miércoles, 31 de diciembre de 2025

Cap.10. Un antiguo curso de Sociología

Poder y conflicto 

"Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que suceda."
(J.L.Borges. "El milagro secreto")

"Recordad que estamos luchando por el honor de esa mujer, lo que probablemente es más de lo que ella hizo jamas." 
Groucho Marx)

"Cínico: adj. Canalla que ve, erróneamente, las cosas como son." 
(A. Bierce)

 

Entramos en uno de los grandes temas de la sociología. Insisto que no es sólo de la sociología. Cualquier ciencia de lo humano puede tratarlo, y es posible que la "politología" se considere con más méritos para hacerlo. Pero estas cuestiones de "fronteras" entre ciencias francamente son obsoletas. A pesar de todo, si os tomais el trabajo de releer el comienzo del párrafo vereis que yo no practico lo que predico (al decir que es un gran tema "de la sociología").

En realidad muchas veces pensamos a "varios niveles" y todo el pensamiento tiene que converger en el embudo del lenguaje con sus restricciones implícitas: hay que decir sólo una cosa por vez y las matizaciones tienen que ser pocas, a menos que se hable de una manera tan confusa que haga la comunicación inaccesible.

Esta es la ley de hierro de la comunicación: si quiero claridad, tendré que sacrificar matices, aclaraciones y subaclaraciones.

El lenguaje no sólo constriñe nuestra expresión además influye en el pensamiento. No es verdad que no pueda existir pensamiento sin lenguaje, pero sí es verdad que no puede existir pensamiento científico sin lenguaje adecuado. La opción de la "claridad" es, también, una opción ideológica (entendida esta última palabra en el sentido más general, como "filosofía o marco de referencia"). Y como tal es una opción que tiene su coste y un riesgo permanente: la simplificación excesiva.

Reuniendo ideas: el tema "poder y conflicto" si bien no es estrictamente sociológico es el que más ha preocupado a los sociólogos. Prácticamente no existe un solo colega que no se haya quedado "pegado" a él. Y si no ha sentido su atracción... es muy probable que haya errado en su elección profesional.

¡Ah el poder! ¡Bendito tu seas entre todas las virtudes! o vicios, quizá. 

La gente lo busca por todos los medios: incrementando su saber, o su dinero; o buscándolo por medio de las buenas acciones, la fraternidad (o si la situación lo requiere, el sadismo). Nadie puede decir que no le interesa el poder, a menos que lo tenga tan seguro que puede arriesgarse a despreciarlo.

Algo debe tener de "sucio" para que muchas personas lo busquen de costado. Sobre todo en España donde la mayoría proclama que no lo quiere mientras lo busca desperadamente. Somos un pueblo hipócrita en este sentido. Nos burlamos de las grandes potencias (EEUU se lleva la palma) mientras envidiamos todas las manifestaciones de su poder.

Si hay algo que puede llevar a descreer del género humano es el análisis del poder. Pero, por suerte, existe una enfoque diferente, menos culpabilizador, que es el científico. No se trata de condenar a nadie, sino de comprender lo que sucede, por qué sucede, y cómo se mantiene. De eso hablaremos en las próximas líneas.

 

El poder ha sido definido sociológicamente como "la capacidad de hacer lo que se desea, aunque los demás se opongan". El poder es entonces la posibilidad de imponerse en una comunidad. Sea ésta amplia o reducida a la mínima expresión de una familia... o una pareja. 

El poder político es el que permite controlar o intervenir significativamente en el control del Estado. El poder económico es aquel que hace lo mismo en las organizaciones económicas y en general cualquier clase de poder representa la posibilidad de imponer los criterios propios (valores, ideas, pautas, propuestas, productos) a la hora de controlar un sector de la actividad humana sea en su organización o en la distribución de beneficios.

La estratificación social resulta de la división de la sociedad en capas o estratos conforme a desigualdades que siempre, en última instancia, tienen que ver con el poder. Estas desigualdades pueden ser sancionadas legal o religiosamente (como la esclavitud, las castas de la India, o los "estados" medievales) o no ser reconocidas oficialmente, como el caso de las "clases" que muchos afirman que no existen... pero a veces da la impresión que sí, que algo de eso ondula bajo la manta de los discursos oficiales.

