CAPÍTULO V
LA PSIQUIATRIA EN EL EJERCITO ESPAÑOL REPUBLICANO
Cuando fui encargado de revisar las causas mentales de inutilidad para el servicio militar, mantuve el criterio de que si bien resultaba contraproducente enviar a un tonto, un desequilibrado, un cobarde, o, incluso, un soldado con escasa moral a la línea de fuego, no debíamos, por sistema, tratar de eliminar de sus obligaciones militares a todos los supuestos o alegados enfermos mentales. Necesitábamos todos nuestros hombres y, por otra parte, los desafectos podían hacer más daño incontrolados en la retaguardia que vigilados en algún lugar de la organización militar.
Nadie puede, claro es, controlar lo que un soldado puede hacer con su fusil en la batalla; pero aun se puede menos saber lo que es capaz de hacer con su pluma o con el teléfono en su casa. Por eso yo opinaba que todo ente humano responsable de sus actos debía ser usado de algún modo dentro del ejército, cualquiera fuese el trastorno mental que alegaba. Si, empero se comprobaba que dicho trastorno existía y le privaba de raciocinio o de autodominio, debía ser dado de baja del ejército y enviado a una institución mental. Este criterio tardó tiempo en imponerse, pero al final fue aceptado con escasas modificaciones y los reclutas fueron clasificados así: a) útiles para todo servicio; b) útiles para servicios auxiliares; c) inútiles temporales; d) inútiles totales; e) juicio diferido. Analizamos las clases d) y b).
Inútiles totales. - Eran considerados así los reclutas que sufrían de:
1) Idiocía, imbecilidad y déficit mental crónico (demencia) siempre que sus antecedentes clínicos, la observación de su conducta espontánea y el resultado de los "tests" mentales coincidiesen en comprobar que no podían comprender sus deberes militares o cumplirlos.
2) Psicosis crónicas, especialmente las denominadas endógenas, en las que los síntomas de un proceso mental, evidente o inferible por datos fidedignos, podían hacer presumir razonablemente que el sujeto era incapaz de adaptarse a un régimen militar. Cualquier duda a este respecto requería su observación psiquiátrica en una unidad militar.
3) Epilepsia con ataques frecuentes y severos, con defecto mental permanente o con equivalentes peligrosos, comprobados por observación en una clínica psiquiátrica o en el ejército.
4) Personalidades psicopáticas con tara hereditaria intensa y evidente, cuyas tendencias de reacción las hiciesen inaptas para la vida social, hasta el punto de haber requerido previa hospitalización psiquiátrica y cuya observación en una clínica militar comprobase, bien por la severidad de sus trastornos o por la cronicidad y gravedad de su desadaptación social, su incapacidad para el servicio militar.
Aptos para los servicios auxiliares. - Se incluían en este calificativo los reclutas que sufrían de:
1) Debilidad mental en sus formas leves.
2) Epilepsia no acompañada .de alteraciones mentales ni equivalentes.
3) Psicosis endógenas en período de remisión y sin déficit mental.
4) Psicosis exógenas, de sintomatología focal, que permitiesen al paciente ejercer un trabajo profesional.
5) Psiconeurosis y trastornos psicopáticos compatibles con rendimientos de trabajo en la vida civil.
Para aclarar este criterio de clasificación se dieron instrucciones especiales a todos los médicos militares que habían de intervenir en el reconocimiento de reclutas. Hélas aquí:
INSTRUCCIONES PARA LA APLICACION DE LAS CAUSAS DE INUTILIDAD EN EL EJERCITO ESPAÑOL REPUBLICANO
Hablando teóricamente, cada soldado debe ser cuidadosamente seleccionado para asegurar que su constitución anatómica y fisiológica es perfecta. En la práctica resulta imposible conseguir tal perfección, pues la gran exigencia de hombres en los modernos ejércitos haría utópico el intento de una selección tan cuidadosa. De aquí que tal perfección solamente sea exigible para las especializaciones en las que resulta esencial y para las que el número de hombres exigido es relativamente escaso.
Pero es indudable que la selección debe orientarse de acuerdo con el límite de robustez y de capacidad funcional individual, independientemente de la enfermedad o imperfección física sufrida por el sujeto, sin olvidar que algunas enfermedades entrañan una incapacidad absoluta, bien sea por el peligro que implican para el recluta, bien por el peligro social, colectivo, de su contagio.
