Alicia en el País de las Maravillas.
Lewis Carroll.
(Fragmentos)
Cap. VIII
EL CAMPO DE CROQUET DE LA REINA.
Alicia pensó que en su vida había visto un campo de croquet más raro:
estaba lleno de surcos y caballones; las pelotas de croquet eran erizos vivos, los mazos eran flamencos vivos, y los soldados tenían que curvarse, apoyándose con los pies y las manos, para hacer de arcos.
La mayor dificultad con que Alicia se tropezó al principio fue manejar su flamenco; consiguió colocarle el cuerpo cómodamente debajo de su brazo, con las patas colgando; pero en general, cuando lograba enderezarle el cuello, y se disponía a darle un golpe al erizo con la cabeza, ésta se torcía hacia arriba y la miraba a la cara con una expresión tan perpleja, que Alicia no podía por menos de echarse a reír; y cuando volvía a ponerle la cabeza hacia abajo, e iba a empezar otra vez, se encontraba con que el erizo se había desenrollado y se alejaba de allí; además de todo esto, había por lo general un surco o un caballón en la dirección hacia la que quería lanzar el erizo; y, como los soldados curvados estaban constantemente enderezándose y cambiándose a otras partes del campo,
Alicia no tardó en sacar la conclusión de que era muy difícil jugar. Los jugadores intervenían todos a la vez, sin guardar turno, y se peleaban sin parar, disputándose los erizos; poco después, la Reina tuvo un arrebato de cólera, y empezó a dar patadas, gritando: "¿que le corten la cabeza!" a cada instante.
Alicia empezó a sentirse muy inquieta: desde luego, todavía no había
tenido ninguna discusión con la Reina, pero sabía que eso podía ocurrir en cualquier momento; "y entonces", pensó, "¿qué será de mí? Aquí son enormemente aficionados a decapitar; ¡lo que me asombra es que todavía quede alguien con vida!".
Miró en torno suyo buscando una forma de escapar, preguntándose si podría marcharse sin ser vista, cuando descubrió una extraña aparición en el aire; al principio se quedó muy perpleja, pero después de observarla durante un minuto o dos, llegó a la conclusión de que era una sonrisa, y se dijo: "Es el Gato de Cheshire; ahora tendré con quien charlar".
-¿Cómo te va? -dijo el Gato, tan pronto como apareció la boca lo bastante como para hablar.
Alicia esperó a que apareciesen los ojos, y entonces le saludó con un
movimiento de cabeza. "Es inútil que le hable", pensó, "mientras no tenga las orejas; al menos una de ellas". Un minuto después había aparecido toda la cabeza; entonces Alicia dejó al flamenco en el suelo, y empezó a contarle el juego, muy contenta de tener a alguien que la escuchase. El Gato debió de considerar que ya era visible la suficiente parte de su persona, y no apareció nada más.
-Creo que no juegan limpio -empezó Alicia, en tono más bien quejoso-; y discuten todos de una forma tan horrible que una no es capaz de oír su propia voz... aparte de que no parece que haya ninguna regla concreta; si la hay, desde luego nadie hace caso de ella... así que no te puedes imaginar la confusión que supone el que todo esté vivo; por ejemplo, el arco que me toca cruzar anda paseándose por el otro extremo del campo... ¡y hace un momento, le habría dado un buen golpe al erizo de la Reina, si no hubiese echado a correr al ver llegar el mío!
-¡Te cae simpática la Reina? -dijo el Gato en voz baja.
-Ni pizca -dijo Alicia-. Es tan terriblemente... -en ese preciso momento se dio cuenta de que tenía a la Reina escuchando justo detrás, así que prosiguió... seguro que va a ganar, que casi no merece la pena seguir jugando.
La Reina sonrió y pasó de largo.
-¿Con quién hablas? -dijo el Rey, acercándose a Alicia y observando la cabeza del Gato con gran curiosidad.
-Es un amigo mío... un Gato de Cheshire -dijo Alicia-. Permitidme que os lo presente.
-No me gusta nada su pinta -dijo el Rey-; sin embargo, puede besarme la mano, si lo desea.
-Prefiero no hacerlo contestó el Gato.
-¡No seas impertinente -dijo el Rey-, y no me mires así! -se colocó detrás de Alicia mientras hablaba.
-Un gato puede mirar a un rey -dijo Alicia-. Lo he leído en un libro,
aunque no recuerdo en cuál.
-Bueno, pues habría que suprimirlo -dijo el Rey con decisión; y llamó a la Reina que pasaba en este momento-: ¡Querida! ¡Quisiera que mandases suprimir a este Gato!
La Reina tenía sólo una forma de arreglar todas las dificultades, las
grandes y las pequeñas. "¡que le corten la cabeza!", dijo, sin volverse a mirar siquiera.
-Yo mismo traeré al verdugo -dijo el Rey impaciente, y echó a correr.
Alicia pensó que quizá era más conveniente regresar al juego y ver cómo iba, ya que había oído la voz de la Reina a lo lejos gritando acaloradamente. Ya la había oído sentenciar a tres de los jugadores por haberse equivocado de turno, y no le gustaba un pelo cómo se estaban poniendo las cosas, dado que había tal confusi6n en el juego que nunca sabía si le tocaba a ella o no. Así que se fue en busca de su erizo. El erizo estaba enzarzado en una pelea con otro erizo, por lo que a Alicia le pareció una estupenda ocasión para hacer carambola con los dos; la única dificultad estaba en que su flamenco había cruzado al otro lado del jardín, donde Alicia podía verle hacer vanos esfuerzos por alzar el vuelo hasta un árbol.
Cuando cogió la flamenco y regresó con él, la pelea había terminado, y los dos erizos habían desaparecido; "pero no importa demasiado", pensó Alicia, "dado que se han ido todos los arcos de este lado del campo". Así que se echo el flamenco debajo del brazo para que no volviera a escapársele, y regresó a charlar otro poco con su amigo. Cuando Llegó adonde estaba el Gato de Cheshire, se quedó sorprendida al descubrir que se había reunido una gran multitud a su alrededor; se había entablado una discusión entre el verdugo, el Rey y la Reina, que hablaban al mismo tiempo, mientras los demás estaban completamente callados, y parecían muy incómodos.
Al ver llegar a Alicia, los tres apelaron a ella para que dirimiese la cuestión, repitiéndole sus respectivos argumentos; no obstante, como hablaban los tres a la vez, le resultó muy difícil averiguar que decían exactamente. El verdugo alegaba que no se podía cortar una cabeza, a menos que hubiese un cuerpo del cual separarla; que él no había tenido que hacer nunca una cosa así, y que no iba a empezar a estar alturas de su vida. El criterio del Rey era que todo lo que tenía cabeza podía ser decapitado, y que lo demás eran tonterías.
El criterio de la Reina era que si no hacia algo y pronto, mandaría ejecutar a todos los presentes (esta última observación hizo que los allí reunidos se mostrasen graves y desosegados). A Alicia no se le ocurrió decir otra cosa que: "Es de la Duquesa; será mejor que le pregunten a ella."
-Está en la cárcel -dijo la Reina al verdugo-; tráela aquí -y el verdugo partió como una flecha. La cabeza del Gato empezó a desvanecerse cuando se iba el verdugo, y al regresar con la Duquesa, el Gato había desaparecido por completo: así que el Rey y el verdugo echaron a correr precipitadamente en su busca, mientras el resto de los reunidos se volvían a incorporar al juego.
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