Monk, Ray.
"Ludwig Wittgenstein".
Traducción: Damián Alou.
Editorial Anagrama.
Barcelona, marzo 1997, 2da.edición
Tit.Orig.: Ludwig Wittgenstein. The Duty of Genius.
Jonathan Cape. London 1990
547 pp
1ra. edición febrero 1994.
(continúa)
Cap.16. JUEGOS DE LENGUAJE: LOS CUADERNOS AZUL Y Marrón
Tras el retorno de Wittgenstein a Cambridge para el curso académico de 1933-1934, él y Skinner estaban casi siempre juntos: los dos tenían habitaciones en el college; paseaban juntos, charlaban juntos, y toda la vida social que tenían (principalmente ir al cine a ver westerns y películas musicales) era compartida. Y por encima de todo, quizá, trabajaban juntos. Wittgenstein comenzó el trimestre, tal como había hecho el año anterior, impartiendo dos cursos, uno titulado «Filosofía» y el otro «Filosofía para matemáticos». Este último, para su consternación, resultó estar bastante concurrido, y aparecieron entre treinta y cuarenta personas, demasiadas, con mucho, para el tipo de clase informal que él quería impartir. Tras tres o cuatro semanas asombró a su audiencia diciéndoles que ya no podía seguir dando clase de ese modo, y que proponía, como alternativa, dar sus clases a un pequeño grupo de alumnos, a fin de que éstos las copiaran y las entregaran a los demás. La idea, tal como posteriormente s la expresó a Russell, era que los estudiantes «tuvieran algo que llevarse a casa, si no en sus cerebros, sí al menos en sus manos». El grupo selecto incluía a sus cinco estudiantes favoritos: Skinner, Louis Goodstein, H.M.S* Coxeter, Margaret Masterman y Alice Ambrose. Esa duplicada serie de notas se encuadernó con tapas azules, y desde entonces se ha conocido como el Cuaderno azul. Esta fue la primera publicación del nuevo método filosófico de Wittgenstein, y como tal despertó un gran interés. Se hicieron y distribuyeron más ejemplares, y el libro llegó a un público más numeroso de lo que él esperaba.... mucho más, de hecho, de lo que hubiera deseado. A finales de la década de los treinta, por ejemplo, había sido distribuido entre muchos miembros de la facultad de filosofía de Oxford. De este modo, el Cuaderno azul fue el responsable de la introducción en el discurso filosófico de la noción de «juego de lenguaje» y de la técnica que, basándose en tal idea, utilizaba para disipar la confusión filosófica. En muchos aspectos, el Cuaderno azul puede verse como un primer prototipo de las subsiguientes exposiciones de la filosofía posterior de Wittgenstein. Al igual que todos sus futuros intentos de ordenar su trabajo de manera coherente (incluyendo el Cuaderno Marrón e Investigaciones Filosóficas), comienza con «una de las grandes fuentes de confusión filosófica»: por ejemplo la tendencia a ser llevado por caminos erróneos al buscar algo que se corresponda con un sustantivo. De este modo, preguntamos: «¿Qué es el tiempo?», «¿Qué es el significado?», «¿Qué es el conocimiento?», «¿Qué es un pensamiento?», «¿Qué son los números?», etc., y se espera poder responder a estas preguntas al nombrar alguna cosa. La técnica de los juegos de lenguaje fue ideada para romper el predominio de esta tendencia.
En el futuro dirigiré vuestra atención una y otra vez a lo que llamaré juegos de lenguaje. Son maneras de utilizar los signos más sencillas que aquellas de que nos servimos en nuestro lenguaje cotidiano, mucho más complicado. Los juegos de lenguaje son las formas del lenguaje con las cuales un niño comienza a hacer uso de las palabras. El estudio de los juegos de lenguaje es el estudio de las formas primitivas del lenguaje, o lenguajes primitivos. Si queremos estudiar el problema de la verdad y la falsedad, o de la manera en que las proposiciones concuerdan o no con la realidad de la naturaleza de la afirmación, la suposición y la pregunta, nos será muy provechoso observar las formas del lenguaje en que estas maneras de pensar aparecen, sin el confuso telón de fondo de procesos de pensamiento enormemente complicados. Cuando dirigimos nuestra mirada a estas formas simples del habla, desaparece la niebla mental que parece cubrir el uso ordinario de nuestro lenguaje. Vemos actividades, reacciones, que son nítidas y transparentes.