Aptos para todo servicio. - Este grupo incluye todas las personas que posean las cualidades medias del soldado y también aquellas cuyo defecto físico no los descalifique para las obligaciones de campaña. En resumen, caben aquí individuos con leves imperfecciones, mas no enfermos.
Aptos para servicios auxiliares. - Este grupo incluye en general pacientes de enfermedades crónicas, no contagiosas y compatibles con un trabajo profesional, así como a los que sufren de defectos que les inhabilitan para el combate pero les permiten funciones militares secundarias.
Inútiles totales: En este grupo se incluyen los que sufren de enfermedades que les inhabilitan para ganarse su vida. Como quiera que su invalidez militar ha de ser patente, el médico que la dictamine no tiene por qué fundamentarla para defender la justicia de su fallo.
Los reclutas incluídos en el segundo grupo y declarados aptos para los servicios auxiliares tampoco ofrecen dudas para su clasificación Cuando surja la duda de si su enfermedad es aguda o crónica, puede aplazarse el fallo. Tratándose de defectos físicos es a veces difícil saber si el recluta es apto para servicios auxiliares o para todo servicio. Esto puede producir escrúpulos a los médicos, mas en caso de duda es preferible declarar al sujeto apto para todo servicio.
Una condición necesaria para el propio desempeño de la tarea médico militar es la de conocer la diferencia esencial entre la práctica médica de paz y la de guerra. El médico militar encuentra frecuentemente simuladores y disimuladores, pero por desgracia hay más de los primeros que de los segundos, ya que es escaso el porcentaje de reclutas que no alega algún trastorno. De aquí que el médico militar haya de tomar poco en cuenta los síntomas subjetivos y deba basar sus conclusiones en datos puramente objetivos. Nunca debe interrogar a un individuo respecto a tales o cuales molestias, si no halla señales clínicas que justifiquen la inferencia de las mismas. Este mismo será el criterio del médico encargado de la observación del recluta, la cual deberá ser hecha en el mínimo tiempo compatible con su exactitud. Así por ejemplo, si un supuesto caso de enfermedad pulmonar no presenta signos clínicos ni radiológicos, resulta innecesario examinar los esputos, la velocidad de sedimentación o la fijación del complemento. Demasiados estudios obstruyen la tarea y ayudan a los simuladores.
El cuestionario psiquiátrico para despistar a los neuróticos potenciales; selección de nuevos reclutas.
Hasta que se organizaron los servicios psiquiátricos la selección de hombres en el ejército español republicano se había hecho sobre una base puramente somática. Por muy importante que ésta sea, resulta, no obstante inadecuada en muchos casos para descubrir la existencia de un trastorno mental y tampoco da información acerca de la inteligencia y del temperamento del sujeto. Mas todo intento de examinar a éste psicológicamente era objetado diciendo que implicaba pérdida de tiempo y que los reclutas estaban demasiado nerviosos para dar resultados dignos de crédito.
Estas objeciones no podían aplicarse a las pruebas de selección que usé para algunos grupos de tropas. Cuando sus integrantes llegaban a los centros de reclutamiento eran sometidos al siguiente cuestionario
EJERCITO ESPAÑOL REPUBLICANO
INSPECCION GENERAL DE SANIDAD MILITAR
SERVICIOS PSIQUIÁTRICOS Y DE HIGIENE MENTAL
Para utilizar mejor su eficiencia en el Ejército Popular y evitar esfuerzos y sufrimientos inútiles se le ruega conteste las siguientes preguntas con la máxima sinceridad y claridad
Nombre....................Apellidos...................................Edad.........Naturaleza.....................
Domicilio Civil............................................Profesión....................Estado.........................
Lenguas y dialectos conocidos..........................................................................................
Otros conocimientos y habilidades....................................................................................
RESPONDA TODAS LAS PREGUNTAS SIGUIENTES:
1) ¿Qué es el fascismo?
2) ¿Qué motivos nos impulsan a combatirlo hasta su fin?.
3) ¿Cómo sería la vida de nuestro país si triunfasen los fascistas?
4) ¿Cómo será cuando triunfemos los antifascistas?
5) ¿Cuáles cree que son sus principales obligaciones como soldado del Ejército Popular? .
6) ¿Qué tipo de trabajo preferiría y en qué lugar, dentro del Ejército Popular?
7) ¿Cuál es su mayor deseo en la actualidad?
8) ¿Cómo le gustaría pasar su tiempo libre, durante el servicio militar?
