jueves, 3 de abril de 2008

Amin Maalouf

EL MUNDO Sábado, 17 de julio de 1999

TRIBUNA LIBRE AMIN MAALOUF

Teherán, igual que Praga en 1968

Lo que está pasando estos días en Irán no se asemeja sólo a lo que, hace veinte años condujo a la caída del sha, sino también a lo que anticipó la caída del muro de Berlín. Los estudiantes de Teherán, como ayer los estudiantes de Praga, se enfrentan a pecho descubierto y con las manos vacías a un sistema moribundo, a unos aparatos burocráticos impopulares y a una concepción del mundo que se ha quedado obsoleta. Y al hablar de Praga, pienso sobre todo en 1968, cuando Alexander Dubcek predicaba el socialismo de rostro humano. En este caso, la pregunta es si Irán será capaz de construir un islamismo de rostro humano, que respete las libertades individuales y colectivas, así como las instituciones democráticas, fijando con precisión las relaciones entre religión y política, religión y sociedad, religión y vida privada. Porque eso es, al menos, lo que promete el presidente Jatami.

Al igual que Dubcek, Jatami conquistó el poder desde el interior del sistema. Al igual que él, tiene la ventaja de contar con un apoyo popular masivo; como él, niega ser un contrarrevolucionario; al contrario, se presenta como el mejor defensor de la revolución frente a los halcones del régimen. Y probablemente lo sea. Con el distanciamiento histórico que da el paso del tiempo, tengo la impresión de que la primavera de Praga habría podido representar, para el mundo comunista, la última posibilidad de cambiar sin renegar de sus propios ideales. De ahí que aquellos que la sofocaron con sus tanques estaban sofocando su propio futuro.

Es muy probable que esté pasando lo mismo en Irán. Hoy, los estudiantes, y gran parte de la población, están todavía dispuestos a conservar algunos elementos de la revolución jomeinista. Por ejemplo, un determinado papel para la religión y para los religiosos en la vida pública, a condición, sin embargo, de que sea un papel discreto, moderado, razonable, y no esa presencia exorbitante que se atribuyeron a sí mismos a partir de 1979. La mayoría de los que protestan están todavía persuadidos de que la revolución contra el sha estaba justificada y que, en su conjunto, comportaba aspectos positivos: más justicia social, más equilibrio entre pueblo y poder, así como una sensación de dignidad reencontrada.

Pero si la reforma encallase, si tuviese que dar marcha atrás, hacia un integrismo tiránico y asfixiante, entonces podríamos encontrarnos ante un rechazo total de la revolución, de su ideología, de sus instituciones y de sus símbolos. Algunas personas, sobre todo entre los estudiantes, se encuentran ya en esta última situación anímica.

De ahí que estando al cabo de la calle de semejante exasperación, los partidarios de Jatami desconfíen y se muestren profundamente preocupados. Porque ven claramente las ventajas que los duros no pueden darles. En febrero, se celebrarán unas elecciones decisivas, las elecciones al Parlamento, el Majlis. Si los reformistas las ganan, como ya han ganado sin dificultad las presidenciales y las municipales, su poder se reforzará notablemente y de una forma casi irreversible. Para los duros del régimen, una nueva derrota electoral sería un desastre y, por eso, están dispuestos a todo con tal de evitarla. Los próximos meses estarán salpicados de peligros y amenazas de todo tipo, y lo que está pasando estos días constituye un ensayo revelador. Atacando la libertad de prensa, cerrando un periódico reformista, invadiendo brutalmente la residencia de los estudiantes, los dirigentes de la línea dura intentaban conducir a los estudiantes hacia posiciones y eslóganes más extremistas, con la esperanza de que el movimiento reformista pareciese hostil a la revolución en su conjunto, hostil al Islam e inspirado por Occidente.

De esta forma, una parte importante de la población se escandalizaría y se adheriría a las tesis conservadoras. Pero a pesar de ser masiva, la respuesta de los estudiantes no ha sobrepasado los límites, al menos por ahora. Pero la verdad es que el temperamento visceral de los jóvenes va a ser sometido a otras muchas trampas a lo largo de los próximos días.

La puesta en escena de esta batalla supera con mucho las fronteras de Irán. En efecto, la revolución de 1979 inspiró un amplio movimiento de radicalismo religioso, que se convirtió rápidamente en un dato esencial de la realidad internacional. Lo que está pasando hoy, en conicidencia con los intentos pacificadores de Argelia y del Oriente Medio, podría ser el inicio de una fenómeno de importancia similar. No de un fenómeno contrario, sino radicalmente diferente: el surgimiento, en el mundo musulmán, de un nuevo modelo de sociedad, que una a la modernidad una cierta dosis de tradición. Si este modelo consigue edificar una sociedad democrática, respetuosa de su propio pasado, pero resueltamente abierta al futuro; si logra imponerse al modelo islámico tradicional, rígidamente adherido a las tesis sagradas, refractario a cualquier institución democrática digna de tal nombre; si consigue replantearse sus relaciones con Occidente sobre nuevas bases, que no sean las de la hostilidad sistemática ni las de la imitación servil, entonces el mundo entero podría afrontar con mejores garantías el próximo siglo.

En las últimas líneas he utilizado muchos si. Algunas de estas condiciones tienen muchas probabilidades de verificarse; otras menos. Pero ninguna puede ser considerada hoy como algo totalmente imposible de hacerse realidad. Y eso es ya, por sí sólo, un buen motivo de esperanza.

Amin Maalouf, escritor libanés afincado en París, acaba de publicar en España «Identidades asesinas» (Alianza Ed.).

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