viernes, 23 de mayo de 2008

Dos clases de libros

La imaginación virtual
Por Umberto Eco
Para La Nación www.lanacion.com.ar

MILAN.- LAS computadoras e Internet, ¿transformarán los libros en "estructuras hipertextuales" ilimitadas, en las que el lector es también autor? Hoy existen dos clases de libros: de lectura y de consulta. Con los primeros, iniciamos la lectura en la primera página donde, pongamos por caso, el autor nos dice que se ha cometido un crimen. Seguimos hasta el final, en que descubrimos al culpable. Acabado el libro, termina la experiencia de lectura. Lo mismo ocurre aunque leamos filosofía, digamos a Husserl. El autor comienza en la primera página y aborda con detenimiento una serie de temas para que el lector vea cómo arriba a sus conclusiones.

Por supuesto, las enciclopedias nunca se leen de cabo a rabo; no están hechas para eso. Si quiero saber si Napoleón pudo haber conocido a Kant, tomo los volúmenes "K" y "N", y descubro que Napoleón nació en 1769 y murió en 1821; Kant vivió entre 1724 y 1804. Podrían haberse encontrado. Para mayor exactitud, consulto una biografía de Kant. Una biografía de Napoleón podría pasar por alto su encuentro con Kant (¡conoció a tanta gente!), no así una biografía del filósofo de Koenisberg.

El deseo es ley

Las computadoras empiezan a modificar el proceso de lectura. Por ejemplo, en un hipertexto, puedo pedir todos los casos en que el nombre de Napoleón está ligado al de Kant y tenerlos en cuestión de segundos. Los hipertextos harán obsoleta la enciclopedia impresa. Pero, si bien las computadoras están difundiendo una nueva forma de alfabetismo, no pueden satisfacer todas las necesidades intelectuales que estimulan.

Dos inventos a punto de ser explotados quizá les ayuden a satisfacerlas. El primero es una copiadora que permite explorar catálogos de bibliotecas y libros de editoriales. Seleccionamos el libro que necesitamos y, con sólo oprimir un botón, la máquina imprime y encuaderna nuestro ejemplar. Esto cambiará toda la industria editorial; probablemente, eliminará las librerías, pero no los libros. Estos se amoldarán a los deseos del comprador, igual que los manuscritos antiguos.

El segundo invento es el libro electrónico: se obtiene insertando un microcassette en la computadora o conectándola con Internet. Pero este libro difiere tanto del tradicional como el Primer Folio shakespeariano (1623) de la última edición Penguin. Algunos que dicen no leer nunca libros impresos ahora están leyendo, digamos, a Kafka en un libro electrónico. Para los lectores, aunque no para los oftalmólogos, lo mismo da leer a Kafka en el papel o en la página electrónica.

Los libros sobrevivirán por su valor utilitario, no así, tal vez, el proceso creativo del que emergen. Para comprender el porqué, debemos distinguir entre sistemas y texto. Un sistema son todas las posibilidades desplegadas por determinado lenguaje natural. Un conjunto finito de reglas gramaticales permite producir un número infinito de oraciones y todo ítem lingüístico puede ser interpretado en términos de otros ítem lingüísticos: una palabra por una definición, un hecho por un ejemplo, y así sucesivamente.

Un texto reduce las posibilidades infinitas de un sistema para formar un universo cerrado. Tomemos por caso Caperucita Roja. El texto parte de un determinado conjunto de personajes y situaciones (una niña, una madre, una abuela, un lobo, un bosque) y avanza, paso a paso, hasta llegar a una solución. Podemos leerlo como una alegoría y atribuir diversas moralejas a los hechos y personajes, pero no podemos transformar Caperucita Roja en La Cenicienta.

Autoría múltiple

Sin embargo, muchos programas de Internet invitan a enriquecer una historia mediante contribuciones sucesivas. Volvamos a Caperucita Roja. El primer autor propone una situación inicial (la niña entra en el bosque) y varios colaboradores desarrollan la historia. En vez de toparse con un lobo, la niña encuentra a Pinocho. Ambos entran en un castillo encantado. Quizás enfrenten a un cocodrilo mágico. Los episodios se suceden y se pone en duda la noción de autoría.

En el pasado, a veces ocurrían estos casos sin que alteraran la autoría. En la comedia del arte, no había dos representaciones iguales. Es imposible identificar una obra en particular como perteneciente a un solo autor. Otro ejemplo es la jam session o sesión de jazz improvisado. Podría creerse que hay una interpretación sobresaliente de Basin Street Blues porque ha quedado una grabación de ella, pero hubo tantos Basin Street Blues como interpretaciones.

Pero hay una diferencia entre los textos infinitos, ilimitados, y aquellos que, aun prestándose a infinitas interpretaciones, físicamente son limitados. Tomemos La guerra y la paz, de Tolstoi. Desearíamos que Natasha rechazara a Kuryagin y que el príncipe Andrés viviera para reunirse con Natasha. Convirtamos la novela en hipertexto y podremos reescribir la historia: Pierre mata a Napoleón o éste derrota al general Kutusov. ¡Qué libertad! ¡Todos somos Tolstoi!

En Los miserables, Victor Hugo proporciona un hermoso relato de la batalla de Waterloo. No sólo sabe qué sucedió, sino también qué podría haber sucedido y no pasó. Con un programa hipertextual, podríamos reescribir la batalla haciendo vencedor a Napoleón, pero la belleza trágica de la Waterloo de Hugo radica en que las cosas suceden independientemente de los deseos del lector. La literatura clásica nos cautiva porque intuimos que sus héroes podrían haber escapado al Hado, a su destino, pero no lo hicieron por debilidad, soberbia o ceguera.

Además, Hugo nos dice: "Semejante caída, que asombró por entero a la Historia, ¿carece de causa? No... Alguien, a quien nadie puede oponerse, cuidó de que ese hecho aconteciera. Dios pasó por allí". Este es el mensaje de toda gran obra literaria: Dios pasó por allí. Hay libros que no se pueden reescribir porque su función es instruirnos acerca de la Necesidad, y sólo pueden transmitirnos tal sabiduría si gozan del respeto que hoy tienen. Su lección represiva es indispensable para alcanzar un estado superior de libertad intelectual y moral.

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Escaneemos y leamos, que somos todos hermanos!

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