Errores Militares de la segunda guerra mundial
Kenneth Macksey. 1987
Índice
INTRODUCCIóN
1. LOS PECADOS DE LA SUFICIENCIA. Acontecimientos anteriores a 1940
2. LA CAMPAÑA INCONCEBIBLE. La conquista alemana de Europa Occidental
3. LA POSPOSICIóN FATAL. La «batalla de Inglaterra»
4. FINTAS CAMINO DE RUSIA. Preliminares de la invasión
5. EL RESULTADO DEL EXCESO DE CONFIANZA. Batallas en Rusia, 1941
6. LOS INCONVENIENTES DE LA INEPTITUD. Las campañas del desierto occidental entre diciembre de 1940 y febrero de 1942.
7. LA CORRUPCIóN DEL EGO. De Gazala a El Alamein, 1942.
8. LOS ENGAÑOS DE LA INSPIRACIóN. La batalla del Atlántico, primera fase.
9. CASTIGOS PARA EL POCO IMAGINATIVO. La batalla del Atlántico, fase final.
10. EL PRECIO DE LA INICIATIVA. La intervención japonesa, 1941.
11. IDEAS FALSAS SOBRE ALEMANIA. Ofensiva de bombarderos en Europa, 1940-1943. 12. DECISIONES SOBRE BERLÍN.La ofensiva de bombarderos, 1944.
13. JUGADA EN ARNHEM. La ofensiva aerotransportada, 1944.
14. ILUSIONES DE INVENCIBILIDAD. La campaña del Pacífico, 1942.
15. IMPULSOS SUICIDAS. La batalla del golfo de Leyte.
16. LA SUMA DE SUS ERRORES
BIBLIOGRAFíA
INDICE DE NOMBRES
CARTOGRAFíA
1. La campaña occidental de 1940
2. El Frente OrientaL los ejes del avance alemán, 1941 y 1942
3. Campañas de¡ desierto occidental, 1940-1941
4. Las campañas del África del norte, 1942-1943
5. Las batallas de convoyes de marzo de 1943
6. La guerra aérea en Europa occidental.
7. De Normandía al Rin, de agosto a septiembre de 1944.
8. La guerra del Pacífico; la estrategia de las campañas del mar del Coral y Midway, mayo-junio de 1942
(fragmentos)
#34-35
(Cap.2 La campaña inconcebible. La conquista alemana de Europa Occidental) (...)visto. Era poco probable que pudiera prevalecer un enfoque en la línea de las principales expectativas y fuerzas del enemigo, es decir, el choque frontal con un oponente atrincherado detrás de una serie de obstáculos acuáticos, ocupados por tropas entrenadas en concreto para esta clase de guerra de posiciones.
La debilidad fundamental de Alemania, dejando aparte el relativamente débil estado de sus fuerzas cuando entró en guerra antes de tiempo (en 1939, no más de 4.000 aviones de primera clase y unos 300 tanques modernos no eran suficientes para plantear una lucha de un alcance potencial europeo y tal vez mundial), era la falta de una estrategia coherente. Bajo la dirección suprema de Hitler como jefe del Estado y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, trabajando a través del Oberkommando der Wehrmacht (OKW), que, para empezar, era poco más que un secretariado, los alemanes saltaban de una conquista a la siguiente de acuerdo con el capricho oportunista de un político innato. No había ningún plan para anexionar Checoslovaquia en 1938-39 antes de la ocupación de Austria de marzo de 1938, ni ningún proyecto para la conquista de Polonia hasta que al final Checoslovaquia fue engullida en marzo de 1939. Y dado que se había supuesto que Francia y Gran Bretaña se decidirían en contra de una guerra en apoyo de Polonia, no se prepararon planes para atacar a los vecinos occidentales de Alemania hasta octubre de 1939. Incluso entonces, los planes de ataque a Francia fueron dejados de lado en abril de 1940 debido a otra operación «repentina»: la invasión de Dinamarca y Noruega, que, a pesar de su éxito, constituyó una importante distracción de pensamiento y de recursos, en particular navales y aéreos. Resultó que la previsión plenamente estudiada, que es la esencia de la planificación estratégica y que siempre había sido una marca de la excelencia del Cuartel General alemán, era escasa, lo que, por el apresuramiento, creaba algunas tensiones internas totalmente innecesarias que eran motivo de error. La propuesta de llevar a cabo el ataque principal contra Francia por las Ardenas, que fue sugerido por primera vez al Alto Mando del Ejército (OKH) en octubre de 1939 por el teniente general Erich von Manstein (jefe del Estado Mayor del Grupo de Eje éjercitos A del general Gerd von Rundstedt), no había sido bien recibida, muy probablemente porque se añadía a la tensión, pero quizás también porque fue interpretada como una critica inoportuna al comandante en jefe y a su jefe de Estado mayor. Y también porque tendía a reducir la actuación del Grupo de Ejércitos B (que tenía la parte del león de los recursos para el ataque principal en el ala derecha y cuyo comandan el general Fedor von Bock, era tan ambicioso como cualquier general que se respetase), y muy probablemente porque se se reconoció la mano de Guderian en su origen. Porque Guderian había sido consultado por el OKW cuando Hider había tenido una «corazonada» similar y se sabía que era muy favorable a ello. Además, Guderian había persuadido a Manstein para que aumentara a más del doble el tamaño de la fuerza mecanizada, las tres divisiones propuestas el tamaño de la fuerza mecanizada, las tres divisiones propuestas originalmente para el para el ataque. Sin embargo, el plan de Von Manstein habría recibido un carpetazo de no haber sido por el "crimen" de los oficiales de la Luftwaffe y de no haber tenido general la oportunidad de hablar directamente con Hitler.
