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miércoles, 23 de abril de 2008

Bebé post-mortem

EL PAIS DIGITAL
SECCION_OPINION El sexo frío
Domingo 5 julio 1998 - Nº 793

El sexo frío
MARIO VARGAS LLOSA
La señora Diana Blood está de plácemes: pronto tendrá un bebé, sueño que acaricia hace muchos años. Los médicos aseguran que el futuro ciudadano (o ciudadana) del tercer milenio está bien instalado en la placenta y ella espera ansiosa las primeras pataditas en el vientre de su vástago en formación. ¿Comparte el señor Stephen Blood la alegría de su cónyuge por el próximo advenimiento? Imposible saberlo, pues el marido de Diana y padre de la criatura falleció hace más de tres años, víctima de una fulminante meningitis cerebroespinal.

En efecto, el heredero de los Blood no fue gestado como el común de los vulgares mortales, en un delicado o epónimo encuentro carnal de sus progenitores soliviantados por amoroso deseo; su gestación tuvo más bien los ribetes de los macabros folletines decimonónicos de Xavier de Montepín que mi abuelita Carmen leía con fruición, y, en vez de sudorosos y ardientes intercambios, se fraguó en un truculento proceso científico y legal, al que sirvieron de escenario no mullidas alcobas o lechos revueltos, sino asépticos quirófanos, circunspectos tribunales, ruidosas polémicas éticas, jurídicas y tecnológicas, aderezado todo ello con algunas de las especies indispensables en un verdadero melodrama: escándalo, muerte, contrabando y final feliz.

La historia, que, una vez más, confirma mi creencia de que el realismo mágico tiene mucho más que ver con Inglaterra que con la literatura latinoamericana, es la siguiente. Diana y Stephen se conocieron cuando estaban en el último año de colegio y fueron novios cerca de catorce años hasta que decidieron casarse. La tragedia acechaba esa unión. Un infausto día de febrero de 1995, Stephen, que acababa de cumplir apenas treinta años, se sintió mal. Horas después deliraba por la fiebre y era víctima de un paro cardíaco. Llevado de urgencia al hospital, los galenos detectaron la bacteria mortífera de la meningitis y anunciaron a Diana que su joven esposo tenía los días contados.

¿Quién, si no una inglesa, hubiera tenido en esos momentos de tribulación y desespero ante la perspectiva de una inminente viudez, la presencia de ánimo de Diana Blood? Pragmática irredimible, la muchacha pidió a los médicos que extrajeran unas muestras de semen del cuerpo de Stephen, antes de que se lo arrebataran las parcas. Sólo un facultativo, entre la numerosa fauna médica de Sheffield, estuvo a la altura del desgarrado clamor: el doctor Ian Cooke, profesor de obstetricia y ginecología de la Universidad local, quien, sin más, procedió, cuando Stephen había entrado ya en el coma y le quedaban sólo veinticuatro horas en este proceloso mundo, a privarlo de un primer puñado de viriles espermatozoides, operación que, precavido, repitió una segunda vez cuando ya se había desconectado la máquina de reanimación que mantenía en vida al malogrado marido. El doctor Cooke cobró 250 libras esterlinas por sus servicios y el hurtado semen de Stephen fue preservado, a temperaturas polares, en una clínica de Sheffield.

Comenzó entonces la segunda parte -la jurídico-procesal- del épico embarazo de la formidable Diana Blood, frágil silueta longuísima cuyos plácidos ojos y tímido hablar no revelan para nada el incombustible carácter del personaje. La Autoridad encargada de la Fertilización Humana y Embriología (HFEA) en el Reino Unido denegó el permiso que Diana requería para ser impregnada con el semen de su esposo difunto, argumentando que, como no se podía probar que Stephen hubiera consentido a esta impregnación, autorizarla sería una violación de los derechos del muerto (la paternidad debe ser querida, no infligida).

