Oliver Cyriax
Diccionario del Crimen
Anaya & Mario Muchnik. Colección Milhojas
Madrid, 1996
879 pags.
ASESINOS RECURRENTES.
Ronald Reagan solía confundir un país con otro y era capaz de llamar David a la princesa Diana de Gales. Pero cuando anunció en 1984 la creación de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI para perseguir a los «asesinos recurrentes", nadie le discutió la terminología empleada. El fenómeno era tan reciente y complejo de en-globar que nadie sabía qué nombre darle. En el FBI se barajaban cinco categorías de asesinato: asesinato delictivo (durante un robo ); sospe-cha de asesinato delictivo (durante un probable robo); asesinato por discusión (peleas domésticas); otros móviles (todos los restantes, de conocerse) y desconocidos (todos los restantes, no conocidos).
El agente especial Robert Ressler, instructor en Quantico, acuñó el término preferido por la prensa: "Asesinatos en serie'. Según un artículo aparecido el 26 de octubre de 1986 en el New York Times: «El señor Ressler empezó a utilizar el término en cuestión porque el comportamiento decididamente episódico de estos criminales le recordaba los seriales de televisión de su infancia".
Tres años antes, en 1983, la frase debutaba oficialmente durante las sesiones de una Comisión del Senado que debatía el engorroso concepto de «patrones de asesinatos múltiples cometidos por una sola persona sin lógica, sentido o motivación aparentes"; el más sucinto término de «asesinos en serie" constituía uno de los subtítulos de una práctica que en Estados Unidos encaja a duras penas dentro de los límites de su oportuna clasificación. Los asesinos en serie británicos se cuentan prácticamente con los dedos de una mano: Jack el Destripador, Christie, Brady e Hindley, Sutdiffe, Nilsen, Erskine, Duffy y la enfermera Allitt. Estados Unidos se lleva la palma en todo; allí están los más prolíficos, los mejores, los más espeluznantes. Los nombres surgen a borbotones: Holmes, Manson, Bundy, Gacy, Gein, Panzram, Dahmer, DeSalvo, Fish, Ng, Kemper, el Cazador Nocturno, el Patinador Asesino, los Estranguladores de Hillside, etcétera.
Si bien Estados Unidos posee un índice general de asesinatos per capita unas ocho veces superior al de Gran Bretaña, los 6.000 crímenes anuales adscritos a la categoría de "móvil desconocido" sitúan la incidencia de asesinatos en serie centenares de veces por encima de la media británica.
El celo puritano trajo consigo la Prohibición, a cuya sombra creció el crimen organizado; es posible que el mismo esquema represivo, esta vez dirigido al sexo, haya dado pie a la ola de asesinos sexuales de clase media blanca que sacudió Norteamérica. Algunos pioneros del género, como Gein y Heirens, educados bajo una óptica pecaminosa del sexo, cayeron en herejías aún más execrables; uno de los rasgos que caracterizan a quienes matan por lujuria es la necesidad de denigrar a la víctima, a menudo bajo coerción, como un ser prostituido que se solaza en el sexo.
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