viernes, 10 de octubre de 2008

“La Tabla Rasa” 10: El lenguaje como prisión

Las posiciones relativistas también descargan su crítica sobre el lenguaje humano; pero en vez de destacar la capacidad que éste tiene de transmitir experiencias y conocimientos, se fijaron en los aspectos más negativos de éste, como su facultad para constreñir el pensamiento sobre carriles prefijados. Tal como dijo el filósofo Friedrich Nietzsche: “Tenemos que dejar de pensar si nos negamos a hacerlo en la prisión del lenguaje”.  (citado en S. Pinker, La Tabla Rasa, pág. 307).

Incluso investigaciones realizadas en una perspectiva muy distinta al relativismo, fueron utilizadas con el mismo fin, por ejemplo afirmaciones como las de Ludwig Wittgenstein: “Los límites del lenguaje (…) significan los límites de mi mundo” (ibidem).

Pero no es exactamente así. Si bien el lenguaje ayuda (y limita) al pensamiento, éste existe sin lenguaje. El lenguaje es una herramienta, un auxiliar poderoso del pensamiento, sin confundirse con él. La primera vez que se escuchó “el tiempo es oro” el oyente tuvo que establecer una analogía entre dos cosas que hasta el momento nunca se le había ocurrido juntar: la sucesión temporal con la riqueza material. Esa unión metafórica pudo ser entendida sin palabras, y por ello luego se la incorporó al uso aceptándola como una imagen correcta. Los experimentos realizados con bebés y primates no-humanos, que carecen de lenguaje, han descubierto que “las categorías fundamentales del pensamiento funcionaban: los objetos, el espacio, la causa y el efecto, el número, la probabilidad, la agencia (la iniciación de la conducta por una persona o un animal) y las funciones de las herramientas” (ibidem, 311).

Además es fácil observar que nuestro inmenso almacén de conocimientos no se expresa con palabras y frases aprendidas en el momento inicial. No suelen recordarse frases literales sino lo “esencial” de lo aprendido (según la apreciación de cada uno). Muchos experimentos demuestran que recordamos contenidos, no las palabras ni las imágenes que acompañaron a éstas.

A menudo buscamos las palabras a tientas para expresar lo que “tenemos claro” pero no encontramos la forma de manifestarlo, y la frustración resultante (al no encontrar la solución) nos muestra claramente la diferencia que hay entre los contenidos del pensamiento y las palabras, y el idioma, en que se expresan.

Por último la misma existencia de frases ambiguas, con dos o más sentidos, muestran que los pensamientos no son lo mismo que las palabras que los expresan. 

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