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Diario de Moscu
2001.12.04
DIARIO DE MOSCÚ
Personajes de Mazar
El intento de penetrar en la vida afgana es una sucesión de derrotas
RAFAEL POCH
rapofe@online.ru
MAZAR-i-SHARIF (Norte de Afganistán).
He llegado a esta ciudad con una buena carta de recomendación en el bolsillo, sin embargo, ¡cuán difícil es penetrar en la vida real!. La carta es de Nazar Majmad Bizmullah, un conocido comerciante pashtún. Gracias a él, a su teléfono y a su red de contactos en todo el país, he podido seguir, con cierta precisión, el curso de la guerra, sus sorprendentes pactos y meandros con nombres y apellidos, pues Bizmullah parece conocer a todo el mundo en Afganistán.
No ha explicado gran cosa de sí mismo. Por terceras personas he sabido que Bizmullah es de Kandajar, y que tiene un pasado de Coronel de una unidad de elite durante el régimen procomunista de Najibulláh. Cuando los talibán llegaron al poder en Kandajar, en 1994, los integristas le hicieron propuestas a Bizmullah, pero él las declinó astutamente y se vino a vivir a Mazar, donde organizó una empresa.
"La clave está en el bazar, los notables del bazar son siempre los mejor informados y un factor político de primer orden". El consejo me lo dio, en 1988, un veterano diplomático yugoslavo en Kabul. Mantiene toda su vigencia. La carta de Bizmulláh, me ha abierto las puertas del bazar.
Primera sorpresa: dos de los cuatro comerciantes con los que hablo ya sabían de mi presencia en la ciudad. Sin darme cuenta, Radio Balj, la emisora local, dio cuenta hace dos días del paso por sus estudios del periodista "Rafaíl". He sido titular radiofónico. Majmad Raim
Uno de mis interlocutores es Majmad Raim, que tiene un taller de electrónica en la Darwasá Balj, una de las cuatro grandes arterias de Mazar, que parten desde la gran mezquita azul hacia los cuatro puntos cardinales. Coches, carros, burros y caballos circulan desordenadamente por la Darwasá Balj, flanqueada por multitud de tiendas. Del arco que da inicio a la avenida, los talibán colgaron a cuatro soldados de Dustum cuando entraron en la ciudad, en 1998. Una ejecución ejemplarizante era su tarjeta de visita al tomar una ciudad.
Raim tenía una de las pocas centralitas de teléfono de la ciudad, valorada en 20.000 dólares, unos 3,6 millones de pesetas. Desde ella sus clientes podían telefonear a cualquier parte del mundo. "Los talibán se lo llevaron todo", dice. Su taller subsiste con la reparación de radios y teles, pero da muy poco, se queja. Hadji Agram
Raim me acompaña a presentarme a Hadji Agram, que tiene la sede de su empresa de importación/exportación al otro lado de la gran mezquita. Ni siquiera la compañía de Raim impide el acoso de la nube de mendigos, la mayoría de ellos niños, que te sigue a todas partes implorando y cogiéndote del brazo. La manera de deshacerse de ellos es hacer ademán de pegarles y murmurar algo parecido a un juramento como hace Raim. Hace falta mucho estómago para pegar o amenazar a un niño descalzo y hambriento. Es la primera derrota del día.
