viernes, 28 de marzo de 2008

Yavlinski

GRIGORI YAVLINSKI . CANDIDATO A LA PRESIDENCIA DE RUSIA

"La guerra de Chechenia es un crimen" LUIS MATÍAS LÓPEZ, Moscú


Grigori Yavlinski, líder del partido liberal Yábloko (A. Morkóvkin). A sus 47 años, Grigori Yavlinski sigue pensando que algún día será presidente de Rusia. Ese día parece aún lejano, porque ahora consigue sólo un 4% de intención de voto en los sondeos para las elecciones del próximo 26 de marzo. El líder de Yábloko, la fuerza más civil, liberal, democrática y europeísta del panorama ruso, ha sido uno de los principales damnificados por el fenómeno que encarna el presidente Vladímir Putin. Sin embargo, Yavlinski, que fue cartero y electricista antes que economista y político, y en quien mucha gente ve una especie de "conciencia moral" de Rusia, señala un motivo más inmediato en el hecho de que Yábloko sólo consiguiera en las legislativas de diciembre el 6% de los votos y de que perdiese 25 de sus 46 diputados: su oposición a la guerra de Chechenia. Una guerra "criminal, no declarada y masiva", a la que ha acompañado la "manipulación de la opinión pública y los medios de comunicación".


Pregunta. Hace apenas un año, usted me decía que conseguiría 100 diputados y estaría en condiciones de decidir quién sería el próximo presidente. ¿Qué truncó ese sueño?


Respuesta. La guerra. No una operación antierrorista, sino una guerra no declarada y masiva, tras los atentados que mataron a muchas personas de la forma más cruel. En esas condiciones de histeria militar, un partido como Yábloko no podía obtener un alto porcentaje de votos, sobre todo si se oponía a la guerra por las grandes pérdidas humanas que provocaba. Por eso se ha formado en la Duma una coalición entre el Kremlin, los comunistas y los nacionalistas.


¿Ha sido la guerra el único factor de la pérdida de votos?


Hubo otros, como la manipulación de la opinión pública y de los medios de comunicación, así como la violación de las leyes por formaciones como Unidad. Afortunadamente, la situación está cambiando. Cada día hay más gente que se da cuenta de que esta guerra nos lleva a un callejón sin salida, que es un crimen que causa la muerte de miles y miles de personas.


¿Cuál es su actitud respecto a la Unión de Fuerzas de Derecha, con la que comparte algunos principios ideológicos?


Sus líderes pretendían ser liberal-demócratas, pero se revelaron como nacional-populistas y defensores de los intereses de los grandes propietarios sin tener en cuenta los derechos humanos. Este cambio hacia posiciones de extrema derecha les hizo captar el voto de un electorado agresivo. Ni siquiera los comunistas llegaron tan lejos como Anatoli Chubáis, que dijo que en Chechenia estaba resucitando el Ejército.


¿Hasta dónde puede usted empecinarse en defender sus principios si el objetivo es conseguir el poder?


La frontera es la sangre. No se trata de hacer concesiones sobre la tasa de un impuesto o las relaciones con China. Está en juego la sangre de miles de personas. Se recluta a niños que luego mueren sin saber por qué. Por supuesto que el Ejército toma Grozni pero, ¿y después? Empezará la guerra de guerrillas, y de nuevo morirán soldados y civiles.


¿Pretende usted ser la conciencia de Rusia?


Lo que deseamos en Yábloko es que Rusia se convierta en un país en el que quieran vivir nuestros hijos, que no se vayan al extranjero personas inteligentes, intelectuales, empresarios y financieros. Si llegamos al poder, lo conseguiremos. Y si es necesario que Yábloko sea la conciencia de Rusia, lo será.


¿Por qué cooperó con Serguéi Stepashin, que fue primer ministro con Yeltsin y que ahora apoya a Putin?


En Rusia casi no han quedado políticos que no hayan sido echados a perder por Yeltsin. Los involucró en el poder y salieron de él manchados. Pero Stepashin se dio cuenta de muchas cosas durante la primera guerra chechena, y reconoció que fue un gran error.


¿Por qué ha sido imposible crear en Rusia un sistema auténticamente democrático?