Para entonces, gracias a la prensa amarilla, el asunto ya había alcanzado dimensiones de escándalo, y el empeño de Diana Blood de ser embarazada póstumamente despertaba simpatías crecientes y militantes. Se formaron comités, se hicieron marchas, se firmaron proclamas solidarias y se recogieron fondos para financiar la costosa batalla legal (cincuenta mil libras esterlinas). La Corte de Apelaciones, a la que Diana recurrió en última instancia, fue insensible a los emotivos argumentos de la viuda: el semen del extinto Stephen Blood no podía fertilizar a nadie, ni siquiera a su legítima esposa, sin su posible consentimiento. El argumento bíblico esgrimido por Diana ("Hay un pasaje, en los Efesos, donde se dice que, cuando un hombre toma a una mujer, los dos se convierten en una sola carne; el cuerpo de mi esposo y el mío fueron uno solo, y, por lo tanto, su esperma es tan mía como suya") fue desechado con rotundidad, como mera retórica.

¿Estaba, pues, todo perdido? ¡Qué ocurrencia! Los astutos jurisconsultos que asesoraban a la viuda impaciente de preñez, recurrieron a una carambola jurídica: pedir un permiso de exportación (como producto no tradicional, me imagino) para los enfriados espermatozoides de Stephen Blood hacia un país donde la justicia fuera menos quisquillosa que en Inglaterra con los derechos humanos de los cadáveres. Luego de un intenso proceso que hizo correr ríos de tinta chismográfica a los pasquines sensacionalistas, la Corte Superior negó el permiso, aduciendo lo obvio: que la razón por la que Diana Blood quería exportar al extranjero el congelado semen del desaparecido no era para orearlo con las brisas continentales europeas, ni exhibirlo como reliquia laica, sino perpetrar, al amparo de sistemas legales menos estrictos, un acto considerado ilegal por la justicia británica. Impermeable al desaliento, Diana Blood recurrió, y en una sentencia que provocó dispares comentarios -aullidos de entusiasmo entre sus partidarios y execraciones sordas de los apegados al espíritu y la letra de la ley- la Corte de Apelaciones, en febrero pasado, autorizó el pedido de exportación, con una sentencia que hubiera envidiado el molieresco Tartufo: el légamo seminal de Mr. Blood no está autorizado a fecundar a nadie, aunque sí a viajar.

Siempre sumidos en su gélida siesta, que duraba ya tres años, los espermatozoides de Stephen Blood volaron a la hospitalaria Bruselas. Allí, en una institución especializada, por lo visto, en acometer estos acoplamientos vicarios entre vivos y muertos, llamado el Centro de Medicina Reproductiva, asociado a la Universidad Libre, se produjo por fin la añorada fecundación de Diana Blood. Durante nueve meses -lapso simbólico-, los doctores del Centro discutieron, indecisos: ¿debían proceder, pese a la resolución contraria de los tribunales británicos? Finalmente, la respuesta fue sí. El acto, a juzgar por las escuetas descripciones de la prensa, puede ser calificado de todo -maravilla de la ciencia médica, macabra cópula, bodas tétricas, inquietante esperpento sexual-, salvo erótico. Un espermatozoide fue inyectado en un óvulo (me resisto a traducir la palabra egg por el crudo huevo malsonante del español peruano) e implantado en el claustro materno. Intangible pese a la escalofriante cuarentena, el invisible estambre de quien fue Stephen Blood despertó, se desperezó y, estimulado por la calidez de su nuevo habitat , cumplió a cabalidad: es ahora unretoño en progresión que produce a la dichosa Diana Blood maternales mareos y graciosos antojos.

¿Final feliz? Todavía no es seguro: coherente consigo misma hasta la inhumanidad e indiferente a la perfecta culminación anecdótica de la historia, la justicia británica no ha dicho la última palabra. No se puede descartar, desde luego, que asuma resueltamente su papel de aguafiestas y sancione a Diana Blood por haber transgredido la ley, violentando los derechos humanos de su extinto marido al imponerle, más allá de la tumba, una involuntaria paternidad. ¿Quién duda que, de ser así, acompañada por la solidaridad de multitudinarias asociaciones e individuos sensibles a las bellezas sentimentales de la truculencia y el folletín, acudirá a la Corte Internacional de La Haya y al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, en busca de reparación y desagravio, que por cierto obtendrá?

