lunes, 14 de abril de 2008

Biografía de Wittgenstein.2

Monk, Ray.

"Ludwig Wittgenstein".

Traducción: Damián Alou.

Editorial Anagrama.

Barcelona, marzo 1997, 2da.edición

Tit.Orig.: Ludwig Wittgenstein. The Duty of Genius.

Jonathan Cape. London 1990

547 pp

1ra. edición febrero 1994.

(continúa)

Cap.12. LA FASE VERIFICACIONISTA

Probablemente fue a finales de 1929 cuando Wittgenstein atisbó la ambivalencia de Marguerite en lo referente a sus relaciones y fue consciente de las dudas de ella a la hora de casarse con él. En esa época, poco después de que llegara a Viena para pasar las Navidades, Marguerite le anunció que ya no deseaba besarle. Le explicó que sus sentimientos hacia él no eran los más apropiados. Wittgenstein no entendió la indirecta. En las notas de su diario no se detiene a reflexionar acerca de los sentimientos de ella, sino que se demora en los suyos propios. Admitía que lo encontraba doloroso, pero al mismo tiempo no se sentía infeliz. Pues realmente todo dependía de su estado espiritual, y no de la satisfacción de sus deseos sensuales. «Pues si el espíritu no me abandona, entonces nada de lo que suceda es sucio y mezquino.» «Sin embargo», añadía, «tendré que ir con pies de plomo si no quiero fracasar.» El problema, tal como él lo veía, no era conquistarla a ella, sino derrotar a sus propios deseos. «Soy una bestia y eso no me hace infeliz», escribió el día de Navidad. «Corro el peligro de volverme aún más superficial. ¡Que Dios lo impida!» Como técnica para evitar esta tendencia, o quizá a fin de desvelarla, concibió la idea de escribir una autobiografía. Y aquí, de nuevo, todo dependía del espíritu. El 28 de diciembre escribió:

El espíritu en el que uno puede escribir la verdad acerca de sí mismo puede tener las formas más variadas; de la más decente a la más indecente. Y según el que tome, puede ser muy deseable o muy erróneo escribir acerca de ello. De hecho, entre las verdaderas autobiografías que uno podría escribir hay toda una gradación que va de lo más elevado a lo más bajo. Yo, por ejemplo, no puedo escribir mi autobiografía en un plano más elevado que aquel en que existo. Y por el mismísimo hecho de escribirla no me vuelvo necesariamente superior; puede que incluso me vuelva más sucio de lo que era antes. Algo en mi interior habla en favor de que escriba mi autobiografía, y de hecho me gustaría tener algún tiempo para desplegar mi vida, a fin de tenerla claramente ante mí, y también ante los demás. No tanto para someterla a juicio como para, en cualquier caso, producir claridad y verdad.

Este plan no produjo ningún resultado, aunque durante los dos o tres años siguientes continuó tomando notas que intentaban revelar la «verdad desnuda» acerca de sí mismo y reflexionar sobre la naturaleza de una autobiografía que valiera la pena. Cualquier autobiografía que pudiera haber escrito ciertamente habría tenido más en común con las Confesiones de San Agustín que con, pongamos, la Autobiografía de Bertrand Russell. El hecho de escribirla habría sido, fundamentalmente, un acto espiritual. Consideraba las Confesiones posiblemente «el libro más serio jamás escrito». En particular, sentía gran afición a citar un pasaje del Libro 1, que reza: «Y ay de aquellos que nada dicen de ti! Porque incluso los más dotados con el poder de la palabra no pueden encontrar palabras para describirte», pero que Wittgenstein, al discutir con Drury, transformaba en: «Ay de aquellos que nada dicen de ti porque los charlatanes dicen montones de tonterías.» En una conversación con Waismann y Schlick, el texto fue traducido aún más libremente: «¡Qué pasa, cerdo, que no quieres decir tonterías! ¡Sigue y di tonterías, no importa!»

Estas traducciones libres, aunque no consigan captar el significado que pretendía dar Agustín a sus palabras, desde luego sí captan la opinión de Wittgenstein. Uno debería detener la absurda cháchara de los parlanchines, pero eso no significa que uno deba rechazar el decirse tonterías a sí mismo. Todo, como siempre, depende del espíritu con que se haga.

A Waismann y Schlick les repetía las líneas maestras de su conferencia sobre ética: la ética es un intento de decir algo que no se puede decir, un arremeter contra los límites del lenguaje. «Creo que resulta definitivamente importante poner punto final a toda la faramalla referente a la ética: si existe el conocimiento intuitivo, si existen valores, si lo bueno se puede definir.» Por otro lado, es igualmente importante darse cuenta de que esa inclinación a decir tonterías es indicativa de algo. Podía imaginarse, dijo, lo que Heidegger, por ejemplo, quería decir mediante la angustia y el ser (en frases como: «Que frente a lo que no siente angustia es ante Estar-en-el-mundo como tal»), y simpatizaba también con la frase de Kierkegaard de «este algo desconocido con que la Razón colisiona cuando está inspirada por su pasión paradójica».

