Escribe S. Pinker: “… debemos rechazar el razonamiento de que si las personas dejaran de creer en el castigo divino cometerían la maldad con toda impunidad” (La Tabla Rasa, pág. 283). No hay ninguna observación cuidadosa de la conducta social actual que muestre un fenómeno de esa naturaleza. Independientemente de sus ideas religiosas las personas respetan las normas y aquellas que no lo hacen tampoco es por falta de creencias sino por otras razones. El autor considera que creer en la continuidad de la vida después de la muerte es un arma de doble filo, ya que si bien supone cierta tranquilidad emocional, por el otro lado priva a la vida presente de su carácter único y de don precioso. La esperanza de una vida mejor, después de la muerte, envalentona a los suicidas y a los secuestradores kamikazes; es común en las cartas de despedida de los padres que arrebatan la vida de sus hijos antes de suicidarse, y proporciona munición para los creyentes fanáticos como aquel que dijo “Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”.
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