Una de las paradojas más irónicas del periodo es qué, después de que Von Manstein recibiera el mando de un cuerpo de infantería (para acallar su defensa del plan de las Ardenas) y en febrero se planteara la adopción del plan, Von Rundstedt, quien previamente había dado su apoyo al plan fuera como comandante de Von Manstein, el que se encontrara a punto de recibir la orden de llevar a cabo el proyecto muy ampliado (y no estaba demasiado entusiasmado con la perspectiva). En efecto, aunque para aquella época el jefe del Estado Mayor del Ejército, el mayor general Franz Halder, llegó a apreciar la genialidad de la idea, existía una mayoría de altos mandos que, mientras que estaban de acuerdo en que era posible penetrar en las Ardenas, no confiaban en que las tres divisiones Panzer destinadas a ello fueran capaces de atravesar la linea del rio Mosa (...)
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Cap. 5
#73
EL RESULTADO DEL EXCESO DE CONFIANZA
Batallas en Rusia, 1941
EN LOS LIBROS DE MUCHOS PEDANTES MILITARES, la identificación y el mantenimiento del objetivo de una operación son fundamentales entre los principios de la guerra, junto con un corolario según el cual debe haber un único objetivo y sólo uno. Antes de la invasión de Rusia los alemanes adoptaron tres objetivos militares, cada uno de los cuales disfrutó de su turno de precedencia sobre los otros, que conjuntamente agravaron la falta de un objetivo principal y la confusión y generaron serias disputas en la dirección de Barbarroja. Había que ocupar tanto territorio ruso como fuera posible para proteger Berlín y la Alemania oriental de ataques aéreos; el Ejército ruso tenía que ser destruido; centros políticos y económicos vitales como Leningrado, Moscú, Ucrania y la cuenca del Donetz debían ser ocupados. Se podía afirmar que simplemente con avanzar en un amplio frente para apoderarse de aquellas zonas habían de quedar cumplidos los tres objetivos. Pero la escasez alemana de recursos lo excluía. A lo largo de una fachada de 1.600 kilómetros y con sólo 2.700 aviones disponibles (menos que contra el Oeste en 1940) y 2.000 de los excelentes tanques Mark III y IV, además de numerosos aparatos más ligeros y cañones de asalto (una fuerza más potente que la de 1940), los discretos ejes de avance debían ser dirigidos con calma contra objetivos seleccionados que proporcionaran los resultados más provechosos. Había poco margen de error al escoger la mejor entre varias líneas de ataque prometedoras.
Para empezar, en Rusia, como había ocurrido en Francia, la mayoría de las equivocaciones corrieron a cargo de los defensores. No sólo se encontraban los rusos en una situación de desventaja técnica y táctica general respecto de los alemanes, en el aire y en el suelo en prácticamente todas las áreas de potencia de fuego, movilidad, comunicaciones, instrucción, táctica y experiencia de combate, sino que se permitieron, por las razones ya descritas, ser atrapados totalmente por sorpresa en la madrugada del 22 de junio. Su debilidad técnica era en parte el resultado de haber comenzado la producción a gran escala de aviones y VAC [vehículos acorazados de combate] unos tres o cuatro años antes que los alemanes. Podían ser superiores en cantidad en una proporción de cinco a tres, pero la inferioridad en calidad de los anticuados aparatos tenía un efecto negativo en su supervivencia durante el combate, aparte de su incapacidad para contrarrestar el ataque de armas superiores.
En el aire, los rusos eran inferiores. Incluso el optimista Goering estaba asombrado por las pérdidas de la Fuerza Aérea Roja al principio de la campaña: se contaron casi 1.500 aparatos destruidos en el suelo y se reivindicaron más de 300 derribados en vuelo frente a la pérdida de sólo 2 aviones alemanes; se reivindicó la destrucción de casi 5.000 aviones rusos al cabo de una semana a cambio de la pérdida de 179 alemanes. Esto no sólo fue un desastre para los rusos que permitió que la Luftwaffe hiciera lo que quiso a lo largo de la campaña de verano, sobre todo desarrollar valiosas labores de reconocimiento para cubrir los espacios entre ejércitos que la observación desde el suelo no podía llevar a cabo. Fue un terrible revés a largo plazo infligido a toda la estructura de la fuerza aérea, a sus tripulaciones y a los equipos de apoyo terrestre, que causó la mayor parte del daño. La Fuerza Aérea Roja nunca se recuperó del golpe. Casi hasta finales de 1944, la Luftwaffe pudo utilizar en el frente ruso aviones obsoletos, que no hubieran podido imponerse en el Oeste, lo cual fue una gran suerte cuando se tiene presente que, en el estimulante verano de 1941, anteriores omisiones y equivocaciones de Hitler, Goering y el general Ernst Udet, su director del Departamento Técnico, ya empezaban a permitir que la Luftwaffe quedara atrás en capacidad de combate respecto de sus oponentes.
Las pérdidas de VAC rusos durante los primeros cinco meses de la guerra fueron tan enormes como las de su aviación: se habla de unos 17.000 frente a 2.700 alemanes, que son cifras interesantes puesto que representan alrededor del 65 por ciento de la fuerza total de los VAC de cada bando el 22 de junio. Pero es el manejo táctico de estos VAC lo que proporciona los contrastes más notables en pericia, con las unidades alemanas, bien ejercitadas y controladas por radio, superando en la maniobra y el combate a sus desaventajados oponentes. La ventaja técnica en tierra era importante, es cierto, aunque no tanto como en el combate aéreo, donde era vital. En cualquier caso, los nuevos tanques KV-1 pesados y los medios T-34/76 que estaban entrando en servicio eran, para disgusto de los alemanes, considerablemente superiores a sus propios aparatos y muy difíciles de dejar fuera de combate. Como en Francia, lo que contaba eran el mando, el control y la técnica. Ciertamente, se demostró que las tripulaciones rusas estaban mal instruidas y disparaban mal. Los VAC tendían a seguir las crestas de las montañas, donde se silueteaban claramente y eran cazados uno a uno. Los comandantes de tanques no ocupaban posiciones de tiro a cubierto, exponían sus vehículos en campo abierto y parecían carecer de una adecuada práctica de las maniobras de combate, lo que llevaba a errores en la cooperación mutua así como en la coordinación con la artillería, la infantería y los ingenieros. Pero eran los altos mandos quienes no sabían qué hacer frente a expertos profesionales, y el sistema soviético, tal como era dirigido por Stalin, era el culpable de permitir que se degradara la preparación de oficiales y soldados.