San Agustín, Heidegger, Kierkegaard... no son nombres que uno espera escuchar en una conversación acerca del Círculo de Viena, a no ser como objeto de improperios. La obra de Heidegger, por ejemplo, era utilizada frecuentemente por los positivistas lógicos para proporcionar ejemplos de lo que querían decir al hablar del absurdo metafísico: lo que ellos pretendían condenar al cubo de la basura de la filosofía.

Mientras Wittgenstein estaba en Cambridge, el Círculo se había aglutinado en torno a un grupo conscientemente unido, que había hecho de la postura antimetafísica que les unía la base para una especie de manifiesto, publicado con el título de Die Wissenschaftliche Weltauffassung: Der Wiener Kreis («La visión científica del mundo: El Círculo de Viena»). El libro fue preparado y publicado como un gesto de gratitud hacia Schlick, que fue reconocido como líder del grupo, y que ese año, a fin de poder quedarse con sus amigos y colegas de Viena, había rechazado una oferta para ir a Berlín. Al enterarse del proyecto, Wittgenstein le escribió a Waismann para expresarle su desaprobación:

"Precisamente porque Schlick no es un hombre vulgar, se debería procurar no permitir que sus «buenas intenciones» le lleven, a él y al Círculo de Viena, al ridículo por medio de la jactancia. Cuando digo «jactancia» me refiero a cualquier tipo de postura autocomplaciente. «¡Renuncia a la metafísica!» ¡Como si eso fuera algo nuevo! Lo que la escuela de Viena ha logrado debería mostrarse, no decirse... El maestro debería ser conocido por su obra."

Aparte del esquema de los principios centrales de la doctrina del Círculo, su manifiesto también contenía el anuncio de la aparición inminente de un libro de Waismann titulado Logik, Sprache, Philosophie, que en aquella época fue descrito como una introducción a las ideas del Tractatus. A pesar de sus recelos respecto al manifiesto, Wittgenstein consintió en colaborar en el libro, y en reunirse regularmente con Waismann para explicarle sus ideas.

Las discusiones tenían lugar en la casa de Schlick. Waismann tomaba notas de lo que Wittgenstein decía, en parte para utilizarlas en su proyectado libro y en parte para mantener informados a los demás miembros del Círculo de Viena (con quienes Wittgenstein se negaba a reunirse) de los más recientes pensamientos de éste. A continuación, estos miembros citaban las ideas de Wittgenstein en las ponencias que presentaban en conferencias de filosofía, etc. De este modo, Wittgenstein mantuvo una cierta reputación como alguien que participaba de manera influyente, aunque en la sombra, en el debate filosófico austriaco. Entre algunos filósofos austriacos incluso se especuló con que ese «doctor Wittgenstein», acerca del cual oían hablar mucho pero del que no veían nada, no era más que una quimera de Schlick, un personaje mitológico inventado como figura emblemática del Círculo.

Ni Schlick ni Waismann y aún menos los demás miembros del Círculo advirtieron en 1929 lo rápida y radicalmente que las ideas de Wittgenstein se apartaban de las del Tractatus. En los años siguientes, la concepción del libro de Waismann tuvo que sufrir cambios fundamentales: de ser inicialmente una exposición de las ideas del Tractatus se convirtió, en primer lugar, en un resumen de las modificaciones de Wittgenstein a esas ideas, y finalmente en una afirmación de las ideas totalmente nuevas de éste. Tras haber llegado a su manifestación definitiva, Wittgenstein retiró su cooperación, y el libro nunca fue publicado. (1)

(Nota 1. Al menos no fue publicado ni en vida de Waismann ni de Wittgenstein. En 1965 apareció en inglés como "Principios de lingüística filosófica", pero por entonces la publicación póstuma de la propia obra de Wittgenstein lo había vuelto más o menos obsoleto.)

En sus discusiones con Schlick y Waismann durante las vacaciones de Navidad, Wittgenstein subrayó algunos aspectos en los que sus opiniones habían cambiado desde que escribiera el Tractatus. Les explicó su convicción de que todo lo expresado en el Tractatus referente a las proposiciones elementales era erróneo, y debía abandonarse, y, con ello, su antigua concepción de la inferencia lógica.

"... entonces yo creía que toda inferencia estaba basada en la forma tautológica. En esa época aún no había visto que una inferencia puede tomar también la siguiente forma: Este hombre mide 2 metros, por tanto no mide 3 metros."