9) Si pudiese escoger alguna recompensa o premio por servicios prestados a la causa de la República ¿cuál preferiría?
10) ¿Puede resistir la fatiga? ¿La falta de dormir? ¿El frío? ¿El hambre? ¿La sed? ¿El miedo? ¿Cuál de estas penalidades cree que le perjudicaría más?
11) Cuándo ha sufrido alguna impresión fuerte ¿qué consecuencias ha observado después en el funcionamiento del cuerpo? ¿Cuál ha sido su comportamiento entonces?
12) ¿Recuerda alguna ocasión de la vida en que haya dado muestras de coraje? (descríbala, en caso afirmativo)
13) ¿Ha perdido alguna vez el conocimiento?
14) ¿Sufre vértigos, vahídos, mareos o enturbiamientos de cabeza? ....
15) ¿Cada cuánto acostumbra a hacer uso de su sexo?
16) Si pudiese escoger, ¿dónde pasaría sus días de permiso y qué haría?
Si desea añadir alguna observación que le parezca útil para poderlo conocer mejor y aprovechar sus aptitudes en el Ejército, haga el favor de escribirla, a continuación.
Firma, rúbrica y ficha de reclutamiento:
Nota: si falta espacio para contestar en esta hoja, escriba la repuesta al dorso, haciendo referencia al número de la pregunta respectiva.
Las cinco primeras preguntas (¿qué es el fascismo?, etc.) servían para dar alguna indicación del grado de cultura y de inteligencia del recluta, evidenciados en función de su léxico y del mayor o menor grado de abstracción y universalidad de sus respuestas. Las cuatro preguntas siguientes (desiderativas) trataban de evidenciar los intereses, inclinaciones y autojuicio del examinando. Las otras cinco se mostraron sumamente útiles para despistar los expuestos a las neurosis de guerra.
En efecto, se vio que tales preguntas ofrecían a tales sujetos -que deseaban sustraerse a las penalidades de la vida de campaña - una buena ocasión para satisfacer ese deseo, exagerando su propia debilidad y defectos. Todos los reclutas que resultaban sospechosos, desde este enfoque, pasaban luego un examen o interview individual, hecho por un psiquiatra competente.
En cambio, aquellos cuyas respuestas denotaban un alto espíritu combativo, eran señalados a los oficiales de entrenamiento, como capaces de un mayor aprovechamiento, siempre que no hubiese contraindicaciones de orden médico.
Las tres últimas preguntas, de tipo confidencial, servían para completar la impresión general acerca de la franqueza y sinceridad del sujeto en la prueba, a la vez que para desvelar su posible tendencia psicopática.
La valoración del cuestionario, en su forma más sencilla y práctica, consistía en puntuar de 1 a 5 las cinco primeras cuestiones, extrayendo su promedio. Para hacer tal puntuación más exacta se proveía, a los encargados de ella, de un surtido de respuestas tipo, correspondientes a cada valor numérico (y, claro es, en relación con el nivel cultural del recluta). Las contestaciones al resto de las preguntas eran asimismo evaluadas con un criterio cuantitativo o cualitativo, según el tipo de la cuestión, pero siempre la escala patrón oscilaba entre 1 y 5. No obstante, lo importante era la impresión global que emergía de su total consideración.
Los datos importantes eran comunicados a los jefes de las unidades para que éstos los pasaran a los médicos encargados ulteriormente de la vigilancia del recluta. Hablando en general, los casos de alteración mental o neurótica que ocurrieron en el contingente de 20.000 soldados que fueron así examinados resultaron 3 veces menos frecuentes que en los que no pasaron el "test". Esto sugiere que tal proceder tiene un innegable valor práctico para el despistaje colectivo de los reclutas que son bajas mentales "potenciales".
Reajuste de los hombres ya enrolados.
La primera selección en el centro de reclutamiento es insuficiente para dar una base adecuada, que permita decidir la mejor colocación del recluta. Pero cuando éste ya es soldado y ha adquirido la disciplina militar es posible examinarlo, de nuevo, y escoger la ocupación bélica en la que mejor puede servir. Hay miles de casos en los que se precisa hacer este reajuste; hay también muchos que, por enfermedad o accidente, se tornan no aptos para el trabajo previamente elegido. Un psicólogo bien enterado de las demandas del ejército puede ayudar al psiquiatra en esta labor reorientadora.
