Date: Wed, 27 Oct 2004 04:20:52 -0400
* Fuente:
http://www.lavanguardia.es/web/20041026/51167111884.html
Batallas que moldearon la historia
A las puertas del año que conmemorará el bicentenario de Trafalgar, las contiendas de Napoleón y Nelson o el asedio de Madrid centran el interés de destacados historiadores y novelistas
Los análisis de batallas abren un debate sobre si son necesarios para el nuevo siglo o sólo una argucia comercial
Pérez-Reverte brinda una ácida mirada sobre las maneras como afrontan la guerra los políticos corruptos
J. E. RUIZ-DOMÈNEC - 27/10/2004
A comienzos del siglo XXI retorna el interés del público por las batallas, como si el esfuerzo por apartarlas de la historia se hubiera pulverizado con los últimos acontecimientos mundiales. El fervor de libros como los aquí reseñados es más literario que político. Este género mestizo, mitad libro de historia mitad novela, suscita aún controversias: para algunos es el tipo de libro necesario para el nuevo siglo, para otros es simplemente una argucia del mercado editorial. El debate viene de lejos. La última vez que se produjo fue en 1973, cuando el historiador francés Georges Duby escribió El domingo de Bouvines. El análisis de esa batalla, acaecida el domingo 27 de julio de 1214, cuestionaba los planteamientos de la historiografía francesa que había condenado ese tipo de estudios al calificarlos con el apelativo de "historia de los acontecimientos". Ante el peso de semejante anatema, nadie abordaba lo que había sido uno de los temas predilectos de la historia tradicional, el estudio de las batallas. La condena del libro de Duby se hizo sin haberlo leído. Importaba poco que se afrontara la jornada de Bouvines como un sistema significativo, al modo de la antropología de Clifford Geerz, y como un elemento más en las estrategias del poder de los reyes europeos a comienzos del XIII, bastó la idea de que el objetivo final era comprender un acontecimiento. Duby dio entrada a la descripción de la batalla entre Felipe Augusto, rey de Francia, y los ingleses de Juan Sin Tierra que contaban con el apoyo de los alemanes con una frase que marcó una época: "La batalla no es la guerra. Me atrevería a decir que es a la inversa: la batalla es un procedimiento de paz". A partir de aquí se lleva a cabo una reflexión general sobre la vida, capaz de poner lo particular en relación directa con lo universal, de contener el futuro en la representación del pasado. Es la herencia de Stendhal y Tolstoi, pilares de la cultura europea.
Con estos antecedentes, el medievalista Alessandro Barbero afronta la batalla de Waterloo del 18 de junio de 1815 de Napoleón contra los ingleses del duque de Wellington y los prusianos del viejo príncipe Blücher. La reconstrucción de esta famosa batalla se hace atendiendo diversos puntos de vista, el del observador imparcial que la mira con lejanía, la de los privilegiados de ambos bandos que atiendan a los aspectos políticos más que estratégicos y a la de las víctimas, también de ambos lados, los simples soldados, los oficiales de rango menor, los miembros de la intendencia. No han pasado veinte páginas desde el comienzo y vemos al autor entrado en el relato, sugiriendo echar un vistazo a la naturaleza de los ejércitos allí enredados, mientras las tropas vivaquean en medio del fango. Se trata de una mirada de águila, elevándose por encima del punto de mira de los tres generales que un poco más tarde entrarán en liza. Lo sorprendente es que esta actitud propia de la antropología cultural debe mucho al clima creado en las primeras páginas: el retorno de Napoleón de la isla de Elba, la huida del gordinflón Luis XVIII, la perturbación en las cancillerías, la alegría entre el pueblo de Francia. Los comentarios sobre la composición y el sentido de los ejércitos es la parte técnica que interrumpe el relato de los hechos: son una especie de notas a pie de página pero insertas en el texto donde el historiador se anticipa a las preguntas del lector. ¿Cómo se formaba un ejército a comienzos del siglo XIX? ¿Eran ejércitos nacionales como los que se masacraron en las dos guerras mundiales del siglo XX? ¿Qué tipo de experiencia tenían? Al salir al encuentro de estas preguntas, el autor encuentra una guía para conducirlo por los senderos de la forma de vida militar surgida de la Revolución Francesa. Veinte años de guerra que terminaban allí, en aquella jornada, ante una batalla que sin duda se pensaba sería el preámbulo de una larga paz. Así fue, aunque ambos bandos tenían pensado un final diferente. Napoleón perdió, pero nadie ganó. Los ingleses volvieron a pensar que la paz en Europa debía pasar por su espléndido aislamiento, los prusianos preocupados en crear una nación alemana: son los efectos del vencido sobre los vencedores. Y en ese inmenso escenario, ¿qué papel jugó España? ¿Por qué el inmenso imperio de Carlos IV estuvo ausente de la batalla decisiva? La razón hay que buscarla en los años anteriores. Nos preguntamos entonces cuándo y dónde comenzó este proceso de aislamiento. La última novela de Arturo Pérez-Reverte es una buena respuesta.
