La observación que la conducta humana está determinada por su actividad fisiológica es fuente de recelos sin cuento. Se piensa que aceptar esta posición llevaría a pensar a las personas como bolas de billar que no carecen de impulso propio y sólo se mueven por circunstancias ajenas, externas o internas.
La idea del libre albedrío está ligada a la de la responsabilidad. Sin aquel no cabría pensar en ésta. La biología llevaría a una situación imposible, dónde siempre se podría demostrar que la conducta responde a algún mecanismo orgánico y por lo tanto el individuo siempre sería “inocente”.
Los abogados, sobre todo, son muy proclives a hurgar en los estudios biológicos si ellos pueden exculpar a su defendido de una conducta antisocial; de la misma forma que el argumento de una “infancia difícil” sirve para intentar atenuar la responsabilidad del acusado.
No obstante la biología no es determinista, en el sentido matemático ni mecánico. En ningún caso se puede establecer que una explicación a nivel fisiológico o de biología molecular pueda servir para eximir de responsabilidad al sujeto. El que existan intentos en este sentido no demuestran más que el oportunismo de los que intentan defender posiciones de blanco o negro. O la conducta es totalmente libre, incluso “inmotivada”, o si está en alguna medida determinada, entonces ya no es libre, y por lo tanto el sujeto no es imputable. Afirmaciones como que Bruce Springsteen sentía inseguridad y por lo tanto buscaba a menudo la compañía de sus fans más incondicionales, o que las indiscreciones sexuales de Woody Allen, tenían su origen en un trauma (citado en “La Tabla Rasa, de S. Pinker, p-ag.267) son, en el mejor de los casos, una muestra de humor de sus autores.
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