Hadji Agram es un patriarca maduro. Sus ojos rasgados están enrojecidos supongo que por cansancio. Nos recibe en una gran habitación sin mas muebles que las sillas pegadas a la pared. Todas están ocupadas. La entrevista, más bien una audiencia, es en presencia de una veintena de sus subalternos. Con la mano izquierda pegada al pecho y una leve inclinación de columna, intercambio apretones de mano con los veinte. Agram pide una "Pepsi Cola" para el extranjero, el único exento del ayuno del Ramadán. Bebo por cortesía y todos contemplan la escena. Raim traduce del ruso al darí mi presentación. Agram lee la carta de Bizmulláh. Inmediatamente el potentado pone a mi servicio todos sus recursos; un coche con tres guardias armados a mi disposición, línea directa con los comandantes de la ciudad, todo gratis. Declino la amable oferta porque imagino a mis guardias dando culatazos a diestro y siniestro para apartar mendigos e incordios. Es la segunda derrota del día. La seguridad
Porque sin guardia no se anda tranquilo en Mazar. "El 40% de la población estaría de acuerdo en cortarte el cuello para quedarse con los cuatro mil dólares que llevas en la cartera", dice Bizmulláh, exagerando un poco. Pero con guardia armada ya no eres un periodista, sino una especie apéndice del complejo militar local, dividido en tres milicias dos de las cuales andaban a tiros entre si por las calles de la ciudad hace una semana.
Cuando el domingo pasado llegamos aquí los primeros cincuenta periodistas, lo hicimos en un cortejo con escolta. Luego la escolta desapareció del hotel y tras el terrible asesinato (a manos de adolescentes armados) de Ulf Stromberg, el desgraciado cámara sueco en Talukán, los americanos de nuestro grupo, los mas prácticos, contrataron inmediatamente a dos guardias que dormían en el suelo, a la puerta de su habitación, con sus guitarras "Kalashnikov". ¿Cómo penetrar en la vida de la gente en estas condiciones?. ¿Cómo percibir aunque sólo sea el pálido reflejo de su condición, de sus aspiraciones?. Es un círculo cerrado. Hadji Agram tiene un pequeño ejército privado, que al mismo tiempo forma parte de la milicia de Ustad Atá, el comandante tadyico local. La recomendación de Bizmulláh me hizo pensar que tanto Raim como él eran también pashtunes, pero el vínculo con Ustad Atá sugiere que es tadyico. En absoluto. La lógica de las etnias no es tan sencilla. El bazar está por encima de ellas. Es internacional.
Raim es tadyico, amigo intimo de un pashtún (Bizmulláh) y Agram, es hazarita, aunque sea hombre de confianza del comandante tadyico. Su empresa compraba y vendía de todo, fundamentalmente desde Paquistán. Su flotilla de camiones fue requisada por los talibán y el propio Agram fue encarcelado. Ahora Agram está intentando reemprender casi desde cero sus negocios, de los que dependen toda esa corte de soldados y secretarios que le rodean observando como sorbo mi "pepsi", con su legión de familias y parientes. Casi ya no hay guerra, tampoco verdadera paz
He llegado a Mazar cuando casi ya no hay guerra, aunque hasta hace poco se disparaba en Kalai Jangí, a diez kilómetros de aquí, y la situación mejora con los días. Pero tampoco hay verdadera paz, porque hay electricidad en el ambiente. Cualquier chispa puede prender la guerra entre algunos de los tres comandantes antitalibán vencedores; el hazarita Mohaquiq, el tadyico Ustad Ata y el uzbeco Dustum. Lo mismo pasa con las carreteras, de las que dependen los negocios de Agram. Están entreabiertas y son semiseguras.