En lo que a mí concierne, mi corazón y mis pasiones están resueltamente del lado de la estupenda Diana Blood, viuda empecinada y recalcitrante. Pero, mi razón me dice que los empelucados jueces británicos tal vez estaban en lo justo, tratando de impedir que, sin la aprobación expresa de Stephen, aquella esperma que las manos diestras del doctor Ian Cooke le birlaron in artículo mortis, sirva para aumentar la ya excesiva población humana. Tengo la sospecha de que, si en este caso, la inseminación tardía parecía generosamente inspirada y romántica, ella sienta un precedente peligroso, que puede dar origen en el futuro a estafas sin cuento y suculentas picardías. Y, además, hombre de otras épocas, confieso que el sexo frío, con probetas y anestesistas, me produce inconmensurable espanto.


© Mario Vargas Llosa, 1998.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservadas a Diario El País, SA, 1998.

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Celebrando el nuevo milenio

TIME Magazine

Celebrando el 2000

Cansados de la histeria que acompaña el fin del milenio, muchos optan por una Nochevieja sencilla pero con significado

JAMES PONIEWOZIK
(TIME) -- Algunas personas pagarían una fortuna -de hecho, muchos la han pagado- por estar en el lugar de Richard Wiley el 31 de diciembre que viene. El novelista y profesor de Literatura vive en la ciudad que apunta a ser la capital de los festejos más desenfrenados de Nochevieja: Las Vegas. Aprovechando su renovada popularidad como centro de vacaciones, Las Vegas se propuso hace unos años adueñarse de esta fecha. Después de todo, cuando se trata de la parranda del siglo o el apocalipsis, la "Babilonia" estadounidense es la elección natural. ¿Se le ocurre un sitio mejor para esperar el nuevo milenio? "No se me ocurre uno peor", comenta Wiley, "por todo esa locura en el Strip [la calle de los casinos y el neón]. Se crea una falsa sensación de camaradería con desconocidos ... Para mí la idea del milenio es tan abrumadora que me pone catatónico". Wiley pasará año nuevo en Las Vegas, sí; pero en su caso será una experiencia tranquila entre las cuatro paredes de su hogar.

