From: "Lourdes Rensoli Laliga"
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Aparecido hoy en el diario El Mundo
Sé para ti mismo un crítico severo (N. Boileau)
Viernes, 19 de enero de 2001
AÑO XIII. NUMERO 4.069.
¿Podrá Bush continuar la actuación de Clinton?
JAMES PETRAS
William Clinton deja una herencia que va ser
difícil de imitar. Un presidente cuyas políticas
fueron más allá del programa político
absolutamente extremista y regresivo del ala
conservadora del Partido Republicano y que
recibió el respaldo financiero y político de los
principales sindicatos y organizaciones
feministas y minoritarias, sin excepción.
Clinton ha resultado ser un consumado maestro
en el arte de hablar y de conectar
sentimentalmente con los pobres al mismo
tiempo que aplicaba con toda energía políticas
neoliberales en el interior y en el exterior. Al
presidente electo, Bush, le aguarda una tarea
peliaguda.
Merece la pena dar un repaso a los grandes
logros de Clinton. En primer lugar, consiguió
como fondos de campaña 30 millones dólares
(5.300 millones de pesetas) de la dirección de
la AFL-CIO [la principal confederación sindical
de Estados Unidos] y acto seguido se
desentendió de sus generosos directivos al
impulsar y garantizar la aprobación -por la vía
rápida- del NAFTA, el acuerdo de libre comercio
al que se oponían los sindicalistas por amplia
mayoría.
Más aún, Clinton recibió toda clase de
parabienes de los dirigentes sindicales por su
retórica electoral de lucha de clases y sus
promesas, fingidamente populistas, en favor de
la clase trabajadora en los congresos anuales
de la AFL-CIO, mientras que fue incapaz de
revocar (o, por lo menos, de denunciar) ni una
sola de las leyes contrarias a los trabajadores.
Por otra parte, durante su mandato, la
inseguridad en el trabajo se extendió a toda la
población asalariada, el número de
trabajadores sin cobertura médica de ningún
tipo aumentó en cinco millones y se incrementó
en proporciones geométricas el número de
problemas médicos atribuibles a las
aseguradoras privadas (Health Medical
Organizations, u Organizaciones Médico-
Sanitarias) que él mismo promovió desde un
primer momento.
El secreto del éxito de Clinton al asegurarse
una financiación multimillonaria para su
campaña electoral proveniente de los
principales dirigentes de la AFL-CIO no tuvo
prácticamente nada que ver con sus
antecedentes legislativos en pro de los
trabajadores, de los que no hay noticia, o con
sus nombramientos en el Departamento de
Trabajo, y sí mucho con su fiscal general y la
tolerante actitud del Departamento de Justicia.
Las investigaciones policiales sobre la mayoría
de los principales sindicatos, entre ellos, las
federaciones de la construcción, trabajadores
municipales, trabajadores hoteleros,
trabajadores del textil, camioneros y de la
minería, proporcionaron pruebas de corrupción a
gran escala, contratos de favor con patronos
explotadores, relaciones íntimas con jefazos de
la Mafia, fraudes electorales en las elecciones
sindicales y otros delitos perseguibles de oficio.
Bajo la protección de Clinton, ni uno solo de los
más altos cargos sindicales ha llegado a
someterse a juicio.
Esos cargos, altos y medios, de la AFL-CIO que
reciben salarios e incentivos por encima de los
300.000 dólares al año (más de 50 millones de
pesetas), que tienen garantizada la reelección
de por vida (salvo que los procesen
judicialmente) y pensiones de jubilación de seis
cifras, se vieron recompensados con
invitaciones para asistir a fiestas en la Casa
Blanca, a pesar de que la afiliación sindical en
el sector privado se ha reducido a un solo dígito
(9%) y de que se ha multiplicado el número de
empleados que trabajan por salarios al nivel del
umbral de la pobreza o por debajo.