Aún no ha llegado el momento. En la España de los setenta, y en la Polonia, Checoslovaquia o Hungría de los noventa, hubo una revolución democrática. Pero lo que ocurrió aquí fue un termidor de la nomenklatura, una revancha. Se hicieron con el poder los mismos de antes. Si antes hablaban de socialismo, comunismo o plan quinquenal, pasaron a hacerlo de mercado, democracia y reformas. Luego aprendieron a decirlo en inglés, para engatusar a Occidente y, finalmente, contrataron a jóvenes reformistas para conseguir 50.000 millones de dólares en préstamos, a sumar a la deuda exterior. Ahora seguimos con la nomenklatura, sólo que ya no es comunista, sino criminal.


¿Por qué se han aliado en la Duma los comunistas y Unidad, el partido del Kremlin?


Hay un partido en Rusia que defiende el sistema de valores europeos: Yábloko. Y otros basados en el conservadurismo y los valores soviéticos. No tiene sentido distinguir entre quienes apoyan la propiedad privada y quienes la rechazan. Hay que fijarse en las libertades ciudadanas y los derechos humanos. Unidad los desprecia, al igual que el Kremlin. ¿Qué partidos son la base del fascismo moderno? Los que defienden la propiedad privada, pero ignoran los derechos humanos. ¿Cuáles son liberales, democráticos y socialdemócratas? Los que defienden la propiedad privada, pero también los derechos y libertades.


¿Es también Putin un misterio para usted?


Menos que para un occidental, pero sé poco sobre él. Lo que veo me basta para considerar mi obligación de competir con él por la presidencia. Veo que ha desatado una guerra, veo que en la Duma se alía con los comunistas y los ultranacionalistas, veo que aplica métodos de fuerza, oigo la retórica absurda de gran potencia que oculta la humillación de Rusia y el aplastamiento de su población. Me basta.


¿Persiste el peligro de que, con Putin en el Kremlin, el país siga controlado por oligarcas?


No tengo motivos para pensar otra cosa.


¿Le cree cuando dice que combatirá la corrupción?


No. Si lo pensara, no sería candidato a la presidencia.


¿Qué opina del decreto que firmó Putin nada más dimitir Yeltsin para garantizar inmunidad a éste y a su familia?


Formaba parte de las condiciones para convertirse en sucesor. Putin es parte del sistema creado por Yeltsin, y actuará como tal, al menos hasta después de las elecciones. Después, ya veremos.


¿Cuántos votos espera obtener?


El 55%. Lo necesario para ganar, y un poco más.


¿Habrá segunda vuelta?


Tal vez. Putin podría ganar en la primera con el 65%. Pero también podría tener problemas y ser derrotado. Su baza es la histeria, pero si tiene que argumentar en público, perderá.


¿Por qué se ha hecho Putin tan popular?


Primero saltan las casas por los aires con centenares de personas durmiendo. Y luego viene alguien que dice que castigará a los culpables, desata una guerra para conseguirlo, gana combates en Daguestán. En cualquier país del mundo, eso suscitaría apoyo popular.


¿Qué es lo primero que haría tras jurar como presidente?


Parar la guerra, convertirla en una auténtica operación antiterrorista y abrir negociaciones. No sería tan complicado.


El actual liderazgo dice que no tiene con quién negociar.


Yo sí.


¿Quién cometió los atentados de septiembre que sirvieron de justificación para la guerra?


No lo sé. Hace 10 años que me dedico a la política y sé escoger las palabras. Repito y subrayo que no lo sé.


¿Qué opina de la postura de Occidente sobre el conflicto?


No puede hacer nada. Occidente actuó igual en los Balcanes, aunque con más habilidad, causando menos víctimas.


¿Es Chechenia una consecuencia directa de Kosovo?


Claro. Si uno puede, el otro también. Después de que Yeltsin ordenase que los tanques bombardearan el Parlamento, y de que todo el mundo le aplaudiese, comenzó la primera guerra chechena. Ahora, el uso ilegal de la fuerza en Yugoslavia, no sancionado por la ONU, ha provocado otra guerra en el Cáucaso.


¿Puede Rusia volver a ser una amenaza para Occidente?


Aún no tengo una respuesta. Se verá después de las elecciones, pero todo es posible.


Usted decía que, en 20 años, Rusia debería ser miembro de la OTAN. ¿Aún lo piensa?


Dudo mucho de que la OTAN exista para entonces. Mi tarea es contribuir a que, dentro de 20 o 25 años, Rusia sea un país europeo e integrante del sistema de seguridad común del continente y del mundo.