«Lo que era erróneo en mi concepción», les dijo, «era mi creencia de que la sintaxis de las constantes lógicas podía establecerse sin prestar atención a la relación interna de las proposiciones.» Sin embargo, entonces se daba cuenta de que las reglas de las constantes lógicas constituyen sólo una parte de «una sintaxis más global, acerca de la cual no sabía nada en esa época». Su tarea filosófica consistía pues en describir esta sintaxis más complicada, y en aclarar el papel de las «relaciones internas» en la inferencia.

En esa época, sus pensamientos acerca de cómo llevar a cabo su tarea estaban en un estado de flujo, cambiaban de una semana a la siguiente, e incluso de un día para otro. Un rasgo de estas conversaciones es que muy frecuentemente Wittgenstein comienza sus observaciones diciendo «Yo solía creer ... », «Tengo que corregir mi opinión ... », «Me equivoqué al presentar el tema de este modo ... », refiriéndose, no a las posiciones que había adoptado en el Tractatus, sino a las opiniones que había expresado anteriormente ese mismo año, o quizás esa misma semana.

Como ejemplo de lo que quería decir con «sintaxis» y de las relaciones internas que establecía, se imaginaba a alguien diciendo: «Hay un círculo. Su longitud es de 3 centímetros, y su anchura de 2 centímetros.» A esto, dice, sólo podemos replicar: «¡Muy bien! ¿Entonces qué quiere decir con un círculo?» En otras palabras, la posibilidad de un círculo más largo que ancho queda excluida por lo que queremos decir con la palabra «círculo». Estas reglas las proporciona la sintaxis, o, como Wittgenstein dice también, la «gramática» de nuestro lenguaje, que en este caso establece una «relación interna» entre eso que llamamos círculo y el hecho de que posea sólo un radio.

La sintaxis de los términos geométricos prohíbe, a priori, la existencia de tales círculos, al igual que la sintaxis de nuestras palabras para el color niega la posibilidad de que algo sea al mismo tiempo rojo y azul. La relación interna establecida por estas distintas gramáticas permite el tipo de inferencias que habían eludido el análisis en términos de las tautologías del Tractatus, porque cada una de ellas forma un sistema.

"Una vez escribí [TLP 2.15121, «Una proposición es como un patrón de medida aplicado a la realidad ... ». Ahora prefiero decir que un sistema de proposiciones es como un patrón de medida aplicado a la realidad. Lo que quiero decir con ello es lo siguiente. Si aplico un patrón de medida a un objeto espacial, le aplico todas las líneas graduadas al mismo tiempo."

Si medimos un objeto y tiene diez pulgadas, podemos inferir inmediatamente que no tiene once pulgadas, etc.

Al describir la sintaxis de estos sistemas de proposiciones, Wittgenstein se acercaba, tal como Ramsey lo había expresado, a subrayar ciertas «propiedades necesarias de espacio, tiempo y materia». ¿Estaba entonces, en cierto sentido, haciendo física? No, replica, la física se centra en determinar la verdad o falsedad de estados de cosas; él se centras en distinguir el sentido del sinsentido. «Este círculo tiene 3 centímetros de largo y 2 centímetros de ancho» no es falso, sino absurdo. Las propiedades de espacio, tiempo y materia en las que estaba interesado no eran el tema de una investigación física, sino, tal como se sentía inclinado a expresarlo en esa época, un análisis fenomenológico. «La física», dice, «no proporciona una descripción de la estructura de los estados fenomenológicos de las cosas. La fenomenología es siempre una cuestión de posibilidad, por ejemplo, de sentido, no de verdad o falsedad.»

Esta manera de expresar las cosas tenía para Schlick un incómodo tono kantiano. Le parecía casi como si Wittgenstein, a la manera de la Crítica de la razón pura, intentara describir los rasgos generales y necesarios de la «estructura de la apariencia», y transitara por una carretera que condujera hasta Husserl. Con la fenomenología de Husserl en mente, le preguntó a Wittgenstein: «¿Qué respuesta puede darse a un filósofo que cree que las afirmaciones de la fenomenología son juicios sintéticos a priori?» A esto Wittgenstein replicó enigmáticamente: «Le contestaría que ciertamente es posible encontrar palabras para ello, pero que soy incapaz de asociarles ningún pensamiento.» En un comentario escrito en esa época es más explícito: su opinión de que sin duda existen reglas gramaticales que no son reemplazables por tautologías (por ejemplo, las ecuaciones aritméticas) «explica creo lo que Kant quiere decir cuando insiste en que 7 + 5 = 12 no es una proposición analítica, sino sintética a priori». En otras palabras, su respuesta es algo que nos resulta familiar: que sus investigaciones muestran lo que Kant y los kantianos querían decir.

