* Fuente:
http://www.lavanguardia.es/web/20051026/51196161667.html
El problema islamista de Rusia
WALTER LAQUEUR - 26/10/2005
Rusia tiene planteado sobre la mesa el problema del extremismo y terrorismo islamista que se está enquistando y que este país no afronta precisamente con sagacidad y perspicacia.
Los sucesos recientes de Nalchik no han constituido el final de la trama; por el contrario, podría representar un paso más en la propagación de la conflictividad más allá de Chechenia. Los terroristas no se han salido con la suya en Nalchik, su talón de Aquiles ha sido el exceso de confianza en sus posibilidades. En lugar de asestar golpes frecuentes a escala reducida, han intentado operar a mayor escala, convirtiéndose así en blanco de las fuerzas de seguridad rusas, victoriosas por su mayor poder de ataque. Sin embargo, no se ha tratado ni mucho menos de una derrota completa, de modo que el Kremlin se enfrenta a un problema creciente.
Suele olvidarse que Rusia posee una importante población musulmana -entre 16 y 20 millones, no se conoce la cifra con exactitud-. Y, en tanto la población rusa merma rápidamente, aumenta la de Tatarstán, Bashkortostán y otros núcleos musulmanes, que por cierto poseen importantes reservas (incluido el petróleo) y que, aun cuando no quieren independizarse de Rusia, aspiran a un grado mucho mayor de autogobierno. Últimamente han propuesto que la vicepresidencia rusa debería ser desempeñada por un musulmán. La gran mayoría de la población no es islamista, pero aloja pequeñas células islamistas en su seno. No hay chechenos entre los presos de Guantánamo, pero sí algunos bashkorkostanes.
Los rusos musulmanes no constituyen un grupo de población compacto y cohesionado, ya que viven diseminados a lo largo y ancho de un enorme país, no forman un único frente, no emplean una sola lengua y en principio el Kremlin dispone de recursos para contentarlos con una amplia panoplia de concesiones.
Sin embargo, el Kremlin no se ha mostrado muy sagaz en sus relaciones con los musulmanes. Por el contrario, ha hecho gala de gran indulgencia en sus relaciones con países como Irán, dando por supuesto -errando en ello por completo- que los iraníes ayudarán a controlar el problema musulmán en casa propia.
Los gobernantes rusos acusan el peso de la humillación por la pérdida del imperio y de modo creciente tienden a echar las culpas a Occidente en lugar de examinarse a sí mismos.
Hasta cierto punto, suscitan simpatía o, al menos, comprensión; la pérdida de Kiev no fue sólo la pérdida de Ucrania, fue la pérdida de mil años de historia rusa, ya que la historia de un Estado ruso da comienzo, al fin y al cabo, en Kiev.
Putin y la mayor parte de sus ministros quieren recuperar tanto como les sea posible de lo perdido. Sucede, sin embargo, que tratan de hacerlo de la peor manera que imaginarse pueda; en el mejor de los casos, la cuestión podría manejarse a lo largo de un dilatado proceso..., pero ellos tienen prisa. No sólo presionan a los musulmanes, sino que, además, quieren segar la hierba tanto a Georgia y Moldavia como a Ucrania; además, incrementan el número de bases militares en Tayikistán y en otras repúblicas de Asia central (a su vez, tales repúblicas abordan de modo inadecuado el problema islamista, como ha podido comprobarse recientemente en la provincia uzbeka de Andizhan con la consiguiente radicalización de un movimiento de suyo no radical ni fanático en el plano religioso), pues naturalmente no van a ceder en vista de los grandes y crecientes ingresos procedentes de la venta del petróleo y el gas de aquellos territorios.
No obstante, el petróleo y el gas no bastan para restablecer un imperio... En este sentido, intentan lo imposible: hacer de la nueva Rusia una realidad más nacionalista y más multicultural a un tiempo. El problema es que la población rusa va menguando, el campo ruso se vacía y miles de aldeas están desapareciendo del mapa. Los demógrafos pronostican que la población rusa -actualmente de 142 millones de habitantes- habrá descendido para el año 2050 a 101 millones aun cuando la tasa de nacimientos se recupere, extremo por lo demás altamente dudoso. En comparación, la población de Yemen - que no es el país más populoso de Oriente Medio- tendrá asimismo alrededor de 100 millones de habitantes a mediados de siglo.
Tal vez los demógrafos yerran con respecto a Yemen al sobrestimar su crecimiento. Pero no se equivocan sobre el declive de Rusia, de forma que surge la pregunta acerca de por cuánto tiempo el territorio extremo-oriental ruso y Siberia permanecerán en manos rusas si se despueblan. El mando militar ruso y el FSB (antiguo KGB) viven en un mundo de fantasía llamado euroasianismo (concepto geopolítico acuñado en los años veinte del siglo XX) que incluye de hecho la alianza con China y determinadas partes del mundo musulmán frente a la amenaza de Occidente... Ahora bien, ni los norteamericanos ni los europeos quieren reemplazar a los rusos en Yakutia y Kamchatka. Tal vez un día de éstos Moscú llegue a entender este punto de vista...
Sería erróneo echar todas las culpas de la crisis del Cáucaso sobre las espaldas de los rusos. Los chechenos tuvieron su oportunidad en los años noventa para establecer una república autónoma, pero la malograron gravemente; ciertamente el islamismo agresivo -una realidad de índole y naturaleza virulenta- tiende a propagarse, aunque no en todas partes indiscriminadamente y, dadas las circunstancias existentes en el Cáucaso, cabe afirmar que tampoco está escrito que pueda extenderse fuera de Chechenia.
En fin, resulta algo perfectamente natural y explicable que Rusia posea intereses en las regiones que la circundan y que, en consecuencia, deba percibirse su influencia en derredor... Pero para hacer valer tal influencia son menester tacto y paciencia, cualidades de las que no ha hecho gala la política rusa. Por lo que se refiere al Cáucaso, es posible que haya dejado escapar las oportunidades que en su día se presentaron. Y la verdad es que puede ser demasiado tarde para pensar en un auténtico progreso de la situación, de forma que podemos hallarnos ante un dilatado periodo de amplia conflictividad.
WALTER LAQUEUR, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington
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