No le va costar mucho a Bush emular esos
gestos clintonianos hacia los trabajadores como
el de enviar a Sweeney, el presidente de la AFL-
CIO, una invitación de vez en cuando para que
haga una visita a la Casa Blanca para hablar de
cuestiones laborales. Tampoco le resultará muy
difícil a Bush encontrar un socialdemócrata mal
pagado que le escriba conmovedores discursos
en defensa de los trabajadores para el
Congreso del Trabajo. Bush podría llegar a un
entendimiento pragmático con los cabecillas de
la AFL-CIO en temas relacionados con laJusticia
(en su vertiente criminal, no de justicia social).
Por lo que se refiere a la cuestión de los sexos,
la habilidad política de Clinton ha sido
especialmente evidente. Ha sido capaz de dejar
a millones de mujeres pobres (en su inmensa
mayoría, madres solteras y sus hijos) sin la
mínima ayuda social, de obligarles a trabajar en
empleos de salario mínimo, sin prestaciones
pediátricas ni sanitarias, y, al mismo tiempo,
conseguir el apoyo financiero y político de la
NOW (Organización Nacional de Mujeres) y de
los demás grupos feministas reconocidos.
¿Cuántos jefes de Estado hay capaces de
seducir a sus secretarias, becarias y viudas de
conocidos, prestar juramento solemne de que
no acosó sexualmente a nadie y, a
continuación, reconocer que sí, y, con todo y con
eso, conseguir que la destacada feminista doña
Gloria Steinam se suba a su caravana electoral
para desprestigiar a Ralph Nader, el candidato
defensor de los derechos de las mujeres?
En cuanto a las políticas relativas a las
minorías, ni un solo presidente ha ido más allá
que Clinton. Bajo su mandato, han ido a la
cárcel o han sido sometidos a procesos
judiciales por delitos sin violencia más jóvenes
de raza negra u origen hispano de entre 20 y
40 años que en cualquier otro momento de la
historia de Estados Unidos: un millón y medio
están en prisión y varios millones más a la
espera de juicio, en libertad bajo palabra o en
libertad condicional. Uno de cada cuatro niños
de las minorías asistía a la escuela sin haber
comido y más del 80% de los niños de las
minorías residentes en las ciudades asistía a
escuelas públicas en las que se practica la
segregación de facto. Por último, el mayor
porcentaje de madres solteras expulsadas del
sistema de protección social y obligadas a
trabajar por el salario mínimo sin prestaciones
sanitarias correspondía a negras e hispanas.
Sin duda alguna, Clinton fue más allá del
derechista mandato de Ronald Reagan, por lo
menos, en lo que respecta a la destrucción de
la red de protección social. Sin embargo, a
diferencia de Reagan, el presidente Clinton
recibió abrazos prácticamente de todos los
dirigentes políticos y personalidades de
organizaciones cívicas y religiosas de raza
negra. Esos dirigentes pronunciaron discursos,
recolectaron dinero, organizaron campañas para
que se registraran los electores y llenaron
iglesias en favor de la candidatura de Clinton.
Incluso entonaron un amén cuando Clinton
advirtió a los feligreses negros que debían
responsabilizarse personalmente de sus vidas.
Es decir, que acusó a las víctimas de las
penalidades que imponen los bajos salarios,
pero después, cuando Clinton promovió los
recortes en protección social, más del 90% de
los electores negros votaron por Clinton.
¿En qué consistía la fórmula mágica de Clinton
para ensañarse con la gente y recibir su
premio? Clinton se dirigió a los negros con
mensajes que inspiraban algo. Cantaba en sus
iglesias, derramaba lágrimas de verdad por lo
mucho que sufrían, abrazaba a sus pastores y
besaba a sus niños, tocaba el saxofón y creaba
empatía compartiendo dolor. Por encima de
todo, Clinton repartía puestos de trabajo y
cargos de nivel medio entre profesionales
deseosos de prosperar. Se presentó como un
firme partidario de una diversidad, de un
multiculturalismo y de una forma de actuar
positivamente que no alteraba en absoluto la
distribución de la riqueza, de la propiedad y del
poder de Wall Street.