Las clases sociales surgen de las desigualdades en la posesión y control de los recursos materiales. No tienen confirmación ni legal ni religiosa. Son "invisibles" para el sistema jurídico ("todos somos iguales ante la ley"), en cambio sociológicamente reaparecen cuando se analiza, en su dinamismo, en su historia, cualquier proceso político o social de envergadura.

Del concepto de clase surge el de movilidad social, entendida como la posibilidad, para el individuo, de desplazarse hacia arriba en la pirámide social, o hacia abajo. El concepto de pobreza es económico (en tanto se funda en variables cuantitativas como "ingresos", "gastos", etc), en cambio el de clase social tiende a abrirse en abanico incluyendo todo lo que hace un individuo. Una clase social no sólo tiene sino que tambien vive, piensa, siente y se divierte de diferente manera. Los estudios sociológicos intentan encontrar criterios que sean "reales". Por "reales" se entiende que describan grupos existentes en la sociedad, y que por tanto se pueda predecir su conducta en situaciones ya conocidas.

 

Sociológicamente el poder en si no es ni malo ni bueno; es un elemento fundamental de la interacción social que puede ser utilizado para fines constructivos o para fines exclusivamente egoístas. Las sociedades no pueden sobrevivir sin alguna clase de control, ergo el poder es un elemento necesario de cualquier relación estable.

El poder se puede ejercer en dos planos: el "interpersonal", en las relaciones "cara-a-cara"; y el "social" cuando son situaciones de mayor envergadura que afectan a mucha gente. Habitualmente no se habla ya de poder social sino de poder político

Un concepto contigüo al de poder es el de prestigio, entendido como "la aprobación que provoca el desempeño de un individuo o una colectividad en el medio donde se desenvuelve". El prestigio no es lo mismo que el poder, pero si tiene una marcada relación ya que no existe poder sin prestigio, ni prestigio que no de (de alguna manera, a veces sutil) cierto poder.

Lo que pasa es esta altura de la investigación sociológica se debe refinar el concepto de *poder. Ya no se trata sólo de la capacidad de imponer la voluntad, sino de: la capacidad de "influir" en el medio humano circundante.

Y ésta definición de poder, más general, y menos fuerte es la que me parece más apropiada para los estudios de la materia.

Otro concepto que entra en todos los estudios sobre *el poder es el de elite: "Grupo minoritario que influye o controla actividades que se realizan en sociedad". Una elite es la crema de la leche. Incluso dentro de un grupo, camarilla o clase social que ejerce el poder en una comunidad más amplia hay siempre un subgrupo privilegiado que es la *élite. El poder se irradia en forma concéntrica; aunque vale, como recurso, imaginarlo como una "cristalización" progresiva que va desde fuera hacia dentro.

Este último punto de vista no es inútil. En una gran revolución social al principio el poder, incluso dentro del sector vencedor, está muy repartido. Al cabo de un tiempo el proceso de "cristalización" va operando silenciosamente y los mismos ganadores van entregando su cuota de poder a grupos más reducidos para terminar en una sola persona. ¿Por qué el poder no se mantiene en la comunidad y se va retirando poco a poco en favor de minorías a cada tramo más restringidas?

Este es un tema que haría la boca agua a cualquier sociólogo (con vocación, insisto): ¿Por qué el poder es tan inestable que no mantiene una distribución uniforme y tiende a coagularse en beneficio de unos pocos?

Existen distintas teorías sociológicas, ninguna concluyente (sino habría desalojado a las demás), pero la cuestión debería ser objeto no sólo de elaboración teórica sino, además, de experimentación práctica. Se juegan mucho las sociedades altamente desarrolladas al concentrar el poder en pocas manos. Es grande el riesgo para mirar el proceso ingenuamente, pensando que basta con cierta conciencia difusa colectiva y una experiencia histórica general (que sólo aprovecha a quien la estudia a fondo) para prevenir la concentración y su uso egoísta.

Cuanto más organizada está una sociedad, cuánto más eficaz y racional sean sus estructuras... más daño puede hacer el poder sin controles sociales. Ésta es una experiencia histórica que se repite hasta el hartazgo. Una sociedad de gran impulso científico y tecnológico como la nuestra... necesita urgentemente estructuras políticas transparentes que permitan controlar el inevitable proceso de creación de elites gobernantes y concentración del poder político, económico y cultural. 

Y aquí tenemos el segundo tema de esta clase... servido: ¡el conflicto!

