jueves, 24 de abril de 2008

Computación amigable

Investigación y Ciencia Nº 277, octubre99
El Futuro de la Computación
Michael L. Dertouzos

El año pasado, varios miembros del Laboratorio de Ciencias de Cómputo del Instituto de Tecnología de Massachussetts viajábamos en avión a Taiwan. Llevaba yo unas tres horas tratando de hacer funcionar en mi nuevo ordenador portátil una de esas tarjetas insertables, para consultar mi agenda. Pero cuando el programa de la tarjeta parecía sentirse a gusto, el sistema operativo protestaba, y viceversa. Fastidiado, pedí ayuda a Tim Berners-Lee, mi vecino de asiento, quien la ofreció gustoso. Una hora más tarde, sim embargo, el inventor de la Telaraña admitía que la tarea excedía de sus capacidades.

Recurrí entonces a Ronald Rivest, coinventor del sistema RSA de criptografía de clave pública. Dando prueba de sabiduría, cortésmente declinó. En este trance, intervino uno de nuestros profesores más jóvenes: "Estaís mayores, colegas. Dejadme a mí." También él, al cabo de hora media, hubo de renunciar. Así que volví a mi método "experto", que consiste en ir pulsando teclas al azar en las distintas pantallas de asistentes y dirigentes que iban apareciendo sin cesar, hasta que por puro azar logré que funcionase... tres horas después.

Tal via crucis, harto habitual, pone de relieve una cuestión importante: durante los primeros cuarenta años de las ciencias de cómputo, nos hemos ocupado en suministrar a nuestras máquinas técnica acorde con sus necesidades. Diseñamos uno por uno los sistemas y subsistemas, y después los arrojamos al público, confiando en que los usuarios sepan poner de acuerdo a los distintos componenentes. La imagen que evoca en mí este proceder es la de un coche concebido de al modo, que el conductor tuviera que manipular una por una docenas de manecillas para ajustar la mezcla de carburante, el avance de encendido y la apertura de las válvulas, y mil rutinas más, cuando lo único que desea es ir de un sitio a otro.

Pero hora es de decir basta ha llegado el momento de que cambiemos nuestra disposición mental, polarizada en la máquina, e inventemos para las gentes de la Era de la Información el volanto y los pedales de acelerador y freno que sirvan para conducirlas (...)

(....) Imagenemos posible sacar un aparato del bolsillo y decirle "Vamos a Atenas este fin de semana". Mi ordenador conectaría con el sistema Easy-Sabre de reservas aereas y comenzaría a interactuar con él, utilizando los mismos comandos y claves habituales en las agencias de viajes. La máquina sabría de antemano que "Vamos", representa dos personas, que nos gusta viajar en primera clase, que preferimos asientos de pasillo, y demás detallles. El artilugio podría seguir interactuando con el ordenador de la aerolínea durante quizá, diez minutos, hasta encontrar un vuelo aceptable y confirmarlo. Yo podría haber dedicado tres segundo a emitir mi mandato, mientras que mi esclavo electrónico -el programa del aparatito- habría estado trabajando durante 10 minutos, o sea 600 segundos. En este ejemplo, la productividad humana se ha multiplicado por 600 dividido entre 3, es decir, 200, o en terminos comerciales, en un 20.000 por ciento. (...)

Hasta la fecha, los vendedores de ordenadores han abusado del remoquete "fácil de usar". Cuando afirman que un sistema es "benévolo", lo que están haciendo es vestir un chimpacé con bata de médico y exhibirlo, haciéndolo pasar por cirujano. Cuando aludo a "fácil de uso" no pretendo decir que hayamos de dotar a nuestros sistemas de más colorines ni de mas animalitos flotantes por la pantalla. Quiero decir que han de ser auténticamente sencillos de manejar, no importa que la interacción se realice sólo mediante texto.

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