Subject: Recordando a Paul K. Feyerabend
1924- 1994
"Admiro y respeto a mucha gente, pero sólo respeto a muy pocos intelectuales. Admiro a Marlene Dietrich, que consiguió pasar por la vida, una larga vida, con estilo y ha enseñado un par de cosas a muchos de nosotros. Admiro a Ernst Bloch porque habla la lengua de la gente corriente y porque ensalza las pintorescas descripciones de la vida que esa gente y sus poetas nos han ofrecido. Admiro a Paracelso porque sabía que el conocimiento sin corazón es algo vacío. Admiro a Lessing por su independencia, por su buena disposición a cambiar de parecer, y le admiro mucho más por su honestidad, pues es una de esas raras personas que pueden ser honestas y tener humor al mismo tiempo, y utilizan la honestidad como guía en sus vidas privadas, no como un garrote para someter a la gente. le admiro por su estilo libre, claro y vivo. . . Le admiro porque fue un pensador sin doctrina y un estudioso sin escuela: cada problema y cada fenómeno que abordaba era para él una situación única que tenia que explicarse y esclarecerse de manera única. No existían fronteras para su curiosidad y ningún tipo de 'criterio' restringía su pensamiento: aceptaba la colaboración, en cualquier investigación particular, de pensamiento y emociones, fe y conocimiento. Le admiro porque no quedaba satisfecho con una claridad ficticia sino que se daba cuenta de que la comprensión se consigue a menudo a través de un oscurecimiento de las cosas, a través de un proceso en el que 'lo que parecía verse con claridad se pierde en una lejanía incierta'. Le admiro porque no rechazaba los sueños ni los cuentos de hadas sino que los acogía como instrumentos para liberar a la humanidad del yugo de los racionalistas más decididos. Le admiro porque no se encadenó a ninguna escuela ni a ninguna profesión, porque no tenía necesidad de contemplarse constantemente en el espejo intelectual, como una cortesana entrada en años, y porque no tenia el deseo de atesorar la 'reputación ' tal y como se manifiesta en notas a pie de página, reconocimientos, discursos académicos, grados honoríficos y otras pócimas para aliviar los temores que produce la inseguridad. Le admiro, sobre todo, porque nunca intentó conseguir poder sobre sus amigos, ni a la fuerza ni por persuasión, sino que se sentía en paz y satisfecho con ser 'libre como un gorrión' e igualmente inquisitivo."
Este pasaje de Paul K. Feyerabend, tomado de su texto "Diálogo sobre el Método", representa tal vez lo que él mismo llegó a ser o, al menos, lo que él pretendió llegar a ser. Si uno se deja guiar por la obra de Feyerabend, habría que concluir que efectivamente eso es lo que pretendió. Es prácticamente imposible dejar de constatar en las miles de páginas que escribió un alegato permanente, consistente y apasionado, en pro de la diversidad de ideas y la discusión libre. Esta actitud marca asimismo su presencia en el terreno de la filosofía de las ciencias, en cuyos debates fue un innegable protagonista. En Chile, y en versión al español, están disponibles algunos de sus textos más importantes: "Tratado contra el Método" (1975), "Contra el Método" (1970), "La Ciencia en una Sociedad Libre'' (1978), "¿Por qué no Platón?" (1980), "Adiós a la Razón" (1981), "Diálogos sobre el Conocimiento" (1991). Como ocurre a menudo, las tesis más impactantes de un autor operan el efecto de ocultar el todo integral de su pensamiento. El nombre de Feyerabend se asocia automáticamente a la tesis de que no existe 'el' método científico, tesis que, comprensiblemente, ha generado toda clase de polémicas. Decimos 'comprensiblemente' porque, sin duda, lo que entendemos por ciencia aparece ligado a un cierto modo estructurado y bien definido de hacer las cosas, a ciertos procedimientos que, paso a paso y rigurosamente respetados, garantizan la obtención de conocimiento seguro y fiable. En el Prólogo a la edición castellana de "Tratado contra el Método", Feyerabend afirma: "La ciencia no presenta una estructura, queriendo decir con ello que no existen unos elementos que se presenten en cada desarrollo científico, contribuyan a su éxito y no desempeñen una función similar en otros sistemas. Al tratar de resolver un problema, los científicos utilizan indistintamente un procedimiento u otro: adaptan sus métodos y modelos al problema en cuestión, en vez de considerarlos como condiciones rígidamente establecidas para cada solución. No hay una 'racionalidad científica' que pueda considerarse como guía para cada investigación; pero hay normas obtenidas de experiencias anteriores, sugerencias heurísticas, concepciones del mundo, disparates metafísicos, restos y fragmentos de teorías abandonadas, y de todos ellos hará uso el científico en su investigación". Sin asomo de duda, Feyerabend enfrentó sin contemplaciones a una tradición largamente respetada. Todavía más, desarrolló agudas reflexiones sobre el papel de la ciencia en la sociedad contemporánea y llegó a sostener que, en muchos casos, ese papel resultaba ser dañino y esencialmente contrario al ideal de la democracia. Criticó duramente a los 'expertos', los que basados en la posesión de un supuesto saber recomiendan y hasta toman decisiones que no contemplan las opiniones de la comunidad y que, sin embargo, la afectan profundamente. Se planteó, pues, la necesidad de reformular el lugar y el valor de la ciencia en la sociedad. En estas cuestiones, de índole ética y política, Feyerabend puso a la epistemología en tensión y la obligó a revisar sus ropajes especializados, formales y exclusivamente académicos. Más allá incluso de su evidente competencia en materias científicas, Feyerabend exhibió permanentemente una gran habilidad como escritor y demostró ser un polemista de primera categoría, con la fineza intelectual de un Cioran y el estilo sarcástico de un Rabelais. Con su desaparición en 1994, ha dejado la tarea de examinar su Pensamiento y apreciar, en la medida justa, el valor de sus contribuciones al pensamiento actual.
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