BABELIA - 15-04-2006
EL FARO
P. D. JAMES
TRADUCCIÓN DE FRANCISCO RODRÍGUEZ DE LECEABRUGUERA.
BARCELONA
528 PÁGINAS. 17 EUROS
El crimen, según P. D. James (Oxford, 1920), es también una relación sentimental. En una isla en la costa de Cornualles, en octubre de 2004, sucede un asesinato, o un suicidio: aparece un ahorcado en lo alto de un faro. Es un muerto honorable, porque la isla refugia a abrumadas eminencias que buscan soledad y paz temporal, servidores del Estado, escritores célebres, distinguidos científicos. La muerte reúne a policías y sospechosos en un espacio cerrado, como Agatha Christie los sometía a la claustrofobia familiar de una casa de campo o un tren. La isla de El faro (The Lighthouse, 2005) es una cripta para la muerte, aunque evoque tesoros de la infancia.
Es excelente la decimotercera aventura de Adam Dalgliesh, el policía poeta de P. D. James, enamorado ahora, preocupado por la pervivencia de su amor y de su don poético porque, sintiéndose cada día menos investigador que burócrata, sabe que su poesía se nutre de asesinatos, del juego de la conjetura y el peligro, del horror y la compasión ante las vidas estropeadas. Dalgliesh tiene "un corazón de tienda de trapero", o así se ve, citando a Yeats. Protege su intimidad, pero vive de violar la intimidad de los muertos y los vivos, víctimas y verdugos. Posee las cualidades que valora en un detective: inteligencia, valor, sentido común y, lo más difícil, humanidad. Se podría decir que éstas son las virtudes de P. D. James, magistral autora de novelas de crímenes.
James escribe misterios morosos. Empleamos cien páginas en adivinar quién es el asesinado. Los sospechosos son gente que viene a refugiarse en la isla y, dentro de la isla, aún buscan escondites más hondos: abogados cobardes, médicos que no curaron y provocaron dolor, sacerdotes sin fe, criaturas acomodadas que se sienten incómodas. Aquí todo el mundo es culpable de algo que merece reserva, y el lector, como si fuera un cómplice, está en el secreto de las mentiras que algún sospechoso cuenta a la policía. P. D. James es capaz de mostrar, al mismo tiempo, dos y tres puntos de vista sobre un mismo personaje, incluida la visión que el personaje tiene de las cosas.
La desgracia cae en torno a un escritor viejo, nuevo Henry James, que va perdiendo talento y esperanza, ni bienvenido ni agradable en ninguna parte y honrado por todos, y la muerte es un asunto de hace cincuenta, treinta o veinte años: una cuenta pendiente. El principal rasgo caracterológico de cada individuo es su pasado, y el trabajo del policía es remover el pasado, examinando móviles y pistas, interrogando a los que no han muerto, como si sobrevivir fuera sospechoso. La clave del crimen será una emoción fuerte, como decía George Orwell, recordado por P. D. James: la lujuria y el lucro, el odio y el amor, aunque sea amor propio u odio a uno mismo.
Dalgliesh, el policía poeta, domestica a la muerte: explica la muerte inexplicable, soluciona por un momento el misterio de la muerte total. La novela policiaca tiene algo de consolación religiosa. P. D. James, observadora clarividente de sus personajes, escribe, según apunta una de sus criaturas, sobre la distancia entre lo que sentimos y lo que deberíamos sentir. La muerte, imprudente abridora de cajones cerrados mucho tiempo, reveladora del pasado, también hace ver por primera vez el papel pintado que llevaba años ante ti sin ser visto, los muebles familiares aborrecibles. P. D. James enseña a mirar.
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