Cerebro y Emociones. El Ordenador Emocional
José Antonio Jauregui
(1990)
Maeva. Madrid, 1997.
Pp 308.
[Epílogo. Pag. 285]
El hombre ha fabricado unos curiosos e ingeniosos artefactos, los robots, a los que percibimos como homínidos mecánicos que nos hacen muchos recados. Supongamos que a estos robots pudiesemos incorporarles un sistema emocional en su ordenador central: una sensación grata cuando cumple con las órdenes registradas, con una intensidad proporcional al grado de infracción. Entonces habríamos creado un robot emocional, regido por unos mecanismos emocionales. Permitiríamos al robot que infringiera ciertas reglas de códigos grabados en su ordenador, pero no le permitinamos que pudiese escapar a las sensaciones gratas o ingratas previstas. Pero nos topamos con un misterio insondable: ¿qué es ese yo que siente las sensaciones o los sentimientos gratos e ingratos que llamamos Federico Mayor Zaragoza, el in-divíduum, el no-dividido, el je del "je pense" de Descartes que yo diría el yo síntiente (ego sentíens)? ¿Cómo se establece ese puente o conexión misteriosa entre una máquina biológica, un ordenador cerebral y el individuo al que castiga por infringir la ley de la temperatura o la ley de las ganas de «hacer el amor»? ¿Qué proceso misterioso ha lugar para que el ordenador cerebral suprima radicalmente al yo sintiente de la escena de la conciencia y de los sentimientos, cada vez que le obliga a dormir o morir temporalmente y cada vez que le permite volver a sentir/pensar/existir despertándole o resucitándole?
Un perro o un mono funciona también como un robot emocional: si infringe la ley de la temperatura, sufrirá una sensación ingrata proporcional a la infracción cometida a tenor del programa grabado en su ordenador cerebral. Cuando llega su amo, tras una prolongada ausencia, se verá el perro inundado con una sensacion gratísima que corresponde a la cancelación de su ordenador cerebral de las ganas de ver a su amo, acumuladas en el densitómetro emocional de su ordenador cerebral. También el ordenador cerebral del perro cancela al yo sintiente en los paréntesis del sueño. La diferencia entre el hombre y el mono estriba en el diferente repertorio de sentimientos/sensaciones y en las distintas programaciones culturales de la sociedad humana o simia (las fronteras genéticas de las que hablo a lo largo de este estudio). Pero, además, el hombre tiene la capacidad de descubrir ciertas leyes, de descubrirse a sí mismo, de crear nuevos sistemas, nuevas sociedades (la marxista, la budista, la freudiana, la cristiana), y, además, mitos, utopías, ilusiones que ocultan una realidad que le produce repugnancia, hastío, náuseas (es decir, sensaciones/sentimientos desagradables).
Si la labor del pensador o del científico consiste en separar lo que podemos saber de lo que podemos creer, lo que podemos probar1comprobar de lo que no podemos más que suponer/presuponer, creo que he logrado probar en esta obra (el lector verá si tengo o no razón) que existe un sistema, el sistema emocional, que está programado en el ordenador cerebral y que se rige por sus propias leyes y mecanismos biológicos ineludibles. Gracias a este ingeniosísimo sistema funcionan todos los demás sistemas (los somáticos: el respiratorio, el digestivo, el térníco, etc.) y los sistemas sociales (el sistema culinario, el sistema ético y todos los sistemas sociales). El ordenador cerebral tiene un conocimiento inconsciente de todos los códigos somáticos y sociales que deben respetarse, e informa y presiona al individuo para que su organismo y las diversas sociedades en las que está inmerso funcionen. El ordenador cerebral tiene en rigurosa exclusiva biológica todo el arco iris de sensaciones o sentimientos y los activa en calidad y en cantidad a tenor de las necesidades de cada sistema somático o social. Todos los sistemas -somáticos o culturales- funcionan solamente en la medida en que se hacen biológicos: en la medida en que el ordenador cerebral graba inconscientemente los códigos correspondientes. Debemos hablar de antropología bíosocial (bionatural y biocultural). Las leyes del sistema emocional y de los sistemas biosociales con sus correspondientes mecanismos son tan precisas y rígidas como las leyes de la circulación sanguínea o de la circulación de los astros y de los átomos. Éstos son los hechos que conocemos y podemos probar/comprobar. En cambio, siguiendo la senda socrática, nos topamos con un haz de preguntas, de interrogantes, de misterios. ¿Qué es ese yo misterioso que siente, que reflexiona, que cree, que crea, cuando el ordenador cerebral le deja estar despierto? No sabemos. ¿Fueron, en parte, Hitler, Gandhi, Marx, Francisco de Asís libres de elegir una u otra ruta ética, estética, política y otras dentro de los límites biológicos impuestos? ¿Quién ha diseñado este sistema ingeniosísimo programado en el ordenador cerebral? ¿Puede este yo síntiente sentir/pensar/existir sin el ordenador cerebral y sin su cuerpo, siendo el ordenador cerebral el que le dice todo lo que tiene que hacer en cada minuto, siendo el ordenador cerebral el que tiene todos los programas grabados gracias a los cuales el yo siente/existe y siendo el ordenador cerebral el que le permite todos los días sentir/existir y reducirlo a la nada existencial durante el sueño o el estado de coma?
