lunes, 28 de abril de 2008

Un vasco racista: Arzalluz

'El Mundo'
de Francisco Umbral
Raza y voz
(marzo 2000)

Ha dicho el señor Arzalluz que una nación la hacen la raza y el lenguaje. Yo creo que se equivoca en los dos supuestos, salvo intenciones electorales o nacionalistas. Veamos. Casi todas las naciones son el resultado de un largo cruce de razas -pese al origen de la palabra "nación", y no hay más que viajar por Francia o Estados Unidos para ir herborizando en la calle la raza de cada uno. Nada tiene que ver el francés rosáceo, tipo Maurice Chevalier, con el francés judío y pálido, tipo Marcel Proust. Nada tiene que ver el yanqui de Nueva York con el hispano de Río Grande. Una nación no es necesariamente el adunamiento monótono de los mismos, sino la capacidad social y política de asimilar y molturar todo lo que va llegando por vía guerrera o comercial o puramente vivencial. He puesto de ejemplo a Francia y USA porque son dos modelos de país con fe en sí mismos pero abiertos al mestizaje, la promiscuidad, el enriquecimiento y la subsiguiente cultura de culturas. Lo otro, la unidad berroqueña de raza y lengua, responde más bien a un concepto beligerante de la nación, a una idea cerrada y agresiva. Por ahí me parece a mí que va Arzalluz en su definición.

España es un país de evidente molturación plural, sucesiva, simultánea, guerrera o pacífica, lo que ustedes quieran, pero precisamente el núcleo duro del país, lo que nos da derecho a un nombre, es la convivencia apiñada de varias culturas y muchas sangres. Esto suele ser lo que nos reprochan por ahí para negar hasta la palabra «España», sin reconocer que la capacidad de absorción de esta tierra y sus primeros civilizadores es propiamente lo que nos hace unos y múltiples, e incluso fuertes, a veces.

El orgullo de España no debe estar en la igualdad, sino en la diversidad.

En cuanto a la lengua, hay otras maneras de hablar peninsulares, pero también la versatilidad de aquel latín estropeado, que fue el primer castellano, es lo que explica la convivencia de argots, idiomas, latines, arabismos y hasta gitanismos entre nosotros. Un idioma se hace fuerte, capaz y rico por la diversidad de sus fuentes, no por la cerrazón sequiza de cuatro letras de pintada.

Babel debe entenderse a la inversa, como casi todos los libros sagrados o profanos, simbólicos. Babel no es la confusión de las lenguas sino el nacimiento de todas las lenguas que hoy hablamos. A partir de una misma guturalidad, el primate ha llegado a numerosos idiomas transitables, entre ellos el vasco, por supuesto.

Lamentamos no estar de acuerdo con el señor Arzalluz, pero su filosofía de la raza y la lengua no se corresponde con la realidad antropológica de todos conocida, sino que parece más bien la fórmula hermética para reducir su país a un esquema muy simple y defensivo, pero que tampoco tiene mayor peligro, porque esos esquemas se traicionan luego a sí mismos, venturosamente.

En efecto, una nación la hacen la raza y el lenguaje, pero esa raza no ha venido de una pieza del principio de los tiempos, y ese lenguaje no se ha escrito a sí mismo en el cielo del atardecer. Raza y lenguaje no son dos unidades sino dos multitudes.

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