Las despiadadas purgas de los oficiales mejor preparados y más inteligentes, llevadas a cabo por Stalin en la década de 1930 para impedir que el Ejército Rojo amenazara su autoridad, dañaron el arma acorazada con mayor intensidad que a
las demás porque tenían los mejores dirigentes. El terror volvió muy precavidos a los supervivientes, e hizo vacilar a los que habían de crear las líneas políticas. Cuando las lecciones de la guerra civil española y los «incidentes» frente al Japón sugirieron que eran impracticables las operaciones llevadas a cabo por fuerzas acorazadas independientes, Stalin, en noviembre de 1939, ordernó la disolución de los cuerpos autónomos de tanques y destinó éstos al mero apoyo de la infantería, según el modelo francés. Después del triunfo alemán de la primavera de 1940 ordernó un apresurado retorno a la anterior organización de
cuerpos mecanizados en todas las armas, a una escala enorme. Pero cuando llegó el momento de suministrar a las vastas fuerzas máquinas y, sobre todo, mandos eficientes, en especial de alto rango, se manifestó una calamitosa escasez de oficiales que comprendieran tales formaciones, tan grandes y tan especializadas, por no hablar de ser capaces de manejarlas. Muchos de los que recibieron nombramientos de alto rango ya habían fracasado en combate, pero habían sobrevivido a sus rivales acatando lo dispuesto por el partido y aficionándose a remitir hacia arriba los problemas conflictivos. Solo unos pocos entre los mejores, como el general K. K. Rokossovski, sobrevivieron a las purgas y fueron reintegrados al mando cuando se reveló la escasez de talento.
En un ambiente en que la iniciativa era escasa, y con frecuencia estaba sofocada por las amenazas de fusilamiento por parte de los comisarios políticos, ¿cómo se podía esperar que Comandantes inexpertos instruyeran a sus hombres con imaginación Y adoptaran medidas atrevidas en un ámbito convertido en un desierto de ignorancia y represión? Y siempre fueron los oficiales de graduación inferior y los soldados los que sufrieron los errores básicos de Stalin y su asustado séquito. Frente a los muy imaginativos y agresivos comandantes alemanes (Von Bock y Guderian eran los más destacados de una multitud de extraordinarios comandantes de blindados), el Ejército Rojo estaba perdido. Mediante un frenesí de incursiones profundas y envolvimientos dobles, los cuerpos Panzer avanzaban kilómetros por delante de las divisiones alemanas a pie o con caballos, llevando a cabo grandes incursiones en las áreas de la retaguardia, rodeando vastas hordas de soldados estupefactos, destruyendo máquinas y aniquilando virtualmente las formaciones del Ejército Rojo que les cerraban el paso hacia Leningrado, Moscú y Kiev. Una vez más, los dirigentes de los cuerpos Panzer encontraron que su movilidad no era desafiada por un enemigo cuyo grueso era destruido in situ y condenaba a las migajas de VAC y cañones supervivientes a dispersarse en grupos descoordinados de refugiados que huían en tropel al refugio de los bosques y los pantanos.
Tomando la fuerza dirigida contra Moscú como un excelente ejemplo de la estrategia alemana, las operaciones del Grupo de Ejércitos del Centro de Von Bock demuestran desde el principio cómo la energía en la ejecución se aprovechó de los errores y las concepciones equivocadas de los rusos y cómo las vacilaciones en la dirección causaron errores fatales. Desde el comienzo, los dos ejércitos Panzer del Grupo de Ejércitos de Centro (el II, al mando de Guderian, y el III, a las órdenes de Hoth) avanzaron mucho más que la infantería, como en Francia, pero en esta ocasión tuvieron más autonomía que en 1940 y se les permitió completar el envolvimiento de densas masas de enemigos. Al cabo de una semana, estos dos ejércitos, atacando profundamente desde Polonia y Prusia Oriental, habían cerrado la pinza en Minsk y atrapado unas 27 divisiones rusas para su posterior digestión por parte de la infantería, incluso cuando los elementos móviles avanzados estaban sondeando más al este, a una semana de marcha de la infantería, en dirección a Smolensko y Moscú. Diecisiete días más tarde y 400 kilómetros más adelante, el II Ejército Panzer había alcanzado Smolensko, considerado como uno de los objetivos vitales desde el punto de vista psicológico, así como industrial y de comunicaciones; su ocupación estableció una posición que bloqueaba la retirada de unos 300.000 soldados rusos de 12 o 14 divisiones. Según las apariencias era un triunfo para Von Bock y Guderian, pero sólo si la bolsa era cerrada por completo, toda la fuerza enemiga era aniquilada y el avance continuaba casi sin pausas antes de que el enemigo fuera capaz de recuperar su posición con un contraataque (en lo que ya se estaba esforzando) o de restablecer defensas viables entre Yelnya y Yartsevo, en la ruta hacia Moscú.