Son interrogantes que no pueden resolverse con pruebas fehacientes ni en una ni en otra dirección. Pascal dijo que le parecía tan poco probable que un señor llamado Blaise Pascal saliera de la nada y un buen día, en el océano infinito de siglos, estuviese allí pensando, sintiendo y preguntándose sobre su futuro destino, que le parecía menos improbable que, una vez que ya había salido de la nada y que ya era algo, continuase existiendo. Pensamiento original y consolador del ser humano que sabe que lo poco que es, es algo que se le ha dado, algo que se le da y se le quita todos los días en el proceso del sueño y de la vigilia, y algo, en definitiva, que el con sus propios poderes no puede asegurar en ninguna compañía de seguros de vida eterna. Puede el hombre proteger su casa, sus acciones, asegurar sus posesiones, pero no puede asegurar su vida, su ser, su posibilidad de sentir.
Sócrates, antes de tomar la cicuta y antes de demostrar con el lenguaje de los hechos que el orden no es "primum vivere deinde philosopharí", sino "primum philosopharí deinde vivere" (primero la dignidad humana y después la vida), nos legó su último pensamiento o testamento espiritual: «La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. Pues, si alguien, tomando la noche en la que dormido de tal manera que no ha visto nada en sueños y comparando con esta noche las demás noches y días de su vida, tuviera que reflexionar y decir cuántos días y noches ha vivido en su vida mejor y más agradablemente que esta noche, creo que no ya un hombre cualquiera, sino que incluso el Gran Rey encontraría fácilmente contables estas noches comparándolas con los otros días y noches. Si, en efecto, la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche. Si, por otra parte, la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces? Dialogar allí con ellos, estar en su compañía y examinarlos sería el colmo de la felicidad. En todo caso, los de allí no condenan a muerte por esto. Por otras razones son los de allí más felices que los de aquí, especialmente porque ya el resto del tiempo son inmortales, si es verdad lo que se dice. Es preciso que también vosotros, jueces, estéis llenos de esperanza con respecto a la muerte y tengáis en el ánimo esta sola verdad, que no existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto. Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para Dios». Sabe Sócrates que va a morir. De eso no tiene ninguna duda. No sabe qué ocurrirá después: se queda con el beneficio de la duda. Descartes -y antes que él san Agustín- nos probó y demostró que, aunque todo fuese ilusorio y nada correspondiese en el mundo exterior a nuestros pensamientos, al menos, mientras pienso, "soy", a lo que yo he añadido en este estudio «siento, luego soy». La gran frontera entre el ser humano y un robot o un ordenador no es pensar o calcular (un ordenador puede ganarle una partida de ajedrez y calcular más rápidamente y sin errores). La gran frontera es que el ordenador no sufre perdiendo la partida ni goza ganándola, pero el ser humano goza y sufre. Sabemos que sentimos y sabemos lo que es sentir. Nadie duda de la realidad de un agudo dolor de muelas ni de la alegría de abrazar a un ser querido tras una larga ausencia. Sabemos que somos algo mientras sentimos y sabemos lo que es sentir. Lo que yo no sabía antes de haber descubierto el sistema emocional es que la conciencia, el estar conscientes, el sentir, lo más íntimo, lo más nuestro es algo que nos es impuesto, algo que no está en nuestras manos, algo que no podemos controlar, algo que está controlado por una máquina biológica, por un ordenador programado. Una máquina nos enchufa y desenchufa al mundo de la conciencia y de los sentimientos todos los días, como se enchufa y desenchufa una bombilla.