Ya, en otra clase, se anotó que el *conflicto aparece cuando existen "fuerzas en una situación donde sólo puede ganar una de las partes". Cualquiera que hojee los diccionarios y manuales de sociología se encontrará con que se habla mucho de los "conflictos" pero muy poco del conflicto como concepto. 

Edward De Bono (en su libro "Conflictos") incluye la siguiente definición: 

"Es un choque de intereses, valores, acciones o direcciones. El conflicto se refiere a la existencia de de este enfrentamiento. La palabra conflicto se puede aplicar desde el momento en que este choque tiene lugar. Incluso cuando decimos que hay un conflicto potencial, esto implica que ya hay un conflicto de dirección, aunque el choque aún no se haya producido".

El mismo autor inventa, alrededor del término, dos nuevas palabras: "conflicción" y "desconflicción". Invito a detenernos un momento en lo que significan:

Conflicción:

El proceso de establecer, fomentar, fortalecer o diseñar el conflicto. El esfuerzo deliberado de crear el conflicto.

Desconflicción:

Lo contrario. El esfuerzo requerido para alejar o disipar el conflicto; para evaporarlo. Significa la demolición del conflicto.

En sociología el tema levanta polvareda. Los marxistas se distinguen por su particular incapié en la presencia del conflicto en las relaciones sociales. Hasta tal punto que han sido acusados de "conflicción", en el sentido de intentar crear más conflictos de los ya existentes. Esta acusación no es caprichosa, se puede adivinar en estos autores una búsqueda metódica, casi obsesiva, de cualquier clase de conflicto en los temas que abordan; pero por contra la sociología actual (excepto unos pocos autores) tiende a huir del tema como del diablo. O peor aún, circunscribirlo a los pequeños grupos; convirtiéndolo, con ayuda del instrumental psicológico, en un problema de choque de personalidades y no de intereses o clases sociales.

El intento de mayor envergadura, en la sociología, de sistematizar la teoría del conflicto se debe a Karl Marx. La base del conflicto social se encuentra en las relaciones de producción que determinan la aparición de clases sociales con intereses antagónicos. Todas las instituciones sociales son maneras de resolver ese conflicto básico favoreciendo a la clase dominante. Para encubrir ese "dominio" se enmascaran en el interés general y en conceptos abstractos de justicia; pero todo eso no puede ocultar, a los ojos del investigador, la sistemática política en favor del estado de cosas actual, el dominio que una clase social ejerce sobre la otra. 

Marx y los estudiosos que posteriormente siguieron sus huellas, nunca definieron con claridad las clases sociales (más allá de algunas clasificaciones que sólo se aplicaban a sociedades históricas) y la teoría del conflicto social sufrió todas las consecuencias de convertirse en la bandera de un movimiento político. Dejó de ser un instrumento de investigación para convertirse en un slogan, tan motivador cuanto más elemental y falso resultaba. 

En realidad la liquidación del marxismo político ha dejado al desnudo la pobreza teórica de las mismas investigaciones marxistas... que nunca fueron capaces de prever esa debacle. Tantos años anunciando la liquidación del capitalismo y no veían que la propia se acercaba a velocidad de tren expreso. Bien pueden decir los antiguos creyentes: "Nos han llevado de victoria en victoria, hasta la derrota final..."

Otros autores, no marxistas, intentaron rescatar la teoría del conflicto, como R. Dahrendorf, L. Coser, D.Lockwood, M Gluckman, K. Manheim y C. Wright Mills de las manos del activismo político y sectario (del último recomiendo sus "consejos al investigador" novato que se encuentran en Casi Nada y en DDT). Las ideas elaboradas por ellos son interesantes y, lamentablemente, escapan fuera de los límites de esta introducción; pero en general tienen como base la consideración que el conflicto es una realidad que existe en las sociedades, en todas, y que el problema no consiste en su eliminación (totalmente utópica) sino en encontrar formas democráticas de regulación.

Los problemas, luego de la caída del comunismo no sólo no se han reducido sino que se han incrementado. La sociedad globalizada, (que no es otra cosa que el mercado mundial con trabas mínimas) plantea el crepúsculo de las soberanías nacionales; cosa que personalmente no me da mucha pena... pero lo peligroso es que con ese declive también se reduce el poder de los parlamentos. En pocas palabras, la soberanía popular, la capacidad de controlar al poder... se reduce igualmente. 