No cabe duda de que Clinton mantuvo siempre
la puerta abierta a los políticos, profesionales
de clase media y personajes célebres de raza
negra; era un auténtico virtuoso a la hora de
apretar los botones retóricos que había que
apretar y a la hora de acertar con la actitud
supuestamente populista más apropiada. Por
encima de todo, Clinton fue todo un maestro a
la hora de realizar el gesto simbólico exacto, en
tanto que se reservaba para sus mentores
financieros de Wall Street los nombramientos
que tenían importancia y las medidas
legislativas.
Bush no debería encontrar problemas a la hora
de seguir los pasos de Clinton por lo que se
refiere al apoyo a las grandes empresas,
aunque es posible que se incline más hacia la
vieja (y real) economía y menos hacia la nueva
economía, financiera, especulativa y del Este.
Su reducción de impuestos a los ricos
complementa la atrevida política de Clinton de
machacar y arrasar la protección social a los
pobres, que ha dado como resultado el
superávit presupuestario.
La forma en que Clinton ha legitimado la
ideología del libre mercado, del libre comercio,
de la vía rápida, encuentra ciertamente eco en
las propias preferencias políticas de Bush. La
gran incógnita consiste en si éste tendrá la
habilidad de vender estas políticas a favor de
las grandes empresas como un programa
político popular para el siglo XXI. La clave
reside en si Bush podrá emular los gestos
simbólicos de Clinton, sus idas y venidas
emocionales y su supuesta adhesión a la
diversidad.
Los nombramientos que ha hecho Bush en su
Gobierno dan a entender que ha aprendido la
fórmula política de Clinton: mujeres, minorías y
blancos de mediana edad están
cuidadosamente equilibrados, y la diversidad no
va a interferir en su programa neoliberal pro
gran empresa. Más allá de la retórica de Bush
con su conservadurismo de rostro humano, se
percibe una continuidad muy apropiada con la
sintonía de sentimientos de Clinton (fuera
quien fuese aquél al que se dirigía esa
sintonía).
Pero la clave está en la continuidad. ¿Será
capaz Bush de ofrecer a las feministas
profesionales un buen hueso, que consista, por
ejemplo, en una estentórea aceptación de lo
que ya está puesto por escrito en los libros de
Derecho? ¿Será capaz Bush de cantar el aleluya
con un coro de negros, cantar las virtudes de
los pastores negros y predicar el esfuerzo
personal en las iglesias de los negros, repletas
de feligreses mal pagados y subempleados?
¿Será capaz Bush de invitar a los jefes de la
AFL-CIO, garantizarles la inmunidad frente a
procesos judiciales y la posibilidad de sacarles
tres pagas a los afiliados, y permitir que un
10% de las plantillas pueda no estar afiliado a
cambio de una oposición meramente simbólica
al libre comercio y de manos libres en el tema
de reestructuraciones de personal con despidos
masivos?
Por supuesto que sí; Bush podría seguir con la
fórmula de Clinton si creyera que es necesario y
si la economía no se precipita en una profunda
recesión. Es más dudoso que Bush esté
dispuesto a tocar el saxofón, pero podría ir
practicando con una armónica; podría contratar
a un educador de voz para que le intensifique
ese acento suyo del sur para cuando visite las
iglesias de los negros. Si no fuera capaz de
forzar una lágrima, o dos, cuando llegue el
momento, un labio tembloroso serviría también
a estos efectos.
Son esos gestos, esos encuentros variados y
esos abrazos en el momento justo los que van
a determinar si Bush conseguirá tener tanto
éxito como Clinton a la hora de vender el libre
mercado, el libre comercio y las cada vez
mayores desigualdades a los ciudadanos de
Estados Unidos.
James Petras es profesor de Etica Política en la
Universidad de Binghamton, Nueva York.
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