OPINIÓN
¿Para qué son los intelectuales?
Viernes, 8 de diciembre de 2000
Muchos interrogantes ha despertado entre los ciudadanos el asesinato de Ernest Lluch, catedrático en la Universitat de Barcelona y ex ministro de Economía. Entre otras preguntas que muchos nos hemos hecho durante estas semanas, y que no enumero aquí, hay una en la que me quiero detener: la pregunta acerca de la función que los intelectuales tienen en la sociedad, cuestión a la que se refería Jorge Semprún en La Vanguardia.
El intelectual (hombre o mujer) no es una especie distinta, una máquina de pensar especialmente programada. Todo ser humano que tenga bien puesta la cabeza sobre los hombros se hace preguntas a lo largo de su vida, y a veces preguntas radicales acerca del amor y de la muerte, del conocimiento y de lo incognoscible, de lo explicable y de lo inefable. El intelectual profundiza en esa dimensión humana del pensar, y lo hace con método científico o con expresión artística, según las disciplinas. El intelectual investiga para dar a sus conciudadanos, que también piensan, instrumentos analíticos que les ayuden en su ejercicio de preguntar y de responder, de interpretar y de expresar lo sentido y lo pensado.
Suele ocurrir que los intelectuales se sienten algo extraños en la sociedad, al constatar que los matices analíticos y la erudición que a ellos les apasiona encuentran poco eco en el ciudadano de a pie. ¡Cuántos doctorandos perciben una mirada de asombro al comunicar a sus conocidos el título de la tesis doctoral que están a punto de acabar! Pero éste no es su principal problema. Su principal problema reside en la postura que adoptan cuando se topan con la injusticia humana. Y este encontronazo acaba llegando tarde o temprano. Les ocurrió a los intelectuales alemanes en la subida del nazismo, a los franceses durante el gobierno de Vichy, a los españoles durante la dictadura de Franco, a los latinoamericanos durante las dictaduras militares, a los rusos durante el sovietismo, a los argelinos durante las matanzas islamistas; les pasa a los científicos que trabajan para empresas o gobiernos que invierten en investigaciones que pueden tener consecuencias negativas para la vida humana o para el planeta. ¿Qué hacer? Al intelectual le quedan tres opciones ante la injusticia: callar, con lo que de bien poco va a servir su supuesta reflexión (le dará bienestar aparente y sueldo, pero nada más); marcharse a otro sitio (¡cuántos intelectuales han muerto en el exilio!); denunciar la injusticia y poner su inteligencia al servicio de la vida. Esto es lo que hizo el filósofo jesuita Ignacio Ellacuría en El Salvador, y fue asesinado por el Ejército en 1989. Es lo que hizo también Ernest Lluch en Cataluña y en Euskadi, y fue asesinado por los que se sienten soldados del pueblo vasco.
Ningún auténtico intelectual se libra en algún periodo de su vida de este dilema antagónico. Afortunadamente, muchos intelectuales honestos llegan a ancianos sin haber recibido amenazas de muerte, pero muy pocos llegan a peinar canas sin haber percibido que en el planeta la vida está amenazada, y que, ante eso, se puede callar o hablar. Y el que habla, se la juega. Se la juega porque se acerca a los que sufren la pérdida de la vida, y porque se pone en el punto de mira de los que atentan contra ella.
Miles los jóvenes cada año entran en la universidad con el deseo de llegar a ser algún día agentes de pensamiento, de investigación, de expresión artística. Conviene que sepan que lo más duro no será aprobar exámenes, ni encontrar trabajo, ni hallar eco social a sus investigaciones. Será asumir en su propio espíritu el clamor de justicia que cada día sube al cielo desde todos los rincones de la tierra.
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Date: Fri, 8 Dec 2000 20:37:38 -0100 (GMT)
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Esta noticia de La Vanguardia Digital (http://www.lavanguardia.es/) le ha sido enviada por: Pepón Jover
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Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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