Aunque molestos por el talante pseudokantiano de las nuevas reflexiones de Wittgenstein, Schlick y (por tanto) los demás miembros del Círculo de Viena no hicieron mucho caso de eso. Más afín al tono empirista de su pensamiento fue otra opinión expresada por Wittgenstein en el curso de sus conversaciones. Se trataba de que, si una proposición ha de tener significado, si ha de decir algo, debemos tener alguna idea de cuál sería el caso si fuera cierta. Y por tanto debemos tener algún medio para establecer su verdad o su falsedad. Esto llegó a ser conocido en el Círculo de Viena como el «principio de verificación de Wittgenstein», y fue adoptado por sus miembros de una manera tan entusiasta que desde entonces se ha considerado como la mismísima esencia del positivismo lógico. En inglés la afirmación más conocida y estridente de esta teoría se halla en "Lenguaje, Verdad y Lógica", de A. J. Ayer (un título inspirado si ésa es la palabra por Logik, Sprache, Philosophie de Waismann), que fue publicado en 1936 y escrito después de que Ayer hubiera pasado algún tiempo en Viena asistiendo a las reuniones del Círculo.

El principio está expresado en la frase: «El sentido de una proposición es su medio de verificación», y fue explicado por Wittgenstein a Schlick de la siguiente manera:

"Si yo digo, por ejemplo, «Sobre al armario hay un libro», ¿cómo puedo verificarlo? ¿Es suficiente echar un vistazo desde diferentes perspectivas, o he de tomarlo en mis manos, tocarlo, abrirlo, volver sus páginas, etcétera? Aquí hay dos concepciones. Una de ellas dice que aunque me lo proponga, nunca seré capaz de verificar la proposición completamente. Una proposición siempre mantiene abierta una puerta trasera, como si dijéramos. Hagamos lo que hagamos, nunca estaremos seguros de no habernos equivocado.

La otra concepción, la que quiero sostener, dice: «No, si nunca puedo verificar completamente el sentido de una proposición, entonces tampoco he querido decir nada con la proposición. La proposición no significa nada en absoluto.»

A fin de determinar el sentido de una proposición, debería conocer un procedimiento muy específico para poder afirmar que una proposición ha sido verificada."

Posteriormente, Wittgenstein negaría que la intención de este principio hubiera sido fundamentar una teoría del significado, y se distanció del dogmatismo con que los positivistas lógicos aplicaron ese principio. En una reunión del Club de Ciencia Moral de Cambridge dijo:

"En una época yo solía decir que, a fin de comprender cómo se utiliza una frase, era una buena idea hacerse la siguiente pregunta: «¿Cómo se podría intentar verificar este aserto?» Pero ésta es sólo una manera como cualquier otra de comprender cómo la gente se sirve de una palabra o una frase. Por ejemplo, otra pregunta que con frecuencia resulta útil hacerse es: «¿Cómo se aprende esta palabra?» «¿Cómo lo haría uno para enseñar a un niño a utilizar esta palabra?» Pero algunas personas han convertido en un dogma la sugerencia de interrogarse acerca de la verificación: como si yo hubiera propuesto una teoría del significado."

Cuando a principios de la década de los treinta G. F. Stout le preguntó qué opinaba de la verificación, Wittgenstein le contó la siguiente parábola, el meollo de la cual parece ser que el descubrir que no hay manera de verificar una frase es comprender algo importante de ella, aunque eso no significa que no haya nada que comprender:

"Imagínese que existe una ciudad en la que a la policía se le exige que obtenga información acerca de cada uno de sus habitantes, por ejemplo su edad, dónde ha nacido y en qué trabaja. Hay un registro de esa información y se utiliza. Ocasionalmente, cuando un policía interroga a un habitante, descubre que éste no trabaja en nada. El policía hace constar este hecho en su ficha, ¡porque también es una información útil respecto de ese hombre!"

Y aun así, a pesar de estos rechazos, a lo largo de 1930 en sus conversaciones con Schlick y Waismann, en una lista de «Tesis» dictada a Waismann, en sus propios cuadernos encontramos este principio expresado por Wittgenstein en formulaciones que suenan tan dogmáticas como las del Círculo de Viena y las de Ayer: «El sentido de una proposición es la manera en que se verifica», «La manera en que se verifica una proposición es lo que dice.... la verificación no es una señal de la verdad, es el sentido de la proposición», etcétera. Parece ser que podemos hablar de una «fase verificacionista» en el pensamiento de Wittgenstein. Pero sólo si distanciamos el principio de verificación del empirismo lógico de Schlick, Carnap, Ayer, etc., y lo situamos dentro del marco más kantiano de las investigaciones «fenomenológicas» o «gramaticales» de Wittgenstein.

