La abundancia rusa
http://www.lavanguardia.es/web/20060517/51260450387.html
Rusia es la mejor y más compleja tierra posible. Es la tesis de Orlando Figes en ´El baile de Natacha´, un hito de la historia cultural que desgrana con maestría el armazón literario, artístico y social del país
La investigación abarca sobre todo los siglos XIX y XX y permite acercarnos a genios como Stravinsky, Ajmatova, Chejov o Tolstoi
J. E. RUIZ-DOMÈNEC - 17/05/2006
Un Neva lívido y neblinoso, al amanecer deun día de primavera de 1703, cuando un grupo de jinetes atraviesa el páramo y llega hasta un lugar que su jefe, el zar Pedro, señala como el elegido para construir la nueva capital del imperio: San Petersburgo, la ciudad de los numerosos nombres, Petrogrado, Leningrado, simplemente Pyotr (Pedro) para sus habitantes. En este escenario se perfila la historia cultural de Rusia, un país que desea abandonar la vieja matriz de Moscovia por una nueva sin olvidar sus tradiciones. El eje San Petersburgo-Moscú se convierte en el elemento dinamizador de ese proyecto político: una ciudad será la corte que apuesta por la ilustración y las luces, que busca en los referentes europeos una razón de ser lejos de oriente; la otra, el núcleo de una sociedad pletórica, apasionada por las fiestas (los restaurantes moscovitas son proverbiales), residencia de las familias terratenientes que miran con recelo el poder absolutista de los zares. Como telón de fondo, la condesa Natacha, la muchacha angelical que Tolstoi convierte en el centro de Guerra y paz, cuyos gestos, miradas y silencios son el auténtico hilo para no perderse en el laberinto que es la cultura rusa de los siglos XIX y XX.
Ese titánico esfuerzo se hace bajo la inspiración de Dickens, y ésta no es más que la primera paradoja de las muchas que el lector irá advirtiendo a lo largo de la lectura de este libro que comienza, en lo que a la historia se refiere, en 1812 cuando Bonaparte arruina el sueño de los europeístas rusos al atacar a la madre patria sin otros motivos que no fueran su ambición y el desprecio por el zar. La invasión francesa convierte a todos los miembros de generación decembrista en los grandes perdedores de la historia rusa, muchos encarcelados, otros fusilados, la mayoría sin rumbo ni esperanza.
En los capítulos tercero y cuarto se nos invita a entrar en el escenario de una comedia de costumbres y de caracteres; las comidas de los poderosos frente a las fiestas campesinas, el sueño del hacendado agrícola frente a una clase mercantil en auge; estampas de la vida rusa con sus iconos y sus popes, sus frases enmarañadas en la religión y sus referencias a los tiempos gloriosos de los príncipes de Novgorov, que sirven de obligado preámbulo (quizás algo largo) para llegar al centro del libro, el capítulo quinto, donde se desgrana el alma rusa. Un capítulo que permite acercarse a Pushkin, Gogol, Dostoyevsky, Tolstoi, autores que nos descubren el alma eslava en medio de complejos relatos de crítica social o de análisis psicológico donde unos personajes altivos o malditos juegan a seducir o simplemente a sobrevivir. En ese horizonte literario se ubica el esfuerzo de Chejov por buscar las raíces nómadas de Rusia, los estrechos ligámenes con los hijos de Gengis Kan, con los mongoles de la estepa que durante siglos ocuparon sus tierras del este y del sur, creando el sólido Estado de la Horda de Oro; como también el esfuerzo por encontrar una música propiamente rusa que pueda sustituir al romanticismo europeizante de Chaikovsky. El mundo de los nómadas se transforma en la música rusa con Mussorgsky, Borodin, Glazunov, Rimsky-Korsakov, Balakirev, en cuyas obras podemos percibir más de un preanuncio del primer Stravinsky (el del Pájaro de fuego, Petrushka o la Consagración de la primavera).
La revolución de octubre
La historia cultural de Rusia se fractura con la revolución de octubre pues a partir de ella existirán dos espacios literarios diferentes: el de la resistencia interior y el del exilio. A veces se parecen, pero sólo en el punto de partida. En música Stravinsky camina en un sentido contrario a Shostakovich; en literatura Nabokov representa en el exterior lo que Pasternak en el interior, una especie de retablo desmedido de lo que fue, y pudo haber sido, aquella revolución que dividió el alma rusa en dos. En medio de todos, aparece la voz poética de Rusia encarnada en Ana Ajmatova, admirada por Modigliani y Berlin, temida por Stalin, odiada por los integristas y querida por los espíritus libres, testigo de la crueldad y del horror desde su casa de la Fontanka, ferviente patriota, amiga del pueblo, grandísima poetisa.
El baile de Natacha es uno de los mejores libros de historia cultural que se han escrito en los últimos años. Como ejemplo de capacidad de ver el trasfondo social de la literatura recordaré tan sólo los acertados comentarios que definen un personaje como Nikolai Sheremetev y su historia con Praskovya, una Griselda rusa, la hija del herrero. Sin olvidar las descripciones del paisaje agrícola (excelente el de la hacienda de Tolstoi en Yasnaya Polaina,); o los melancólicos momentos de retiro o de búsqueda como el de Kandinsky doblado en antropólogo tras las raíces nómadas de Rusia. Otro motivo maestro es la representación de un cuadro social muy complejo, de clases en conflicto, que permite entender la actitud de Nabokov y la necesidad de retornar de Prokofief y, en parte también, de Stravinsky, quien dijo al final de un viaje por su tierra natal: "Tengo el derecho de criticar a Rusia, porque Rusia es mía y la amo, y ese derecho no se lo doy a ningún extranjero". Hablaba muy en serio, apostilla Figes como colofón de su libro. Y ése es un buen final para un excelente libro.
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