Román Gubern La Aldea Imperfectamente Global. Claves de Razón Práctica.
Nº83. junio 1998. Madrid. www.progresa.es/claves. Pag. 60 a 63.
[Pag.63] [...] LA CULTURA INTERSTICIAL
En los años sesenta, la reacción ante los oligopolios mediáticos y la
tiranía de los intereses mercantiles (que ofrecían al público lo que Herbert
Schiller llamó "una gran variedad de lo mismo") entronizó a la contracultura
como respuesta democrática y popular y condujo a la hipóstasis de la
marginación o automarginación, idealizando con ello la cultura marginal
producida fuera del sistema mediático dominante, utilizando multicopistas,
fotocopiadoras o formatos cinematográficos subestándar (de 16 o Super 8 mm).
Así floreció la cultura underground; y floreció precisamente en las áreas
capitalistas más prósperas, en las zonas universitarias de las costas
occidental y oriental de Estados Unidos. El abaratamiento y simplicidad
técnica de las tecnologías que acabamos de enumerar y el alto nivel de vida
en dichas zonas permitió que los hijos de la opulencia se sublevaran contra
la sociedad opulenta que les había amamantado, creando sus propias redes y
circuitos de distribución alternativa. Algunos de estos medios acabaron por
ser, a pesar de su vocación marginal, muy influyentes, como las revistas
Village y Rolling Stones, las películas de la factoría de Andy Warhol o las
grabaciones de Jimmi Hendrix. No se puede subestimar la influencia que esta
contracultura underground acabó por tener, por penetración capilar, en los
gustos, costumbres y estilos de vida del mundo urbano occidental.
Pero el ideal de la automarginación orgullosa del sistema fue barrido en la
década siguiente por el ascenso de la ética y estética yuppy (Young Urban
Professionals) y hoy aparece como claramente irrecuperable. Vivimos en un
mundo distinto y nadie quiere autoexcluirse de la sociedad, por mucho que se
critique su organización, sus disfunciones y sus injusticias. Y además, en
el frente cultural, se ha impuesto la nueva y decisiva herramienta
informática, de la que hablaré luego.
En la actualidad, el viejo concepto de autoexclusión arrogante del sistema
cultural debiera ser reemplazado por otro nuevo: por el de cultura
intersticial. Entiendo por cultura intersticial aquella que ocupa los
espacios que no atiende y deja al descubierto la oferta de los aparatos
culturales dominantes, que suele ser de origen multinacional o imitación
local de los modelos hegemónicos multinacionales. Se trata de espacios
desatendidos por los diseñadores del entretenimiento para economía de escala
y que hoy pueden beneficiarse, precisamente, de la tan controvertida
globalización, debido a que esta globalización que ha uniformado nuestros
gustos y creado los públicos globales permite consolidar también el tejido
de las inmensas minorías internacionales. Las películas de Víctor Erice o de
Manoel de Oliveira se estrenan en París, Buenos Aires, Tokio y Copenhague,
gracias a las élites cinéfilas del mercado global; y esta globalidad permite
la amortización de su costo. Por eso es urgente consolidar las redes de
distribución de la cultura intersticial, capaces de alcanzar a esa inmensa
minoría internacional que constituye el contrapunto positivo del consumo
global uniformizador del fastfood cultural que hoy domina nuestros mercados.
LA REVOLUCIÓN INFORMÁTICA
Y en este punto es menester hablar de Internet. Sobre la red de redes
circulan muchos equívocos. Se ha querido criminalizar la circulación por su
red nerviosa de mensajes pornográficos o terroristas, olvidando que tales
mensajes han circulado antes impunemente, durante décadas, a través del
correo postal o del canal telefónico, de manera que Internet no ha hecho más
que favorecer su fluidez y capilaridad. Pero el debate sigue en pie, y el
Gobierno chino, por ejemplo, ha legislado en diciembre de 1997 sistemas para
su control -a través de las empresas servidoras y de los propios usuarios-,
mientras que venturosamente el Tribunal Supremo de Estados Unidos sentenció
seis meses antes, en contra de lo dispuesto por la Communication Decency
Act, que la red no podía ser censurada y que sus mensajes estaban protegidos
por la Primera Enmienda.
No hace mucho Umberto Eco definió perspicazmente a Internet como "una gran
librería desordenada". Con este diagnóstico Eco convergía con la
preocupación ya manifestada por la prestigiosa revista Science, alertando
acerca del peligro de balcanizacíón del conocimiento científico (de su
fragmentación, dispersión y ocultación), debido a la estructura amorfa,
expansiva, asistemática y aleatoria de la red de redes. Una gran librería
desordenada resulta escasamente útil en la "sociedad del conocimiento", en
la que es fundamental disponer en cada momento de la información pertinente
requerida y, para ello, de sus criterios previos de selección. Lo que
diferencia precisamente en la sociedad dual de la información a los insíders
de los outsiders reside en su posibilidad de acceso a la información
pertinente y requerida en cada momento: "lf you are not in you are out",
dice el axioma.
Y es precisamente el carácter asistemático y desjerarquizado de la
comunicación horizontal, democrática y global de Internet la que permite
convertirla en un instrumento potente para la cultura intersticial a que
antes nos referíamos. Los usuarios de Internet pueden beneficiarse de un
principio fundamental de la teoría del caos, a saber, que pequeñas causas
pueden generar grandes efectos, según la fórmula de la bola de nieve 0, si
se prefiere, del efecto de multieco (repetición multiplicadora de los usua~
rios). De este modo, en esta ágora informática abierta, una "modesta
proposición" (Jonathan Swift díxit) puede convertirse en una verdadera
revolución mediática inducida desde el ciberespacio, haciendo realidad el
principio de la diversificación cultural democrática.
Roman Gubern
(R.G. es catedrático de Comunicación Audiovisual. Autor de "La imágen
pornográfica y otras perversiones ópticas" y "Del bisonte a la realidad
virtual".
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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