Se está produciendo un trasvasamiento del poder estatal al poder de las grandes organizaciones (no necesariamente comerciales, aunque sí con poder económico y tecnológico) que ocupan nuevos espacios de carácter internacional. Este poder no es ni democrático ni está controlado por ningún organismo electivo. Es tan autocrático como lo eran los  príncipes renacentistas. Y me temo que ya se deben estar haciendo ediciones especiales, anotadas y puestas al dia, de Maquiavelo, y sus consejos, para los nuevos presidentes de las megaempresas actuales.

Algo de esto puede adivinarse en el artículo que pongo a continuación. Es un poco largo, sí, pero creo que conviene tomarse el trabajo de leerlo y pensarlo. Contiene las reflexiones actuales de un sociólogo que ha escrito mucho sobre el conflicto. El tema que hoy nos ocupa:

EL PAIS DIGITAL 

Miércoles 

2 febrero 2000 - Nº 1370

Después de la democracia, ¿qué? 

RALF DAHRENDORF 

Fue un momento dulce cuando pareció que la democracia y la economía de mercado habían ganado por fin el gran debate. Algunos espíritus impacientes llegaron incluso a afirmar que había llegado el fin de la historia. El futuro no era más que el tiempo para deshinibirse y disfrutar del botín de la victoria. Pero desgraciadamente, esos entusiasmos nunca duran. Una década después de la revolución de 1989, nadie hablaría del fin de la historia, y pocos afirmarían que ahora nadie cuestiona la democracia y la economía de mercado. En lo que a la democracia respecta, parece que sucede lo contrario, y que es posible plantear la siguiente pregunta: ¿tiene algún futuro la democracia?

 

Aclaremos primero los términos. El principio más general de la democracia es la posibilidad de cesar sin violencia a aquellos que están en el poder cuando el talante y las preferencias de la población han cambiado. Hay varias formas de alcanzar este fin, pero el método clásico es el del gobierno representativo, es decir, el de que el gobierno esté obligado a rendir cuentas ante los parlamentos elegidos. También es el método más sometido a presiones a comienzos del siglo XXI. De hecho, no es demasiado exagerado decir que la democracia parlamentaria tal y como la conocemos está en las últimas.

 

Ésta es una afirmación drástica, pero se pueden señalar varias tendencias que la respaldan. Una es el regreso a muchos tipos de fundamentalismo, especialmente los que plantean la homogeneidad étnica. Entre otras cosas, la democracia fue una forma de permitir que individuos de diferentes credos y razas conviviesen como ciudadanos; pero hoy en día parece que a los demagogos les resulta excesivamente fácil movilizar una oposición, a menudo violenta, a dicha diversidad. Otra tendencia es el retorno, en la práctica aunque no en la teoría, del gobierno autoritario. Ello se debe a la complejidad de las cuestiones planteadas, pero también a la curiosa combinación de llamamientos populistas por parte de los líderes y apatía por parte del pueblo.

 

En este artículo quiero centrarme en un tercer desafío para la democracia parlamentaria, el declive del Estado nacional. Se podría afirmar que la democracia ha crecido con el Estado nacional y declinará con él. Es posible que se exagere la pérdida de importancia del Estado nacional. Hay importantes áreas de la política -como el empleo y la educación, la redistribución y la política social- que siguen siendo nacionales, pero otras áreas de gobierno trascienden cada vez más los espacios políticos nacionales, especialmente dos.

 

Una es el ámbito de la actividad económica. Partes de dicho ámbito se albergan en organizaciones internacionales ya desde el final de la II Guerra Mundial, es el caso de lo que hoy es la Organización Mundial del Comercio o las denominadas instituciones de Bretton Woods en los ámbitos monetario y de la ayuda económica, a los cuales se ha añadido el G-7 y otros mecanismos para establecer la pauta de la política económica. Otras partes del ámbito económico simplemente se han desmoronado bajo la influencia de las nuevas fuerzas productivas de la globalización. Hoy en día, muchas transacciones financieras tienen lugar sin ningún marco de control digno de mención. Es dudoso que tener ministros de comercio electrónico (como tiene Gran Bretaña) pueda lograr que el control vuelva al ámbito nacional. Han surgido nuevos espacios de acción económica que son ciertamente internacionales, aunque no necesariamente mundiales. Si los Estados nacionales intentan controlarlos, es muy probable que, más que promover, destruyan sus oportunidades de crecimiento y prosperidad.