Y no será el único. A principios de año e incluso antes, analistas y empresarios predijeron que mucha gente pasaría la Nochevieja en grandes fiestas, gastando dinero como si fuera su última noche en la Tierra. Se decía que la gente iba a viajar a lugares exóticos, despilfarrar billetes y abarrotar los lugares más elegantes y populares. (En 1992, un artículo de TIME advertía que, "Podría hacer falta realizar la reserva ya"). Pero algo extraño ha pasado con la llegada del fin de siglo: muchos de nosotros preferimos evitar grandes festejos. Según una encuesta realizada por Yankelovich Partners para TIME y CNN, el 72 por ciento de los estadounidenses no planea hacer "nada especial" para la Nochevieja, un 9 por ciento más de los que respondieron así en enero. Ahora apenas el 21 por ciento dice que planea salir de sus hogares para celebrar. En cambio, muchos van a arrellanarse en sus casas y celebrar en reuniones tranquilas junto a familiares y amigos, como Diane Pollock, de San Rafael, California. A ella y a su esposo, Harold Goldberg, no les faltan invitaciones a fiestas, pero decidieron quedarse en su hogar con su hija Sarah, de dos años, para que en el futuro no vaya diciendo que pasó el milenio con una niñera. "Preferimos que diga que estuvo en una fiesta con papá y mamá", explica Pollock. A Pollock y a otros, la pregunta de "¿qué hiciste en la Nochevieja del 2000?" les hizo reflexionar sobre lo que más valoran. La importancia del momento los anonada pero los desenfrenos dionisíacos les resultan anodinos. Según Faith Popcorn, una analista de tendencias culturales muchos simplemente "optan por no ir a la gran fiesta". Incluso Bill Howard, vicepresidente de marketing de la Oficina de Convenciones y Turismo de Atlanta, dice que a pesar de las expectativas, "hay un espíritu más contemplativo que festivo". La necesidad de una pausa durante la Nochevieja es una reacción lógica ante el notable fenómeno de fines de este milenio: la promoción descarada e histérica. Durante los últimos años hemos visto incontables listas de los grandes momentos del milenio, un sinfín de retrospectivas y ediciones especiales de revistas. Incluso el efecto 2000, la presunta falla de las computadoras, empezó como un ominoso cataclismo y terminó siendo un chiste publicitario. Un aviso de Nike muestra a un hombre que sale a correr temprano en la mañana del primero de enero, mientras un apagón afecta a la ciudad, los cajeros automáticos escupen billetes, cunde el pánico entre la población y un misil errante pasa sobrevolando la escena. Por un lado, el transcurso de mil años es una idea pasmosa para mortales como nosotros, con una expectativa de vida de acaso 80 años; pero por el otro, la comercialización del momento resulta trivial. Sin duda, esta dicotomía explica por qué algunos marcarán la ocasión a pequeña escala y de manera personal, tomándose un respiro en este momento trascendental.

No se equivoque, la víspera de año nuevo será todo un espectáculo en lugares como Las Vegas, donde todavía puede, si así lo desea, ir a la fiesta del Hotel Casino Rio Suites y descorchar una botella de Madeira del año 1800 de la bodega de Thomas Jefferson por 2.050 dólares. O si desea, puede alquilar una Torre Eiffel en miniatura en el Hotel Paris para un grupo de 40 o 50 por apenas 200.000 dólares (el precio incluye chef, mayordomo, y suite para el anfitrión). Pero la gente no está tragando el anzuelo. La Oficina de Convenciones y Turismo de Las Vegas había esperado que, a estas alturas del año, sería imposible conseguir una reserva en un hotel de la ciudad para la Nochevieja.

Pero sucedió todo lo contrario: los hoteles han tenido que recortar sus desorbitadas tarifas en cientos de dólares. "No somos un caso único", señala el portavoz de la Oficina, Rob Powers. "Toda la industria del turismo siente la tendencia". Informes de todo el mundo confirman lo que dice Powers. Los alojamientos más elegantes en la estación de esquí de Aspen, Colorado, habitualmente venden todas las plazas para la semana del Año Nuevo a principios de noviembre, y este año aún tienen habitaciones disponibles. En las paradisíacas playas de Tailandia se vive el "anticlímax del milenio", según Imtiaz Muqbil, director del folleto informativo sobre el turismo Travel Impact Newswire. En Londres es posible que la reina Isabel y el príncipe Felipe se enfrenten a una sala medio vacía cuando inauguran la famosa Millennium Dome (Cúpula del milenio) para su gran espectáculo del Año Nuevo; y las seis suites anunciadas como la "ostentación del siglo" del Hotel Palace de Nueva York todavía están a su disposición, si lo desea, por 25.000 dólares cada una. Estas decepciones milenarias pueden explicarse por algunas razones económicas. Las predicciones de que la gente gastaría dinero descaradamente terminaron siendo eso: predicciones. Los organizadores no tenían precedentes para poner precios a un evento tan inédito. Apuntaron a la estratosfera y fallaron. Los hoteles exageraron sus precios y los propietarios de Miami y Nueva York pretendieron subalquilar sus casitas por números desorbitados, y como consecuencia han visto poca demanda hasta la fecha. El chef estrella británico Marco Pierre White fracasó en su intento de subastar en Sotheby's fiestas privadas en sus restaurantes. A pesar de que vivimos en un momento de gran prosperidad, el milenio está tan atestado de gente que ya nadie quiere ir.

