viernes, 31 de octubre de 2008

Arafat, Clinton y Barak

Que no se mueva 
La Vanguardia 
XAVIER BATALLA

Por la cabeza de Yasser Arafat, sobre todo cuando silban las balas de Ariel Sharon, deben de pasar las imágenes de la cumbre de Camp David, en el verano de 2000, cuando Bill Clinton, Ehud Barak y el presidente palestino rozaron la paz con los dedos. Cuentan los que están en el secreto de lo que sucedió entonces que, meses después, cuando a Clinton le quedaban sólo tres días como presidente, Arafat le llamó por teléfono y le dijo: "Usted es un gran hombre". Clinton le contestó: "Diablos, lo que soy es un fracaso colosal, y usted me ha ayudado". 

Los dirigentes israelíes, sean "palomas" o "halcones", coinciden cuando se interrogan sobre cuál es la principal característica negociadora de los árabes. Lo que caracteriza a los árabes, según los israelíes, es que siempre han dejado escapar la ocasión histórica de hacer las paces. Sadat fue asesinado por firmar la paz con Israel, pero dos decenios después Arabia Saudí ha presentado un plan en el que se incluye el reconocimiento del Estado de Israel, iniciativa que a Egipto le costó el aislamiento entre los árabes. ¿Tropezó Arafat con la misma piedra en Camp David? 

Arafat cometió graves errores en Camp David, pero no fue el único. También Clinton y Barak se pasaron de listos, sobre todo el segundo, pese a tener un coeficiente intelectual de 181. A Arafat se le puso sobre la mesa el 91 por ciento de Cisjordania (un espacio mucho más amplio del que ahora, sin agua y sin teléfono, le dejan los tanques de Sharon) y una compleja fórmula de cosoberanía sobre Jerusalén este. Pero Arafat dijo no y, como parapeto, sacó la cuestión de los refugiados palestinos, unos 4 millones, cuyo regreso no aceptan los israelíes porque, si lo hicieran, Israel dejaría de ser lo es: un Estado judío. 

No todos echan las culpas a Arafat. Robert Malley, asesor de Clinton, ha explicado que la oferta que le hicieron no era tan generosa como puede parecer. Debía renunciar al 9 por ciento de Cisjordania, incluidos los asentamientos judíos más emblemáticos, a cambio de una porción de territorio israelí diez veces menor y menos fértil. Pero, en último término, esta no habría sido la razón de la negativa de Arafat. Barak se equivocó al considerar que un conflicto centenario podía resolverse en dos semanas. Y la Administración Clinton también erró al no tomarse la molestia de sondear a los dirigentes árabes sobre qué actitud adoptarían ante un plan que pudiera ser aceptado por Arafat. El presidente palestino, de esta manera, sintió vértigo, como si fuera otro Sadat, a la hora de firmar una paz sin el beneplácito de los dirigentes árabes, históricamente proclives a sacar tajada retórica de la tragedia palestina y poco más. 

La ironía es que esos mismos dirigentes árabes, ahora reunidos en Beirut, acaban de respaldar un plan de paz que, básicamente, pretende retrotraer la historia, sin ir más lejos, a Camp David. Pero la situación ha cambiado. Los dirigentes árabes, con los atribulados saudíes avalando un plan de paz, se mueven ahora, cuando Arafat no puede moverse. La derecha israelí dice que Barak fracasó porque tenía demasiados planes de paz en la cabeza. Pero Sharon, que no tiene ningún plan de paz, también ha fracasado. La prueba sería su obsesión por la cabeza de Arafat, que si no puede moverse no hay plan de paz que valga. 

[Domingo, 31 de marzo de 2002]

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