 

El otro área que ha abierto nuevos espacios va directamente al fondo de las funciones básicas de gobierno: es la seguridad interior y exterior. De nuevo, el periodo de posguerra estableció la pauta respecto a la seguridad exterior. Pocos invocan ahora cuestiones de soberanía en lo que a la OTAN se refiere, ¿pero quién tomó exactamente la decisión de llevar la guerra de Kosovo de la manera en que se llevó? Y si a los ciudadanos no les gustó la guerra, ¿a qué gobierno deberían atacar, por no decir destituir, para expresar sus sentimientos? ¿Al Consejo de la OTAN? ¿O quizá al gobierno de Estados Unidos, confirmando así el sarcasmo de que, dado el poder de Estados Unidos sobre el resto del mundo, el resto del mundo debería tener derecho a voto en las elecciones presidenciales estadounidenses? Más recientemente, la seguridad interior -lo que en Europa se denomina ahora cartera de Justicia e Interior- se ha convertido en materia de acción internacional conjunta, que abarca desde el intercambio de información para cooperación policial hasta la creación de nuevas instituciones judiciales internacionales. Una vez más, la naturaleza de las cuestiones ha dejado atrás el espacio político del Estado nacional. Los países pueden negarse a unirse a los organismos policiales internaciones, pero si lo hacen lo pagan caro precisamente en la seguridad que quieren proporcionar a sus ciudadanos.

 

Esto nos lleva al fondo de la cuestión: ¿Qué le pasa a la democracia cuando los asuntos y las decisiones emigran desde el Estado nacional a espacios políticos para los que no disponemos de instituciones adecuadas? En los estrictos términos de nuestra definición, la respuesta tiene que ser por fuerza: la democracia se ve menoscabada. Es difícil incluso identificar qué "gobiernos" son responsables de determinadas decisiones en el campo de la economía o la seguridad, e imposible destituirlos por medios constitucionales. No hay un ámbito público real en el que se pueda mantener un debate estructurado sobre las actuaciones en cuestión. La comunidad de ciudadanos no existe como comunidad. Así, internacionalización significa invariablemente, y al parecer inevitablemente, pérdida de democracia. Lo que no se puede hacer en el seno de los Estados nacionales deja de tener que rendir cuentas ante los ciudadanos con derecho a voto que se mueven en el marco de una constitución de libertad. La democracia vive y muere con el Estado nacional.

 

Estas son declaraciones drásticas y quizá indebidamente dogmáticas. Entre todo tipo de objeciones es lógico que surja una pregunta en la mente de los ciudadanos de la UE: ¿Qué hay de la Unión Europea? ¿No es en potencia, y cada vez más en realidad, un ejemplo de democracia más allá del Estado nacional? No lo sé. A veces se dice de broma que mientras la Unión Europea exige a sus nuevos miembros instituciones democráticas para ingresar, ella no sería admitida si lo solicitase. Las instituciones clave, la Comisión y el Consejo, son claramente no democráticas, y el Parlamento Europeo no sólo adolece de poderes muy limitados, sino sobre todo del hecho de que no hay un demos del que pueda obtener legitimidad. Es un parlamento que no sólo carece de dientes, sino también de un cuerpo coherente de calidad representativa.

 

De hecho, no hay señales de ninguna democracia digna de ese nombre fuera del Estado nacional. Al mismo tiempo, las decisiones tomadas en espacios más amplios no se pueden dejar suspendidas en el aire o en manos de directivos que no tengan que rendir cuentas. A no ser que establezcamos métodos para responder de las decisiones internacionales, sucumbiremos a un nuevo despotismo de tiranos impersonales, pero no por ello menos eficaces. La libertad exige que el principio que subyace tras las instituciones democráticas -responsabilidad en interés de los ciudadanos libres- se aplique al menos al nuevo mundo de las decisiones mundiales. La cuestión es cómo se puede conseguir esto si la democracia parlamentaria no es la respuesta.

 

Por suerte hay respuestas, por muy provisionales que puedan ser en este momento. Una es tan antigua como la propia democracia: el imperio de la ley. Allí donde la democracia fracasa, disponemos todavía de leyes para pedir cuentas a aquellos que están en el poder si no cumplen con ciertas normas acordadas. Es necesario desarrollar un sistema de derecho en la esfera internacional. Afortunadamente ya hay albores. Tenemos la Carta de las Naciones Unidas y la Comisión que ella estableció. Tenemos el Tribunal de La Haya, que ahora dispone de jurisdicción sobre los criminales de guerra. Se está creando una práctica internacional, inspirada en buena medida en el destino del general Pinochet, que extiende la conciencia de las normas y un cierto miedo entre los que tienen algo que temer de ellas. Crece el número de países que ratifican el estatuto para establecer un Tribunal Penal Internacional.

