jueves, 22 de mayo de 2008

La difusión del español

From: Angel Romera Valero
Date: Fri, 13 Apr 2001 19:40:33 +0200
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De 'Babelia',
http://www.elpais.es/suplementos/babelia/20010414/b11.html ) hoy: J. R. Lodares explica las claves humanas de la expansión del español.

Ensayo. Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español Juan Ramón Lodares. Taurus. Madrid, 2001. 238 páginas. 2.660 pesetas

Texto: Álex Grijelmo
Juan Ramón Lodares ha escrito un libro muy útil para todos aquellos que sintieron sentimos alguna vez un cierto complejo de culpa por la difusión que ha alcanzado el idioma español y la reducción que, en consecuencia, haya podido causar a otras lenguas.

Ya constituyen un número notable los historiadores que se han dedicado en los últimos años a escribir obras didácticas que expliquen en sus justos términos la historia de España. Lodares, historiador de la lengua, se suma felizmente a ese grupo que tal vez consiga desmentir por fin las interpretaciones interesadas que se nos han presentado como verdades incontrovertibles, principalmente desde posturas nacionalistas vascas o catalanas.

Gente de Cervantes nos habla de una lengua construida por los pueblos, y no dictada por los reyes. Con la amenidad y la ironía de Lodares vamos viendo que el español se construyó a menudo por los intereses de los comerciantes, la habilidad de los misioneros y la fuerza inexorable de la chiripa. Una peste duradera (como la que azotó periódicamente el litoral mediterráneo entre 1477 y1652 y redujo la circulación de personas y mercancías), el éxito de una feria de ganado o la tenacidad de un almirante genovés han hecho más por la distribución de las lenguas que cualquier decreto que animara a enseñar la gramática de Nebrija, entre otras razones porque ni había escuelas ni maestros: todavía en 1812, 94 de cada 100 españoles eran analfabetos.

En nuestra nueva democracia, algunos han querido proyectar la sombra del franquismo a toda la historia de España, como si Franco hubiera sustituido al mismísimo Alfonso X El Sabio. Pero aquellos hombres de la espada estaban más ocupados en la pureza de estirpe (frente a moros y judíos), en la expansión del catolicismo y los honores guerreros que en establecer una lengua. Y si el español se asienta en América no se debe a una acción impenitente del Estado, como nos relata Lodares. En unos tiempos en que no existía una televisión que impusiera modelos, cuando la LOGSE no se había inventado y las infraestructuras de comunicaciones masivas se limitaban al coche de San Fernando (un poquito a pie, otro poquito andando), hicieron más por la difusión del castellano los emparejamientos mestizos o la ingente emigración espontánea del siglo XIX (unos veinte millones de españoles) que los decretos reales llegados en barco tras larga travesía. Y después, el propio deseo de aquellas naciones: cuando los países de América empiezan a independizarse, viven allí unos 12 millones de personas, de los que sólo un tercio habla español. Ahora superan el 90%.

Los datos que aporta Lodares nos hacen pensar que quizá dentro de dos siglos algún político nacionalista explique como hecho histórico que al Barcelona FC y al Athletic Club se les obligó siempre a jugar la Liga española. En efecto, la pretensión de que tanto Cataluña como el País Vasco tengan selecciones propias que compitan en el Mundial o la Eurocopa ha chocado con la negativa del poder central. Pero a nadie se le ha ocurrido pensar en un Barça que jugara un domingo tras otro contra el Espanyol ni en un Athletic que sólo se enfrentase al Alavés y a la Real Sociedad de San Sebastián, tal vez también a Osasuna. Así han sido siempre las cosas: el sentimiento de comunión catalana o vasca tal como haya podido existir a través de los siglos convivió con una integración en el resto de España, también lingüística. Ahora hay quien da a entender que el castellano entró en Cataluña de la mano de Franco, por la fuerza de las armas. Sin embargo, "en el proceso de concentración y difusión de grupos lingüísticos hay más oro que hierro", como escribe Lodares.

El mérito del autor de este libro reside en relacionar hechos que hasta ahora vivían aislados en la memoria colectiva, y en resultar tremendamente didáctico. Cuando se habla de la expansión del castellano, casi nadie tiene presente que la castellanización gallega (siglo XVIII), especialmente la del área litoral, no es obra propiamente de castellanos, sino de catalanes, leoneses y vascos, que acuden allí con sus compañías comerciales; o que la mayoría de los panfletos que justificaban ante el mundo la revuelta de Cataluña contra Felipe IV se redactaron en castellano; o que la mayor parte del español impreso que recorrió América, si procedía de España, había salido de alguna prensa catalana. Los impresores alemanes establecidos en Barcelona a partir de 1490 "publicaban en castellano con más frecuencia que en catalán, sencillamente porque vendían más" (la misma imprenta del monasterio de Montserrat se sumó a esa moda). Por su parte, el euskera no resistió heroicamente, sino que las tierras donde sobrevivió no despertaron gran interés comercial de otros pueblos, ni conducían a puertos de mar tan interesantes como los del Mediterráneo.

Lodares escribe (y esta frase resume bien su estilo): "Si las lenguas tuvieran escudos como los tienen las naciones o los equipos de fútbol, en el de la española no figurarían ni un águila imperial ni un león rampante ni nada aparentemente noble: figuraría una simple oveja". El idioma español creció y se asentó porque así lo decidieron sus hablantes. Y no por sentimentalismo, sino por lanas, por maravedíes, ducados o doblones, por rutas abiertas para el ganado, por el comercio del algodón. Por la mezcla de sangres, por los emigrantes pobres, por los navegantes acuciados. Una delicia de libro, éste de Lodares, para acabar con un complejo proyectado sobre nuestra lengua. Atrocidades hubo, pero ni fueron del idioma ni sucedieron por su causa.

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