Relacionada con la inclinación a buscar una sustancia que corresponda a un sustantivo está la idea de que, para cualquier concepto dado, existe una «esencia»: algo común a todas las cosas englobadas bajo un término general. De este modo, por ejemplo, en los diálogos platónicos, Sócrates busca una respuesta filosófica a preguntas como: « ¿Qué es el conocimiento?» buscando aquello que todos los ejemplos de conocimiento tienen en común. (En relación a esto, Wittgenstein dijo una vez que su método podía resumirse diciendo que era exactamente el opuesto del de Sócrates.) En el Cuaderno azul busca reemplazar la noción de esencia por la de parecido de familia.
Nos inclinamos a creer que debe de existir algo en común a todos los juegos, pongamos por caso, y que esta propiedad común es la justificación para aplicar el término «juego» a los diversos juegos; puesto que los juegos forman una familia cuyos miembros guardan cierto parecido. Algunos de ellos tienen la misma nariz, otros las mismas cejas, y otros la misma manera de andar; todas estas semejanzas se superponen.
La búsqueda de las esencia es, afirma Wittgenstein, un ejemplo del «anhelo de generalidad» que surge al querer imitar el método de la ciencia.
Los filósofos tienen constantemente presente el método de la ciencia y se sienten irresistiblemente tentados a plantear y responder preguntas del mismo modo que lo hace la ciencia. Esta tendencia es el verdadero origen de la metafísica, y lleva al filósofo a la oscuridad más completa.
El hecho de que Wittgenstein evitara esta tendencia su absoluto rechazo a anunciar cualquier conclusión general es quizá el rasgo principal que hace que su obra sea difícil de comprender, pues al no indicar la moraleja, por así decir, con frecuencia resulta arduo ver adónde apuntan sus observaciones. Como él mismo explicaba una vez en uno de sus cursos: «Lo que decimos será fácil, pero saber por qué lo decimos será muy difícil.»
Durante las vacaciones de Navidad de 1933, Skinner le escribía a Wittgenstein cada dos días, diciéndole lo mucho que le echaba de menos, cuánto pensaba en él y cómo ansiaba volver a verle. Recordaba con profundo afecto cada uno de los últimos momentos que había pasado con Wittgenstein.
En cuanto dejé de agitar mi pañuelo para despedirte, atravesé a pie todo Folkestone y tomé el tren de las 8.28 de vuelta a Londres. Pensé en ti, y en lo maravilloso que había sido cuando nos dijimos adiós... Fue tan bonito verte marchar. Te echo muchísimo de menos y pienso mucho en ti. Con amor, Francis
En las vacaciones de Navidad pasadas en familia en la Alleegasse, Marguerite (que seguía pasando las vacaciones en Viena como huésped de Gretl) causó bastante sensación al anunciar su compromiso con Talle Sjogren. Animada por Gretl, pero ante la desaprobación de su padre, Marguerite decidió que el noviazgo fuera breve, y ella y Talle se casaron la víspera de Año Nuevo. Al menos su padre estaba lejos, en Suiza, a una distancia segura. Wittgenstein, no. Al evocar el día de su boda, Marguerite escribe:
Mi desesperación alcanzó su cenit cuando Ludwig vino a verme el domingo por la mañana, una hora antes de la boda. «Te estás subiendo a una embarcación, el mar será bravío, permanece siempre pegada a mí a fin de no zozobrar», me dijo. Hasta ese momento no me había dado cuenta del profundo apego que me tenía ni de su gran decepción. Durante años había sido como una masilla blanda en sus manos, que él había trabajado para moldear a fin de hacerme mejor. Había sido como un samaritano que da una nueva vida a alguien que está desfalleciendo.
