Es en el ámbito de la educación donde más se necesita una teoría de la naturaleza humana. Y el siglo XX estuvo dominado por la idea de
La concepción de que el niño entra en la escuela vacío y es allí donde se le inculcan los contenidos y principios que se consideran aceptables ha predominado en las escuelas experimentales o “progresistas”. En la escuela se proporcionan las orientaciones deseables en materia de medio ambiente, sexualidad y diversidad étnica. Se supone que estas orientaciones determinarán lo que la persona haga o sienta durante toda su vida de adulto.
En palabras de A. S. Neill: “El niño es sabio y realista de forma innata. Si se le dejara solo, sin ningún tipo de indicación por parte de los adultos, se desarrollaría hasta donde es capaz de desarrollarse” (Summerhill).
A partir de estas ideas se desarrollaron diversas estrategias pedagógicas que incluían la supresión de exámenes o controles periódicos, curriculum de materias prestablecido o determinados libros obligatorios para leer. También forma parte de esta orientación la enseñanza de la lectoescritura sin establecer correspondencias claras entre letra y sonido, ya que se espera que espontáneamente el niño las reconozca en el contexto de las palabras que se le muestran habitualmente en la pizarra. La misma orientación se muestra en el descrédito de la memoria como recurso de aprendizaje, y en matemáticas se evita el repetir las tablas aritméticas reemplazándolas por ejercicios que incluyen la resolución de problemas en grupos, utilizando herramientas diversas que les permitan deducir, por si mismos, los principios que subyacen en dichas tablas.
La ralentización del aprendizaje e incluso el aumento del fracaso escolar no han hecho mella en tales “escuelas” pedagógicas. Todo fracaso se adjudica no a estas ideas sino a una aplicación incorrecta por parte del profesor o a la necesidad de incrementar los recursos del aula. El carácter fuertemente ideológico de los métodos que se propugnan se muestra en la resistencia que ofrecen los maestros, embarcados en estos programas, frente a las críticas que reciben de los padres o de la opinión pública por los magros resultados obtenidos. Cualquier crítica se considera un ataque y la defensa de los principios toma un sesgo político inequívoco. Un ejemplo “de texto” de cómo la discusión sobre la “naturaleza humana” no es una cuestión meramente filosófica sino que tiene hondas repercusiones en la vida escolar y en todos aquellos sectores que se relacionan con los problemas educativos y sociales.
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