Por supuesto, la Nochevieja es siempre una decepción, víctima de la obligación de ser la noche más alocada del año, y del consabido final tedioso de arrepentimientos y manchas de champán. ¿Vamos a tener, entonces, nada más que una desilusión a escala milenaria? No necesariamente. Los organizadores de fiestas y empresarios dicen que los clientes comenzarán a llenar los hoteles y los restaurantes en las próximas semanas, especialmente si los precios bajan lo suficiente. Pero un año nuevo con plazas libres es solo una desilusión desde el punto de vista comercial, lo que supone que uno puede medir el entusiasmo y el espíritu milenario por ganancias y taquillas, departamentos alquilados y suites lujosas ocupadas. En realidad, no es que la gente rechace la celebración de este acontecimiento, sino que quiere pasarlo de una manera que ellos mismos consideran especial. Por eso, muchos prefieren hacer planes tranquilos y cercanos a casa.

Por todo el país, y en el mundo entero, la gente encuentra tantos motivos para quedarse en casa como para salir. La mayoría de los motivos se pueden resumir en uno: otra gente. El paso del milenio, tanto como las preocupaciones que el 2000 parece traer
consigo, es un fenómeno creado por los seres humanos. La cuestión de cómo señalar este milenio es, en parte, una cuestión de fe: no tanto de fe religiosa, sino de fe en la humanidad. Hay que tener fe de que cientos de miles de personas puedan amontonarse en las calles de las metrópolis del mundo sin causar desastres. Hay que tener fe en que nuestros congéneres -motivados por sus propias creencias o por algún retorcido propósito personal- no busquen ponerle un punto final sangriento al milenio o precipitar el apocalipsis. Es la fe humana en lo más fundamental, en realidad: la fe en que el sol salga mañana en un mundo más o menos igual al que dejó hoy. Algunos no están tan seguros: por ejemplo, los miles de visitantes que a principios de mes recibió el "Preparedness Expo" (Exposición de la preparación) celebrado en Denver.

Allí aprendieron a cargar una cerbatana, a utilizar la pelusa de la secadora para comenzar un fuego, y a cocinar un huevo en un palito. Pero incluso los grupos de "supervivistas" (personas que se preparan para sobrevivir en todas las condiciones) que acudieron a la expo mostraban dudas de que el efecto 2000 ocasione el caos total el primero de enero. "No creo que el mundo se paralice por completo", dice el famoso especialista en supervivencia Bo Gritz. Pero en Paonia, Colorado, Joy MacNulty, de 69 años, prefiere no correr riesgos. No sólo cuenta con alimentos, agua, un horno de leña y un invernadero en su casa, también se ha convertido en la coordinadora voluntaria para el 2000 en su pueblo. MacNulty creó una despensa de emergencia por valor de 1.000 dólares en el centro comunitario pero, para tristeza suya, casi ningún vecino piensa que sea necesario prepararse. Para la gran noche, Joy va a ser anfitriona de una fiesta para 10 amigos, donde ella y sus huéspedes van a mirar la televisión ... y esperar: "Puede ser que probemos los aparatitos fotovoltaicos y usemos los inodoros portátiles". El miedo al efecto 2000 aún causa inquietud a quienes viajan al extranjero, especialmente en cuanto al nivel de preparación en algunos lugares de destino. El personal diplomático de Estados Unidos, por ejemplo, saldrá de ciertos países, incluyendo Rusia, antes de la Nochevieja. Un operador de turismo camboyano se queja de que el temor a "quedarse varado en un aeropuerto" es responsable de las muchas habitaciones disponibles en el Grand Hotel D'Ankor, un lujoso hotel cercano al templo de Angkor Wat (que, por su parte, dijo hace meses que estaba lleno). Las principales aerolíneas descartan rumores de peligros milenarios, aunque la mayoría está limitando los vuelos del 31 de diciembre y el 1 de enero por falta de demanda; la aerolínea Virgin Atlantic suspenderá todos sus vuelos durante 24 horas.