En esta fase empezaron a aparecer señales de agotamiento en los informes de los comandantes alemanes transmitidos en mensajes radiofónicos codificados por Enigma, que los británicos captaron y descodificaron. La potencia de los contraataques rusos desde el sur contra Guderian y desde el norte contra Hoth era muy superior a lo previsto y exigió la diversión de cuerpos Panzer para derrotarlos en vez de concentrarse en cerrar el hueco e impedir una ruptura desde la bolsa de Smolensko. Además, un error por parte del cuerpo Panzer avanzado de Hoth. dejó abierta una brecha en la zona de enlace con Guderian al norte de Smolensko, con el resultado de que el enemigo empezó a huir en masa por él. El mariscal Kesselring, que mandaba la 2ª Flota Aérea, vio el movimiento en la brecha cuando él en persona la sobrevoló, y apremió a los comandantes de los cuerpos Panzer a que actuaran conjuntamente con urgencia. Pero Hoth había destacado un cuerpo para enfrentarse a una amenaza enemiga en Velikije Luki y todavía ignoraba la existencia de la brecha, mientras que Guderian dijo que no podía prescindir de más tropas, aunque intentó parar el movimiento con fuego de artillería mientras insistía en que Kesselring llevara a cabo ataques aéreos intensivos, lo que el aviador podía cumplir parcialmente, por saber muy bien que el efecto sería marginal de día y nulo de noche. En toda la cuestión planeó la sospecha de que Guderian ignoraba con deliberación la brecha, pues su intención particular era apoderarse de Yélnya como el siguiente paso en el avance hacia Moscú, que todavía no estaba autorizado. Los llamamientos de Von Bock a cerrar la abertura fueron ineficaces al principio y el ruego personal de Kesselring a Goering para que presionara a Hitler e insistiera en ello no sirvió de nada. La escasez de suministros y de soldados estaba en el fondo del problema, una situación causada por las intensas lluvias sobre malas carreteras y por la obstrucción de las principales arterias por demasiados vehículos, ninguno de los cuales era capaz de desplazarse a campo traviesa. Por desgracia, el XI Cuerpo Aerotransportado que, como Kesselring señaló tristemente, podía haber cerrado la brecha, estaba fuera de combate, lamiéndose las heridas después de Creta. Esto señalaba de forma muy elocuente cuán poco prudente había sido el lanzamiento de aquella operación innecesaria para mayor gloria de Goering, Student y la Luftwaffe.
Según una estimación de Kesselring, unos 100.000 soldados rusos escaparon de la trampa de Smolensko, un revés más para la creciente lista de débitos de la cuenta alemana, aunque no la causa fundamental de la pérdida de impulso del Ejército alemán en el Frente del Centro o en cualquier otra parte. Al buscar la razón fundamental del vacilante avance alemán después de julio es necesario investigar profundamente en pasados errores de cálculo y comportamientos erróneos del presente en el nivel ministerial y del alto mando. En aquel momento, las fuerzas armadas alemanas estaban a punto de pagar un precio muy alto por haber entrado en una gran guerra antes de completar los preparativos. Aunque la Wehrmacht se hubiera comportado de forma arrolladoramente efectiva contra una oposición anacrónica en 1939 y 1940, carecía de profundidad y sustancia en su base industrial y logística, aunque presentara una fachada de la que había que responsabilizar a Hitler, Goering y todos los restantes miembros de su partido, incluyendo los oficiales de la Wehrmacht que se habían apuntado con demasiada facilidad a un farol que ya había llegado demasiado lejos.
Las grietas de la estructura de la Wehrmacht empezaron a aparecer hacia finales de agosto, unas once semanas después del inicio de la campaña y, esto es muy significativo, al cabo de algo más de tiempo que el requerido por la campaña más larga emprendida por el Ejército alemán desde 1918 hasta entonces. Polonia había durado cuatro semanas, Noruega nueve, Holanda, Bélgica y Francia siete, los Balcanes tres. Al final de cada uno de estos paseos, el equipo del Ejército había sido devuelto a sus bases para ser revisado a fondo, justo a tiempo para evitar extensas visitas a los talleres de campaña, que en cualquier caso sólo estaban equipados para enfrentarse a reparaciones corrientes. Para empeorar la situación, las fábricas no conseguían cubrir las pérdidas sufridas. Esto no es sorprendente si se recuerda que durante todo el programa de rearme el aprovisionamiento y la producción habían sido limitados para evitar la inflación. Así que los equipos de reserva y los suministros estaban descendiendo a un nivel muy bajo. Además, partidas fundamentales de equipo estaban resultando inadecuadas para las condiciones de rusia, lo cual no era la culpa de los diseñadores, que no habían sido advertidos de que se prepararan para una guerra de agresión en un país inmenso con unas comunicaciones tan primitivas y un clima tan extremo. Los motores se desgastaban prematuramente porque los filtros de aire no podían hacer frente al polvo de la estepa. Los camiones con dos ruedas motrices se atascaban en el barro cuando lluvias intensas convertían las precarias carreteras en atolladeros llenos de baches. Las orugas de los tanques fallaban en el suelo blando o demasiado endurecido por el hielo del invierno. Los lubricantes también causaron problemas por causa del frío. Las reservas de combustible eran escasas. Para una fuerza que dependía de máquinas para su capacidad ofensiva y su supervivencia como no había dependido ninguna antes hasta tal punto, estos defectos eran muy graves. Muchas deficiencias habían sido previstas, y la mayoría de las veces habían sido eludidas o ignoradas por razones de economía o porque Hider y muchos de sus comandantes se habían engañado a sí mismos al creer que se ganaría la guerra mucho antes de que el largo invierno cobrara su peaje.
Un avance del Grupo de Ejércitos del Norte de Von Leeb hasta las puertas de Leningrado, el envolvimiento de grandes masas de soldados en Minsk y Smolensko y una brillante acometida en Ucrania por el Grupo de Ejércitos de Sur de Von Rundstedt habían hecho estragos en el Ejército Rojo, pero no habían conseguido que el pueblo de la Gran Rusia renunciara a la lucha ni obligado a Stalin a pedir la paz. Es posible que un ataque concentrado destinado a tomar Moscú pudiera haber provocado este colapso, pero el avance en esa dirección, como se verá, fue parado a primeros de agosto. Es mucho más probable que los pueblos de los territorios ya conquistados se hubieran unido a los alemanes en una cruzada para obtener su independencia de los opresores rusos. Estonios, letones, lituanos, bielorrusos, ucranianos y mucho miles de polacos, que recibieron a los alemanes como libertadores, habrían ayudado si tan sólo Hitler y el partido nazi no hubieran estado aferrados a doctrinas racistas que situaban a losjudíos y los pueblos eslavos en la categoría de chusma, lo que los enfrentaba a un tratamiento brutal y más tarde a una política de exterminio que los lanzaron otra vez a los brazos de Stalin. Incluso los propios rusos podrían haber cedido si Hitler, con el apoyo del OKW y el OKH, no hubiera publicado su infame Orden de los Comisarios que establecía que los comisarios y los miembros de la intelligentsia comunista debían ser eliminados al ser capturados, una instrucción que simplemente acrecentó la decisión de resistencia de la dirección soviética, que no tenía nada que perder si seguía resistiendo y manteniendo sus posiciones con medidas tan despiadadas coniu las de los alemanes. En la guerra es una locura suprema arrinconar al enemigo y negarle al mismo tiempo la menor esperanza de supervivencia. Sin embargo, estas directrices fueron adoptadas con persistencia, en algún momento, por todos los contendientes a lo largo de la guerra; los soviéticos, los alemanes y los japoneses, que fueron los culpables de los peores excesos, fortalecieron su resistencia a corto plazo, pero a la larga corrompieron a sus propios pueblos.
