La educación latina de Montaigne
A mi difunto padre, tras haber hecho todos las averiguaciones que un hombre puede hacer sobre la mejor forma de educación [...] le decían que ese tiempo tan largo que tardábamos en aprender las lenguas que a ellos nada les costaba, era la única causa de que no pudiéramos alcanzar la grandeza de espíritu y de conocimientos de los antíguos griegos y romanos. [...] La solución que halló mi padre fue ponerme desde mi más tierno infancia y antes de que se me desatara la lengua, a cargo de un alemán, que luego murió siendo médico famoso en Francia, que ignoraba totalmente nuestra lengua, pero que estaba muy versado en la latina. Éste me tenía continuamente a su lado, ayudado de otros dos preceptores que no hablaban conmigo otra lengua que no fuese el latín. Para el resto de la casa existía la regla inviolable que ni mi padre mismo, ni mi madre, ni criado alguno ni camarera pronunciasen en mi presencia más palabras latinas que las que cada uno hubiera aprendido. Mi padre y mi madre aprendieron bastante latín paro entenderlo y para servirse de él si la ocasión lo requería, al igual que los criados más ligados a mi servicio. [...] En cuanto a mí, tenía más de seis años y todavía no entendía ni el francés ni el habla de Perigord. Y sin gramática, sin reglas y sin libros, sin látigo ni lágrimas, había aprendido un latín tan puro como el que sabía mi maestro.
Michel de Montaigne
Ensayos 1,26
París, 1595
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