En España usamos para ella el mismo tipo de clasificación de trabajos que nos servía en el Instituto Psicotécnico de Cataluña para la orientación profesional civil y que nos daba 18 clases o tipos de labor, bien diferenciados (Se recordará que los datos esenciales de dicha clasificación hacían referencia al grado y modalidad de la inteligencia requerida, al grado de monotonía y automatización y a la naturaleza predominantemente perceptual, reactiva o mixta del trabajo).
El factor diferencial más importante entre las clasificaciones civiles y militares era el lugar del trabajo. En caso de guerra es, a veces, más importante decidir dónde va a trabajar el sujeto que saber qué va a hacer allí. Así, por ejemplo, el trabajo de cocina es claramente especializado, pero algunos de los mejores cocineros civiles fallan cuando han de atender la cocina de un regimiento en la línea de fuego; y lo mismo ocurre con no pocos barberos, choferes, sanitarios, mecánicos, cte. De donde, la tarea del psicólogo era principalmente la de señalar las aptitudes del soldado, pero correspondía al psiquiatra indicar en qué lugar iba a poderlas utilizar mejor; con lo que, una vez más, se ponía de manifiesto la conveniencia de que ambos técnicos trabajasen en equipo.
Integración de los criterios psicotécnico y psiquiátrico para la selección de hombres para cargos especiales.
La integración recién mencionada es aún más necesaria para la selección con vista a cargos de gran responsabilidad y peligro. Los guerrilleros, los antitanquistas, los agentes secretos, cte., han de ser seleccionados entre quienes ya han dado muestras de su lealtad y presencia de ánimo, mediante su comportamiento en los campos de batalla. Ni que decir tiene que esto es, sobre todo, necesario, para quienes han de trabajar, aislados, en el campo enemigo..
La imbricación de los criterios psicotécnico y psiquiátrico se hacía mayor cuando precisaba usar un material humano "nuevo", es decir, no probado por la experiencia,, real, del campo de batalla. Tales sujetos podían pasar muy bien los "tests" en el laboratorio y, en cambio, fallar cuandose hallasen ante la situación real. Solamente el ojo del psiquiatra, acostumbrado a observar más allá de los límites de la conducta verbomotriz aparente, puede darse cuenta de cómo vive la totalidad individual y, por tanto, predecir con mayor probabilidad de acierto cuál será la conducta en un momento dado.
Me bastará recordar, para probar las ventajas de tal asociación, cómo al querer crear un procedimiento para averiguar la percepción kinestésica del espacio en los aspirantes de aviación, llegué a descubrir un excelente medio de exploración psiquiátrica, hoy ampliamente difundido en la Argentina y en Chile. Fue un psiquiatra, Rorschach, el que supo extraer todas las posibilidades diagnósticas que se hallan implícitas en la prueba, al parecer, inocente, de las manchas de tinta de Dearborn. Psiquiatras como Freud, Rosanoff y Myers, fijándose en pruebas psicológicas, las mejoraron y desarrollaron hasta convertirlas en técnicas importantes de exploración personal. No voy, pues, a insistir sobre esto, ni sobre el hecho de que muchos cadetes inteligentes fallan, por entrar con tendencias psicopáticas, en la Escuela de Guerra. No se trata solamente del ahorro de esfuerzo, de hombres, dinero y máquinas, sino que en guerra cuenta, también, el tiempo. Cuando un hombre deja un centro de entrenamiento, por fracasar tras varias semanas de aprendizaje, nadie puede saber cuánto cuesta tal fracaso, evaluado en sangre, en los campos de batalla.
Organización general de los servicios de Psiquiatría y de Higiene Mental en el ejército español republicano
De un modo general, podemos dividir la guerra española en tres períodos. El primero, extendido de su comienzo (el 18 de julio de 1936) hasta el rechazo de las tropas franquistas, en los suburbios de Madrid, el 7 de noviembre del propio año. El segundo, comprendido desde esa fecha hasta la gran ofensiva rebelde, en marzo de 1938. El tercero y último, desde entonces hasta el fin de la guerra, en marzo de 1939. Durante el primero no hubo una definida organización militar en el campo republicano; los hombres iban y venían del frente por su propia voluntad, se llamaban "milicianos" y no se hallaban encuadrados en unidades regulares. De aquí que no existiesen estadísticas, servicios psiquiátricos ni datos fidedignos acerca de estos problemas, aun cuando me atrevo a asegurar que, debido a la ausencia de una real lucha en la línea de fuego, la cifra de perturbaciones mentales ocurrida debió ser bien pequeña.