En 1930, cuando Wittgenstein regresó a Cambridge, se enteró de que Frank Ramsey estaba seriamente enfermo. Había sufrido un fuerte ataque de ictericia, y había sido ingresado en el Guy's Hospital para ser sometido a una operación que permitiera descubrir la causa. Tras la operación su estado se hizo crítico, y era evidente que se estaba muriendo. Frances Partridge, amiga íntima de los Ramsey, ha descrito cómo, la tarde anterior a la muerte de Ramsey, visitó la sala en que estaba ingresado y se encontró a Wittgenstein sentado en una pequeña habitación que se abría a esa sala, a poco más de un metro de la cama de Frank:

La amabilidad de Wittgenstein, y también su aflicción, resultaban de alguna manera evidentes tras su tono aparentemente ligero, casi jocoso, que yo encontré desconcertante. Frank había sufrido otra operación, de la que ya no se recuperaría del todo, y Lettice no había cenado, de modo que los tres fuimos a buscar algo de comer, y al final encontramos unos bocadillos de salchicha y jerez en el bar de la estación. Luego Wittgenstein se marchó y Lettice y yo regresamos al hospital.

Ramsey murió a las tres de la mañana del día siguiente, el 19 de enero. Tenía veintiséis años.

Al día siguiente Wittgenstein dio su primera clase. A finales del trimestre anterior, Richard Braithwaite, en nombre de la Moral Science Faculty, le había invitado a dar un cursillo. Braithwaite le preguntó bajo qué título deberían anunciarse las clases. Tras un largo silencio, Wittgenstein replicó: «El tema de las clases será la filosofía. Qué otro título pueden tener las clases sino filosofía.» Y bajo este único título general se denominaron durante el resto de la carrera de Wittgenstein como docente.

Durante el segundo trimestre dio una hora de clase semanal en la sala. de conferencias de la Escuela de Arte, que en un época posterior iría seguida por una discusión de dos horas que tenía lugar en una habitación del Clare College prestada por R. E. Priestley (posteriormente sir Raymond Priestley), el explorador. Posteriormente abandonaría la formalidad de la sala de conferencias, y las clases y las discusiones tendrían lugar en las habitaciones de Priestley, hasta 1931, cuando consiguió una serie de habitaciones propias en el Trinity.

Con frecuencia se ha descrito su manera de dar clases, y parece que era completamente distinta de la de cualquier otro profesor de universidad: enseñaba sin notas, y con frecuencia parecía estar simplemente de pie delante de su público, pensando en voz alta. De vez en cuando se detenía y decía: «Un momento, ¡dejadme pensar!», y se sentaba unos minutos, mirando su mano vuelta hacia arriba. A veces la clase comenzaba para dar respuesta a una pregunta procedente de un miembro de la clase particularmente valiente. Con frecuencia maldecía su propia estupidez, diciendo: «¡Qué idiota soy!», o exclamaba vehementemente: «¡Esto es endiabladamente difícil!" Asistían a las clases unas quince personas, casi todos estudiantes, pero entre los que se incluía también algún catedrático, siendo G. E. Moore el más notable. Este solía sentarse en la única butaca disponible (los otros se acomodaban en sillas plegables) fumando en pipa y tomando abundantes notas. La manera de hablar sincopada y apasionada de Wittgenstein dejó una memorable impresión en todos aquellos que le oyeron quienes son vívidamente descritos por I.A. Richards (el coautor, con C.K.Ogden, de El significado del significado) en su poema "El poeta Extraviado"

El Poeta extraviado

Tu voz y la suya oí en esas no clases oblicuas sillas plegables

extendiéndose; Moore en la butaca inclinado y anotándolo todo

Todas las almas ansiosas de cualquier palabra tuya.

Pocos podían resistir mucho tiempo tu ojerosa belleza,

labios desdeñosos, grandes ojos iluminados de desprecio,

ceño fruncido, sonrisa franca, una devoción a tu deber

nacida de la aflicción, más allá del mundo.

Tal era el suplicio, los oyentes hechizados

contemplaban y aguardaban las palabras inminentes,

Retenían y mordían su aliento mientras estabas mudo

angustiados, impotentes a la espera de los prisioneros ocultos

¡Atiza otra vez el fuego! ¡Abre la ventana!

¡Calla! paciente da pasos infructuosos,

estériles las revelaciones del techo,

apresúrate a remover de nuevo las cenizas.

"¡Oh, está tan claro! ¡Está absolutamente claro!"

Los nervios tensos se tensan aún más por toda la universidad;

los lápices están en posición: "Oh!, soy un maldito idiota!

¡Un perfecto idiota!" Así: sin embargo surge.

No es que el Maestro no sea pedagógico:

ceños que se creían despreocupados se perlan mientras observan

los corazones sangrar con él. Pero ¿querrías un destello?

¡Intenta sugerirlo! ¿Quién será el siguiente en colocar un ladrillo?