El efecto 2000 puede ser menos problemático que los locos del efecto 2000. Para alertar a la policía de potenciales actos terroristas, el FBI lanzó el Proyecto Meggido (de la palabra Armagedón, que en hebreo quiere decir la colina de Meggido). El informe Meggido busca sacar conclusiones de los atentados en Oklahoma, en 1995, y en distintas embajadas en Africa, más recientemente.

Advierte que el extremismo político, el milenarismo religioso y la paranoia del nuevo orden mundial pueden combinarse en un cóctel catastrófico, instigado por la histeria del efecto 2000, que está relacionado con la red informática mundial. En Israel, escenario de la revelación apocalíptica, los funcionarios están en alerta ante la llegada de cristianos que quieren precipitar el día del juicio con ataques o suicidios masivos; hasta ahora tres grupos han sido deportados o tienen prohibida la entrada al país. Para muchos, la fiesta del milenio será agotadora simplemente porque estarán trabajando.

No sólo mozos y músicos sino también policías -5000 para vigilar Times Square, Nueva York- médicos, banqueros, ingenieros, agentes del FBI y muchos otros trabajarán horas extra cuando llegue el 2000. Si usted es un profesional informático, es muy probable que deberá despedirse del año en su oficina. El equipo de respaldo técnico y los ingenieros de los servicios de asistencia de Microsoft, por ejemplo, no tienen vacaciones en diciembre ni en enero. Los desafortunados "microsiervos" podrán llevar sus familias a la oficina, donde habrá una fiestecilla con disc-jockeys. Y aunque los expertos de las compañías de tecnología aseguran haber solucionado los problemas más serios de sus productos, no serán los únicos en celebrar la llegada de año nuevo enfrente de sus pantallas.

"Hay gente que busca publicidad, y sabe que la van a obtener con un virus", dice Vincent Weafer, director del Centro de Investigaciones Antivirus Symantec en Santa Mónica, California, que funcionará a plena capacidad en vísperas del Año Nuevo. No es de extrañar que cada vez más gente prefiera esconderse. Louis Rittmaster de Fort Lauderdale, Florida, no es ningún extraño a los festejos con champán. Todos los años se traslada a su departamento de Nueva York para celebrar el descenso de la bola iluminada que marca el fin de cada año. Pero esta vez, el jubilado de 59 años ha optado por ir a Yogaville, Virginia, para un retiro silencioso de dos días. "Este año debía ser diferente", explica Rittmaster. "Iba a ser el retiro o nadar en el océano a medianoche". Introspección, contemplación... ¿de qué, precisamente?

La respuesta más obvia sería decir que es una oportunidad para reflexionar tranquilamente sobre esta noche estridente y exageradamente promocionada. Cuando David Feider, un ejecutivo de relaciones públicas de Minneapolis, Minnesota, piensa en este Año Nuevo, fantasea con ocultarse en un refugio junto al Lago Superior para "mirar a la luna y estar tan lejos del barullo como sea posible"; pero no lo hará por miedo a posibles disturbios provocados por el efecto 2000 o de los cuatro jinetes del apocalipsis, sino por escapar de la omnipresente ansiedad sobre la ocasión. "No me siento parte de ella", explica Feider. Aunque por el momento no tiene planes concretos, está pensando visitar Londres, donde el Hotel Four Seasons está subastando una escapada "antimilenio".

