Periodismo de investigación: levantar losas del pasado
04/08/99
Mil Muertos De Un Trago
Lanzarote 1963. Habitación de un marinero. Vomita, suda, siente cómo se le nubla la vista. Inexplicablemente pierde la vista y unas horas después le sobreviene la muerte. Unos meses atrás en Ourense un bodeguero con afán de lucro desmedido elabora bebidas alcohólicas con metílico. Treinta años más tarde Fernando Méndez, un periodista gallego, trata de levantar la losa que cayó sobre este capítulo negro de envenenamiento masivo y reconstruye la historia de aquellas personas cuyo único pecado fue “tomar una copa de licor”.
Hubo un industrial ourensano que se llamaba Rogelio Aguiar. Quería ampliar su empresa, verla crecer. Se dedicaba a elaborar licores, aguardientes, ron, ginebra... Un empresario le sugirió la idea de utilizar un alcohol que era inodoro, incoloro e insípido y además era muy barato. Se llamaba metílico. Tras comprobar las buenas características del producto compra 75.000 litros que traslada a su bodega de Ourense. Son los primeros datos de un sumario de más de 60.000 folios. En ellos se recoge uno de los capítulos más luctuosos y desconocidos de la historia reciente de España: El caso del metílico. Un alcohol que se obtenía sintéticamente a través de la hulla del carbón y que se utilizaba para pinturas, barnices y el combustible de los aviones, pero que por ser barato se usó para la fabricación de bebidas.
Una historia de dinero, veneno y muerte que resucita en los noventa gracias al trabajo de investigación que realizó el periodista Fernando Méndez. Lo que comenzó como un reportaje de sucesos, sección en la que trabajaba en el Faro de Vigo, se convirtió en un libro de 250 páginas y cinco años de trabajo. El caso metílico alarmó, a mediados de la década de los 60, a los habitantes de la Península, Canarias, Guinea Ecuatorial y el Sáhara español.
El periodismo de investigación Todo periodista quiere sacar el titular de su vida, ése que llene la primera página. Lo difícil es conseguir compaginar el tiempo, el tema y las fuentes. El periodismo de investigación requiere además mucha fuerza de voluntad y ganas para sacar adelante el trabajo. También es importante la suerte.
Hay que hacer una gran labor de trabajo de campo. Cuando empecé con el metílico no sabía ni por dónde tirar, tenía un tema estrella, algo que prácticamente no había sido tocado por nadie. Era un asunto singular que llamaba la atención al público en general. También hay que tener suerte para dar con las tres o cuatro claves para desarrollar ese proyecto que te planteas y luego disponer de los contactos adecuados para llevar a buen término esa investigación. Puedes tener un tema muy bonito, una idea original, pero si no tienes los cauces adecuados te metes en un laberinto que te obliga a dejar el tema por la mitad".
Fernando Méndez llegó al caso del metílico a través de su trabajo de periodista. Como redactor de la sección de sucesos tenía contactos con miembros de la judicatura, médicos, policías y también periodistas. Habló con el fiscal jefe de la audiencia de Ourense, Fernando Seoane, que le ayuda y orienta en el caso. También conocía a José Cora, actual Valedor do Pobo en Galicia, y que era el juez instructor. Tras escribir un reportaje, comprueba que hay datos para una historia. Recupera las claves importantes y comienza a tirar del hilo. En el año 63 las connotaciones del Gobierno eran muy diferentes a las actuales. Se había echado una losa en el tema del metílico por las implicaciones que había tenido, sobre todo, a raíz de la falta de control sanitario.
En base a esas líneas fui tirando un poco de la madeja, descubriendo cosas nuevas que no se habían sacado a la luz. Era muy difícil descubrir la verdad después de casi 30 años. Aquello no fue más que una imprudencia con resultado de muerte por parte de unos bodegueros gallegos, y que había traído consigo un juicio, una sentencia y una condena. Detrás de todo aquello había mucho más. Estaba la penuria de cientos de familias afectadas que no vieron ni un duro, porque los acusados se declararon insolventes, y otras connotaciones sociales y sanitarias a las que se dio carpetazo porque no interesaban”.
Una labor investigadora, un tema que apasiona y para el que no importa quitar tiempo al tiempo. Fines de semana, momentos de ocio, descanso y diversión que se cambian por viajes, lecturas desconcertantes que no se sabe dónde van a acabar, esfuerzo, sacrificio, poner dinero de tu bolsillo, y mucha pasión por sacar adelante lo que quieres y en lo que trabajas.
