*Coudari() Camille Coudari "La apertura en el ajedrez para todos" Editorial Paidotribo Barcelona, 2003 pp. 206 contiene CD Tit.Orig: L'ouverture aux échecs pour tous
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#68 a 75.
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Esta tarea no es ni tan ardua ni enojosa como se pretende. Si uno se dedica a ella con un poco de sensatez, resulta ser, al contrario, un entrenamiento intelectual de los más preciosos. El hecho de que tantos jugadores se descorazonen se debe, en gran parte, a la pobreza pedagógica de los manuales tradicionales de aperturas, pobreza que -nosotros lo sabemos por experiencia- hace del estudio de éstas una verdadera carga. Sin querer hacer una crítica detallada, hay que señalar que estas obras comportan, en su modo de enseñar, dos contradicciones fundamentales que, a un tiempo que las complican inútilmente, disminuyen mucho su utilidad práctica para el estudioso.
La primera consiste en exponerle la casi totalidad de las aperturas de moda en las competiciones internacionales. Se le muestran las diferentes maneras de abrir la partida con blancas (1. e4, 1. d4, 1. c4, etc.) así como las numerosas réplicas de que disponen las negras contra cada una. El lector aprende así el nombre y las jugadas constitutivas de una multitud de aperturas y defensas. Pero su aprendizaje no llega mucho más lejos por el hecho de que los análisis que se le hacen son -con el pretexto de que estén «a su alcance»- del todo superficiales.
Sin embargo, es fácil ver que este modo de proceder es ilógico: es demasiado pero no suficiente para el jugador medio (y con más razón aún al principiante). Demasiado, por una parte, ya que le sobrecarga la memoria de un número inútilmente elevado de aperturas. No suficiente, por otra, ya que la explicación específica de cada apertura es insuficiente para ayudarlo realmente en la práctica.
El segundo error de los manuales es de orden psicológico y proviene del hecho de que sus autores, en general maestros o grandes maestros, olvidan que el modo como enfocan las aperturas no es el del aficionado medio. El jugador avanzado, en efecto, sabe que contra un adversario de su fuerza no tiene, por decirlo así, ninguna posibilidad de obtener ventaja decisiva en la apertura. Así pues, se concentra en asegurarse simplemente una ligera superioridad posicional -como el control de una columna o una mejor estructura de peones-, superioridad, en suma, mínima, con la que espera sacar provecho en un estadio ulterior de la partida gracias a su sapiencia.
En el ámbito de las competiciones avanzadas, la apertura pasa por ser, no una fase en la que cada bando despliega sus fuerzas mal que bien, sino tina lucha erudita entre dos generales que ya tienen en cuenta el desarrollo lejano de la batalla. Gran parte de esta lucha se centra, al principio, en tornp a la salida de las blancas, que se esfuerzan siempre por transformar en una iniciativa sostenida, mientras que el adversario intenta neutralizarla. Ambas partes preparan para tal fin muchas variantes tan sutiles como largas. No le es dado a todo el mundo comprenderlas y aún menos retenerlas.
Para el maestro, que goza de una memoria ejercitada, y para el que solo cuenta la perfección de sus armas, su estudio es normal y es parte «del trabajo». Pero cuando se pone a enseñar las aperturas al común de los mortales, olvida que éste no dispone ni de sus medios ni de su técnica. No le simplifica la cuestión convenientemente y no consigue darle un instrumento práctico adecuado.
Esto es lo que explica el hecho de que los manuales lleguen -de manera absurda- a imponer al jugador medio prioridades estratégicas que lo superan. ¿De qué le sirve a un simple aficionado retener una multitud de variantes difíciles e incluso asegurarse, al salir de la apertura, una ventaja microscópica si luego es incapaz de explotarla? Más aún, antes de explotarla, tiene que saber en qué consiste, ¡lo que no siempre es el caso!, ya que después de haber analizado diez o quince jugadas de una apertura, los manuales se limitan la mayoría de las veces a enunciar un juicio lacónico sobre la posición obtenida («las blancas están mejor», «las negras tienen ciertas posibilidades», etc.), juicio que a menudo deja al pobre aficionado prácticamente sin entender nada.