Amenazados por la continua resistencia rusa y conscientes de las deficiencias logísticas y de la necesidad de hacer una pausa mientras se transportaban los pertrechos al frente y se procedía a la reparación del equipo, el alto mando alemán vaciló en decidir la mejor forma de completar la victoria prometida. El objetivo del OKH era entonces la toma de Moscú, una amenaza que obligaría al Ejército Rojo a resistir y luchar (en vez de evitar las confrontaciones, como era su creciente tendencia); su pérdida desorganizaría el Gobierno soviético, lo privaría de importantes instalaciones industriales y centros de comunicaciones, dividiría el país en dos y minaría dramáticamente la moral. Pero el objetivo de Hider entonces se desvió tercamente hacia la destrucción de las fuerzas enemigas mediante acciones locales, que, de paso, ganarían un territorio valioso a su debido tiempo, proyectos que quedaron en suspenso cuando los rusos amablemente lanzaron sus potentes y fracasadas contraofensivas en las proximidades de Smolensko a finales de julio.
La crisis llegó el 15 de agosto cuando Hitler se opuso con fuerza a un nuevo ataque contra Moscú. En cambio, y para consternación del OKH y del Grupo de Ejércitos del Centro, insistió en una directiva, con fecha del 21 de agosto, que establecía que el II Ejército Panzer de Guderian debía atacar hacia el sur en colaboración con el Grupo de Ejércitos del Sur para lograr el cerco completo de cuatro divisiones rusas desplegadas para la defensa de Ucrania. A la vista de la negativa concurrente del Führer a conceder los refuerzos adecuados de VAC al Frente Oriental y de su aseveración de que los envolvimientos anteriores habían resultado decepcionantes dado que habían huido hasta un 25 por ciento de los soldados enemigos, uno siente la tentación de preguntarse si la perversa tendencia del Führer a intimidar y desautorizar a sus generales primaba sobre la voluntad de conseguir la derrota de los rusos. No es imposible que a un artista fracasado austriaco, que como soldado en tiempo de guerra no había superado el grado de cabo, le gustara dominar despóticamente a un aristocrático mariscal prusiano, teniendo siempre presente la tradicional antipatía que existía entre los prusianos y los alemanes del sur. Las diferencias eran tan profundas que Von Brauchitsch y Halder (un bávaro) contemplaron en serio la dimisión, pero en cambio decidieron continuar con la esperanza de cambiar las ideas de Hitler. Firmes en su discutible decisión en interés propio de tomar Moscú, el comandante del Grupo de Ejércitos del Centro, Von Bock, y su comandante de blindados más carismático, Guderian, se esforzaron en prestar apoyo al OKH en su empeño en cambiar las ideas del Führer.
Una reunión celebrada el 23 de agosto en Rastenburg señaló un cambio decisivo de la guerra, por no hablar de la campaña. Es evidente que Halder consideró que si alguien podía persuadir a Hitler de ir a por Moscú sería Guderian, a quien durante muchos años Hitler había prestado atención y que, en aquel mismo momento, era presentado a escondidas como un buen sustituto como comandante en jefe de Von Brauchitsch, un arribista de poca altura moral que era totalmente incapaz de enfrentarse a la vehemencia del Führer. En aquella ocasión, Von Brauchitsch prohibió a Guderian que discutiera la cuestión de Moscú con Hitler. Pero en una discusión entre Hitler y los altos mandos del OKW Guderian la planteó, y fue rechazada por Hitler con un torrente de argumentos económicos, políticos y militares irrelevantes y la condescendiente observación «Mis generales no saben nada de los aspectos economicos de la guerra » Y Guderian cedió según la vieja
tradición prusiana, por la que no podía «discutir una cuestión decidida con el jefe del Estado en presencia de su séquito». Sin duda a Guderian lo frenó el temor a que una pelea pudiera anular su posibilidad de llegar a ser comandante en jefe, y así tener la oportunidad de salvar Alemania de la ruina. Pero al parecer que aceptaba la diversión contra Ucrania, Guderian se ganó la enemistad imperecedera de Halder por conseguir en una sola reunión lo que él y el comandante en jefe no habían conseguido en varias semanas. Además, no dijo a Guderian que ya se había dado al Grupo de Ejércitos del Centro la orden de avanzar hacia el sur, junto con el mandato de usar una fuerza potente, « [ ... ] preferiblemente con el coronel general Guderian al mando». Pero fueran cuales fueran las razones de esta comedia negra de malentendidos y celos, el resultado fue un desastre que estaba a punto de llegar.
El avance hacia Moscú siguió suspendido mientras que la conquista de Ucrania y la preparación del sitio de Leningrado tenían prioridad. Entonces otro enorme grupo de prisioneros y equipo cayó en la red alemana. Una vez más, una parte considerable de las fuerzas rusas se escapó cuando las defensas rusas a lo largo de la ruta hacia Moscú se endurecieron gracias a una inagotable, aunque pobremente equipada, reserva de recursos humanos. Pero el cierre de la bolsa de Ucrania el 16 de septiembre actuó como un catalizador para que al fin Hitler diera luz verde al avance hacia Moscú, a sólo algo más de 400 km de Smolensko y, por lo tanto, dentro del avance normal del ejército Panzer, al alcance de la mano antes de los peores azotes del invierno. Pero los inviernos rusos son anormales según los patrones de la Europa occidental y el Ejército alemán, que avanzó una vez más hacia el este el 30 de septiembre estaba en vigilias sufrir el castigo por todos los errores perpetrados por sus dirigentes desde que comenzó la campaña.