Me ayudó mucho el hecho de tener acceso a la totalidad del sumario, 60.000 folios con letra mecanografiadas en papel de calco... fue mi rompecabezas particular. Ni mucho menos estaba ordenado y tuve que ir recomponiéndolo a través de nombres, fechas, datos, personas fallecidas, localización de lugares. Había que reunir todo y a partir de ahí empezar a darle forma. Lo primero que hice fue situar las zonas más importantes donde había sucedido. Fundamentalmente Ourense y Lanzarote, aunque también tuvo incidencia en otras ciudades como Madrid, País Vasco, Barcelona, Guinea Ecuatorial, el Sahara Español e incluso Sudamérica. Encontré el caldo de cultivo de mi investigación en Galicia”.
La historia del metílico Rogelio Aguiar elabora en su bodega de Ourense, al amparo de toda esta inmunidad, bebidas tóxicas. El metílico valía en el año 63, 14 pesetas el litro, cuando el alcohol normal costaba 30 pesetas. Todavía ofrecía una ventaja más: al tener una graduación muy alta, había que añadirle agua. El negocio era redondo.
Rogelio fabrica sus bebidas y reparte el resto del alcohol con otros diez bodegueros de Galicia. Se lo vende a granel para que ellos fabriquen también sus licores. Un industrial de Vigo llamado Lago envía una partida de su aguardiente elaborada con metílico a Canarias. Ahí salta el escándalo. Encontré la primera noticia sobre este tema en la primavera del año 63. Una reseña breve, en una esquina, que titulaba: Tres marineros mueren por beber bebidas envenenadas”.
De forma paralela a lo de Canarias empieza a morir gente en la comarca de Carballiño. Era muy difícil hermanar estos dos acontecimientos. La muerte de marineros en las islas y la de campesinos gallegos.
La historia se descubre gracias la farmacéutica María Luisa Álvarez, que vivía en el pueblo de Haria, en Lanzarote. Sospecha que las muertes pueden obedecer a la intoxicación de una bebida. Recoge muestras en la taberna, hace análisis, comprueba la cantidad de veneno y da la alarma a la policía. Todos los bodegueros y almacenistas se le echaron encima. Gracias a ella se detuvo el envenenamiento y se evitaron más muertes.
A partir de ahí, saltó el escándalo. Los bodegueros empezaron a ocultar la producción y tiraron el alcohol. Gran parte fue a parar a la ría de Vigo o a los campos. Se montó un revuelo enorme. Ellos no querían, ni pensaban que pudieran matar a nadie. Se les fue la mano con todo esto. No había apenas controles sanitarios, y los pocos que se producían pasaban muy por encima”.
Empiezan a tirar de la manta. Se nombra al juez Cora encargado de la investigación y entre él y el fiscal Seoane se inmovilizan todas las partidas. Se decreta el embargo absoluto de bebidas alcohólicas en Galicia, se produce el cierre de muchas fábricas. El proceso es relativamente rápido en cuestión de dos o tres meses se incautan las bebidas, se suprime su venta en los bares, restaurantes y supermercados. Se produce una autentica revolución en el ámbito social.
Siempre que hablo del tema lo comparo con lo que ha supuesto el SIDA. En aquel momento no se sabía lo que estaba ocurriendo. Bebí una copa de vino hace una semana ¿me voy a quedar ciego? ¿me voy a morir? La gente tenía un pánico tremendo, se creó una alarma generalizada, se llamaba a los periódicos, al Gobierno Civil, a los ayuntamientos. La primera semana fue muy dura. Hasta que se consiguió inmovilizar todas las partidas sospechosas y empezó a llegar la tranquilidad, sólo se bebía agua. Los bares fueron a la ruina y todas las conserveras que utilizaron el metílico para el vinagre de sus escabeches dejaron de fabricar”
El metílico afecta en primer lugar al nervio óptico. Dependiendo de la mayor o menor fortaleza física puede dejar ciega a una persona o matarla. Con una simple copa era suficiente. No es como el alcohol etílico, que se va eliminando progresivamente con la orina. El metílico es acumulativo. Había gente que tomaba una copa esta semana, otra a la siguiente y así se logró salvar. Los que se enteraron rápidamente se hicieron un lavado de estómago, pero los demás, muchos, murieron.