Resulta difícil creer que hasta ese día Marguerite no hubiera apreciado lo profundo que era el apego que Wittgenstein sentía por ella. Sin embargo, el que ella creyera que sus relaciones tenían un propósito fundamentalmente ético es un rasgo común a muchas de las amistades de Wittgenstein. «Hacía que uno se viera a sí mismo desde una luz más favorable», tal como lo expresó Fania Pascal. Después de todo, el que ella hubiera elegido casarse con otra persona se debía en parte a que no quería aceptar ese tipo de presión moral. Durante la mayor parte de 1934, Wittgenstein siguió trabajando en tres proyectos distintos pero relacionados, que intentaban solucionar el problema que había descrito en su carta a Mind: presentar su método filosófico «de manera clara y coherente». En Cambridge, como hizo mientras dictaba el Cuaderno azul, realizó numerosas revisiones del Gran Mecanoscrito: «Pasando el rato con él», tal como se lo expresó a Russell. (Los resultados de este «pasar el rato» habían sido incorporados a la primera parte de Gramática Filosófica.) En Viena siguió cooperando (aunque con creciente reluctancia y cada vez más recelos) en el plan de publicar un libro con Waismann. En las vacaciones de Semana Santa de 1934, este plan dio un nuevo giro: entonces se propuso que Waismann y Wittgenstein fueran coautores, este último proporcionando el material en bruto y controlando la forma y la estructura, y Waismann encargándose de redactarlo de una manera clara y coherente. Es decir, Waismann se ocuparía de lo que el propio Wittgenstein consideraba la parte más difícil del trabajo. A medida que la colaboración avanzaba, la actitud de Waismann parecía ir a peor. En agosto se quejaba a Schlick de las dificultades de escribir un libro con Wittgenstein:
Posee el enorme talento de ver siempre las cosas como por primera vez. Creo que eso te dará a entender lo difícil que es colaborar con él, ya que siempre sigue la inspiración del momento y destruye todo lo que anteriormente había bosquejado... lo único que se ve es la estructura destruida pedazo a pedazo, y que todo va tomando un aspecto del todo distinto, de manera que uno tiene la sensación de que da completamente igual que se reúnan o no esos pensamientos, pues al final no quedará nada de ellos.
La costumbre de Wittgenstein de seguir la inspiración del momento no sólo la aplicaba a su trabajo, sino también a su vida. En
He pensado mucho en ti. Anhelaba tenerte conmigo. La noche era especialmente maravillosa y las estrellas particularmente hermosas. Anhelaba poder sentirlo todo de la manera en que lo sentiría si estuviera contigo. [25.3.34]
Anhelo estar contigo en cualquier espacio abierto. Pienso mucho en ti y en los maravillosos que eran nuestros paseos. Espero con una enorme ansiedad nuestra excursión de la semana que viene. Ayer me llegó tu postal de Semana Santa y fue encantadora. Pensé que las casas que se veían en la otra postal parecían muy hermosas. Me hubiera gustado mirarlas contigo. [4.4.34]
Skinner también enfatizaba en sus cartas la necesidad moral de tener a Wittgenstein a su lado, como si en su ausencia fuera a caer en manos del diablo. El ejemplo más destacable de ello aparece en una carta escrita el 24 de julio de 1934, el día después de que Skinner despidiera a Wittgenstein en Boulogne. La carta comienza con los comentarios ya acostumbrados acerca de lo «maravilloso y dulce» que había sido despedirle; entonces pasa a describir lo inmundo que se había sentido al quedarse solo en Boulogne. Había visitado un casino, perdido diez francos, y a pesar de sus buenos propósitos se había sentido tentado de regresar, perdiendo esta vez veinte francos. Disgustado consigo mismo, había hecho la promesa de regresar a Inglaterra en el barco de la tarde, pero, cuando había llegado el momento, de nuevo se había sentido atraído hacia el casino. Por entonces, era un alma perdida:
De nuevo comencé a jugar con mucho cuidado y reprimiéndome muchísimo. Entonces empecé a perder un poco, y de pronto perdí todo control y jugué más y más imprudentemente. En total perdí unos 150 francos. Primero perdí todo el dinero francés que tenía, unos 80 francos, luego cambié un billete de
Skinner no es Dostoievski, y la descripción de su propia depravación
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moral no parece muy convincente, aunque el efecto que intenta conseguir es seguramente parecido al de las novelas rusas que, sabía, Wittgenstein tanto admiraba. Su relato, con la evocación de la desesperada culpa suicida, parece apuntar inexorablemente hacia la necesidad de una religión redentora. De hecho, sigue describiendo cómo, tras lavarse, buscó la iglesia de Boulogne que había visitado con Wittgenstein. Dentro de la iglesia: «Pensé mucho en ti. Me sentí confortado por la iglesia, aunque apenas fui capaz de mirarla.» Añade: «Sentí que sería un terrible bribón y en absoluto merecedor de tu amor si te escribía sin mencionarte lo que había hecho.»
