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El Mundo (Madrid)
Lunes, 10 de septiembre de 2001, AÑO XIII. NUMERO 4.302.
La apertura de los archivos soviéticos y la Guerra Civil
STANLEY G. PAYNE
En la vasta bibliografía de la guerra de España de 1936 a 1939, sobre
la que se han escrito miles de libros, la cuestión más turbia y
controvertida ha sido determinar cuáles fueron exactamente el papel y
la política de la Unión Soviética. Poco después de concluir el
conflicto, Walter Krivitsky, el más importante desertor de la NKVD
-policía política estalinista- de la época, escribió lo siguiente: «La
historia de la intervención soviética sigue siendo el principal
misterio de la Guerra Civil española». Hace apenas tres años, el
historiador británico Gerald Howson observó que esta cuestión «ha
provocado más preguntas, confusiones y agrias controversias que
cualquier otro tema de la historia de la Guerra Civil de España».
La derrota de Alemania e Italia en la II Guerra Mundial, las dos
potencias que intervinieron en el bando de Franco, trajo como
consecuencia la total apertura de los archivos de estos países, pero
el triunfo y la larga vida de la Unión Soviética significaron que
hasta los años 90 sus archivos sólo podían ser consultados por el
reducido número de historiadores soviéticos considerados afines a la
línea del partido, a quienes concedieron un acceso limitado a los
fondos. Por tanto, el papel de los soviéticos en la guerra española
continuó siendo motivo de controversia entre los historiadores que
sólo podían consultar los archivos de España y de otros países
occidentales.
El velo comenzó a apartarse lentamente tras la disolución de la Unión
Soviética en 1991, cuando los investigadores occidentales pudieron por
primera vez acceder directamente a los archivos soviéticos. Las
oportunidades fueron mayores a principios y mediados de los años 90.
Más recientemente, dado el creciente nacionalismo de la segunda
Administración de Yeltsin y del actual Gobierno de Putin, se ha vuelto
a restringir a los historiadores extranjeros el acceso a estos
documentos.
Los tres fondos que quedaron más disponibles para los especialistas
extranjeros fueron los archivos de la Internacional Comunista y del
Ejército Rojo, y algunos archivos secundarios relacionados con asuntos
culturales. Los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores de la
Unión Soviética y del NKVD/MVD/KGB -los dos últimos, Ministerio del
Interior y policía secreta soviética- siempre han sido considerados
más confidenciales, sobre todo los de la Presidencia del Gobierno.
Sólo un reducido número de historiadores rusos obtuvieron autorización
para estudiar el lichny arkhiv Stalina (el archivo personal de
Stalin), principalmente a principios de los años 90.
Uno de los proyectos más importantes de esa década reunió a un grupo
de historiadores y de expertos políticos de países occidentales en los
que la Internacional Comunista había tenido un papel activo, para
recabar sistemáticamente los principales documentos de los archivos
del Comintern. En este proyecto España estuvo representada por Antonio
Elorza y Marta Bizcarrondo, quienes ofrecen un importante análisis de
la política del Comintern y del PCE en su impresionante estudio
Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España. 1919-1939
(1999). Se trata del libro más original publicado en mucho tiempo
sobre cualquier aspecto de la Guerra Civil.
Los documentos soviéticos también han sido utilizados para estudiar
otros temas. El historiador británico Gerald Howson publicó en 1998
Arms for Spain: The Untold Story of the Spanish Civil War, que pronto
apareció en español Armas para España: la historia no contada de la
Guerra Civil española. Su libro ofrece una amplia descripción de los
esfuerzos de la República para obtener armas en el exterior, y utiliza
documentos soviéticos recientemente desclasificados para cuantificar
el armamento soviético enviado a España, punto que ha sido siempre
objeto de muchas conjeturas y polémicas. Si bien esta relación no
puede considerarse definitiva, y los datos necesitan ser corroborados
por otras investigaciones sistemáticas de los archivos soviéticos,
representa sin embargo un gran paso adelante.
Posteriormente se han llevado a cabo otros estudios, entre los que
figuran sendas tesis doctorales completadas el año pasado por dos
jóvenes especialistas. En Wisconsin, Daniel Kowalsky ha terminado
recientemente su tesis The Soviet Union and the Spanish Republic:
Diplomatic, Cultural and Military Relations, 1936-1939, estudio de
tres importantes aspectos -diplomáticos, culturales y militares- de
las relaciones entre la República española y la Unión Soviética para
el que se ha empleado una amplia selección de documentos soviéticos,
mientras que en Alemania Frank Schauff ha completado por su parte una
investigación sobre las relaciones entre el Comintern y España durante
la Guerra Civil. Es probable que ambos estudios se publiquen dentro de
poco tiempo.