No es nada sorprendente, entonces, que el estudio de las aperturas exaspere a tantos aficionados. A causa de la enseñanza doblemente ¡lógica que acabamos de ver, les es imposible proveerse del instrumento práctico necesario para jugar bien las aperturas, y sus esfuerzos sólo obtienen frutos irrisorios.
Ahora bien, este instrumento -que, repitámoslo, es mucho más fácil de adquirir de lo que se cree- vamos a intentar dárselo al lector procurando, precisamente, no caer en las contradicciones que acabamos de subrayar. Utilizaremos, a tal fin, un nuevo método inspirado en la práctica de los maestros y más lógico, en nuestra opinión, que el método convencional. Así, en vez de un gran número de aperturas heteróclitas, veremos un conjunto restringido con la finalidad de evitar que el estudioso, al tener tanto que abarcar, no asimile lo que aprende. Esta medida simplificadora no la sugiere sólo el sentido común, sino también el ejemplo de los maestros contemporáneos. Se recordará que incluso ellos experimentan, debido a la riqueza de la teoría moderna, la necesidad de atenerse a un número restringido de aperturas y que han renunciado a todo planteamiento enciclopédico
del problema (cfr. Ojeada histórica, p. 17), hecho que muestra todavía más lo absurdo de los manuales que lo utilizan para iniciar al jugador medio.
Sin embargo, las aperturas que propondremos al lector no se seleccionarán al azar, sino que se escogerán según los criterios siguientes:
1) Su economía y eficacia. Igual que el de los maestros -pero de modo todavía más estricto-, el repertorio escogido se atendrá únicamente al rninimo de aperturas que hay que conocer (economía de memorización) para estar preparado ante cualquier situación, tanto cuando se juega con blancas como con negras (eficacia práctica). En el presente capítulo, sólo veremos un modo de abrir el juego con blancas (1. e4), pero estudiaremos con detalle todas las réplicas mínimamente razonables que las negras pueden utilizar contra esta jugada. Así, al jugar 1.e4 cada vez que lleve blancas, el lector estará bien preparado ante cualquier eventualidad y estará «in terra cognita» sea cual sea el giro de los acontecimientos . Inversamente, en el capítulo siguiente le mostraremos, para las negras, una defensa (y una sola, a fin de que tenga tiempo para dominarla bien) conera cada una de las diferentes maneras de abrir con blancas. Así, el estudioso, en vez de diseminar sus esfuerzos aprendiendo numerosas aperturas de modo superficial, podrá concentrarse en un «sistema» de aperturas estructurado que le será verdaderamente útil y que conocerá mejor a medida que lo practique.
2) Su combatividad. Suponemos, en efecto, que nuestro lector empieza siempre una partida de ajedrez con la firme intención de ganar y no de hacer tablas. No sólo debe evitar las aperturas demasiado tranquilas, sino también no dar la ocasión al adversario de asegurarse él mismo las tablas (cambiando demasiadas piezas, conservando la simetría de la posición, forzando el jaque continuo, etc.).
Por eso, las aperturas y las variantes que le recomendaremos se han escogido especialmente entre las que dan las menores probabilidades de tablas. Estas intentarán crear un desequilibrio en la posición apto para engendrar un encarnizado combate. El aficionado, el verdadero entusiasta del juego, no necesita, en nuestra opinión, las numerosas aperturas monótonas preparadas y jugadas por maestros profesionales hastiados que, sometidos a los
rigores de los largos torneos, necesitan a menudo «tomarse unas vacaciones» forzando unas rápidas tablas. Ello no quiere decir que vayamos a aconsejar al lector que abandone toda prudencia; al contrario. Pero mostraremos sistemáticamente las jugadas que, siendo enteramente correctas desde el punto de vista estratégico, introducen en la batalla el elemento de «tensión» imprescindible para hacer la lucha interesante e impedir que un adversario pusilánime juegue a tablas sin riesgos. De hecho, descuidaremos tan poco la prudencia y la precisión que ningún gambito figurará entre las aperturas propuestas en nuestro repertorio, ya que el gambito -recordará el lector- es por definición un sacrificio de peón, prematuro y especulativo. A diferencia de un sacrificio ordinario, el bando que lo juega no tiene medio directo alguno de recuperar inmediatamente el material. Cuenta con la ventaja más o menos considerable de desarrollo que obtiene a cambio del peón para adueñarse de la iniciativa y montar un ataque. El gambito es esencialmente, pues, una tentativa optimista de forzar la partida en las complicaciones tácticas.