Sin embargo, la campaña empezó bien al sorprender a los rusos por completo, probablemente porque no podían convencerse de que pudiera suceder algo tan increíble, a pesar de todas las advertencias procedentes de Londres desde el 10 de septiembre, basadas en descodificaciones del «gran plan» de Hitler para destruir los ejércitos rusos del centro. A pesar de todo, la derrota rusa que siguió también debe ser atribuida al inepto manejo de sus fuerzas, agravado por la pérdida de tanto equipo. Cuando a los ejércitos defensores les llegó la orden de cesar todos los ataques locales y luchar donde se encontraran, ello equivalía a una orden de suicidio frente a unos maestros de la movilidad como eran los comandantes de los tres ejércitos Panzer. Con 14 divisiones Panzer y 8 divisiones motorizadas de infantería, los alemanes dieron ciento y raya a los rusos, un proceso facilitado por el retorno del Ejército Rojo al agrupamiento de los tanques en brigadas de apoyo a la infantería y a la virtual eliminación de los cuerpos acorazados o las divisiones Panzer. La ocupación de fábricas y la amenaza de las que quedaban, que estaban en proceso de trasladarse más hacia el este, habían reducido gravemente la producción de toda clase de equipo, lo que sólo posibilitaba el mantenimiento de un puñado de unidades mecanizadas. Éstas eran las amargas consecuencias de los fundamentales errores originales de Stalin al castrar al cuerpo de oficiales y al mostrarse incapaz de comprender que, incluso en el caso de que Hitler fuera tan despiadado como él, seguía líneas de razonamiento diferentes. Todo ello señalaba los riesgos del exceso de centralización cuando un hombre toma todas las riendas en sus manos porque teme compartir el poder o es incapaz de hacerlo. La centralización excesiva es el enemigo de la iniciativa; el terror es la condena de la creatividad.
El invierno y la insuficiencia de previsión administrativa acabaron con la última ofensiva alemana contra Moscú. Dejando a un lado la equivocación inicial de presumir que los rusos estarían derrotados por completo antes de la llegada del invierno (lo que era un cálculo imposible), no había excusa para el fallo de no proporcionar ropa de invierno a los soldados ni protección a los vehículos frente al frío extremo. Esto fue pura incompetencia. Ganaran o perdieran, era seguro que el Ejército y la Luftwaffe tendrían que estar de guardia en Rusia a lo largo del invierno de 1941-42, y que, a 30 grados bajo cero, necesitarían algo más caliente que los uniformes de verano, incluso si sólo se dedicaban a tareas de guarnición. El significado pleno del impacto del invierno fue evidente entre el 5 y el 7 de octubre, cuando cayeron las primeras nieves, las carreteras quedaron reducidas al caos, la eficiencia de los hombres y las máquinas experimentaron una grave reducción y los alemanes completaron en Viazma el envolvimiento de no menos de seis ejércitos rusos, con un total de unos 600.000 hombres, además de otros dos ejércitos en Briansk. En aquel momento, con el Frente Occidental hundido (»todos los caminos hacia Moscú están en realidad abiertos», como recordó más tarde el comandante del frente, el general Zhukov), y produciéndose un aterrorizado éxodo en masa de la capital, los alemanes no fueron capaces de explotar la oportunidad que habían creado sus soldados.
El problema ya familiar de acabar con las masas rodeadas, que había frenado las ofensivas del verano, entonces, en conjunción con las nevadas, paró el ataque de otoño y dio al mando del Ejército Rojo tiempo suficiente para restablecer líneas de resistencia más próximas a la capital. En cierta forma, los rusos cambiaban espacio y vidas humanas por tiempo: el sudor de la gente que construía defensas a mano y el sacrificio de masas de muertos y prisioneros en combate, por el agotamiento de la máquina de guerra alemana. Era una ecuación sugerente que dejaba señales incluso en la conciencia de los severos comandantes de ambos bandos mientras intercambiaban liberalmente vidas por victoria. Se estableció una pauta, mantenida por las fluctuaciones climáticas: cuando una intensa helada solidificaba los caminos y los campos fangosos, los alemanes se lanzaban adelante de nuevo, sólo perturbados temporalmente por repentinos ataques de los últimos tanques rusos KV-1 y T-34, que los carros acorazados alemanes no podían destruir con sus cañones de 50 mm, lo que llevaría a las recriminaciones de Guderian de que sus anteriores recomendaciones de equiparlos con una pieza más potente habían sido desoídas aduciendo razones de cortos de vista, como necesidad insuficiente o imposibilidad económica; pero, cuando llegaba el deshielo y todo se paraba, la potencia de fuego quedaba neutralizada y la defensa se mantenía firme.
A trompicones, los elementos de cabeza del Grupo de Ejércitos del Centro llegaron a la vista de Moscú el 5 de diciembre, cuando la guerra entraba en una de sus más fatídicas semanas, comparable por la metamorfosis de su curso y su potencia con la decisión inicial de invadir Polonia, la renuncia a invadir Gran Bretaña y la resolución, relacionada con ésta, de atacar a Rusia. Los alemanes ya eran conscientes de que habían quemado su último cartucho. Hombres y máquinas funcionaban al 20 por ciento de su eficacia, y Guderian no dormía por la noche mientras torturaba su cerebro: «qué puedo hacer para ayudar a mis pobres hombres, que están sin protección este tiempo loco. Es terrible, inimaginable.» Había que parar la ofensiva. El 6 de diciembre, con la aprobación de Hitler, el Grupo de Ejércitos del Centro ordenó una retirada táctica desde salientes expuestos, a ambos lados de Moscú, a posiciones defendibles. De inmediato empezó una contraofensiva rusa.
