¿Están desapareciendo las diferencias entre hombres y mujeres?
Según algunos estudios recientes (año 1998) las diferencias en ciertas capacidades cognitivas entre hombres y mujeres han ido reduciéndose. De ser así, estas diferencias no serían genéticas, sino atribuibles a una diferente situación social y cultural de cada sexo. De todos modos las diferencias que, hasta ahora, se perciben no deben utilizarse para justificar alguna clase de discriminación entre ambos sexos ya que ser diferente, en algo, es propio de cada ser humano, y ello enriquece las posibilidades de la especie con una variedad de respuestas posibles a cada situación problemática existente.
La cuestión del “valor” de las diferencias tiene varias respuestas posibles en relación a como cada sociedad, y época, las valorice. Si en el auge del romanticismo el valor de los sentimientos es alto y se descubre un mejor desempeño en esta variable en las mujeres, obviamente esto repercutirá en su jerarquía social. Pero, en todo caso, no debe olvidarse que la diferentes capacidades cognitivas son en si mismo un hecho neutro, que en el desarrollo de la especie ha cumplido, probablemente, un valor añadido de supervivencia.
Por lo tanto descubrir “diferencias”, algo que el pensamiento “políticamente correcto” ve con muy malos ojos, ya que considera que cualquier diferencia es peligrosa para los derechos humanos, no implica valorar la capacidad mental in totum de los diferentes individuos estudiados. Algo que, lamentablemente, en otras épocas no fue considerado así, dando lugar a estudios sesgados donde siempre aparecía la mujer con una clara inferioridad intelectual respecto al hombre.
Ambas posiciones, la sesgada ideológicamente y la pretendidamente más neutra de lo “políticamente correcto” han pasado por alto importantes hechos que, sin ir más lejos, no fueron inadvertidos en las escuelas, donde muchas veces se observó un rendimiento diferente, en distintas materias, entre niños y niñas.
Buscando una descripción científica de los desempeños diferenciales el objetivo de este trabajo, publicado en Mundo Científico nº 196, de diciembre de 1998, consiste en “describir las diferencias entre hombres y mujeres en las capacidades y aptitudes intelectuales y constatar si éstas diferencias han desaparecido o persisten.” (ibid. pág. 64). El supuesto principal del cual parten los investigadores es que las diferencias que puedan encontrarse en los distintos estudios no significan ni superioridad ni su contrario, tal como se explicó más arriba. Por otra parte se define operativamente a la inteligencia como la “potencialidad global del sistema cognitivo” que resulta medido en los diferentes ítems que se despliegan en estos estudios.
La definición de inteligencia ha sido siempre un tema controvertido. No hay una definición única e incluso hay autores que niegan que esta palabra tenga un referente empírico relevante. Esta última posición parece algo extrema ya que se ha demostrado por activa y por pasiva que eliminarla del vocabulario psicológico no significa que pierda interés esa clase de conducta que para algunos consiste en “la capacidad de resolver problemas” y para otros “la capacidad de adaptarse exitosamente al medio” tomando ventajas razonables donde otros no las encuentran.
En cualquier caso la capacidad de que se habla implica una variedad de conductas con un factor común que se ha llamado “factor g”. La definición de 1924 de Charles Spearman sigue siendo considerada válida para los autores de esta investigación: inteligencia “capacidad para generar nueva información o conocimiento a partir de las información conocida y disponible por el individuo”.
También es necesario distinguir entre “rendimiento” e “inteligencia”. En el primer caso se trata de cómo una persona aplica sus capacidades para resolver un problema o tomar una decisión, lo cual supone variables no cognitivas como la motivación o interés, expectativas, personalidad e historia del individuo, emociones, además de sus capacidades intelectuales. En el segundo caso se habla de una aptitud o capacidad, pero no como se ejecuta en un momento dado.
Lo anterior lleva a la cuestión de la medición del rendimiento y de la inteligencia. La medición del rendimiento se basa en pruebas, o exámenes, donde se obtiene una calificación cuantitativa del resultado obtenido. En cambio medir una capacidad supone medir una potencialidad para alcanzar un nivel de rendimiento o ejecución, y es lo que hacen los psicólogos al diseñar los tests de aptitudes.
Resumiendo, para medir el rendimiento lo más habitual es programar exámenes donde se conoce lo que el individuo sabe o como decide. Para medir las capacidades se necesitan unas pruebas especiales que permitan una medida fiable y válida y que pueda ser comparada con las de otros individuos sometidos a estas pruebas en similares condiciones de edad, conocimientos, etc. Estas pruebas, habituales en nuestra sociedad actual, pueden ser administradas individualmente o en grupo, y pueden estar diseñadas para medir la inteligencia general o para medir aptitudes específicas en una actividad determinada.
Los tests de inteligencia se han normalizado para transformar las puntuaciones obtenidas en una escala de CI. Este indicador indica el rendimiento relativo del individuo frente a un grupo muy amplio de sujetos. También se acordó que la distribución de las puntuaciones tuviera una media de valor 100 y una desviación estándar de 15 (Lo que significa que el 68,26% de la población oscila entre los 85 y los 115 puntos de CI.)
El valor numérico llamado CI (en inglés IQ, intelligence quotient) es un cociente o razón entre la puntuación total que obtiene el individuo y la que se presenta en una población de la misma edad (y otras variables significativas) a la que pertenece el evaluado. De lo que se desprende que el CI no es una medida absoluta (como, por ejemplo, la altura o el peso) sino que es relativa a la población que se toma como referencia, y por lo tanto puede variar.
No es una medida invulnerable a las críticas, que por cierto han llovido de todos los costados, pero sigue siendo útil y se usa extensamente.
Tradicionalmente se ha considerado que la inteligencia de la mujer es menor que la del hombre, aunque en éstos últimos se notaba una mayor dispersión, es decir que había más deficientes mentales que en el sexo femenino, y también más genios (Havelock Ellis, 1894). Este fenómeno fue llamado la “hipótesis de la variabilidad” e investigaciones recientes (Andrés Pueyo 1997) confirman que si bien en los valores centrales de las puntuaciones de CI las diferencias entre hombres y mujeres son mínimas, sí aumentan en los extremos de la distribución (infradotados y genios). De todos modos no se ha alcanzado consenso entre los especialistas en relación con la naturaleza de estos resultados.
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