El ganador pasará la noche en una suite a prueba de ruidos, sin relojes ni calendarios, mirando filmes en blanco y negro y disfrutando de un menú de comida típica de antes de los años 50. La noche anacrónica encaja bien con el ánimo de los británicos, la mayoría de los cuales planean pasar la Nochevieja en casa, según una encuesta de 100.000 personas realizada por las tiendas Selfridge's. "Refleja el espíritu de los 90", dice la gerente de marketing de Selfridge's, Nicola Lloyd. "No hace falta perder la cabeza. La gente sólo quiere pasar una noche inolvidable en compañía de sus familiares y amigos". Para los organizadores de algunas de las bacanales más espectaculares, el 31 de diciembre de 1999 acaso haya llegado una década tarde. Hay suntuosas propuestas como la de una suite para dos personas para dos noches, que cuesta 306.426 dólares e incluye una fiesta para 10 con champán Dom Perignon, caviar beluga, y un Lamborghini Roadster. Este tipo de festejos tiene algo divertido y retro, un sabor a los años 80, pero a fines de los 90 el bienestar económico se caracteriza por un estilo bastante menos ostentoso, aunque se gaste lo mismo. En esta década, el magnate inmobiliario Donald Trump pasó de símbolo de la ostentación a reclamar con aires populistas que los ricos deben pagar más impuestos.

Mucha gente adinerada disfrutará de exquisitos medallones de langosta en opulentas pero íntimas celebraciones en casa. Esta tendencia ha motivado un auge de los servicios de banquetes a domicilio como Ridgewell's en Washington. "Las vísperas del Año Nuevo no suelen ser un buen día para negocios como el nuestro, porque la gente suele ir a hoteles y restaurantes", explica Susan Lacz, propietaria. "Pero este año tenemos muchas más reservas para fiestas pequeñas y elegantes en domicilios particulares". Cuando el organizador de eventos Mark Baker ideó la fiesta Millenni-Om en Bali, concibió una reunión para jóvenes famosos a la que confirmaron su presencia celebridades como Sean Penn, la banda Oasis, Johnny Depp y KateMoss.

Pero los 700 boletos (a 500 dólares cada uno) no se vendieron bien, y los organizadores dieron un golpe de timón. "Ahora lo promovemos como un viaje para la gente que quiere un año nuevo espiritual y familiar", declara la coordinadora Karina Suwandi. Como tantos otros aspectos de este enigmático fin de milenio, seductor y siniestro como una bomba envuelta en lujoso papel de regalo, las dimensiones y el alcance de las fiestas mundiales no se revelarán hasta el último minuto.

Queda bastante tiempo para que la resistencia contra la resistencia al milenio comience a cobrar forma. A medida que se acerque el día crecerá la presión para hacer algo grandioso y extravagante. Pero si el número de personas que pasan el momento tranquilamente, brindando con su familia y amigos junto al hogar o la televisión, es mayor del esperado, ¿significará que hemos evolucionado, que hemos adoptado una vida sencilla para un nuevo milenio marcado por la hermandad? Lo más probable es que en enero volvamos a la compraventa de acciones, a trabajar horas extra y a comprar equipos de vídeo digital en liquidaciones de post-temporada tras tomar un descanso entre el milenio turbulento que se fue y el incierto que se avecina. Después de toda la histeria desatada por las posibles consecuencias del efecto 2000, de predicciones apocalípticas, análisis históricos condensados y ansiedad por las fiestas, seremos afortunados si este Año Nuevo nos resulta tan aburrido como todos los demás. -Informes de Nancy Harbert/Albuquerque, David S. Jackson/Los Angeles, Elaine Marshall/Las Vegas, Mark Shuman/Chicago y Jake Sullivan/Londres, con otras oficinas.


¿Qué tipo de planes tiene usted para la Nochevieja del 2000: algo más
especial que lo normal, menos especial, o lo de siempre?
19% Más especial
8% Menos especial
72% Lo de siempre
1% No sé

¿Aproximadamente, cuánto dinero gastará esta Nochevieja? (dólares)
32% 1 a 50
29% 51 a 300
8% Más de 300
18% Nada13% No sé

¿Con quién va a celebrar la Nochevieja este año?
68% Con amigos y familia
19% Con la pareja
9% Con nadie
4% No sé

Cuando el reloj llegue a la medianoche, ¿estará despierto o dormido?
82% Despierto
15% Dormido
3% No sé