Consiste en la creencia ingenua que todo lo que existe en la naturaleza es bueno, y sólo cuando interviene la mano humano aparecen cosas desagradables o “insanas”.
Esta falacia, de orígen romántico, ha tenido un gran desarrollo en diferentes épocas; recientemente en las décadas de los sesenta y setenta, con sus secuelas.
Actualmente persiste en los movimientos ecologistas, y anti sistema, con sus infinitas variantes que van desde la reintroducción de lobos, osos y otros carnívoros en lugares donde desaparecieron, hasta los del otro extremo ideológico, la ultra derecha, con su rechazo de las relaciones “no naturales” como la homosexualidad o la valoración de la violencia como un instinto que se encuentra en todas las especies supervivientes.
Es una falacia en tanto se afirma la bondad de la naturaleza como principio justificatorio de actividades humanas, desconociendo simultáneamente otros aspectos crueles, peligrosos, o de derroche, que se dejan de lado, por no ser pertinentes para fundar la defensa de lo que se alaba. La naturaleza da para todo, y por lo tanto su valor fundante, en la esfera humana, es muy reducido.
Variante de la falacia naturalista es la falacia moralista: si un rasgo es moral, se ha de encontrar en la naturaleza. Nuevamente la teoría del “buen salvaje”.
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