EL MUNDO
Jueves, 13 de enero de 2000
LUIS ANTONIO DE VILLENA
Natalidad criptofascista
Hace meses que padecemos una tan descarada como camuflada campaña en pro del aumento de la natalidad. No se dice abiertamente (ande, mujer, tenga un niño) porque algo raro ven los propios emisores en su mensaje, pero subrepticiamente la súplica es incesante: familias queridas, vuélvanse numerosas. El pretexto parece claro, España es uno de los países -hoy- con índice de natalidad más bajo de Europa, y en concreto Asturias (no recuerdan) la región europea con menor natalidad. Esto, en efecto, podría ser grave, si en más del 80% del resto del mundo no ocurriera exactamente lo contrario. Uno de los grandes problemas de este planeta -y que no lleva camino de solucionarse- no es precisamente la falta de población, sino una superpoblación creciente, que amenaza con destruir su propio hábitat. No falta gente, sobra. Y por eso los miserables se hacinan en grandes ciudades de Africa y Asia y hay cientos de miles de niños abandonados, condenados a la delincuencia o a sobrevivir como puedan. ¿A qué viene entonces este incesante ánimo a los españolitos para que procreen? ¿Cuánto falta para que las autoridades que aman el Orden, otorguen premios a la familia más fecunda, como hicieron Mussolini y Franco? Y es que esta semioculta pero tenaz campaña a favor de la natalidad española tiene detrás razones que entran en la más rancia ultraderecha. Lo bueno para una mujer (lo único que la realiza como tal mujer) es tener hijos. Y -segunda razón fascistoide- no podemos consentir que las ciudades de la vieja España católica y patriarcal se llenen de negritos, morenitos o aindiados, aunque tengan mucha gracia (pero eso queda para las vacaciones en el Caribe) bailando la cumbia o el chachachá. No, aquí, sólo españoles. Porque es evidente que los niños que faltan en España sobran en el resto del mundo, sin ir más lejos en esa Latinoamérica que debiera sernos cercana y familiar. Hay que abrir más puertas a los emigrantes y a la adopción, si tan grave es el problema. Y alegrarse -por qué no alegrarse- de que dentro de 50 años, como casi todo el mundo, España sea un país mestizo, donde todos -al fin- sin nacionalismos rancios ni secretos racismos y xenofobias convivamos y nos respetemos. Todo y para todos felizmente plural. Pero eso a la derecha católica no le gusta nada. Aunque ponga al caso sonrisita de caridad.
¡ OCVLUM TERTIVM ! (El tercer ojo... LA CÁMARA)
Hace 4 años
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