Este verano ha aparecido en Estados Unidos uno de los proyectos más
sorprendentes e importantes basados en los archivos soviéticos, Spain
Betrayed (España traicionada), la edición de más de 500 páginas de
documentos relacionados con la Guerra Civil española. El libro es una
amplia muestra representativa de algunos de los más importantes fondos
documentales soviéticos, especialmente de los archivos del Ejército
Rojo y del Comintern, aunque también incluye documentos del Ministerio
de Asuntos Exteriores. La documentación fue fotocopiada de los
originales de los antiguos archivos soviéticos a mediados de los años
90 por la joven historiadora de Yale Mary Habeck, y el volumen
publicado ha sido coeditado por otro historiador estadounidense,
Ronald Radosh, y el renombrado experto y editor ruso Grigory
Sivostianov. Juntos han presentado, anotado y contextualizado
cuidadosamente las fuentes, proporcionando así por primera vez un
amplio panorama documental de la participación soviética en España.
Esta documentación hasta ahora inédita confirma algunas
interpretaciones clásicas de la intervención soviética, y también
presenta datos que ofrecen una nueva perspectiva sobre una serie de
problemas. Se ha dicho con frecuencia, por ejemplo, que el Gobierno de
Giral sólo acudió a la Unión Soviética en busca de ayuda militar una
vez que Francia anunció su política de no intervención, aunque uno de
los primeros documentos presentados en este libro es la primera
petición de ayuda que envió Giral a la Unión Soviética con fecha del
25 de julio de 1936, varios días antes del anuncio de la posición
francesa.
La política de Stalin en España fue atrevida y cautelosa a la vez. La
Unión Soviética había mantenido durante 15 años su propio partido
político en España, el PCE, que para 1936, si bien no dejaba de ser
una organización relativamente pequeña, había alcanzado por fin una
importancia considerable. Aunque el espectro del comunismo atemorizaba
a millones de españoles conservadores, en la primavera de 1936 la
política soviética había convertido al PCE en el más moderado partido
revolucionario de España, al menos en lo concerniente a sus tácticas
inmediatas.
La política de los soviéticos y del Comintern buscaba evitar el
estallido de una guerra civil, pues eran conscientes de que la
situación existente, el monopolio político de la izquierda, les
resultaba mucho más útil, y en segundo lugar entendían que una guerra
civil en España complicaría inevitablemente la nueva política
soviética de seguridad colectiva contra Alemania, cuyo objetivo era
obtener el apoyo de Francia y de Gran Bretaña. Transcurrieron dos
meses antes de que Stalin decidiera lanzar una gran intervención
militar, decisión que no fue ratificada por el Politburó soviético
hasta el 29 de septiembre. (El teniente coronel Yuri Rybalkin,
historiador ruso especializado en cuestiones militares, ha señalado
que el momento en que se tomó esta decisión coincidió con el primer
envío de la mayor parte de las reservas de oro del Banco de España,
que fueron trasladadas de Madrid a Cartagena, lo que parecía
garantizar el pago de la ayuda militar exterior).
El volumen recién publicado contiene una excelente selección de
informes de los numerosos asesores militares soviéticos que
participaron en el adiestramiento y la dirección del nuevo Ejército
Popular de la República. Esta organización, que adoptó como insignias
la estrella roja y el saludo con el puño en alto (el rotfront
inventado por el Partido Comunista alemán en 1927) y que contó con la
participación de los omnipresentes comisarios políticos, pronto
adquirió un aspecto soviético. Salvo algunas excepciones, los asesores
soviéticos no dieron una buena calificación a los republicanos. Sus
informes a Moscú hablan largo y tendido de las divisiones políticas,
la indisciplina y la falta de organización del Ejército Popular.
También demuestran que en la época de Stalin los oficiales soviéticos
intercambiaban la misma retórica que emitían al exterior como
propaganda política. Los fracasos republicanos no se consideraban
errores humanos, o producto de la inexperiencia, la falta de
instrucción militar o la precipitación; en la mayoría de los casos se
atribuían siniestramente a la obra de traidores, agentes fascistas y
trotskistas.
El libro también ofrece una serie de informes reveladores sobre las
Brigadas Internacionales. Los voluntarios extranjeros, comunistas en
su mayoría, reclutados en distintos países por el Comintern, gozaron
de enorme publicidad y se convirtieron en una de las leyendas más
perdurables de la guerra, la del grupo de voluntarios idealistas de
todas partes del mundo que lucharon por la democracia y en contra del
fascismo. La realidad fue algo distinta. Como ha escrito el novelista
estadounidense William Herrick, veterano de la Brigada Abraham
Lincoln: «Sí, fuimos a España para combatir el fascismo, pero la
democracia no era nuestro objetivo». Los brigadas fueron lanzadas a
las más duras batallas, a menudo como fuerza de choque, y sufrieron un
excepcional número de bajas.
Los documentos soviéticos revelan que muy pronto, en el verano de
1937, las unidades de voluntarios extranjeros comenzaron a sufrir
graves problemas de indisciplina y de baja moral. El idealismo
comunista no excluía las graves actitudes racistas de las brigadas
hacia los españoles e incluso entre sus mismas filas, lo que daba
lugar a intensas fricciones étnicas. Para esta época ya era necesario
completar las brigadas con un gran número de reclutas españoles, hasta
el punto de que la mayoría de las unidades sólo tenían de
internacional el nombre. El desaparecido historiador ruso M. T.
