EL MUNDO
Martes, 25 de enero de 2000
TRIBUNA LIBRE
JUAN ANTONIO HERRERO BRASAS
Ortografía e ideología
La ortografía del español tiene el honor de ser la más simple de las de las grandes lenguas culturales del mundo occidental, y el de estar entre las más simples de todo el mundo. Dudoso honor. Se encuentra así en compañía de ortografías cuyo carácter fonético se debe a que tan sólo recientemente los antropólogos y lingüistas les han dado forma escrita a las respectivas lenguas. Sin embargo, como un honor y gran mérito es como aparece planteada la cuestión en la introducción a la reciente edición de la Ortografía de la Real Academia.
Sin que acusársele pueda de exceso de modestia, el autor de dicha introducción nos informa de que la Real Academia «se siente hoy orgullosa de que sus antecesores (...) tuviesen tan buen sentido, tan clara percepción de lo comúnmente aceptable, tal visión de futuro y tanto tino como para conseguir encauzar nuestra escritura en un sistema sin duda sencillo, evidentemente claro y tan adaptado a la lengua oral que ha venido a dotar a nuestra lengua castellana o española de una ortografía bastante simple y notoriamente envidiable, casi fonológica, que apenas si tiene parangón entre las grandes lenguas de cultura.» Todo un ejercicio de retórica.
Contrariamente a una opinión bastante extendida, la ortografía de una lengua no tiene una función estrictamente pragmática. La escritura es más bien algo análogo a un edificio, un gran edificio antiguo, que se ha ido construyendo poco a poco a lo largo de siglos y que ha ido incorporando elementos de cada momento histórico.
A algunos de esos elementos hoy ya no les encontramos utilidad y nos parecen ornamentos innecesarios. Hoy ya no construimos edificios como los de antaño. Nuestros bloques de apartamentos son más simples, lineales, sin costosos e inútiles adornos. Pero no por eso destruimos los edificios del pasado. Al contrario, los cuidamos, los mimamos, los estudiamos, e incluso, con todas sus excentricidades originales, los restauramos.
En el caso de la ortografía, sin embargo, nuestra Academia está deseosa de eliminar todo vestigio «inútil» del pasado.
La complejidad ortográfica, que es riqueza y obra de arte, de otras lenguas europeas, el español la ha perdido casi por completo, pasando así a convertirse en una de las lenguas más simples y ramplonas de las grandes lenguas europeas.
Cuando, por ejemplo, sabemos que cualquier hablante mínimamente cuidadoso pronuncia septiembre, la Academia se apresura a «admitir» (y consiguientemente alentar) la grafía setiembre, y con ello se considera progresista. De hecho, el autor de la mencionada Introducción a la Ortografía se lamenta de que por ciertos accidentes históricos la Academia no llegara a tomar la decisión de eliminar toda irregularidad ortográfica del castellano (tales como la qu, la v y la alternancia de j y g).
Lo peor es que con la simplificación ortográfica indirectamente se promueve la simplificación fonética y, en última instancia, incita a una pereza lingüística que redunda en una simplificación léxica e incluso gramatical.
Y aunque es una cuestión compleja de probar, hay indicios de que un simplismo en los diversos niveles de una lengua, incluido el ortográfico, puede redundar en una visión simplista a la hora de estructurar la realidad conceptualmente. Que cada cual saque sus conclusiones.
La simplificación ortográfica que la Academia tan ceremoniosamente sanciona no es, como cree o querría hacernos creer dicha institución, un reflejo de cómo hablan los españoles. Hay en ese argumento una gran falacia que parece ingenuamente pasar por alto tan venerable institución.
Hoy sabemos de sobra que cualquier descripción científica, al divulgarse apoyada en el poder de la letra impresa, adquiere automáticamente carácter prescriptivo en la mentalidad popular. La naturaleza imita al arte, según la conocida formula de Oscar Wilde.
El purismo y el nativismo lingüísticos son otros dos fenómenos que vienen a confirmar la falta de aperturismo que caracteriza al español. El intento sistemático de adaptar las grafías de palabras de otras lenguas, ya de uso común en el castellano, a lo que nos parece más español es algo que obviamente impide el enriquecimiento de nuestra ortografía (y generalmente como consecuencia el enriquecimiento de nuestra gama fonética).
Así, por citar algunos ejemplos, convertimos «status» en «estatus», «slogan» en «eslogan», «folklore» en «folclore», y «Sudamérica» en «Suramérica» , y a veces, en una demostración de nativismo delirante, hasta «whisky» en «güisqui».
Esta ideología ortográfica (de la que se podría decir mucho más de lo que es posible en estas líneas) encuentra su contrapunto entre quienes optan por el exotismo ortográfico a toda costa («Karlos», «okupa»). Tal exotismo denota ante todo un intento de apartarse de un españolismo que se percibe como estrecho y agobiante. Y no sólo en lo ortográfico.
El purismo mal entendido y el empeño por eliminar toda irregularidad (u ornamento) en la ortografía son características de la ortografía nativista.
El resultado ha sido y sigue siendo un empobrecimiento de nuestra lengua. Permítaseme terminar estas reflexiones con unas palabras de don Miguel de Unamuno, nuestro gran filólogo y filósofo del siglo XX, que expresan con agudeza algunas de las ideas aquí desarrolladas: «Ahí está la lengua más admirable acaso, la más expresiva tal vez, la más rica seguramente, y en el rigor etimológico de la palabra, la más perfecta, es decir, la que en el proceso que siguen los actuales idiomas cultos, a partir de sus matrices, más adelantada está; ahí está el inglés, una lengua de presa y de libre cambio (...) En su léxico cabe todo lo que recoge (...), enriquecido, además, con su misma falta de pureza».
Juan Antonio Herrero Brasas es profesor de Ética y Política Pública en la Universidad del Estado de California.
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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