Hay un caso que yo siempre cuento. Emilio Rodríguez de un pueblo de Cenlle en Ourense, que murió el verano pasado. Este señor tenía una tienda y me contaba que él todas las mañanas tomaba para desayunar dos copas de licor café. Una de esas mañana antes de ir a trabajar al campo tomó sus dos copas y se encontró un poco indispuesto, se mareaba y así. No le dio importancia, se acostó y al día siguiente cuando se levanta sale al balcón y ve todos los campos nevados. Entonces llama a su mujer se lo cuenta y ella cree que le toma el pelo, porque todo estaba normal. Deja pasar el tema y se marcha afeitar. Atraviesa un pequeño corredor y llega al cuarto de baño. Me contaba que la última imagen que él recordaba era que empezaba a nevar. Instantes después ve una luz blanca, su imagen reflejada en el espejo y se hace la oscuridad. Nunca más volvió a ver. Cuando fue el juicio y le llevaron a declarar él decía: señor juez usted póngame delante a cada uno de los acusados, y yo no quiero saber nada más. Dígame donde están que ya me apañaré yo con ellos. Es la historia de un afectado. Un señor de 50 años con unos ojos azules preciosos”.
Uno de los hijos de Emilio Rodríguez, ha seguido el tema, sobre todo a partir de la publicación del libro. Me comentaba la posibilidad de entrar en contacto con todos los afectados. Quiere que se unan y tratar de reabrir el caso. En su momento, estas familias no cobraron ni un duro. Quieren ponerse en contacto con un abogado y saber si jurídicamente se puede abrir el caso.
Aunque oficialmente se reconocieron 52 muertos y nueve personas quedaron ciegas por esta intoxicación, nunca se supo y nunca se podrá saber cuántas perdieron la vida. No se pudo cuantificar. Sin quererlo las familias de las víctimas fueron las grandes aliadas de los acusados en este proceso. El férreo código del rural gallego les impidió en muchas ocasiones hacer la autopsia a sus familiares. Se dieron muchos casos de familiares que se negaron por el prurito ese de decir que se murió por haber tomado una copa de una bebida alcohólica. La historia esa de no remover y dejar descansar en paz el alma de las personas fallecidas impidió que se conociera el número de víctimas oficiales. Fueron miles, muchísimas un caso mucho peor que el del aceite de Colza”.
Aquí entra en juego la responsabilidad del Estado, porque el metílico se utilizaba para el combustible de los aviones, barnices, pinturas.. ¿Cómo se consintió que un hombre que se dedicaba a elaborar bebidas y hacer licores pudiera tener esta cantidad de metílico en su bodega?
En el momento del juicio la Administración justificó que se estaban equivocando al señalarla con el dedo, que se había ido por derroteros completamente distintos. Una negligencia como ésta, que tuvieron los bodegueros, se le escapa a la Administración más cuidadosa .El fiscal, por decreto, tuvo que dejar el tema de lado”.
La investigación duró cuatro años hasta el 67. En el juicio en la Audiencia de Ourense fueron condenados 11 procesados a penas que iban entre un año y 20 de cárcel e indemnizaciones irrisorias porque se declararon insolventes. Los afectados no recibieron nada. Ninguno de ellos llegó a cumplir la pena de cárcel porque curiosamente con los últimos años del Franquismo hubo cierta flexibilidad y condescendencia con muchos presos. El que más estuvo en prisión salió en el 73, 74.
La única mujer procesada por este tema fue la esposa de Rogelio Aguiar. No llegó a cumplir prisión porque en la época preventiva del juicio escapó a Francia. Se la detuvo a los 5 años en la frontera de Hendaya, cuando ya había prescrito el delito. Su llegada a Ourense coincidió con la salida de la cárcel de su marido.
Culminan cinco años de trabajo. Un gran baile de cifras, fechas, nombres, documentación y rigurosidad. Lo que más cuesta arriba se hace es poner orden y contar bien las cosas". Lo peor es sentarse en la mesa y enfrentarte a un folio en blanco plantearte por dónde tiras, y sobre todo cómo desmigas toda esta historia cargada de lenguaje judicial, términos difíciles y no cercanos a la población. Es un reportaje periodístico de 250 páginas, le quise dar un tratamiento directo, fácil de leer”.
El libro de esta investigación arranca en Lanzarote, en el mismo momento en que un marinero empieza a sentirse enfermo. Vomita y se ha quedado ciego.... acaba con el juicio.
El nombre de la farmaceútica no está bien escrito, es María Elisa Álvarez Obaya.
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