En el segundo período se introdujo la conscripción obligatoria y se creó el Ejército Republicano. Este mejoró tan rápidamente que, en marzo de 1937, pudo derrotar a selectas tropas enemigas, en Guadalajara; en julio del mismo año ganó las batallas de Brunete y Belchite, y, en diciembre, conquistó Teruel. Los servicios psiquiátricos en este período se organizaron espontáneamente por especialistas radicados en los diversos sectores, pero no estaban coordinados con el resto de los servicios médicos ni tampoco se centralizaron o integraron con un criterio orgánico.
En febrero de 1938, cuando fui llamado a organizar y controlar tales servicios, la lucha se hallaba en su apogeo. Las bajas del ejército republicano en 1937 habían alcanzado a 49.000 muertos y más de 200.000 heridos; cifras muy altas, si se tiene en cuenta que el total de hombres alistados bajo banderas no alcanzaba a 800.000. (El número de prisioneros y desaparecidos era, en realidad, muy pequeño, pero no poseo datos exactos).
Algunos cuerpos de ejército habían preparado estadísticas referentes a la incidencia de las neurosis de guerra y un examen atento de las mismas destacó los hechos siguientes:
a) El porcentaje de hombres temporalmente dados de baja por neurosis de guerra no excedía de 1,5 %. Pero existían diferencias considerables en sus personalidades y en su posición en el Ejército. Por ejemplo, los soldados norteños eran más resistentes a la reacción neurótica, pero cuando la exhibían eran más difíciles de curar.
b) El número de neurosis observadas en las tropas de primera línea era levemente inferior al observado entre las de segunda línea y retaguardia. Esto podía explicarse porque aquéllas (el llamado Ejército de maniobras) tenían mejor moral combativa, puesto que estaban bien informadas de la situación política, fines de lucha, etc., y constituían, en realidad, una selección dentro del Ejército.
c) Los estados de ansiedad eran raros y casi siempre se terminaban por convulsiones, antes de llegar a los servicios psiquiátricos.
d) La forma más común de alteración neurótica observada era la de histeria de conversión, caracterizada por síntomas paréticos, espásticos y disrítmicos.
Además de tales datos recibí una valiosa información del Dr. Bermann, psiquiatra argentino que estuvo trabajando en una unidad del frente de Madrid; su experiencia relativa a las dificultades de coordinación de los servicios psiquiátricos con los restantes organismos sanitarios me evitó muchos tropiezos. Con todo esto en la cabeza, fue creada definitivamente la Jefatura de servicios psiquiátricos y de higiene mental del ejército republicano español, en abril de 1938. Un personal selecto, de 32 psiquiatras bien entrenados, fue destinado y distribuído en los 5 frentes (del Centro, Extremadura, Sur, Levante y Este). En cada una de esas zonas de combate se organizó una unidad psiquiátrica, compuesta en primer término por un hospital psiquiátrico, instalado en la retaguardia de ejército, a más de 100 millas de la línea de fuego. Este hospital tenía una cama por cada mil soldados en servicio. En segundo lugar, la unidad contaba con un pequeño número (de uno a cuatro) de los llamados "centros psiquiátricos de pre-frente", o sean, servicios móviles, de emergencia, localizados en las estaciones de evacuación de cada cuerpo de ejército, anexos a hospitales de campaña y a unas 20 millas (a veces, menos) de la línea de fuego. La proximidad de tales servicios y los hospitales de campaña aseguraba su colaboración con el restante personal médico. En conjunto se organizaron así cinco hospitales psiquiátricos y catorce centros de pre-frente, en julio de 1938.
El psiquiatra director de tales servicios era, al propio tiempo, responsable de los servicios de psiquiatría y de higiene mental en toda su zona militar. Las citadas clínicas-hospitales tenían que atender todos los casos mentales procedentes de los centros de pre-frente, así como los derivados de los servicios y tropas auxiliares, instalados en la retaguardia de ejército; además les correspondía observar, diagnosticar y dictaminar las reales o supuestas alteraciones psíquicas, alegadas por el recluta o descubiertas por los médicos, no especialistas, del centro de reclutamiento. Finalmente, también debían tales hospitales llevar a cabo la preparación técnica de los oficiales seleccionados para realizar la campaña de higiene mental en las diversas unidades militares de la zona, con el fin de mantener el empuje combativo en su más alto nivel posible.