El tema religioso es retomado unas semanas más tarde, el 11 de agosto, cuando Skinner escribe citando el pasaje de Ana Karenina en el que Levin, a punto de suicidarse, dice: «No puedo vivir sin saber lo que soy.» El pasaje finaliza: «Pero Levin no se ahorcó, ni se pegó un tiro, sino que vivió y siguió luchando.» «Cuando leí esta última frase», le dice Skinner a Wittgenstein, en una frase que recuerda al propio Wittgenstein, «de pronto me di cuenta de que estaba leyendo algo tremendo":
"De pronto me pareció comprender qué significaba todo lo que había leído. Seguí leyendo los capítulos posteriores, y me parecieron escritos con enorme verdad. Me pareció leer capítulos de la Biblia. No lo comprendí todo, pero me pareció que era religión. Deseaba tanto decirte esto."
Por esa época, Skinner y Wittgenstein habían comenzado a ir a clases de ruso para prepararse para su inminente visita a la Unión Soviética. Su profesora era Fania Pascal, la esposa de Roy Pascal, intelectual marxista y miembro del Partido Comunista. Al abordar los motivos por los que Wittgenstein quería ir a Rusia, Mrs. Pascal observa: «En mi opinión, su interés por Rusia tenía más que ver con las enseñanzas morales de Tolstoi y las intuiciones espirituales de Dostoievski que con cualquier asunto social o, político.» El tono y el contenido de las cartas de Skinner parecen confirmarlo. Y aun así no era la Rusia de Tolstoi y Dostoievski la que ellos querían visitar, y en la que planeaban encontrar trabajo; era la Rusia de los Planes Quinquenales de Stalin. Y ninguno de los dos podía ser tan políticamente cándido o estar tan mal informado como para no reconocer la diferencia entre las dos.
Pascal posiblemente consideraba a Wittgenstein «un conservador anticuado» a causa de su hostilidad hacia el marxismo. Pero muchos de los demás amigos de Wittgenstein tenían una impresión muy distinta. George Torzón, por ejemplo, que conoció bien a Wittgenstein en la década de los treinta, habla de la «creciente conciencia política» de Wittgenstein durante esos años, y dice que, aunque no discutía de política con Wittgenstein con mucha frecuencia, sí «lo suficiente como para saber que Wittgenstein se mantenía informado de los acontecimientos del momento. Estaba al tanto de los males del desempleo y del fascismo, y del creciente peligro de guerra». Torzón añade, en relación a la actitud de Wittgenstein hacia el marxismo: «Era contrario a la teoría, pero lo apoyaba en la práctica.» Esto nos recuerda un comentario que Wittgenstein le hizo en una ocasión a Rowland Hutt (un íntimo amigo de Skinner que entablaría relación con Wittgenstein en 1934): «Yo soy comunista, en el fondo.» También debería recordarse que muchos de los amigos de Wittgenstein en esa época, y en particular los amigos en quienes confiaba para que le proporcionaran información sobre la Unión Soviética, eran marxistas. Además de George Torzón estaban Piero Sraffa, cuya opinión en cuestiones de política valoraba por encima de cualquier otra, Nicholas Bachtin y Maurice Dobb. No hay duda de que durante los cataclismos políticos ocurridos a mediados de la década de los treinta, las simpatías de Wittgenstein estuvieron con la clase trabajadora y los desempleados, y que su lealtad, en términos generales, estaba con la izquierda.