La ventana otra vez abierta, el fuego atacado de nuevo

(¡déjalo, pero deja lo que está fuera, ya hace mucho, solo!)

una gran calma; una frase iniciada; luego el gruñido

detiene los lápices. De nuevo al estribillo.

(....)mación de Russell mediante la siguiente analogía: «Si quisiera comerme una manzana, y alguien me diera un puñetazo en el estómago, quitándome el apetito, entonces lo que yo quería originariamente era ese puñetazo.»

A final del trimestre se suscitó de nuevo la cuestión de cómo proporcionarle a Wittgenstein los fondos necesarios para proseguir su trabajo. Ya no le quedaba nada de la beca otorgada por el Trinity el verano anterior, y parece ser que la junta de Gobierno de la Universidad tenía dudas acerca de si era merecedor de que se la renovaran. El 9 de marzo, por tanto, Moore le escribió a Russell, que estaba en su Universidad de Petersfield, para solicitarle si estaría dispuesto a echar un vistazo a lo que Wittgenstein estaba haciendo, e informar acerca de su valor a la junta de Gobierno pues parece que no hay otra manera de asegurarle una renta suficiente para que prosiga su labor, a menos que la junta le dé una beca; y me temo que existen muy pocas probabilidades de que así sea, a menos que obtenga informes favorables de personas expertas de la materia; y tú eres, naturalmente y con mucho, la persona más competente para hacerlo.

Tal como Moore había previsto, Russell no se mostró muy entusiasmado. «No veo cómo puedo negarme», respondió.

Al mismo tiempo, ya que tal cosa implica discutir con él, tienes razón en decir que exigirá mucho trabajo. No conozco nada más agotador que disentir con él en una discusión.

El fin de semana siguiente Wittgenstein visitó a Russell en la Beacon Hill School, e intentó explicarle lo que estaba haciendo. «Naturalmente, no llegamos muy lejos en dos días», le escribió a Moore, «pero me parece que algo entendí.» Lo dispuso todo para ver a Russell después de las vacaciones de Semana Santa, a fin de entregarle una sinopsis de lo que había hecho desde que regresara a Cambridge. De este modo, Wittgenstein pasó esas vacaciones en Viena, inmerso en la tarea de dictar observaciones seleccionadas de sus manuscritos a un mecanógrafo. «Es un trabajo terrible, y me siento desgraciado haciéndolo», se quejó a Moore. El resultado de esta tarea fue el mecanoscrito publicado recientemente con el título de "Observaciones filosóficas". Con frecuencia se ha calificado de obra de «transición» es decir, transición entre el Tractatus y las Investigaciones filosóficas, y es la única obra que así puede calificarse sin confusión. Representa de hecho una fase muy transitoria en el desarrollo filosófico de Wittgenstein, una fase en la que buscaba reemplazar la teoría del significado del Tractatus por el proyecto pseudokantiano de «análisis fenomenológico» esbozado en sus discusiones con Schlick y Waismann. El proyecto, como veremos, fue pronto abandonado, y con él la insistencia en el principio de verificación como criterio para poder afirmar que una proposición tiene sentido. Las "Observaciones filosóficas" son, hoy por hoy, el más verificacionista y al mismo tiempo el más fenomenológico de todos sus textos. Utiliza las herramientas adoptadas por el Círculo de Viena para una tarea diametralmente opuesta a la de éstos. A su retorno de Viena, a finales de abril, Wittgenstein visitó a Russell en su casa de Cornualles para mostrarle el manuscrito. Desde el punto de vista de Russell, no era un momento apropiado. Su mujer, Dora, estaba embarazada de siete meses de otro hombre (Griffen Barry, un periodista norteamericano), su hija Kate tenía la varicela, y su hijo John el sarampión. Su matrimonio se derrumbaba a causa de las infidelidades mutuas, y él trabajaba mucho, escribiendo periodismo popular, conferencias y libros para ganarse la vida y pagar la sangría económica que le suponía su experimento de reforma educacional. En esa época soportaba tantas presiones que sus colegas de la Beacon Hill School consideraron seriamente que se estaba volviendo loco. En tan atribuladas circunstancias, Wittgenstein se quedó un día y medio, tras lo cual el asediado Russell hizo un intento de resumir el trabajo de Wittgenstein en una carta a Moore.

Por desgracia he estado enfermo y por tanto he sido incapaz de ponerme al corriente tan rápido como esperaba. Creo, sin embargo, que en el curso de una conversación con él me hice una idea bastante buena de en qué está metido. Utiliza las palabras «espacio» y «gramática» en sentidos peculiares, más o menos relacionados el uno con el otro. Afirma que si es significativo decir «Esto es rojo», no puede ser significativo decir «Esto es ruidoso». Existe un «espacio» de colores y otro «espacio» de sonidos. A estos «espacios» parece ser que les da un "a priori" en el sentido de Kant, o quizá no exactamente eso, pero no algo muy distinto. Los errores de la gramática proceden de confundir los «espacios». Luego tiene mucho material acerca del infinito, y siempre bordea el peligro de repetir lo que Brouwer ha dicho, y hay que pararle en seco siempre que ese peligro se hace patente. Sus teorías son ciertamente importantes y ciertamente muy originales. Si son verdaderas o no, no lo se; espero con devoción que no, pues convertirían las matemáticas y la lógica en algo casi increíblemente difícil.