The Concíse Oxford Dictionary (Oxford, 1964) define al sujeto como «a thinking and feeling entity» («un ser pensante y sintiente»). Oponemos lo objetivo a lo subjetivo. José Bergamín dijo: "Como no soy un objeto, no soy objetivo; como soy un sujeto, soy subjetivo". Pero mi mayor sorpresa que he intentado transmitir al lector en esta excursión por el extraño mundo de Alicia en el país de los sentimientos es que lo subjetivo es algo que, como indica su significado etimológico, está sub-jectus, está sometido, está gobernado por un gobierno de leyes ineludibles y de mecanismos rígidos e inevitables. Sentir es lo más nuestro, lo más subjetivo, pero nunca hubiese pensado que era a la vez lo más objetivo, lo más impuesto, lo menos nuestro. El que sufre un cruel dolor de muelas o intensas ganas de suicidarse es en verdad un sujeto, un sometido, alguien que está obligado a tragar por la fuerza una amarga medicina. Pero el que goza al saciar su sed -sea sed de agua, de fama, de dinero, de ser más que otro en algún tour, carrera, guerra, eleccion o juego que fuese- es también un sujeto, está igualmente sometido a paladear esos sentimientos gratos que no puede ni cancelar, ni aumentar, ni disminuir. Puede el hombre asegurar su casa, su automóvil, sus acciones, sus tierras, pero no puede asegurar su ser, su conciencia, sus sentimientos: no puede controlar, ni activar, ni desactivar su conciencia, ni su capacidad de sentir, ni puede controlar la activación de tal o cual sentimiento, ni puede controlar la cantidad de la activación emocional (tantos grados de ganas de suicidarse o tantos grados de satisfacción al haber conseguido el Premio Nobel).
Sobre todo lo que más me ha sorprendido y maravillado en esta excursión por el cerebro y su llave de los sentimientos es el haber entendido la razón de ser de los sentimientos: un maravilloso sistema de información y de presión para que el piloto consciente/sintiente colabore en las tareas del funcionamiento de los sistemas somáticos y sociales. Ahora no tengo ninguna duda de esas leyes y mecanismos que rigen el mundo de la conciencia y de los sentimientos. Cuando leo a Richard Dawkins que somos «vehículos robotizados o robots andantes», «las máquinas más complicadas y mejor diseñadas de cuantas existen en el universo conocido», pienso: "Jamás hubiese pensado que incluso la conciencia y los sentimientos forman parte de la maquinaria; jamás hubiese sospechado que de hecho los sentimientos son la clave para entender todo el proceso de robotización: el cerebro nos hace trabajar con el látigo de los sentimientos». Pero cuando disfruto almorzando con Richard Dawkins en Oxford y en Pamplona intercambiando pensamientos, sentimientos, preguntas, dudas, viandas exquisitas y amistad, veo la diferencia entre lo que sé o creo haber descubierto y probado y lo que no sé y sé que no sé: ¿qué se esconde en ese cuerpo de Richard Dawkins y en el mío propio? ¿Qué es ese «ser pensante y sintiente»? Según Parménides, la nada no puede engendrar al ser ni menos ser puede engendrar más ser. El ordenador cerebral enchufa y desenchufa a ese misterioso ser que puede gozar y sufrir, pero, ¿puede una máquina que no puede ser consciente, que no puede sentir, otorgar la conciencia y los sentimientos? ¿0 es ese misterioso ser que siente, un ser distinto por naturaleza de los seres que no pueden tener conciencia ni sentir, pero está controlado por una máquina biológica? Creo haber entendido la relación entre el ordenador, los sentimientos y ese misterioso ser pensante y sintiente, pero no sé qué diablos es ese misterioso ser. ¿Cabría, como se interroga Sócrates, un mundo en el que pudiese ese misterioso ser volver a despertar de la nada como en la canción española: «Del sueño de la muerte para adorarte despertaré»? ¿No le gustaría a mi querido colega y amigo Richard Dawkins despertar del sueño de la muerte y encontrarse con su admirado Darwin? Madariaga, poco antes de morir, escribió un poema que dedicó a Mimí, su mujer:
Y, si la vida pasada,
quiere el sino que despierte de la nada,
(espero) abrir los ojos y verte.
¿Podría existir un mundo en el que los seres pensantes y sintientes pudiesen permanecer como bombillas encendidas, siempre conscientes, siempre sintientes sin depender de máquinas y ordenadores cerebrales? Sócrates nos legó el beneficio de la duda. Unamuno, que descubrió y analizó como ningún otro pensador el sentimiento trágico de la vida, nos legó un hondo suspiro, un anhelo profundo y poético, una plegaria desesperada y esperanzadora en su poema Salmo 111 (1906):
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar;
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.
(Epitafio de su tumba en Salamanca por propia decisión.)
"Quidquíd recipitur ad modum recipientis recipitur". Esta obra tendrá distintas repercusiones mentales y emocionales en cada lector. Ojalá, como dijo Kant, hayas disfrutado tanto, lector, en esta excursión antropológica, leyendo, como yo he gozado escribiendo.
Dejo unas pocas palabras a un blog que me ha gustado mucho. Bastante completo y la verdad es que lo añadí a mis favoritos inmediatamente. Felicitaciones por la labor y mi comentario queda en uno de los temas que más me interesa y que de seguro espero leer más.
ResponderEliminarMuy Atte