---EL PAIS DIGITAL -INTERNACIONAL
Martes 15 febrero
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VOCES DEL MILENIO. GRIGORI YAVLINSKI «En Rusia estamos asistiendo a la convulsión final del sistema comunista»


Cargo: LIDER DE YABLOKO, UNICO PARTIDO LIBERAL DE RUSIA / 47 AÑOS /Formación: DOCTOR EN ECONOMIA / Credo: LIBERAL / Aficiones: LA LECTURA /Sueño: EL ESTABLECIMIENTO DE UNA VERDADERA DEMOCRACIA, AL ESTILO DE OCCIDENTE, EN RUSIA




Una entrevista de ANA ROMERO MOSCU.- Vive este extraordinario hombre rodeado de manzanas. Verdaderas y falsas, en cuadros, platos y llaveros, están por todas partes en la sede de la Duma, a dos pasos de la Plaza Roja de Moscú. Las hay hasta en forma de calendario, como éste que se apresta a regalar. «Le puede traer suerte en este año 2000», señala Grigori Alexeyevich Yavlinski, de grandes espaldas y enorme cabeza, el único candidato propiamente europeo que hoy se presenta a las elecciones presidenciales en Rusia.

Esta jornada, la fortuna parece que le hace más falta a él. Pocos son los rusos dispuestos a probar la fruta prohibida de la democracia liberal y la economía de mercado, los valores que él, una de las mentes más brillantes de este país, predica desde que en 1990 elaboró el revolucionario programa de reforma económica «500 días».

«Mi gran competencia es el tiempo. ¿Cuándo estará Rusia preparada para una democracia de verdad? Que seré presidente, de eso estoy convencido, pero el tiempo es una cuestión que sólo atañe a Dios», señala el inspirador, en 1993, de la coalición electoral Yabloko, un acrónimo formado por su propio apellido y los de Yury Boldyrev (ex alto cargo económico ya retirado) y Vladimir Lukin (entonces embajador de Rusia en EEUU). En ruso, el significado de esta palabra, por si quedaba alguna duda, es manzana.

A principios de esta semana, el líder liberal se mostraba convencido de que iría a la segunda vuelta en las elecciones de hoy, algo que sólo ocurrirá si el presidente Vladimir Putin no alcanza el 50% de los votos. Las últimas encuestas le daban alrededor del 7%, bien por detrás del nomenklator Putin (48,5%) y el comunista Guennadi Ziugánov (28,5%).

Pero apenas 48 horas antes de la cita de hoy, la TV estatal rusa, propiedad de Putin y de sus oligarcas, emitió un reportaje sensacionalista en el que se acusó a Yavlinski de ser el candidato de los judíos, los gays y los extranjeros.

Es verdad que la prensa extranjera le ha dado siempre mucho más juego que la nacional, controlada mayoritariamente por uno de los dueños de esa televisión estatal, Boris Berezovsky, y demasiado ocupada en entronizar a Putin como el salvador de Rusia. Dificultades las tiene Yavlinski todas. A pesar de su crecimiento estable y permanente, Yabloko sufrió un tremendo varapalo en las pasadas elecciones legislativas de diciembre, cuando perdió 25 del medio centenar de diputados que tiene en la Duma.

Para colmo, los mayores problemas fueron causados por sus amigos occidentales, que aceptaron los bombardeos aliados sobre Kosovo sin resolución de la ONU y dispararon así el sentimiento antioccidental en Rusia. «Fue muy difícil para mí decirles a mis votantes que se mantuvieran con el modelo occidental. Estaban completamente confundidos. Se preguntaban cómo era posible que una gente a la que habían estado observando durante diez años, y a los que tenían por seguidores de la ley, por demócratas que obedecen las reglas, que esa gente violara ahora las leyes matando a gente inocente y creando una catástrofe humanitaria en el centro de Europa».

Luego vino la guerra de Chechenia, la puntilla. Yabloko ha sido el único partido que se ha opuesto a la ofensiva rusa en esta república secesionista del Cáucaso. De hecho, Yavlinski la califica de «crimen», algo que no han hecho tan claramente ni siquiera los gobiernos occidentales. Un punto de cinismo le ayuda a sobrellevar la ironía de estas dos guerras: «Ahora los rusos se sienten más cerca de ustedes los occidentales. Tanto nosotros como vosotros tenemos un liderazgo político estúpido, así que ya somos todos rehenes de políticos ineptos».