Sin embargo, no deja de ser cierto que la atracción que Wittgenstein sentía por Rusia poco o nada tenía que ver con el marxismo como teoría política y económica, y mucho con el tipo de vida que él creía se llevaba en la Unión Soviética. Tal cosa quedó patente durante una conversación que Wittgenstein y Skinner mantuvieron con Maurice Drury en el verano de 1934, cuando pasaron unas vacaciones en la casa de campo del hermano de Drury en Connemara, en la costa oeste de Irlanda. A su llegada, Drury les preparó una comida bastante elaborada, consistente en pollo asado, pudín y mermelada. Wittgenstein expresó su desaprobación, insistiendo en que si se quedaban en Connemara no debían comer nada más que gachas de avena para desayunar, hortalizas para almorzar y un huevo duro por la noche. Cuando surgió el tema de Rusia, Skinner anunció que quería hacer algo «apasionado», una manera de pensar que a Wittgenstein le pareció peligrosa. «Creo», dijo Drury, «que Francis quiere decir que no desea llevar consigo la mermelada.» Wittgenstein estuvo encantado. «Oh, es una expresión excelente: comprendo perfectamente lo que quiere decir. No, no queremos llevar la mermelada con nosotros.»
Es de suponer que, para Wittgenstein, la vida de un trabajador manual en Rusia era el epítome de una vida sin mermelada. Durante el año siguiente, para que Skinner se hiciera una idea de lo que sería esa vida, dispuso que éste, junto con Rowland Hutt, pasara seis semanas trabajando en una granja durante los meses de invierno. El propio Wittgenstein apareció un día a las seis de la mañana para ayudar en el trabajo.
Durante el curso de 1934-1935, Wittgenstein dictó lo que se conoce como el CUADERNO Marrón. Éste, contrariamente al CUADERNO AZUL, no sustituye a una serie de conferencias, sino que en él intenta, en interés propio, formular los resultados de su trabajo. Fue dictado a Skinner y a Alice Ambrose, quienes se sentaban junto a Wittgenstein entre dos y cuatro horas al día durante cuatro días a la semana. El CUADERNO Marrón se divide en dos partes, que corresponden, aproximadamente, al método y a su aplicación. La primera parte, que introduce el método de los juegos de lenguaje, se lee casi como un libro de texto. Tras un párrafo introductorio que describe la narración de San Agustín de «Cómo, de niño, aprendió a hablar», consiste en setenta y dos «ejercicios» numerados, muchos de los cuales invitan al lector a, por ejemplo:
"Imaginar a una persona en cuyo lenguaje no existen frases del tipo «el libro está en el cajón» o «el agua está en el vaso», pero que sin embargo puede utilizar las formas que dicen: «El libro puede sacarse del cajón», «El agua puede sacarse del vaso». [p. 100]
"Imaginar una tribu en cuyo lenguaje hay una expresión que corresponde a nuestro «Él ha hecho esto y lo otro», y otra expresión correspondiente a nuestro «Él sabe hacer esto y lo otro», si bien esta última expresión sólo se utiliza allí donde su uso queda justificado por el mismo hecho que justificaría la expresión anterior." [p. 103]
"Imaginar que seres humanos o animales son utilizados como máquinas de lectura; damos por supuesto que a fin de convertirse en máquinas de lectura necesitan una preparación especial." [p. 120]
El libro resulta difícil de leer porque la finalidad de imaginar estas variadas situaciones rara vez se explica. Wittgenstein simplemente lleva al lector a través de una serie de juegos de lenguaje cada vez más complicados, y de vez en cuando hace una pausa para comentar varios rasgos de los juegos que describe. Cuando hace explícito el objeto de estos comentarios, afirma que es para evitar pensamientos que puedan dar lugar a una confusión filosófica. Es como si pretendiera que el libro sirviera de texto en un curso destinado a cortar el brote de todo filosofar latente. De este modo, primeramente somos introducidos en un lenguaje que contiene sólo cuatro sustantivos «cubo», «ladrillo», «baldosa» y «columna» y que se utiliza en un «juego» de construcción (un obrero grita: «¡Ladrillo!», y otro le trae un ladrillo). En juegos subsiguientes, este protolenguaje se complementa con la adición primero de numerales, y luego de nombres propios, las palabras «este» y «allí», preguntas y respuestas, y finalmente las palabras que designan los colores. Hasta aquí, la única moraleja filosófica extraída es que, al comprender cómo se utilizan estos diversos lenguajes, no se necesita postular la existencia de imágenes mentales; todos los juegos pueden jugarse con o sin tales imágenes. El objeto no explícito de todo esto es librarnos de la idea de que las imágenes mentales están en concomitancia esencial con cualquier uso significativo del lenguaje.
