Loretta Napoleoni
Yihad. Cómo se financia el terrorismo en la nueva economía.
Urano. Colección Tendencias
Barcelona 2003
www.edicionesurano.com
pp.198 ss
[luego de la caida de la URSS]
(...) empresas de alto riesgo de los mercados emergentes».
Estados Unidos tuvo durante toda una década una afluencia masiva de capital. Desde 1990 hasta 1996, por ejemplo, la adquisición neta de títulos y valores por parte de extranjeros aumento hasta los 150.000 millones, frente a los 29.000 millones del año 1990. A lo largo de esa misma década, el índice compuesto del Nasdaq tuvo un ascenso espectacular, pues pasó de 500 a más de 5.000 puntos. El índice Nasdaq de empresas de telecomunicaciones siguió el mismo ritmo. «Los inversores extranjeros volcaron mucho dinero en Estados Unidos -explicaba un antiguo corredor de bolsa del Nasdaq-. Esas masivas afluencias alimentaron poco a poco la revolución de las puntocom.» Este fenómeno dio lugar a una nueva industria en el corazón mismo del capitalismo occidental y conllevó una redistribución de la riqueza que favorecía a los empresarios de Internet.
Con la excepción de un reducido número de economías en transición, las inversiones extranjeras rehuían la antigua Unión Soviética. «Occidente ha derribado el Imperio del Mal -explicaba un antiguo banquero europeo- y ha abandonado el lugar mientras aún caían los escombros.» Ni siquiera las repúblicas de Asia central, ricas en petróleo, atrajeron a los inversores occidentales. «Las pocas compañías petrolíferas que se atrevieron a invertir salieron escarmentadas -afirmaba un analista de temas petrolíferos del Reino Unido-, como BP en Rusia.»
Paradójicamente, la corrupción dominante demostró ser una barrera más eficaz para el capitalismo que el antiguo Telón de Acero. Los diplomáticos occidentales confirman que aún hoy en día las economías de Asia central son demasiado propensas al soborno, a las formalidades burocráticas, a la estrangulación del mercado y a las interferencias de presidentes dictatoriales y de sus entornos para atraer el capital extranjero. Durante casi toda una década, los líderes tiránicos de las repúblicas han bloqueado cualquier posible forma de desregulación y de modernización. En Uzbekistán, por ejemplo, la administración del presidente Karimov todavía controla muchos precios, incluido el del algodón, el producto de exportación indudablemente más rentable de ese país. El cambio de divisas está
racionado y restringido a los negocios, y los empresarios locales se limitan al trueque de productos. El capitalismo occidental es poco proclive a aventurarse en contextos económicos cargados de reminiscencias del servilismo medieval. Según el parecer de un embajador europeo, en Dushanbe, capital de Tayikistan, los funcionarios todavía ejercen su derecho de obligar a las empresas a proporcionarles servicios particulares gratis, como en la época en que los señores feudales obtenían de sus vasallos un trabajo que no les remuneraban. «Ante este panorama, a nadie le apetece arriesgarse a financiar un proyecto» -admitió un ejecutivo de un banco de inversiones europeo.
Como era de esperar, la inversión de los bancos occidentales en los países pobres ha seguido los mismos criterios económicos que se aplican a la inversion directa extranjera. En Occidente, la liberalizacion de los mercados financieros, sumada al crecimiento del comercio, facilitó una expansión bancaria sin precedentes. Las fusiones y las absorciones entre bancos de paises fronterizos aumentaron: pasaron de 320 en la década de 1980 a, aproximadamente, 2.000 en la década de 1990, con una posterior aceleración registrada entre 1992 y 2000. Una vez más, los grandes beneficiarios de estas políticas expansionistas fueron los países de renta media de América Latina [México y Brasil], este asiatico [China] y Europa del Este. En contraste, África, Asia central, el Cáucaso y una parte de los Balcanes quedaron al margen. Desde 1989 hasta 2002 el PIB por cápita de la antigua Yugoslavia descendió un 48 por ciento; en Bosnia-Herzegovina, un 26 por ciento; en Croacia, un 13 por ciento, y en Macedonia, un 23 por ciento. Las únicas organizaciones que mostraron cierto interés por estas regiones fueron los bancos turcos, iraníes y arabes, es decir, los bancos islámicos. A diferencia de sus equivalentes occidentales, las instituciones financieras islámicas pronto estuvieron dispuestas a acudir en rescate de los antiguos regímenes comunistas que carecian de liquido, los cuales, privados del apoyo monetario de Moscú, establecieron rápidamente vínculos de dependencia con las finanzas islamicas. Como iremos viendo en los capítulos siguientes, este proceso abonó el terreno para que se produjera una cooperación económica panislámica entre la banca islámica y los Estados embrión. Por lo tanto, mientras la desregulación de la banca alimentaba la expansión de los bancos occidentales en América Latina y en el este de Asia, la desintegración de la Unión Soviética facilitó la penetración de la banca islámíca en África, Asia central, el Cáucaso y los Balcanes.
Aislados y marginados por los países occidentales, que nunca hubieran permitido que las instituciones financieras islámicas manejaran amplios sectores de la riqueza árabe por miedo a una retirada masiva de capitales los bancos islámicos, hasta ese momento, sólo habían llevado a cabo operaciones internacionales menores. Ninguno de ellos había aspirado jamás a convertirse en uno de los principales bancos del mundo. «El conjunto de la riqueza saudí y árabe siempre ha estado dirigida por los bancos europeos y norteamericanos», reveló un banquero británico. Ahora bien, la caída del sistema soviético ofreció al mundo de las finanzas islámico una gran oportunidad de expansión como la que no había tenido desde su renacimiento en el año 1976. "Se sirvieron de las finanzas para colonizar las naciones pobres en las que vivían musulmanes -explica un antiguo banquero de Oriente Próximo-. El apoyo material a la población musulmana más necesitada fue el modo de imponer los principios fundamentalistas a la sociedad islámica". Arabia Saudí, por ejemplo, empleó sus ingentes recursos financieros para propagar el islamismo wahabí. Siguiendo los pasos del BCCI (Banco de Crédito y Comercio Internacional), los bancos islámicos supieron ocupar el vacío monetario generado por la caída de Moscú y el desinterés de Washington.
El final de la Guerra Fría dio paso a nuevas oportunidades para los negocios. Eliminó los últimos obstáculos políticos para lograr la desregulación económica promovida por el monetarismo de Reagan y Thatcher y amplió al máximo los horizontes de las finanzas. Sin fronteras «de contención», los bancos occidentales e islámicos se desplegaron libremente por todo el mundo. Desde un punto de vista nacional, los bancos islámicos funcionaron excepcionalmente bien proporcionando instrumentos monetarios y fórmulas para el comercio informal y la economía sumergida. Desde un punto de vista internacional, siguieron una política de colonización financiera agresiva, sobre todo en los países musulmanes que se hallaban al borde del caos económico, donde procuraron mantener una base monetaria sobre la que la economía pudiera funcionar.
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