Tantos tropiezos le hacen recordar un consejo de su padre, un funcionario que dedicó su vida a dirigir un orfanato en Lvov: «Si eres pesimista, en un país como Rusia te quedas paralizado. Porque aquí el fracaso está garantizado. Si eres pesimista, ese primer fracaso te hace paralizarte desde el principio. Lo único que puedes hacer es seguir adelante». Puestosahablar de su familia, de su mujer economista y de sus dos hijos, se acuerda ahora de otra recomendación paterna, que llegó cuando Yavlinski le explicó sus planes para reformar la centralizada economía soviética. Con esta metáfora entendió el joven de entonces que el sistema comunista soviético estaba más que acabado: «Hubo una vez un hombre con la piel amarilla. Todo el mundo creía que tenía hepatitis. Los médicos se volvieron locos intentando salvarlo. No sirvió de nada. Cuando murió, se dieron cuenta de que el hombre era chino». De ahí surgió el programa 500 Días.

«En Rusia estamos asistiendo a la convulsión final del sistema comunista», afirma Yavlinski. «La explicación de lo que está sucediendo aquí en el año 2000 es sencilla y dramática. En muchos países del centro y el este de Europa, hace diez años, se llevaron a cabo revoluciones democráticas. En Rusia lo que hubo fue un termidor, y esta gente sigue en el poder. El drama de Rusia es que los reformistas fueron contratados por la nomenklatura, que se acabó robando 80.000 millones de dólares».

«Será un camino largo, pero los rusos están cada vez más decididos a salir del sufrimiento que les ha infligido la actual nomenklatura y el sistema comunista previo», continúa Yavlinski, cuya exhaustiva y posterior explicación sobra. Basta un paseo por las calles de Moscú para observar las consecuencias de diez años de capitalismo mal entendido y de galopante corrupción. En las calles moscovitas conviven los pobres de necesidad con los nuevos y ricos mafiosos, que se han hecho con un tercio de la economía.

«Sí, uno lo nota perfectamente en Moscú. Es como si estuvieras en una casa donde hay un anciano muriéndose. Aunque el hombre está en una esquina, se nota por toda la casa», concluye Yavlinski, un delicioso contador de historias y gran entusiasta de las metáforas. «Nuestro sistema está sufriendo una convulsión, está enloquecido, no sabe lo que hacer. Eso se siente en todas partes».

La historia de Yavlinski, como la del personaje entero, parece sacada de un polvoriento tomo de literatura rusa del siglo XIX. Boxeador cuando niño, abandonó la secundaria siendo un adolescente para trabajar como cartero y luego como electricista en Lvov. En esa ciudad del oeste ucraniano nació, en el seno de una familia judía, va a hacer ahora, el próximo 10 de abril, 48 años. La escuela nocturna y el trabajo diurno no le impidieron sacar siempre excelentes calificaciones.

Terminó sus estudios de economista a los 21 años, y a los 24 años ya tenía el doctorado. Es un tipo genialoide, con sentido del humor sarcástico y seco, imprescindible casi para trabajar aquí. Si Boris Yeltsin y Mijail Gorbachov, entonces enfrentados uno desde la Federación Rusa y el otro desde la URSS, le hubieran dejado, Yavlinski le habría dado la vuelta a lo que quiera que fuera aquel país que desaparecía a principios de los 90.

«Se ha terminado haciendo todo lo que yo proponía, pero se ha hecho mal» señala en referencia a ese célebre programa de reforma 500 días que él elaboró junto a un grupo de jóvenes economistas. En 1991, con la ayuda de profesores de la prestigiosa Universidad norteamericana de Harvard lo adaptó en Una oportunidad para el acuerdo y lo presentó a la comunidad internacional. Ni el apoyo de George Bush le sirvió. El establishment soviético no se atrevió a dar el paso y Yavlinski acabó dimitiendo de su cargo de vicepresidente del Comité de Dirección Operativa de la Economía.

Se convirtió, eso sí, en el niño bonito de las cancillerías occidentales. Maneja además un inglés perfecto, algo muy agradecido en un país donde una voz extranjera al teléfono corre el permanente riesgo de ser ignorada. La prensa internacional lo mima. Diarios norteamericanos, ingleses, italianos y españoles le dedican, periódicamente, alguna de sus páginas. Publica en las más prestigiosas publicaciones, como la revista Foreign Affairs. Con el correo electrónico y la página web se desenvuelve de maravilla, lo que supone una gran ventaja a lahora de ir actualizando el contenido de este encuentro. Algo imprescindible en un país donde la situación política es capaz de cambiar de un minuto a otro de forma drástica: «No quiero ser como [Alfred] Hitchcock, prefiero no seguir haciendo malos pronósticos. En Rusia tenemos una regla de oro: debemos evitar la descripción de escenarios sombríos en el futuro, porque ¡siempre se acaban cumpliendo!»