Hasta haber pasado por una serie de juegos de lenguaje que introducen, en primer lugar, la noción de una serie infinita, y a continuación las ideas de «pasado», «presente» y «futuro», Wittgenstein no menciona explícitamente la relevancia que todo esto tiene para los problemas filosóficos. Tras describir una serie de juegos de lenguaje en los que aparecen diversas maneras mas o menos primitivas de distinguir una hora del día de otra, las contrasta con nuestro propio lenguaje, que permite la construcción de preguntas como: «¿Adónde va el presente cuando se convierte en pasado, y dónde está el pasado?» «Aquí», dice, «se encuentra uno de los terrenos más fértiles de confusión filosófica.» Para un lector que estudie el Cuaderno Marrón como un libro de filosofía, esta afirmación, la única mención de la filosofía en las primeras treinta páginas del libro, resulta un alivio. Tales cuestiones, afirma Wittgenstein, surgen porque nuestra simbología nos lleva a conclusiones erróneas, que toman la forma de ciertas analogías concretas (en este caso, la analogía entre un acontecimiento del pasado y una cosa, la analogía entre decir ¿Ha sucedido algo?» y «Algo viene hacia mí»). De manera parecida: «Nos sentimos inclinados a decir que tanto "ahora" y "las seis" se refieren a momentos en el tiempo. Este uso de las palabras produce una confusión que se podría expresar en la pregunta: "¿Qué es el 'ahora', pues es un momento en el tiempo, y aun así no puede decirse que sea ni "el momento en el que hablo" ni "el momento en el que suena el reloj", etc., etc.» Aquí, en relación con lo que es esencialmente el problema del tiempo en San Agustín, Wittgenstein enuncia finalmente el objeto de su manera de proceder:
"Nuestra respuesta es: la función de la palabra «ahora» es enteramente distinta de la de una especificación de tiempo. Esto puede verse fácilmente si observamos el papel que esta palabra juega en nuestro uso del lenguaje, pero tal cosa queda oculta cuando en lugar de observar la totalidad del juego del lenguaje, observamos sólo ciertos contextos, las expresiones del lenguaje en donde se utiliza la palabra."
No hay indicios de que Wittgenstein pensara publicar el CUADERNO Marrón. El 31 de julio de 1935 escribió a Schlick describiéndolo como un documento que muestra «la manera en la que creo que debe manejarse todo esto». Quizá, como por entonces planeaba dejar la filosofía completamente para dedicarse al trabajo manual en Rusia, esto fuera un intento de presentar el resultado de sus siete años de trabajo filosófico de manera que alguien (quizá Waismann) pudiera hacer uso de él.
Sin embargo, resulta improbable que hubiera dado por bueno cualquier intento de exponer fielmente sus ideas realizado por alguien que no fuera él. Una y otra vez hubo otras personas que intentaron presentar sus ideas, y una y otra vez él reaccionó de manera airada, acusando de plagio a todo aquel que hiciera uso de sus ideas caso de que no reconociera su deuda, o de exponerlas de manera errónea si lo hacían. Durante el dictado del Cuaderno Marrón, fue Alice Ambrose quien tropezó con su ira en este punto. Alice planeaba publicar un artículo en Mind titulado «La infinitud en matemáticas», en la que presentaría lo que ella consideraba la visión de Wittgenstein sobre ese tema. El artículo enojó profundamente a Wittgenstein, e intentó convencerla con todo su esfuerzo de que no lo publicara. Cuando ella y G. E. Moore, que era el editor de la publicación, se negaron a ceder a la presión, Wittgenstein puso fin de manera abrupta a cualquier relación con Alice. Sin embargo, en la carta a Schlick mencionada anteriormente, él no la culpa a ella, sino a los académicos que la animaron a seguir adelante con el artículo. Creía que la culpa recaía, primordialmente, en la curiosidad que los filósofos académicos sentían hacia sus nuevos trabajos antes de que él mismo se viera capaz de publicar sus resultados. Reluctante como era a la hora de arrojar margaritas a los cerdos, estaba decidido, sin embargo, a que tampoco se les ofrecieran falsificaciones.
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