Fecha: martes, 01-05-01, 13:02
Obj: Filosofia Existencial
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El filósofo alemán Martin Heidegger influyó mucho en los movimientos
filosóficos modernos de la fenomenología y el existencialismo. Según
Heidegger, la humanidad ha entrado en crisis por tener un enfoque
limitado y tecnológico del mundo e ignorar la gran cuestión de la
existencia. Las personas, si desean vivir de un modo auténtico, deben
ampliar sus perspectivas. En vez de dar por supuesta su existencia,
deberían verse a sí mismos como parte de un Ser (término de Heidegger
para aquello que subyace en toda existencia).
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En La fenomenología del espíritu de Hegel, obra subtitulada Curso del
semestre de invierno, Friburgo, 1930-31 (por proceder su contenido de las
lecciones impartidas por su autor en dicha universidad durante ese
periodo académico), el filósofo alemán Martin Heidegger se propuso
sintetizar y analizar las principales características del sistema
filosófico de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, máximo representante del
idealismo.
Fragmento de La fenomenología del espíritu de Hegel.
De Martin Heidegger.
Consideración preliminar.
La «Fenomenología del Espíritu» quiere ser comprendida por nosotros, esto
es, estar en nosotros de una manera realmente efectiva en tanto ciencia,
tomando tal palabra con la significación de la ciencia que es el sistema
mismo como saber absoluto. Este debe llegar a sí mismo. Por eso el final
de la obra lo configura esa breve sección DD, cuyo encabezamiento es: «El
saber absoluto». Si sólo al final el saber absoluto es de una manera
total él mismo, saber que sabe, y si es esto al devenir tal, en tanto
llega a sí mismo, pero sólo llega a sí mismo en tanto el saber se deviene
otro, entonces en el inicio de su andadura hacia sí mismo todavía no debe
estar en y consigo mismo. Todavía debe ser otro y, es más, incluso sin
todavía haber devenido otro. El saber absoluto debe ser otro al inicio de
la experiencia que la conciencia hace consigo, experiencia que, más aún,
no es otra que el movimiento, la historia donde acontece el llegar-a-sí-
mismo en el devenir-se-otro.
Al inicio de su historia, el saber absoluto debe ser otro que al final.
Ciertamente, pero esa alteridad no quiere decir que en el inicio el saber
en modo alguno todavía no fuese saber absoluto. Bien al contrario,
justamente en el inicio ya es saber absoluto, pero saber absoluto que
todavía no ha llegado a sí mismo, que todavía no ha devenido otro, sino
que sólo es lo otro. Lo otro: él, el absoluto, es otro, es decir, es no
absoluto, es relativo. La no-absoluto no es todavía absoluto. Pero este
todavía-no es el todavía-no del absoluto, es decir, lo no-absoluto no es
de alguna manera y a pesar de ello sino precisamente porque es absoluto,
porque es no-absoluto: este no, en razón del cual lo absoluto puede ser
relativo, pertenece al absoluto mismo, no es diferente de él, es decir,
no yace a su lado, extinto y muerto. La palabra «no» en «no-absoluto» en
modo alguno expresa algo que siendo presente para sí yaciese al lado del
absoluto, sino que el no alude a un modo del absoluto.
Así pues, si en su fenomenología el saber debe hacer consigo la
experiencia en la que experimenta lo que no es y lo que justamente en
ello es con él, entonces ello sólo puede ser así si el saber mismo que
hace (cumple) la experiencia, de alguna manera ya es saber absoluto.
En esto radica algo decisivo para la posible claridad y seguridad en la
posterior comprensión de la obra. Dicho de una manera negativa: de
antemano nada comprendemos si ya desde el inicio no sabemos en el modo
del saber absoluto. Ya desde el inicio debemos haber renunciado no sólo
en parte sino completamente a la actitud del sentido común y a todos los
denominados criterios naturales, justamente para poder darnos cuenta y
volver a cumplir cómo el saber relativo se rinde, llegando de verdad a sí
mismo como saber absoluto. Nosotros -y es algo que se desprende de lo
hasta aquí dicho- siempre tenemos que estar de antemano un paso más allá
de lo que en cada ocasión es expuesto y cómo ello es expuesto, en
particular respecto al paso que de momento debe ser dado por la
exposición de lo expuesto. Pero para Hegel esta anticipación es posible
porque se trata de una anticipación en la dirección del saber absoluto,
el cual justamente ya desde el inicio es de una manera propiamente dicha
el saber sapiente que cumple la Fenomenología.
Fuente: Heidegger, Martin. La fenomenología del espíritu de Hegel.
Edición de Ingtraud Görland. Traducción, introducción y notas: Manuel E.
Vázquez y Klaus Wrehde. Madrid. Alianza Editorial, 1992.
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Según la tradición, el budismo Zen fue introducido en China en el 520 por
el monje budista indio Bodhidharma. Las figuras más importantes en los
primeros tiempos del desarrollo del Zen en China fueron Hui-neng, Te-shan
y Lin-chi. Las pinturas en tinta china durante la dinastía Song (960-
1279) fueron una de las expresiones artísticas más exquisitas de la
escuela Zen.
Las dos ramas principales del Zen llegaron a Japón a través de
estudiantes que habían visitado China. Los monjes budistas Eisai y Dogen
introdujeron, respectivamente, el Rinzai Zen en 1191, y el Soto Zen en
1227. Ambas continuaron su expansión en Japón y pintores como Sesshu,
Sesson Shukei y Jasoku expresaron de forma directa en su obra la visión
Zen de la naturaleza. Bajo su influencia, los japoneses elevaron la
ceremonia del té al más alto grado de refinamiento artístico y
desarrollaron también una característica composición poética, el haiku,
muy breve pero evocativa.
El interés occidental por el budismo Zen se remonta a la publicación en
inglés del primer informe autorizado sobre el tema, Ensayos sobre budismo
Zen, obra del erudito japonés Daisetz T. Suzuki. Tras la II Guerra
Mundial (1939-1945) y la ocupación de Japón por Estados Unidos, se
despertó en este país y en Europa un gran interés por el Zen, sobre todo
entre artistas, filósofos y psicólogos. Ejerció una especial atracción
sobre los pintores y escultores abstractos y no figurativos. Los
filósofos occidentales han percibido sus afinidades con el pensamiento
del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, con la teoría de la semántica
general del científico y escritor estadounidense Alfred Korzybski y,
hasta cierto punto, con el existencialismo propuesto por el filósofo
alemán Martin Heidegger.
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