Para poder obtener el máximo de esta «inversión», hay que conocer idealmente un gran número de variantes muy largas y precisas de memoria. Este hecho por sí solo bastaría para llevarnos a rechazar el gambito y desaconsejar su uso, pero todavía hay algo peor. Al contar demasiado con la memoria y los hipotéticos errores del adversario, el gambito deforma el estilo e inculca, en el mejor de los casos, un gusto inmoderado por el «juego especulativo» y, en el peor, un tratamiento superficial de las cuestiones estratégicas. De este modo, contrariamente al uso, pensamos que el aficionado debería evitar jugar los gambitos y dejárselos a los jugadores experimentados. (Si bien no recomendaremos al lector que juegue gambitos, le mostraremos, por supuesto, el mejor modo de contrarrestar aquéllos que podrían probarse contra él en las aperturas de nuestro repertorio.)
En conclusión, las aperturas y las variantes que el lector encontrará en esta obra darán muestras de una agresividad constante pero de buena ley, ya que siempre estarán fundadas estratégicamente y no perjudicarán en modo alguno la maduración de su estilo.
Tales serán, los criterios de nuestro método «selectivo», gracias al cual esperamos evitar el primero de los errores pedagógicos fundamentales de
los manuales al uso. Veamos ahora cómo vamos a proceder para no caer en el segundo.
Éste, recordará el lector, consistía en entrenar al aficionado a plantear las aperturas del mismo modo que los maestros. Se lo conduce así a atestar la memoria de variantes demasiado eruditas para un jugador de su categoría.
La prioridad de las variantes que vamos a ver será más modesta, pero más realista. Antes que buscar ganar cualquier ventaja en la apertura, es más importante para el jugador medio aprender a asegurarse una buena posición para el medio juego. Es ésa una ambición más práctica y está más en consonancia con su nivel. En las partidas entre aficionados -e incluso a menudo entre muchos maestros- el hecho de que al final de la apertura un bando goce de una ventaja teórica sólo influye pocas veces de manera determinante en el resultado de la partida.
Una ventaja «teórica» es, en efecto, una ventaja que, en teoría, es decir, con un juego perfecto, puede convertirse en superioridad concreta. Por ejemplo, una ventaja de espacio constituye una ventaja posicional teórica, es decir, todavía abstracta. Es posible (¡pero solamente en ciertos casos!) explotarla, reducir la actividad de las piezas enemigas y, llegado el caso, ganar material. Pero todo esto es muy hipotético y supone una técnica de la que muy pocos jugadores pueden hacer gala, sobre todo en las duras vicisitudes de las partidas de torneo.
Así no nos concentraremos, en las aperturas que vamos a ver, en mostrar a toda costa al lector cómo alcanzar alguna superioridad teórica gracias a variantes complicadas y tortuosas. Nuestra intención es enseñarle a asegurarse cada vez y con variantes tan simples de retener como sea posible un medio juego interesante y prometedor.
Si, por casualidad, se presenta en nuestras aperturas una continuación fácil que dé alguna ventaja posicional al bando desde cuyo punto de vista estudiamos la apertura, se sobreentiende que adoptaremos esta continuación. Pero dejaremos a un lado, sistemáticamente y sin remordimientos, toda continuación compleja (es decir, que obligue a quien la juegue a aprender un gran número de subvariantes), incluso si se considera que garantiza una ventaja «teórica».
Este deseo de mostrar cómo llevar convenientemente la apertura sin buscar a toda costa, como hacen los manuales, una perfección abstracta que no está al alcance del aficionado se inscribe en el objetivo más fundamental de esta obra: reducir al mínimo la memorización necesaria para jugar correctamente las aperturas.
Es con este espíritu, además, como vamos a utilizar el método selectivo, no solamente en el ámbito de las aperturas, sino también en el de las jugadas. Expliquémonos. Así como al jugar invariablemente el mismo repertorio de aperturas uno evita tener que prepararse todas las que no figuran en él, al conocer la mejor jugada de que se dispone en una posición dada, uno queda dispensado de saber -o por lo menos de recordar- por qué las otras no son tan buenas, por la sencilla razón de que no las adoptará nunca.
