Date: Sat, 8 Jun 2002 17:42:57 -0400
EL DISCURSO COMO EUFEMISMO
Rafael Rattia*
"¿Quién hará un diccionario de los vocablos por épocas, una recensión de las modas filosóficas?"
E.M. Cioran
Una de las más socorridas estratagemas del discurso oficial consiste en intentar disfrazar la realidad barnizándola con una pátina de medias verdades o de verdades a medias con la expresa finalidad de confundir al lector (en última instancia al ciudadano) con respecto a determinado aspecto puntual de la realidad que lo circunda. Para lograr tal fin el discurso oficial apela a diversas e insospechadas estrategias discursivas paro lo cual el poder recurre a extraños circunloquios, elipsis, sinusoidales explicaciones cargadas de trucos empalabrantes. Por lo general la palabra oficial se despliega mediante la utilización de una sintaxis logorreica que disfraza la esencia de lo que verdaderamente quiere decir. La palabra gubernamental es por naturaleza hipócrita y dúplice. Es por ello que los artífices del verbo gubernativo son vistos como unos "encantadores de serpientes". Todo gobernante, en ese sentido, tiene una natural vocación de mago postizo. La palabra oficial, la que se profiere desde la atalaya del poder, es constitutivamente demagógica. Se dice pero no se cumple, diríase.
El eufemismo en todo caso es un ardid semántico; una trampa caza-bobos que se utiliza con la finalidad de distraer la atención principal de la opinión pública acerca de un tema candente que concierne a los habitantes de una polis. Se trata de un recurso más que literario, de un malabarismo sintáctico-expresivo para diferir o postergar, o bien "justificar" una realidad insostenible por sí misma. Hay quienes lo tienen por una sobrerealidad o realidad superpuesta a la auténtica realidad real. En Venezuela existen figurones de la política tradicional que abrevaron en las fuentes puras de la engañifa e hicieron de ésta última un verdadero modus vivendi. Incluso las banderas que oficiaron los cambios se tiñeron promesas vacuas que terminaron convirtiendo dichos estandartes en desteñidos y sucios trapos grasientos y malolientes. Empero, fueron en su momento estelar estandartes izados en nombre procesos constituyentes, cambios estructurales, revoluciones por la justicia y la equidad social. Naturalmente, como todo lo que es falso e inauténtico termina en el desván de los trastos desvencijados e inservibles. Las consignas, por ejemplo, que acicatearon las justas y oportunas movilizaciones públicas tiempo ha comienzan a perder interés y, lo más importante, credibilidad. Se deslegitiman y conviértense en lugares comunes que no dicen absolutamente nada. La esperanza se torna desencanto e incredulidad. El entusiasmo popular se trueca en escepticismo colectivo y las palabras vuelven a vaciarse de su antiguo contenido. El eufemismo es hermano gemelo de la retórica de la vacuidad y quienes lo profieren se granjean poco a poco el desprecio público; se hacen acreedores del escarnio social. De allí que toda salida eufemística en la boca de un político, de viejo o nuevo cuño -igual da- no deja de ser una infame contradictio in abyecto, sopena de parecer la efímera gloria de un soplo, de un jirón léxico que gira autotélicamente sobre sí mismo.
RAFAEL RATTIA es Historiador. rrattia@cantv.net
Reside en Venezuela. Junio 2002.
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