Hemos de señalar ahora un hecho importante: todos los elementos militares de la retaguardia de Ejército (situada entre la zona de combate y la retaguardia civil) no eran directamente evacuados - en caso de alteración mental - hacia el citado hospital sino dirigidos hacia delante, o sea, hacia los centros de pre-frente correspondientes. La sorpresa que tenían al ver que su alteración no los libraba sino que los acercaba al peligro era, muchas veces, suficiente para lograr una súbita mejoría; cuando menos bastaba para evitar la exageración o la creación de síntomas. De otra parte, tales sujetos no podían ser dejados en retaguardia militar, toda vez que esta zona acostumbra a ser más sensible al contagio de rumores y factores desmoralizantes que la propia zona de combate. En realidad, la retaguardia de Ejército es el puente entre la vida militar y la civil; por ello conviene conservarlo lo más limpio posible de factores y elementos deprimentes, ya que cualquier causa de desmoralización se difunde allí en ambas opuestas y esenciales direcciones.
Respecto a los centros psiquiátricos del frente diremos que recibían .directamente las denominadas "bajas blancas" (sin trauma ni infección) de la línea de combate. Estos casos eran observados y tratados, por término medio, unos diez días y según cuál fuese el dictamen eran retornados al frente o transferidos al Hospital Psiquiátrico. Cuando se trataba de alteraciones psicosomáticas complejas (traumas craneales con síntomas mentales, confusiones conmocionales graves, psicosis infecciosas, etc.) la evacuación o el aislamiento en el hospital de evacuación se imponían, en tanto que los casos de tipo psicógeno no eran encamados y recibían un tratamiento enérgico - principalmente sugestivo - siendo rápidamente transferidos a los llamados Centros de Recuperación y Adiestramiento, en donde se les sometía a ejercicios gimnásticos y kinéticos, bajo intensa disciplina. En cuanto a los casos de agotamiento nervioso, en los que los síntomas neurovegetativos y el mal estado físico eran evidentes, se los transfería, por un periodo aproximado de tres semanas, a una casa de reposo, sanatorio u hogar bajo la vigilancia de la clínica psiquiátrica; su localización preferible era a mitad de camino entre esta Clínica y el frente.
Incidencia de las psicosis endógenas en el ejército republicano español.
Ya es sabido que las estadísticas de la incidencia de psicosis endógenas observadas por los psiquiatras militares en los diversos ejércitos no ha señalado aumento respecto a las cifras que de ellas se presentan, en tiempo de paz, en la población civil. Esto es cierto para la demencia precoz y las psicosis maníacodepresivas, mas ha de recordarse que ambas son motivo de exclusión del servicio militar, de suerte que su presentación en las tropas ha de ser explicada o por una tardía manifestación de la predisposición heredada (Anlage) o por el influjo, precipitanté, de la vida militar sobre aquélla.
Observaciones especiales en la epilepsia.
Respecto a la epilepsia, y en especial a los estados crepusculares y equivalentes, he observada un definido aumento en tiempos bélicos, no sólo entre los militares sino también en los civiles. En mi clínica universitaria los casos de psicosis epilépticas no ocupaban más del 3 % de las camas, mientras que en la Clínica de Psiquiatría Militar de Vilaboi llegaban al 7 %, en noviembre de 1938. Lo probable es que la forma de reacción epiléptica, más o menos implícita en todos nosotros, se reactivase por la fatiga, el exceso de bebida, la falta de sueño y, quizás, una temporal insuficiencia suprarrenal (debida al exceso de descargas emocionales) especialmente, si como sucedía en nuestro Ejército, las tropas no tenían ni la comida ni el reposo necesarios.
Personalidades y reacciones psicopáticas.
Los nuevos moldes existenciales y reaccionales impuestos por las condiciones de la vida en tiempos de guerra (aislamiento de la familia, privación del ambiente habitual, cambio de comida y ocupación, aumento del peligro vital, cte.) pueden alterar las disposiciones psicopáticas, unas veces para bien y otras para mal. En efecto, he visto casos en los que personalidades esquizóidicas, por ejemplo, se comportaron espléndidamente en condiciones difíciles, mientras que sujetos aparentemente normales se hundían en estados depresivos, estuporosos o de desesperación. Creo que no es posible hacer afirmaciones generales acerca de este punto, ya que se pueden observar todas las variedades de reacción y cambios imaginables. No obstante, en general, me parece que cuando la vida de guerra no es demasiado dura más bien tiende a favorecer que a perjudicar las personalidades psicopáticas, puesto que les proporciona fuentes de estimulación que les hacen olvidar sus propios conflictos y les abren nuevas rutas, a la vez que las aproximan al estado de ánimo del resto de la población. De otra parte, es obvio que este resto se halle un tanto alterado ("psicopatizado" sería el término exacto) por la anormalidad de la situación y, por ende, el contraste es menor.