 

Un área igualmente difícil e incluso menos desarrollada es la de las normas que rigen las relaciones económicas internacionales y, más en concreto, las transacciones financieras. Éste es un tema delicado. Por un lado, no tiene sentido destruir nuevas fuerzas productivas por un exceso de control, pero, por otro, hoy es ampliamente aceptado que las propias instituciones financieras necesitan protección frente al abuso.

 

Un aspecto del control en esta y otras cuestiones es la auditoría. El Consejo de Auditores de la Unión Europea es al menos tan eficaz como el Parlamento. Los auditores son en cierto sentido contra expertos. Su función es que los expertos en el poder no los engañen, pero a no ser que compartan sus conocimientos no pueden ejercer su tarea de control. Esto dista enormemente del viejo sueño de la democracia y del hombre corriente, cuyo sentido común es perfectamente capaz de juzgar cuestiones de interés público. Pero cuando llegamos a temas y decisiones más allá del Estado nacional, el sentido común se vuelve cada vez menos eficaz. Los ciudadanos deben confiar en los auditores, en controladores preparados, incluso en controladores profesionales, con todas las ambigüedades y tentaciones que implica su cargo.

 

En este contexto es necesario mencionar otro elemento más: la creación de una opinión pública mundial o, más modestamente, de un ámbito público transnacional como medio de exponer la mala conducta. La publicación de la información es el primer y crucial requisito. Esto se ha vuelto bastante eficaz, en buena parte porque Internet podría acabar teniendo una función "democrática": en principio permite a todos acceder a información importante, y debe de haber una elevada probabilidad de que entre tantos haya alguien que sepa qué hacer al respecto. Una organización como Transparencia Internacional se propone utilizar dicha información para luchar contra la corrupción. La opinión pública transnacional está desestructurada y carece de instituciones para expresar su punto de vista; sin embargo, es real y puede afectar a las perspectivas de quienes están en el poder. Los periódicos no serán los únicos que accedan a la información disponible, sino también los accionistas, los políticos de todos los ámbitos, y los miembros de organizaciones no gubernamentales. Lo que no se mantiene en secreto es por la misma razón parte de un difuso espacio mundial, y mantener algo en secreto es cada vez más difícil.

 

Por tanto, no todo está perdido. Pero ese gran logro de la civilización, la democracia parlamentaria, ha perdido buena parte de su fuerza. Tenemos que recordarnos su principio, la responsabilidad de los gobiernos, y usar la imaginación para crear instituciones adecuadas para el siglo XXI.

Confieso que el artículo me parecía un poco largo para incluirlo en esta clase; así que me decidí a reducirlo sustancialmente. Sin embargo, al releerlo varias veces cada vez que quería suprimir un párrafo dudaba porque me parecía importante el concepto. Al final he optado por dejarlo tal cual. Todos los problemas que se abordan son acuciantes y aunque resulte algo pesado leerlos (y tratar de entenderlos) no hay posibilidad de comprender el mundo en que vivimos sino se obliga a trabajar a fondo a nuestras neuronas. Comprendo perfectamente el impulso a la huida cuando nos enfrentamos con un texto duro... pero estas cuestiones implican no sólo nuestro futuro sino también el de nuestros hijos. Si hacemos interminables cálculos para comprar una casa ¿no deberíamos realizar el mismo esfuerzo para captar lo esencial de los problemas actuales?

Entre estas cuestiones se encuentra el control, por parte de órganos democráticos (aquellos donde se puede expresar el pueblo) de las grandes organizaciones jerarquizadas (como las empresariales) con su inmenso poder. La cuestión se debate en diferentes ámbitos y es objeto de preocupación generalizada. Veo, por ejemplo, en un artículo publicado recientemente en Claves, que alude a lo mismo:

"Resulta, por tanto, necesario establecer una regulación y un control efectivos sobre las grandes corporaciones bancarias, financieras, industriales, etcétera, de carácter transnacional. Ello supone, obviamente, un desafío en toda regla a las bases estructurales en las que se sustenta la actual economía mundial a la situación de desigualdad y pobreza en la que se halla sumido la inmensa mayoría del mundo. De igual modo, es imprescindible desarrollar la solidez y la efectividad de las asociaciones ciudadanas de carácter transnacional en áreas tales como los derechos humanos, el medio ambiente y la paz.