Cuando suceda que el bando desde cuyo punto de vista estudiamos la apertura (las blancas en este capítulo, las negras en el siguiente) disponga de varios movimientos jugables, sólo analizaremos el mejor, y el lector sólo tendrá que tomarse la molestia de retener ése. Sólo examinaremos otras jugadas en nuestros comentarios si ayudan a comprender por qué la jugada escogida es la mejor. Por lo que se refiere a las demás, ni siquiera las mencionaremos, a fin de simplificar el texto al máximo y evitar confundir al lector.
Por último, hemos visto que los manuales terminan el análisis de las aperturas con una apreciación extremadamente sumaria que muy a menudo deja al estudioso en la oscuridad más absoluta sobre el modo de proseguir la partida. Aquí terminaremos la exposición de cada apertura con un comentario detallado en el que evaluaremos la posición obtenida y analizaremos la situación y las perspectivas de ambos bandos. Expondremos las debilidades y los puntos fuertes de su formación e indicaremos el o los mejores planes de que disponen para el medio Juego, de modo que el estudioso esté bien preparado para continuar el combate.
En conclusión, el lector encontrará en esta obra un conjunto de aperturas que hemos escogido cuidadosamente y expuesto de modo que sean lo más fáciles posible de asimilar. Es, en cierto modo, una síntesis de la teoría lo que presentamos, en el sentido de que la hemos pasado por la criba y hemos retenido un repertorio de aperturas que nos parece que se adaptan mejor al estilo y las necesidades del jugador medio.
Por supuesto, el ajedrez oculta infinitas riquezas, y no pretendemos que este repertorio sea el único válido.
Algunos jugadores nunca han empezado con otra jugada que 1. d4 con blancas. Otros, con negras juegan siempre d7-d6, g7-g6 y Af8-g7, sin prácticamente mirar qué hacen las blancas mientras tanto.
A todos estos jugadores no les va mal, y aplican en realidad el método que preconizamos. Es únicamente porque estas aperturas ofrecen al adversario un abanico mayor de réplicas válidas por lo que no las hemos escogido.
Hemos llegado ya al final de nuestras consideraciones metodológicas. Pero todavía nos resta decir unas palabras sobre el contenido de este capítulo, en el que vamos a colocarnos del lado de las blancas.
Como recomienda nuestro método, sólo vamos a considerar un modo de abrir el juego. La jugada inicial que hemos escogido es 1. e4. No creemos, repetimos, que sea superior a otras jugadas de apertura como 1. d4 ó 1. c4. Sólo encontramos que, en general, avanzar el peón de rey blanco da lugar a partidas si no más fáciles de jugar, por lo menos sí más fáciles de comprender desde el punto de vista estratégico. Convienen más, pues, al estilo del aficionado y el novato.
Las partidas del peón de dama (1. d4) y las aperturas «hipermodernas» (aquéllas en que la primera jugada de las blancas es distinta de 1. e4 y 1. d4) dan por resultado, en efecto, situaciones que requieren un sólido conocimiento del juego posicional. Además, a menudo son extremadamente lentas, complejas y exigen una gran precisión técnica.
En las partidas del peón de rey, al contrario, la posición tiende hacia una estructura de peones generalmente estable, lo que facilita mucho la elaboración de un plan de acción correcto. Además, tienen la ventaja de entrar en posiciones en que las tablas tienen menos posibilidades de deslizarse. Creemos que, desde el punto de vista del aficionado, son más interesantes que los numerosos sistemas eruditos y -a sus ojos- monotonos que se derivan de la mayoría de las otras aperturas.
Este capítulo comportará dos secciones. En la primera, analizaremos las aperturas que hay que conocer después de la respuesta de las negras 1. ..., e5. En la segunda, veremos la mejor línea de juego que adoptar contra cada una de las restantes réplicas negras mínimamente razonables.
(fin, pag. 75)
¡ OCVLUM TERTIVM ! (El tercer ojo... LA CÁMARA)
Hace 4 años
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