Al día siguiente los japoneses atacaron a la flota americana en el puerto de Pearl Harbor y empezaron las hostilidades generales contra EE.UU., Gran Bretaña y los holandeses en el Pacífico y el Extremo Oriente. El 11 de diciembre, como había indicado a Japón en agosto, Hitler, arrastrando a Mussolini con él, declaró la guerra a Estados Unidos.
Agosto de 1941 había sido un mes disparatado en el calendario alemán, en el que vacilaciones y recriminaciones habían permitido que a los alemanes se les escaparan las oportunidades que les quedaban de obtener una victoria conclusiva en el este; en el que Hitler, empapado por el derrame de sangre que él había iniciado, hizo observar a Guderian que si hubiera creído la estimación de los generales de blindados de que había 17.000 tanques rusos en servicio no hubiera llevado a cabo la invasión, y en el que al asegurar a los japoneses su apoyo incondicional en caso de que entraran en colisión con EE.UU. los animó a extender la guerra hasta tomar dimensiones mundiales y de esta forma a desatar la furia y los recursos ilimitados de la mayor nación industrial de la Tierra. Hay pocas dudas de que si en agosto hubiera comenzado un ataque concentrado contra Moscú se hubiera alcanzado el objetivo. Que esto hubiera significado el fin de la guerra es una cuestión discutible, pero el resultado habría diferido mucho del fracaso que siguió como resultado de los difusos esfuerzos que en realidad se pusieron en marcha. De modo parecido, la continuidad de Von Brauchitsch como comandante en jefe en vez de su remplazo por Guderian, o alguien más capaz de enfrentarse al Führer, solo podría haber servido para mejorar la calidad de las decisiones del mando, aunque no habría sido una garantía de que el megalomaniaco Hitler abandonaría sus tozudos métodos. Pero por lo menos Guderian era incapaz de simular tranquilidad. Siempre estaba presente la posibilidad de una explosión, como ya había demostrado a menudo antes del 5 de diciembre y como repetiría deliberadamente el 24 de diciembre en una audaz contravención de una orden equivocada, que le valió la destitución. Mejor esto y el ejemplo que dio, dirá mucha gente, que yacer para siempre postrado como una esterilla para Hitler.
Si los años de guerra que precedieron a 1942 dieron credibilidad a la teoría de que en la adversidad los errores militares de un combatiente son censurados públicamente y magnificados, mientras que en la victoria tienden a ser dejados de lado o perdonados, 1942, a menudo considerado como el punto de inflexión en la suerte de los principales contendientes de la 11 Guerra Mundial, demostraría cómo en un momento de equilibrio las equivocaciones de cada uno con frecuencia pueden anularse mutuamente. Para preservar su propio prestigio ante sus seguidores, Hitler denigró y despidió a un cierto número de altos oficiales, incluyendo al comandante en jefe, los tres comandantes de grupos de ejército y unos cuantos más, cuya edad y los esfuerzos de los dos años anteriores, y en particular de los dos últimos meses, obraban en su contra. Asumiendo él mismo el cargo de comandante en jefe, que sumó a los de jefe del Estado y comandante supremo, Hider desafió la lógica militar teórica al emitir una orden inflexible de mantenerse firmes que incluso prohibía retiradas locales sin permiso. Al actuar así paró lo que podía haber sido una descomposición en forma de desbandada de todo el Ejército, aunque disfrazada de retirada táctica. Fue una decisión atrevida y correcta psicológicamente, que reafirmó la moral en el preciso momento en que oficiales cultos, que habían estudiado la retirada de Napoleón en el invierno de 1812, predecían un desastre similar y estaban perdiendo el ánimo. Desde aquel momento los indecisos podían ser castigados por comandantes más duros cuyas ambiciones todavía habían de ser satisfechas plenamente por la aclamación de la plebe; que estaban ansiosos de probar su oportunidad y ganarse el favor de un Führer que había hecho saber que las retiradas eran imperdonables, induciendo de esa forma que los oficiales basaran las defensas en posiciones que controlaran puntos estratégicos, donde se pudiera obtener un mínimo de abrigo frente a los elementos y el fuego enemigo, y sirvieran como bases desde donde se pudiera montar contraataques de blindados contra penetraciones del enemigo con el puñado de VAC que todavía quedaban. De hecho, la base de numerosos sistemas de defensa del pasado y de las décadas que han de llegar.
En un punto en que ambos bandos estaban rebañando las últimas migajas de sus recursos materiales y cuando los rusos necesitaban desesperadamente una pausa para reconstruir lajerarquía y la organización de sus fuerzas destrozadas, y sin embargo triunfantes, Stalin optó por una ofensiva general en todos los frentes en enero. Se llevó a cabo en contra del consejo de Zhukov, que representaba a la nueva guardia de comandantes, pero recibió el apoyo de los comandantes de la vieja guardia y los comisarios políticos, cuya incompetencia, y hasta cierto punto su servilismo hacia Stalin, habían exacerbado las derrotas de 1941. La idea de Stalin de atacar de inmediato a los debilitados alemanes, y de esa forma minar suficientemente su recuperación para impedir una renovación de la ofensiva en la primavera, fue discutida por Zhukov (que corrió un riesgo cierto), quien se basaba en la escasez de cañones y tanques para derrotar a un enemigo que, a pesar de sus reveses, seguía luchando bien. Y luchaban bien, se puede añadir, por una sensación de pura desesperación inspirada por la horrible perspectiva de caer en manos de los soviéticos, exactamente la misma razón por la que los rusos perseveraban por el miedo a ser liquidados por los alemanes.