« ¿Te importaría decirme si esta carta será una opinión suficiente para la Junta?», le rogó a Moore. «La razón por la que te lo pido es que en este momento tengo tanto que hacer que el esfuerzo necesario para leer lo de Wittgenstein de arriba abajo es superior a mis fuerzas. Sin embargo, seguiré adelante con ello si crees que es realmente necesario». Moore no lo consideró necesario, aunque, por desgracia para Russell, consideró que la carta no era suficiente como informe para la junta. Russell reescribió la carta, tal como él mismo lo expresó, «en un lenguaje más solemne, que la junta sea capaz de entender», y esa carta fue aceptada entonces como informe acerca del trabajo de Wittgenstein, y a su debido tiempo se le concedió una beca de 100 libras. «Creo que sólo puedo entender a Wittgenstein cuando estoy bien de salud», le explicó Russell a Moore, «cosa que no ocurre en el momento presente.» Dada la letanía de problemas que Russell tenía en esa época, resulta sorprendente que fuera capaz de enfrentarse tan bien como lo hizo a los rigores de examinar el trabajo de Wittgenstein. Por su parte, Wittgenstein era un crítico desabrido de los trabajos de Russell. Aborrecía las obras populares de éste: "La conquista de la felicidad" era «vomitivo»; "Lo que yo creo" era «algo no del todo "inofensivo"». Y cuando, durante una discusión en Cambridge, alguien decidía defender los puntos de vista de Russell respecto del matrimonio, el sexo y el «amor libre» (expresados en "Matrimonio y moral"), Wittgenstein replicaba: "Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgarla, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude."

A su regreso a Cambridge, el 25 de abril, Wittgenstein había consignado en su diario los progresos realizados en su propia, y más reprimida, vida amorosa:

"Llegada a Cambridge tras las vacaciones de Semana Santa. En Viena con frecuencia con Marguerite. El Domingo de Pascua con ella en Neu Waldegg. Nos estuvimos besando mucho durante tres horas y fue muy agradable."

Tras el último trimestre, Wittgenstein regresó a Viena para pasar el verano con su familia y con Marguerite. Vivía en la residencia familiar, el Hochreit, pero no en la casa grande, sino que prefería la casita del leñador, donde disfrutaba sin ninguna molestia de la paz, la quietud y el entorno que precisaba para su trabajo. Recibió la beca de 50 libras del Trinity College destinada a ayudarle durante el verano, pero como le escribió a Moore: «Mi vida ahora es muy barata, de hecho mientras esté aquí no tendré ninguna posibilidad de gastar el dinero.» Una de las pocas pausas que se permitió en su trabajo fue escribir una breve y absurda carta a Gilbert Pattisson:

"Querido Gil (vieja bestia): Tienes una meta ambiciosa; desde luego que la tienes; de otro modo serías una persona sin rumbo, con el espíritu de una rata en lugar del de un hombre. No te sientes satisfecho de quedarte donde estás. Quieres sacarle algo más a la vida. Mereces una posición mejor y mayores ingresos para tu propio beneficio y el de aquellos que dependen de ti. ¿Cómo, puedes preguntarte, puedo alzarme de las filas de los mal pagados? Para pensar en estos problemas me he retirado a la dirección arriba indicada, que es una casa de campo situada a unas tres horas de Viena. He comprado un cuaderno nuevo y grande cuya etiqueta te adjunto y trabajo mucho. También te adjunto una foto mía tomada recientemente. La parte superior de mi cabeza ha sido eliminada, pues no la quiero para filosofar. Me he dado cuenta de que el pelmanismo* es el método más útil de organización del pensamiento. Estos pequeños cuadernos grises hacen que pueda convertir mi mente en un «fichero»."

(* Sistema de educación basado en el desarrollo de la mente y por consiguiente de la concentración. (N. del T.))

