Dónde se observa la intervención británica para evitar la unificación política de la Península Ibérica:
"Sin embargo, ni Napoleón III quería a un Orleans sentado en el trono de España, ni Inglaterra quería sostener a un Braganza y, mucho menos, a facilitar una posible unión ibérica que limitase su influencia en Portugal. El embajador británico, aun antes de recibir órdenes tajantes en ese sentido, se adelantó a ellas y escribió a Londres: «Pienso que mi obligación aquí es apoyar la monarquía constitucional bajo Isabel II o sus descendientes, mientras no reciba otras indicaciones»." (desde "Isabel II: Una biografía (1830-1904)" de Isabel Burdiel)
"El deseo del Emperador sobre este tema, era que su embajador en Madrid emplease toda su influencia en mantener lo que había pues […] la unión de las dos fracciones de la Península bajo un mismo cetro crearía a las puertas de Francia un estado demasiado poderoso […] el establecimiento de una república sería funesto para los dos lados de los Pirineos y la sustitución de la Reina Isabel por la duquesa de Montpensier reanimaría las esperanzas de los orleanistas […] La coronación de la Princesa de Asturias implicaría una revolución porque obligaría al país a una regencia y a una tutela; es decir, un incidente deplorable a que quizás obligue la necesidad pero que nuestra política no debe en absoluto favorecer. Yo os invito, por lo tanto, en nombre del Emperador, a desaprobar y desanimar todos estos proyectos en todos los momentos en que encuentre ocasión de hacerlo, sin comprometeros en la lucha entre partidos[78]." (desde "Isabel II: Una biografía (1830-1904)" de Isabel Burdiel)
“The Times informaba a sus lectores: Una sola cosa es cierta en el complicado escenario de la política española: que nunca los depositarios del poder en ningún país europeo han caído tan bajo en la estima de la gente como la reina Isabel y sus ministros lo han hecho en la opinión de la nación española […] El motivo del descontento es más moral que político: Ese motivo se ha encontrado en la desagradable inmoralidad de la Corona. Una cierta licencia ha sido habitual en la cabezas coronadas en varias épocas de la historia de Europa, pero nos preguntamos si en cualquier período de la historia moderna —incluso en las cortes de Alemania central a finales del siglo XVII— ha habido una locura de vida tan grande e insidiosa como hay en la corte española a mediados del siglo XIX […] Hay otras causas para la insurrección, pero la que ha añadido fuerza y vigor a ellas ha sido la desesperante depravación de la corte española[112]." (desde "Isabel II: Una biografía (1830-1904)" de Isabel Burdiel)