En términos generales predominaron tres formas de reacción psicopática en la guerra española. La primera era la explosiva o agitada y agresiva, que. ya había sido descripta por los psiquiatras franceses durante la guerra del 14 al 18: el sujeto trata de reprimir sus sentimientos de miedo y disgusto y se torna cada vez más preocupado, introvertido y tenso; aumenta su disforia, hasta que bruscamente sobreviene la descarga en una crisis histeriforme o en una agresión motriz o verbal, sobrevenida con el más nimio pretexto. A veces 1a crisis es seguida de amnesia y depresión, pero otras veces se transmuta, lentamente, en estado de desconfianza y negativismo. Naturalmente; en estas circunstancias el sujeto acostumbra violar las reglas militares más severas y a ser castigable con pena de muerte, si no se prueba que actuó en condiciones patológicas, de irresponsabilidad. Sus antecedentes no siempre aclaran el caso: a veces señalan una predisposición epileptoide o neurótica, pero en otras ocasiones la tara psicopática es leve y diversa o, inclusive, no existe. Entonces es prudente internarlo y hacerlo invisible durante un tiempo, para evitar el Consejo de Guerra sumarísimo, cuyas decisiones son inapelables, inmediatas e irreparables.
Una segunda forma de reacción psicopática -quizás la más frecuente y difícil de tratar- es la ebriedad. El sujeto sentía la necesidad de "alegrarse" cada vez con mayor intensidad y frecuencia, hasta hacerse incapaz de cumplir sus deberes militares, o tener que llenarlos con una botella cerca. El único medio de detener la difusión de ese vicio habría sido decretar la prohibición de ingerir bebidas alcohólicas durante el servicio bajo banderas; pero esto hubiese conducido a protestas y violaciones, porque el hábito de la bebida se hallaba, ya, demasiado arraigado en el promedio y quizás sus víctimas hubiesen recurrido a un sustituto peor.
Por ello las instrucciones que di fueron las de poner un signo especial en la tarjeta de identificación de todos los movilizados que hubiesen sido sorprendidos en estado de ebriedad - tanto si habían cometido actos punibles o no -. Tales hombres habían de ser cuidadosamente vigilados por sus jefes y el médico del regimiento. Este empezaba la psicoterapia tratando de averiguar el móvil del vicio: ¿miedo?, ¿depresión?, ¿aburrimiento?, ¿falta de satisfacción sexual?, ¿penas?, ¿remordimiento?, ¿necesidad de olvido? Se comprobó que una mayoría de tales sujetos se sentía desprovista de ánimo y fuerzas tan pronto dejaban de beber lo que ellos juzgaban su remedio; por tanto no era cuestión de castigarlos sino de. ayudarlos a restablecer su normalidad. Para ello recomendé, con bastante éxito, el uso regular de una solución de licor amoniacal anisado al 5 %. De otra parte, se dio orden de separar y disgregar los pequeños grupos o "pandillas" de borrachos y a cada uno de sus integrantes les fue adscrito, como vecino o camarada, un compañero especialmente seleccionado por el médico, pero dado como por casualidad.
Pero todas estas medidas resultaron insuficientes y por ello me puse en contacto con la Sección de Propaganda e Información, para empezar una campaña científica, con el fin de mostrar objetivamente los perniciosos efectos del alcohol en las mentes débiles y frustradas. Un film especial iba a ser proyectado, ilustrando los diversos períodos de la intoxicación y sus correspondientes lesiones en el hígado, vasos y encéfalo. Tenía mucha confianza en la eficacia de este tipo de información, pero la guerra terminó antes de que pudiese saber si mi optimismo era justificado.
Hace pocos años he desarrollado una técnica exploratoria, sencilla, de las tensiones psicomotrices y por ella he confirmado que una mayoría de alcoholistas tiene una predisposición constitucional a la depresión y por ello busca instintivamente los excitantes, del propio modo como los angustiados caen en el abuso de sedantes y narcóticos. Tales casos mejoran rápidamente con una orientación profesional conveniente, un plan de vida adecuado a sus peculiaridades, una cierta cantidad de benzedrina, extracto hepático y una dieta rica en vitaminas.