Stalin se salió con la suya con el apoyo de los serviles en el Consejo. Lanzó masas de infantes inadecuadamente instruidos y armados y con apoyos insuficientes en avances precipitados frente a oponentes que resistían con tenacidad e infligían inmensas pérdidas. Eran carne de cañón, lanzada al raso con temperaturas bajo cero, que agotaban la capacidad de resistencia y la moral de todos salvo los más duros y más entregados, y que fue devorada. Antes de que la ofensiva se agotara, a principios de marzo, se había conseguido exactamente lo opuesto a lo que pretendía Stalin, aunque es verdad que se habían recuperado considerables extensiones de terreno. La prodigalidad en recursos humanos como sustituto de armas y máquinas había impuesto errores tácticos inevitables a los oficiales inferiores y los soldados. La incompetencia en todos los niveles prosperó en abundantes equivocaciones. Aparte de la violencia de la resistencia alemana, los rusos sufrieron las desventajas de sus bien conocidas insuficiencias de potencia de fuego y apoyo logístico, que les negaban la potencia para superar las defensas enemigas y la energía para explotar cualquier éxito obtenido. En efecto, el fracaso en la captura de los puntos que controlaban las arterias de suministro condenaba a las tropas que se infiltraban en las defensas alemanas al castigo del viento helado y de la potencia de fuego del enemigo como preludio de ser sorprendidas en terreno descubierto por hábiles contraataques alemanes llevados a cabo con la máxima economía y con sincronización y dirección consumadas. Con el mínimo esfuerzo, los alemanes consiguieron aprovecharse de la prodigalidad de los rusos mientras conservaban sus propias fuerzas, con lo cual debilitaron al Ejército Rojo hasta el punto de que no estaría en condiciones de resistir el empuje de ejércitos Panzer descansados y reequipados en cuanto mejorara el tiempo.
Así, la controvertida, pero correcta, orden de aguantar firmes de Hider se había beneficiado de la contraofensiva de Stalin, desacertada y erróneamente ambiciosa. No era la primera vez en la Historia que la insuficiencia de recursos materiales estaba en la raíz de un fracaso. Una vez más, como había pasado con frecuencia en el pasado, la desmoralización de un contendiente se había convertido en un sentimiento de confianza por el exceso de confianza del contrario. En cuanto se desvanecieron los rusos, los alemanes se sintieron suficientemente fuertes para volver a la ofensiva con otra zambullida, todavía más profunda, en los yermos campos de Rusia, avanzando resueltamente hacia los campos petrolíferos del Cáucaso y la ciudad a las orillas del Volga llamada Stalingrado, de nombre fatalmente atractivo.
No tenemos la intención de debatir aquí con erudición los errores de 1942 en el frente ruso. Por muy erróneamente que utilizara el Ejército Rojo sus unidades en las primeras etapas de la ofensiva alemana y por muy erráticamente que aquellas lucharan hasta quedar acorraladas en Stalingrado, el mayor error fue la idea de los alemanes de intentar la toma totalmente innecesaria de una ciudad de importancia estratégica marginal. El simple hecho de que los alemanes se implicaran en una lucha de posiciones por razones de prestigio, y la perdieran, cuando su fuerte era la continuación de la movilidad, es el resultado esencial de una estupidez nacida de la intuición política y la arrogancia racial de un hombre.
Sin embargo, el avance alemán hacia el Cáucaso y hacia el Oriente Medio y las puertas de la India, visto en el contexto del desarrollo completo de la guerra en 1942, introduce otra dimensión, o lo habría hecho si las potencias del Eje hubieran planeado sus estrategias al unísono. Porque cuando los alemanes se lanzaron hacia el este, el 28 de junio, no había ningún proyecto bien examinado y convenido entre Alemania, Italia yJapón para coordinar sus esfuerzos y, quizá, converger en el subcontinente indio. Lo único que existía en las mentes de unas cuantas personas y en algunos borradores era el Plan Oriente, diseñado en junio de 1941 por orden de Hitler para atender a la posible coordinación de un ataque hacia el sur desde el Cáucaso que enlazara con un avance hacia el norte desde Egipto. Pero no mencionaba para nada una colaboración con Japón en aquella fase, o incluso un año después, cuando este país había expandido su imperio hasta dejar Australia a su alcance y hasta la frontera de Birmania con la India. Como alianza, la relación Berlín-Tokio aportaba pocas razones para enorgullecerse en la cuestión de una verdadera asistencia mutua en el ámbito militar. Cuando Hitler se puso al lado de Japón al declarar la guerra a Estados Unidos cuatro días después de Pearl Harbor, Japón no hizo nada parecido, como declarar la guerra a Rusia. Prudentemente, los japoneses optaron por ejercer presión sobre Stalin con sólo la fuerza de la amenaza. Al parecer se asumió que un apoyo mutuo efectivo tendría que esperar a que los acontecimientos se aclararan y ambos bandos se aproximaran mucho más por tierra. La única asistencia real que el fantasmagórico Plan Oriente proporcionó al Eje fue la temerosa presunción de los Aliados de que realmente existía y exigía enérgicas contramedidas de diversión en Siria, Iraq e Irán para protegerse de una invasión por la vía del Cáucaso. Sin embargo, el 28 de junio de 1942, cuando se reveló el esperado avance a través de ese sistema montañoso, ciertamente había buenas razones para esperar la evolución de un gigantesco movimiento estratégico en pinza. Porque en aquel momento el brazo meridional, para sorpresa tanto del Eje como de los Aliados, estaba, por una plétora de accidentes, errores e indiscreciones, a un salto táctico de El Cairo y de la yugular del Imperio británico, el canal de Suez.
Batallas en Rusia, 1941
Fallos críticos
·Vacilación alemana en la elección de objetivos estratégicos, que llevó al fallo de no alcanzar el objetivo principal; ello empeoró por el progresivo exceso de centralización del mando en el OKW y en el mismo Hitler.
·Error de Stalin al no alertar a sus fuerzas con el debido tiempo para adoptar precauciones defensivas.
·Tácticas poco maduras de las fuerzas móviles rusas.
·Provocación del antagonismo, por el bárbaro comportamiento alemán de una población potencialmente amigable en la zona occidental de Rusia.
·Fallo alemán al no prepararse para una campaña de invierno.
·Mayor debilitamiento de las fuerzas rusas debido a la persistencia de Stalin en una prolongada ofensiva de invierno en 1942.
·Fracaso de los países del Eje en actuar concertadamente.
(final pag. 95)