Si Barbero es un historiador doblado en novelista, Pérez-Reverte es un novelista doblado en historiador; al menos en esta novela escrita en vísperas del doscientos aniversario de la batalla de Trafalgar: 21 de octubre de 1805. El brillante escritor de capa y espada nos presenta aquí un estudio del mundo vital de los hombres que intervinieron en aquella jornada, una inmensa polifonía de voces, unas grandes otras pequeñas, las de los oficiales y las de la tropa, con sus acentos característicos, sus dejes locales, su puesta en escena entre aturdidos y convencidos que la patria estaba en peligro. Y como telón de fondo una reflexión sobre la política española de entonces, dominada por la corrupción, el arribismo de los incompetentes, vamos, lo habitual de siempre: "Oficiales expertos pero desmotivados y sin cobrar sus pagas, marineros esclavizados sin preparación y sin incentivos, obligados a servir durante media vida sin otro futuro que la muerte, la mutilación, la mendicidad y una vejez miserable".
Coronando todo este esperpéntico país la figura de Godoy, el semental de la reina: "Otros tienen a Pitt, Talleyrand o Metternich y los españoles tienen a Godoy". Buen lector de Tolstoi, Pérez-Reverte se mete dentro de la batalla para meterse dentro de la historia. Busca una rendija por donde mirar, y la encuentra como todo buen novelista en un yo experimental que aquí no es un hombre, ni un pueblo: es un navío, el navío Antilla surgido de su imaginación para observar los movimientos de la flota al mando del incompetente almirante francés Villenueve, un enchufado del ministro Decrés, cuyas acciones en el golfo de Cádiz provocaron el comentario de Napoleón a su ministro, y cuya glosa constituye el momento más logrado de esta novela: "Espabila Decrés, que todavía no tengo claro si ese recomendado tuyo es un traidor o sólo es gilipollas". Al cabo, las mismas cosas en los momentos decisivos, como ocurrió en la jornada de Trafalgar. El resultado de la descripción de la batalla naval es una novela no sólo en las antípodas del realismo de Los episodios nacionales de Galdós, sino también una ácida mirada sobre las maneras como los políticos corruptos y sin el menor atisbo de decencia afrontan la guerra. De los años de comentarista bélico, Pérez-Reverte salvó la actitud de la gente sencilla, carne de cañón de todas las guerras, que en los peores momentos le sale una grandeza escondida, apenas visible en la rutina de los días. Y por este camino, conecta con la principal literatura occidental y confirma entre estrépitos de cañones las razones del arte de la novela del XX.
También de tono polifónico, y dando entrada a las voces de la gente sencilla en una especie de carrusel de despropósitos es La batalla de Madrid, de Jorge Martínez Reverte, el autor del éxito de ventas (más de nueve ediciones ya) titulado La batalla del Ebro. La historia que aquí se narra es una apretada crónica de lo ocurrido entre principios del 27 de septiembre de 1936 hasta el 22 de enero del año siguiente, durante el asedio a Madrid; una crónica compuesta como una tetralogía, un recorrido en cuatro etapas: primero la conmoción que supuso para la gente de Madrid conocer que está a punto de llegar "un tropel de moros y legionarios" con el intención de liberar la ciudad de la anarquía y la revolución bolchevique; a continuación la enérgica respuesta de los madrileños fieles a la república que enarbolan el grito de "no pasarán" como el mayor icono de la lucha contra el fascismo; en tercer lugar, el estallido de una propaganda política sin precedentes que convierte a los sitiadores en los héroes de una campaña dirigida a "aislar a la ciudad traidora"; y, por fin, la moraleja de toda esta historia convertida en la fase inicial en la que se preparan "dos ejércitos para una guerra larga".
La descripción de la batalla de Madrid es sinóptica y simultánea, una alfombra en la que es posible yuxtaponer y anudar los acontecimientos más dispares o distantes, y donde una trama de coincidencias constantes, de observaciones concretas, intencionadamente laberínticas, permite observar el conflicto desde ambos lados, y juzgar los partes de guerra que se emiten cada día. Historia coral que mira al pueblo en una situación límite cuando la batalla expone el riesgo supremo. Para unos acabar la guerra, para otros hacer realidad la revolución antifascista, única manera de mostrar que la verdad está con el pueblo llano. Al cabo, la vanidad del poder.
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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