La arteria hacia Kabul ya está abierta, me dice Agram. Son 180 kilómetros hasta Pol-i-Jumrí, el nudo de comunicaciones del noreste controlado por los hazaritas, y de ahí otros 80 kilómetros hasta el paso de Salang, en la muralla del Hindu Kush. Allí, el túnel de unos cinco kilómetros y a 3.800 metros de altura, no está abierto al tráfico rodado, porque Masud lo destruyó en 1998 para prevenir un ataque talibán a su retaguardia. Pero el túnel se puede pasar a pie o en mulo, a través de un pasillo abierto entre sus paredes desmoronadas. Eso quiere decir que enviar un camión con mercancía a Kabul significa llevarla hasta la entrada de Salang, allí descargarla, cargarla en mulos, atravesar el túnel a pie soportando su temperatura y el mal de altura, contratar al otro lado un nuevo camión, cargarlo y descender hacia la capital. Eso significa "abierta". La otra gran ruta de Mazar, la del sur oeste, hacia Herat. El miércoles estaba "cerrada", el jueves estaba "abierta" pero "sin seguridad" por que había salteadores o unidades talibán por el camino, explica Agram. El viernes me dijeron que estaba "abierta" y que ya era segura. Todo está cogido con pinzas. Giros postales sin ordenadores ni luz
Al mismo tiempo, esta vida precaria de riesgos y carencias es aquí lo normal. Durante las últimas semanas, en lo más revuelto de la campaña militar, uno podía hacer un giro de miles de dólares desde Moscú a Kabul o a Mazar. Por supuesto, sin ordenadores, ni electricidad. Mediante un sistema de agentes de cambio y bolsa basado en la palabra dada, por el que entregas 5.050 dólares en Moscú a un afgano y el mismo día el beneficiario recibe los cinco mil, con un porcentaje descontado, en el bazar de Kabul o de Mazar. En la Facultad de Medicina de la Universidad local, asisto a la primera clase para asistentas sociales. Por primera vez veo mujeres sin velo. En la ciudad, todas pasean con él, desmintiendo el tópico de un supuesto cambio inmediato de las pautas de conducta que ha divulgado la contaminmación periodística. Son unas 40, todas juntas. De todas las edades. Siguen las explicaciones de la profesora con verdadera devoción. Sed por aprender
Hay en el ambiente una sed por aprender que es resultado directo de casi cuatro años de prohibición talibán. Acompañado por el Doctor Majmad Akram Tufansabí, rector de la Facultad de Medicina, interrumpo la clase, la primera clase en cuatro años. Me siento como si irrumpiera en una misa piadosa con una pandereta. Todas toman el sacrilegio con naturalidad. Al principio responden a mis preguntas con reserva y timidez, pero poco a poco se hacen dueñas de la conversación. Una de las alumnas, cuyo nombre no consigo descifrar, había sido profesora de lengua persa en Kabul. Llegó a Mazar en 1996 huyendo de los talibán para encontrárselos de nuevo aquí dos años después. En su testimonio y en los de las demás, no hay ni euforia ni alegría, ni sentimiento de liberación. Hay el hecho de estar empezando a hacer cosas que antes no se podían hacer. Una satisfacción moderada por ello y una cierta expectativa de futuro. La profesora, Gul Gutai, explica que nunca dejó de dar clases, pero privadamente, a pequeños grupos, en casas, lejos de la vista y los oídos talibán.
La clase es impresionante. Se trata, fundamentalmente, de aprender a distinguir visualmente los síntomas de las enfermedades infantiles mas comunes en los distritos de provincia, donde estas mujeres van a actuar como asistentas. La atención se centra en dos enfermedades: la desnutrición y la tuberculosis.
En toda la facultad estudian mil mujeres, pero hay escasez de profesores, porque la mayoría huyó cuando vinieron los talibán. Se entiende que se trata de la mayoría sobre la minoría que se quedó en Mazar tras las anteriores cribas de los últimos veinte años; la caída del régimen comunista (naturalmente, el edificio de la universidad es su obra), las sucesivas etapas de la guerra, etc, etc.
Afganistán se ha desangrado durante 23 años y su recuperación, si hay verdadera ayuda y buena voluntad internacional, es cuestión de años. El rector, que lleva pulcramente corbata, chaleco y chaqueta, y su ayudante, Mojamed Sidik Rajuf, no cobran desde hace años. En muchas ventanas no hay cristales, sino plásticos transparentes. "Esperamos que, poco a poco, los profesores vayan regresando", dice el rector. "Somos muy pobres", dice con dignidad. Su receta para salir del agujero es complicada pero realista; "los extranjeros tienen que ayudar Afganistán, sin pretender gobernarlo".
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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