From: Scott Sadowsky
Date: Thu, 9 Aug 2001 02:48:25 -0400
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Osip Mandelstam: El rumor del tiempo
Empieza a oírse en nuestro idioma la voz de este malogrado poeta ruso. Su obra era un espacio vacío que por fin se llena con traducciones de sus poemas clásicamente modernos. Un referente imprescindible del siglo que pasó.
Por Cristóbal Florenzano
En el transcurso del año 1934 alguno de los funcionarios del Kremlin tuvo que entrar a la inconmensurable oficina de Stalin a leerle estos versos:
"Sus gordos dedos son sebosos gusanos / y sus seguras palabras, pesadas pesas / De su mostacho se burlan las cucarachas, / y relucen las cañas de sus botas. ..... Sólo él parlotea y a todos, a golpes, / un decreto tras otro, como herraduras, clava: en la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo. / Y cada ejecución es una dicha / para el recio pecho del oseta".
No sabemos hasta qué punto la susceptibilidad de Stalin puede haberse visto afectada por las alusiones del poema; sí sabemos que no le gustó escuchar el nombre de su autor: Osip Mandelstam. Aparte de ser su homónimo, Osip es Iosif en eslavo, Mandelstam era uno de sus poetas favoritos -aunque quizás ambos hechos estuvieron relacionados. Stalin, de todos modos, no era sordo a los cantos del espíritu y a los cinco días, en una ceremonia íntima, agentes admiradores del poema laurearon al poeta en los cuarteles de la K.G.B. Le quemaron las cejas, lo mantuvieron dos semanas bajo la luz insomne de unos focos y le hicieron escuchar gritos semejantes a los que hubiera dado su mujer si es que hubiera estado siendo vejada en una celda vecina. Finalmente, en un gesto que alegró a sus amigos por lo "vegetariano", se le conmutó la pena de muerte y fue relegado, en un estado de desajuste mental penoso, a tres años de aislamiento en Voronezh, la última de las ciudades rusas, en la frontera con Ucrania.
Mandelstam había nacido cuarenta y tres años antes en el barrio judío de Varsovia. Antes de aprender a hablar su padre se lo había llevado a San Petersburgo. Ahí pasó su infancia, jugó sobre el Neva helado en invierno y estudió en el mismo colegio al que iría, muy poco después, el pequeño Vladimir Nabokov. La educación que recibió en el Instituto Tenishev iba después a ser recordada por los estricta: un traductor inglés de sus poemas comenta estremecido que había en ese lugar cierto profesor de literatura que retrotraducía con sus alumnos Shakespeare al griego.
En 1908 se mudó al otro extremo del continente: en París asistió a los seminarios de Bergson, en Heidelberg se adentró en la noche del romanticismo alemán, en Italia observó la altura muda de las catedrales y la hoguera brillante de las pinturas en los museos .Volvió a su ciudad. Se le vió caminar por el Paseo Nevsky del brazo de Anna Akhmatova y desaparecer con ella todas las noches en la Taberna del Perro Errante. Una tarde Mandelstam entró a ese lugar y encontró a Maikaovski recitando desaforado sobre la mesa uno de sus poemas futuristas. Se acercó, le jaló un par de veces el pantalón, esperó que el vate lo mirara desde arriba como un monumento, y le dij : "Vladimir, por favor cállese, usted no es una orquesta rumana".
Al grupo que se reunía en ese lugar los manuales de literatura lo llaman hoy Acmeísmo. Mandelstam participó en él, y eso lo inscribe en la vanguardia artística de su tiempo, pero no pasó nunca por el fervor gregario y poetizante que se apoderó de sus contemporáneos. Era dueño de una actitud más lúcida y compleja que le permitió en 1920 afirmar algo que en ese momento requería de un alto grado de descaro: "la revolución en el arte lleva al clasicisimo". Lo más probable es que esta lucidez sea la responsable de que a sus poemas les haya ido pasando lo opuesto que a los de los imaginistas que salían a rayar falos en las capillas: el paso del tiempo los ha ido volviendo más actuales .
Su obra está escritas en el lenguaje de su tiempo, atravesada de imágenes parecidas a las del primer Celan y a las del mejor surrealismo; pero cuentan, además, con un raro arte que logra que las evoluciones modernas del lenguaje ocurran sobre un sobrio tapiz clásico. Según cuentan los descollantes lectores que han traducido a otras lenguas los originales de Mandelstam (Paul Celán lo tradujo al alemán, Joseph Brodsky y Robert Lowell al inglés, la Akhmatova al francés) sus poemas tienen en ruso una potencia feroz. Lo que uno puede decir al respecto, es que la enorme distancia que separa a estas versiones españolas del original no ha logrado disipar esta potencia del todo y que en las traducciones que ha venido publicando la editorial Igitur desde el año 98 ("La Piedra'', "Tristia'' y "Los Cuadernos de Voronezh'' ) todavía es posible escuchar ese doble tono, el de un poema moderno que resuena como uno antiguo, el de una palabra reciente y familiar, que tañe a la vez como un viejo bronce romano.
Una vez que acabó el exilio en Voronezh le fue permitido volver a Moscú junto a su mujer, Nadja. A los tres días los agentes irrumpieron de nuevo en su departamento, lo arrestaron y lo condenaron a un exilio breve y brutal. Tuvo que viajar junto a otras doscientas personas durante veintisiete días en un carro de ganado hasta Vladivostok. Ilya Ehrenburg escribe que Mandelstam murió durante el viaje, en una estación de trenes, "estaba enfermo y había estado leyendo a Petrarca junto al fuego", pero al parecer su muerte ocurrió en Siberia en circunstancias menos gentiles. "Mandelstam -relató más tarde uno de los sobrevivientes -murió delirante luego de un cruel viaje en tren en que robaba comida a los otros prisioneros para evitar el envenenamiento. Los días anteriores al que lo encontraron muerto junto al río lo veíamos cruzar el campamento de un lado a otro, sin razón, como un espantapájaros macabro".
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