Meshcheryakov ya había llamado la atención sobre algunos de estos
problemas en un artículo sobre las Brigadas Internacionales publicado
en Rusia justo antes de la disolución de la Unión Soviética.
Otros documentos de Spain Betrayed arrojan luz sobre la idea soviética
del «nuevo tipo de república democrática» o «república popular»,
términos con los que bautizaron a la República Española durante la
guerra, así como sobre la postura soviética ante la revolución en la
zona republicana.
La política comunista hacia otros partidos republicanos,
particularmente hacia los anarquistas y el POUM -Partido Obrero de
Unificación Marxista-, ya ha sido estudiada a partir de fuentes
españolas, pero esta nueva documentación permite un mayor
esclarecimiento de las intenciones y los cálculos comunistas,
particularmente de los que precedieron los «sucesos de mayo de 1937 en
Barcelona». Casi todos los historiadores están de acuerdo en que la
Unión Soviética alcanzó su mayor poder e influencia en España durante
los tres gobiernos de Juan Negrín (1937-1939), aunque existe una gran
polémica sobre el verdadero alcance de la alianza entre Negrín y los
comunistas. Los documentos presentados en este volumen arrojan
suficiente luz sobre la cuestión. Como era de esperar, ponen de
manifiesto que los soviéticos estaban bastante satisfechos con la
extrema receptividad y cooperación de Negrín. No obstante, la
satisfacción no era total, ya que los asesores del Comintern y de la
Unión Soviética se quejaban de que el primer ministro republicano no
siempre promovía todas sus iniciativas. Lo criticaban también por
ceder a menudo ante su propio partido, el socialista, y por no mostrar
interés en tomar personalmente el control del partido ni en forzar su
fusión con los comunistas, requisito de la estrategia de la «república
popular».
Si bien las intenciones políticas de Negrín no eran de orientación
soviética, lo cierto es que tampoco eran democráticas. Los informes
soviéticos enviados a finales de 1938 analizan la propuesta de Negrín
de crear una especie de frente o «partido único» en la zona
republicana y su promesa de que, tras la victoria del bando
republicano, no volvería al «parlamentarismo» ni al «libre juego de
partidos» de la Segunda República, sino que implantaría un sistema de
izquierda totalitario y nacionalizaría la industria.
La intervención soviética fue sorprendentemente rentable. Stalin se
apropió de todo el oro español depositado en Moscú como pago por la
ayuda soviética, cobrada a un precio excepcionalmente elevado, de modo
que el Gobierno soviético obtuvo importantes beneficios en la
operación. Poco más de 3.000 militares y efectivos soviéticos
prestaron servicio en España, cifra que apenas supera la de los 2.800
ciudadanos estadounidenses que se presentaron como voluntarios en las
dos brigadas internacionales norteamericanas. Sólo unos 200 soviéticos
murieron en la guerra, mientras que los norteamericanos, que
participaron en las más duras batallas, sufrieron un número de bajas
al menos tres veces mayor.
No obstante, la política soviética fracasó tanto en el plano nacional
español como en el ámbito internacional. Stalin tenía miedo de enviar
suficiente ayuda militar para permitir el triunfo del bando
republicano, por tanto la incipiente República Popular apenas pudo
desarrollarse antes de su defunción. Además, el espectáculo de una
intervención armada soviética en Europa Occidental para ayudar a la
revolución española habría minado la política de seguridad colectiva
de Stalin con respecto a Gran Bretaña y Francia. El dictador que más
provecho sacó de la guerra en España no fue Stalin sino Hitler, ya que
el objetivo del líder nazi no era tanto contribuir a una rápida
victoria de Franco, sino prolongar lo más posible el conflicto español
para desviar la atención del desarme y la expansión de Alemania en
Europa Central, disuadir a los países democráticos, crear divisiones
internas en Francia e involucrar a Mussolini en los planes alemanes.
En todos estos aspectos Hitler obtuvo un gran éxito. Más tarde, menos
de cinco meses después del final de la guerra española, Hitler y
Stalin se pondrían de acuerdo para lanzar el bombazo diplomático del
siglo, lo que puso fin a la política «antifascista» soviética.
Los editores de Spain Betrayed han reunido una sorprendente selección
de fuentes originales que permitirán el esclarecimiento de la política
soviética durante la Guerra Civil, lo que supone un gran avance en la
siempre creciente bibliografía del conflicto. Este tesoro de
documentos también se pondrá a disposición del lector español el
próximo año, cuando la editorial Planeta publique la edición española
del libro. El volumen parece destinado a una larga vida como una de
las pocas publicaciones indispensables sobre la guerra española, el
conflicto civil que se convirtió en uno de las grandes acontecimientos
internacionales del siglo pasado.
Stanley G. Payne, historiador e hispanista, es autor, entre otras
obras, de El nacionalismo vasco y España y la II Guerra Mundial.
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