La tercer forma de reacción psicopática, observada en nuestras clínicas psiquiátricas fue la del resentimiento. Debido a la rapidez de improvisación 'y organización del Ejército republicano, la distribución de los diversos grados no fue siempre ajustada y más bien resultó una cuestión de suerte el que se consiguiese uno u otro. De donde, había militares muy capaces e inteligentes que eran mandados por otros, claramente inferiores desde el punto de vista mental. Y lo que, aun, fue peor: algunos de los oficiales del antiguo ejército, que permanecieron fieles a la República, se encontraban bajo las órdenes de jefes más populares, pero improvisados; la razón era que estos últimos no podían ser sospechosos de deslealtad y, aquéllos sí; más de una vez uno de tales oficiales se pasó, tardíamente, al enemigo dándole valiosos datos (cual ocurrió en el sitio de Bilbao, en el que la víspera del ataque atravesó la línea republicana nuestro jefe de fortificaciones, llevándose todos los gráficos de su famoso "cinturón de acero"). Cada vez que una de estas deserciones ocurría, aumentaba la ola de desconfianza hacia los profesionales que seguían siendo fieles a la República y por ello nada tiene de extraño que algunos de éstos, a su vez, reaccionasen anormalmente. Me atrevería a decir que no hay situación más tensa, más propicia al conflicto mental ni más "psicotóxica" que la de aquel que vive apartado de su grupo social (religioso, económico, profesional) y en contacto con sus enemigos teóricos. Tal situación sólo es comparable con la de los denominados "enemy aliens" (extranjeros enemigos) que, siendo antifascistas, viven en países aliados, deseando la oportunidad de luchar contra el Eje, pero viéndose a diario defraudados y vigilados por su procedencia.
Esta reacción de resentimiento se combina frecuentemente con la de interpretación (psicógena) delirante y es la causa del progresivo enquistamiento y ensimismamiento individual, de modo que el sujeto vive en pero no con su grupo militar. A veces reacciona con un comentario amargo o explota, sin motivo, en un chiste sarcástico, tanto más peligroso cuanto que han sido cuidadosamente meditados y preparados. Afortunadamente, antes de alcanzar tal virulencia es posible ayudar al sujeto, por denotar éste los signos preparatorios de desajuste psicopático. En efecto, el odio reprimido actúa aumentando la tensión de su agresividad y el sujeto agota parte de su energía cortical en retenerla ("aguantarse") ; por ello, si se le explora con nuestra técnica, miokinética (P.M.K.) -véase el Apéndice - se notará que su líneograma horizontal derecho se desvía negativamente (hacia adentro, o sea, a la izquierda) en tanto el sagital del propio lado avanza hacia afuera (adelante) y, con frecuencia, se nota, asimismo, una depresión vertical derecha, lo que indica que el examinado está preocupado, introvertido, agresivo y deprimido, simultáneamente. Cuando tales desviaciones ultrapasan un cierto límite (el correspondiente al valor de las cargas afectivas que permite neutralizar la resistencia individual) pueden aparecer síntomas psicóticos (generalmente de tipo persecutorio).
Si se empeora la situación es posible, inclusive, que estalle una reacción aguda, de tipo esquizofrénico, la que se reconocerá, entonces, en el P.M.K. por la desviación axial de los líneogramas horizontales y sagitales y la presencia de reversiones en el zigzag. Si está prueba no puede efectuarse podemos, también, inferir la situación tensional del sujeto con la prueba de Schilder: se le hacen levantar ambos brazos, hasta la horizontal, manteniéndolos inmóviles, con los ojos cerrados. Se nota si tienden a desviarse levemente hacia afuera -que es lo normal - o a cerrarse (hacia adentro) en cuyo caso es prueba de que hay sobrecarga neurótica (con predominio de los fascículos abductores).
Las personas resentidas no sólo llevan una existencia desgraciada sino que se tornan peligrosas para su ambiente y para la causa que han de servir. Por ello el psiquiatra ha de vigilarlas de cerca y tratarlas, por muy elevado que sea su rango militar. De lo contrario pueden ocasionar serios reveses aun involuntariamente, y luego explicarlos con cualquier racionalización (superioridad abrumadora del enemigo, etc.).
Brigantinus-Quora
Hace 7 años
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