistica no suele ocurrir en los paises pobres y subdesarrollados: en ellos las violencias son menos frivolas, mas elementales. Es un patrimonio de la modernidad y la opulencia. Se da en un pais de altos niveles de vida y de costumbres civilizadas, que, precisamente porque ha llegado a ese alto nivel de desarrollo economico, cultural e institucional puede costear a sus ciudadanos, aburridos de las rutinas y autocontroles que inflige la vida civilizada, el lujo de desahogarse, de tanto en tanto, jugando al barbaro, permitiendose aquellos excesos que le estan vedados en la vida diaria, algo asi como, en las culturas primitivas, la ceremonia del potlach, o los carnavales del Medioevo cristiano, autorizaban al ciudadano a hacer aquello que nunca antes hacia ni debia hacer, rompiendo con su norma de conducta habitual y obedeciendo por unos dias al año al capricho de sus mas escondidos instintos.
Freud explico que la civilizacion es una mutilacion a la que el civilizado no se conforma nunca del todo, y que por ello esta siempre, inconscientemente, tratando de recuperar su totalidad, aunque ello ponga en peligro la coexistencia social; y Bataille sostuvo que la razon de ser de la literatura era hacer vivir al hombre en ficciones todo aquello a lo que habia renunciado para hacer posible la vida en comunidad. Por ese atajo hay que entender la paradoja de las brutalidades irracionales de los hooligans ingleses. Privilegiados ciudadanos de una sociedad que a lo largo de mil años de historia fue reduciendo la precariedad, el despotismo, el desamparo, la pobreza, la ignorancia y el imperio de la fuerza bruta en las relaciones humanas que son norma invariable de las sociedades primitivas, ahora se aburren y añoran todo aquello que perdieron la incertidumbre, el riesgo, la vida vivida como instinto y pasion y, de cuando en cuando de partido en partido, de campeonato en campeonato, gracias a la rubia cerveza y al anonimato que garantiza el disolverse en un ser colectivo, la hinchada, retornan a la tribu, sacan a luz el amordazado salvaje que nunca dejo de habitarles y le permiten por unas horas cometer todos los desafueros con los que sueñan, como un desagravio, por la monotonia de sus empleos, profesiones y rutinas familiares. El hooligan no es un barbaro: es un producto exquisito y terrible de la civilizacion.
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