(Gurutz Jáuregui."Globalización y Democracia".En Claves nº 99. ene-febrero 2000, pag. 17)

El problema no es aquí el "qué" sino, fundamentalmente, el "cómo". Todos conocemos aquella fábula de los ratones que se reunieron para evaluar el nuevo gato de la casa que se mostraba particularmente eficaz en la caza, y decidieron que la mejor manera de prevenir nuevos males era colocarle un cascabel. El cascabeleo alertaría a la colonia ratonil... sólo que había un problema. Bueno, pues aquí es igual. ¡A ver quien es el listo que diseña un control de las grandes corporaciones! que no sea ni burocrático (en el mal sentido) ni corrompible (en cualquier sentido). 

Y respecto de desarrollar las "asociaciones ciudadanas"... ¡a ver quien me cuenta como se hace eso! ¡sobre todo sin dinero!

Tengo para mi que algunos estudiosos consideran su labor terminada cuando han localizado una buena manera (en los papeles) de enfrentar un problema... y que de las cuestiones prácticas se ocupe la secretaria. Se dejan en el tintero (o en el teclado) que esas "cuestiones" son la punta de un iceberg que realmente muestran su magnitud cuando se las trata de llevar a la práctica. No es por burlarme, no, pero creo que nuestros catedráticos darían un paso adelante, si terminaran sus artículos con una oración de este tipo:

"Virgencita querida, ¡haz que las organizaciones bancarias, financieras o industriales admitan a nuestros auditores! ¡protégelos de toda tentación y permite que tengan a su alcance los documentos clave! ¡Así sea!"

La idea que os dejo consiste en que el conflicto no es algo ni casual ni erradicable con buena voluntad. Existe y forma parte de la realidad social porque siempre ha habido y habrá grupos, colectividades con intereses enfrentados. No todos los conflictos se pueden resolver pacíficamente; pero si muchos más de los que actualmente existen. 

Que las buenas intenciones no os impidan contemplar los problemas en su tozudez, repito. Hay fenómenos (como el "terrorismo", por ejemplo) cuya lógica no se ajusta a los criterios de negociación democrática. Justamente para que haya diálogo debe compartirse algunos principios esenciales; si eso no sucede el diálogo terminará perjudicando a la parte más débil (que suele ser la que cree en el Estado de Derecho).

Lo cual no quita, en absoluto, que en una sociedad plural deba enfatizarse la tolerancia por delante de las diferencias de valores y conductas; aunque sí, repito, esta tolerancia tiene sus condiciones y límites infranqueables. Remito a mi artículo en http://www.casinada.net/080103.htm donde comento a un autor que trata el tema y que bien merece ser leído. Otros artículos relacionados con este tema en esta misma revista, (ver la página "novedades") en los que hay artículos que enfocan algunos problemas contemporáneos agudos, entre ellos el del poder y el conflicto.

Se podría hacer un pronóstico que tiene todas las trazas de ganar: tendremos más conflictos y no menos. Cuanto más se desarrolla nuestro mundo más reivindicaciones aparecen; lo que antes era "normal", ahora puede resulta injusto o humillante. El surgimiento de los conflictos no está indicando, como pueden suponer algunos periodistas desinformados sociológicamente, una decadencia de nuestro mundo occidental sino su impetuoso desarrollo. Lo ideal es que este desarrollo no sea cruento; pero ya podemos sospechar que la naturaleza no ahorra sufrimiento. Y mal que nos pese, seguimos formando parte de ella.

Fin de la clase nº 10
Carlos Salinas.
3-marzo-2000

 Nota de diciembre de 2025. Lamentablemente las direcciones que figuran en el penúltimo párrafo ya no están disponibles. La revista Casi Nada ha desaparecido de Internet, igual que otras publicaciones que fueron punteras a fines del siglo pasado. Todo lo que se escribe en las redes es efímero y no tiene la consistencia del papel, que a su vez no tiene la consistencia del pergamino y éste no es equiparable a la piedra. Pero, por suerte, nada se pierde en la evolución humana y así sucede con los cambios culturales. De alguna forma permanecen, irreconocibles, en todo aquello que se aparece como "la última novedad" producto de la mente creadora. Nada nuevo hay bajo el sol. 




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