A principios de verano, Wittgenstein se reunión con Schlick y Waismann en la casa de Schlick de Viena, principalmente para preparar una conferencia que Waismann tenía que pronunciar en el próximo congreso acerca de la teoría del conocimiento en las ciencias exactas, que iba a celebrarse en septiembre en Kónigsberg. La conferencia de Waismann, «La naturaleza de las matemáticas: el punto de vista de Wittgenstein», sería la cuarta de un ciclo dedicado a las principales escuelas de pensamiento y su relación con el tema de los fundamentos de las matemáticas (las demás de esa serie serían: Carnal hablaría del logicismo, Heiting del intuicionismo y Von Neumann del formalismo). El punto central de la conferencia era la aplicación del principio de verificación a las matemáticas para constituir la regla básica: «El significado de un concepto matemático es la manera en que se utiliza, y el sentido de una proposición matemática es su método de verificación.» Pero resultó que la conferencia de Waismann y todas las otras intervenciones en el congreso quedaron ensombrecidas al exponerse allí por primera vez la famosa prueba de incompletitud de Gödel.

Durante el verano Wittgenstein también le dictó a Waismann una lista de «tesis», presumiblemente como prefacio al libro que iba a escribirse en colaboración. Estas tesis son, en su mayor parte, una reelaboración de las doctrinas del Tractatus, pero incluyen también un cierto número de «aclaraciones» sobre el tema de la verificación. Aquí el principio de verificación se afirma en su forma más general y directa: «El sentido de una proposición es la manera en que ésta se verifica», y se aclara de la siguiente manera:

[Nota: 1. El primer y segundo teorema de incompletitud de Gödel afirman: 1) que dentro de cualquier sistema formal coherente existirá una frase de la que no podrá probarse ni su certeza ni su falsedad; y 2) que la coherencia de un sistema formal aritmético no puede probarse dentro de ese sistema. Mucha gente consideraba que el primero (con frecuencia conocido simplemente como el teorema de Gödel) demostraba que la ambición de Russell expresada en sus Principia Mathematica, de derivar todas las matemáticas de un solo sistema lógico es, en principio, algo irrealizable. Si Wittgenstein aceptaba o no esta interpretación del resultado de Gödel es una cuestión discutida. Sus comentarios acerca de la prueba de Gödel (ver Comentarios sobre los fundamentos de las matemáticas, Apéndice a la primera parte) parecen a primera vista, para alguien que posea ciertos conocimientos de lógica matemática, asombrosamente primitivos. La discusión mejor y más simpática que conozco en relación a estos comentarios se encuentra en «Comentarios de Wittgenstein acerca del significado del teorema de Gödel»(...)bien Godel's Theorem in Focus, ed. de S. G. Shanker (Croom Helm, 1988), pp. 155256. fin de la Nota]

"Una proposición no puede decir más de lo que está establecido mediante su método de verificación. Si yo digo: «Mi amigo está enfadado» y lo establezco en virtud de que él ha mostrado un cierto comportamiento perceptible, lo único que quiero decir es que él muestra ese comportamiento. Y si quiero decir algo más con ello, no puedo especificar en qué consiste ese significado extra. Una nada más allá de eso."

Casi tan pronto como esas tesis fueron escritas, Wittgenstein se sintió insatisfecho con su formulación, y llegó a considerar que compartían el erróneo dogmatismo del Tractatus. De hecho, Wittgenstein estaba desarrollando una concepción de la filosofía carente de cualquier tipo de tesis. Esto queda implícito en los comentarios en torno a la filosofía que aparecen en el Tractatus, especialmente en la proposición 6.53.

El método correcto de la filosofía seria propiamente éste: no decir nada más que lo que se puede decir, o sea, proposiciones de la ciencia natural o sea, algo que nada tiene que ver con la filosofía, Y entonces, cuantas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones no había dado significado a ciertos signos. Este método le resultaría insatisfactorio no tendría la sensación de que le enseñábamos filosofía, pero sería el único estrictamente correcto.

Sin embargo, el propio Tractatus, con sus proposiciones numeradas, se aleja notoriamente de ese método. Insistir en que estas proposiciones no son realmente proposiciones, sino «pseudo proposiciones» o «aclaraciones», es una huida obviamente insatisfactoria de la dificultad central. Y está claro que una dificultad semejante acompañaba a esas tesis compiladas por Waismann. La claridad filosófica debe ser dilucidada de alguna otra manera que por medio de la aserción de doctrinas. En 1930, al mismo tiempo que Waismann preparaba su presentación de las «Tesis» de Wittgenstein, éste escribió: «Si uno intentara presentar tesis en filosofía, nunca sería posible debatirlas, porque todo el mundo estaría de acuerdo con ellas.» Wittgenstein dio en pensar que, en lugar de enseñar doctrinas y desarrollar teorías, un filósofo debería proponer una técnica, un método de alcanzar la claridad. La cristalización de esta idea y sus implicaciones le supuso, tal como se lo expresa a Drury, «un verdadero descanso». «Sé que el método es correcto», le dijo a Drury. «Mi padre era un hombre de negocios, y yo soy un hombre de negocios: quiero que mi filosofía sea como un negocio, hacer algo, fundar algo.» La "fase de transición» de la filosofía de Wittgenstein llega con esto a su fin.

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