Internet le permite también seguir con soltura la actualidad internacional. Desde el Frankfurter Allgemeine Zeitung hasta el Daily Telegraph, se nota que Yavlinski está al día: «Observo todo lo que ocurre en España muy de cerca. He estudiado sobre todo los años de la Transición, y cómo ustedes consiguieron salir de la época de Franco. Nosotros hemos tenido mil años de autocracia, ¡aquí es mucho más difícil!».

«Cuando Aznar estuvo en Moscú tuve que cancelar nuestro encuentro debido a la crisis política. Fue una lástima», continúa en presencia de su jefe de prensa, el fiel Vladimir Mijailovich Braginsky, íntimo amigo de su padre. «Creo que la prensa española fue muy injusta al burlarse de Aznar porque Yeltsin canceló la entrevista. Era un momento excepcional, en el que estábamos barajando la posibilidad de un impeachment en mayo de 1999». Guarda Yavlinski un grato recuerdo del Rey Juan Carlos, con el que se encontró en marzo de 1994, durante la única visita que los monarcas españoles han realizado a Rusia.

Han sido mil años de autocracia, 74 de dictadura comunista, y casi ocho de La Familia, el estrecho círculo de oligarcas y banqueros que rigió bajo Yeltsin esta pseudodemocracia. ¿Es Putin una mera marioneta de este antiguo régimen? «Creo que Putin es peligroso para la democracia», dice Yavlinski. «La comunidad internacional lo califica de enigma, pero éste no es más que la segunda edición de Ziugánov. Putin es también el heredero de Boris Yeltsin, y pienso que sus políticas no diferirán de las tradicionales soviéticas. El drama de este país es que hace cuatro años se eligió a un hombre [Yeltsin] cuyo tiempo había acabado. Eso sí, Occidente hizo todo lo posible para que los rusos lo votaran. El único que se opuso fue el Papa. El resto, todos, optó por Yeltsin».

Qué mejor que otra metáfora para explicar cómo la nomenklatura ha vuelto a diseñar los destinos de Rusia poniendo a Putin al frente. «Imagínese un gran avión con 148 millones de personas [los habitantes de Rusia] a bordo. A través de las elecciones, los pasajeros se pasan de una clase a otra. Pero a la cabina del piloto no hay acceso, está absolutamente cerrada. Dentro, el piloto está durmiendo. Bueno, ¡a lo mejor está borracho, pero también puede estar sólo dormido! Los pasajeros saben, además, que con ellos transportan un equipaje muy peligroso: armas nucleares, químicas y biológicas, sistemas tecnológicos de todo tipo. Llega un momento en que la gente ya no se preocupa del destino, lo único que quiere es aterrizar. Donde sea. Cuando sea. Eso es lo que va a hacer Putin, aterrizar. ¿Dónde? Se verá».

-¿Pasará hoy a ser el tercer partido?

-Sólo hay un partido en Rusia, y ése es el comunista. El otro ha de ser Yabloko. Lo que pasa es que el Partido Comunista tiene cien años, y nosotros cinco. Pero el 70% de los rusos no quiere saber nada del comunismo. Conozco a millones de personas en este país que no son corruptas. Ser honesto y decir la verdad es más fácil de lo que uno cree, incluso en política. La única salida para Rusia es la democracia, la sociedad civil y la economía de mercado. Está surgiendo una nueva generación de rusos que está de acuerdo en que estos valores son los más importantes. Yo represento a esa nueva generación en Rusia, y no soy una excepción. Lo excepcional está muy bien para las estrellas de cine, pero no da votos. Aspiro a que, dentro de 25 años, Rusia sea un país europeo y forme parte de la seguridad del continente y del mundo.

En el camino hay mil y un obstáculos. Uno, tan grande como él mismo, es su ego: «Si Occidente tiene puestas sus esperanzas en mí, bien. Yo demostraré que puedo cambiar mi país en la forma adecuada».

AUNQUE ES EL TERCER CANDIDATO, PUEDE AGUAR HOY LA MAYORIA ABSOLUTA DE PUTIN Y OBLIGARLE A IR A UNA SEGUNDA VUELTA. POR ESO, LA TV ESTATAL ACABA DE ACUSARLE DE ESTAR APOYADO POR «JUDIOS», «GAYS» Y «EXTRANJEROS». DESDE 1993, CUANDO FUNDO YABLOKO (MANZANA), ES LA ESPERANZA BLANCA DE NUESTRAS CANCILLERIAS.

---EL MUNDO
EUROPA Domingo, 26 de marzo de 2000
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